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El diario de Agustín: anatomía de la desinformación en tiempos de dictadura

Fuentes: Rebelión

Porque, si es verdad aquello de que la fortaleza de una democracia se mide por la diversidad y pluralidad de un ecosistema de medios que dé cuenta de toda la riqueza de un país, en Chile, desde hace 50 años, estamos en problemas.

“otra prensa y otros periodistas, poniendo en riesgo incluso sus vidas, cumplieron con el mandato ético de luchar por la libertad de expresión desafiando la censura e informando aquello que otros medios no se atrevían a publicar.”
Extracto del prólogo de Faride Zerán en Diario de Agustín 2° Edición

No es casual que esta nueva edición corregida y aumentada de El Diario de Agustín salga en el marco de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado, una fecha que nos invita a revisitar un tiempo de silencios y complicidades en el cual los principales medios de comunicación y una parte del periodismo y de sus rutinas profesionales se ubicaron en las antípodas del rol que debían asumir, mientras otra prensa y otros periodistas, poniendo en riesgo incluso sus vidas, cumplieron con el mandato ético de luchar por la libertad de expresión desafiando la censura e informando aquello que otros medios no se atrevían a publicar.

De esa asimetría surge este estudio ineludible no solo para las nuevas generaciones de periodistas y estudiosos de la prensa, también para historiadores e investigadores sociales que, a través de estas páginas, pueden aproximarse a las rutinas periodísticas en tiempos de censuras y autocensuras; al rol que jugaron particularmente el decano y los diarios de su cadena: El Mercurio, con más de un siglo de existencia, junto a Las Últimas Noticias y el vespertino La Segunda, así como parte de sus equipos profesionales de editores y periodistas, su dueño, el ya fallecido empresario Agustín Edwards Eastman, cuyo legado hoy es administrado por sus hijos.

Investigado entre los años 2006 y 2007 por un conjunto de egresados de periodismo del Instituto de la Comunicación e Imagen (ICEI) de la Universidad de Chile (hoy, Facultad de Comunicación e Imagen), instituto que dirigí desde su fundación el 2003 hasta el año 2010, el equipo a cargo de Claudia Lagos Lira, académica e investigadora del Programa Libertad de Expresión del entonces ICEI y figura motora del taller llamado El diario de Agustín, tuvo como correlato la realización del premiado documental del mismo nombre dirigido por el cineasta Ignacio Agüero y producido junto al exdirector de la revista APSI, Fernando Villagrán, estrenado el 2008, basado en algunos de los casos investigados en el taller.

Así, el equipo liderado por Claudia Lagos, como editora a cargo del taller, estuvo conformado por seis jóvenes que hoy son destacados periodistas y académicos: Claudio Salinas, Elizabeth Harries, María José Vilches, Hans Stange, Raúl Rodríguez y Paulette Dougnac, y que realizó un riguroso trabajo en el que cada uno de los egresados aportaba sus hallazgos en la búsqueda de un objetivo común: una investigación seria, amplia, con numerosas fuentes que analizaran la manera cómo El Mercurio y otros diarios de su conglomerado cubrieron las noticias sobre crímenes de la dictadura en el contexto de violaciones a los derechos humanos.

De esta manera, el famosos «Plan Z»; el crimen de Carmelo Soria; el montaje de la denominada «Operación Colombo» con el ignominioso titular del vespertino La Segunda («Exterminados como ratones», que quedó en los anales de la historia del periodismo chileno); el asesinato de Marta Ugarte, cuyo cuerpo torturado fue arrojado al mar desde un helicóptero; el caso de los desaparecidos de Lonquén, o la cobertura de El Mercurio al Comité Pro Paz –capítulo que se agrega a esta nueva edición– son analizados de manera acuciosa, investigando las rutinas periodísticas, contrastando las fuentes, interpelando a algunos de los autores de estos textos, indagando acerca de las discusiones de pauta; desmontando, en definitiva, las piezas que fueron articulando un conjunto de montajes efectuados por los aparatos represivos de la dictadura en complicidad con periodistas, editores y propietario de dicho conglomerado mediático.

La pregunta acerca de por qué, si El Mercurio, con un peso gravitante en la historia del país, amparó o fue parte de los montajes de los aparatos represivos del régimen o, incluso antes del Golpe de Estado, asumió un rol importante en el proceso de desestabilización democrática puesto en marcha una vez elegido Salvador Allende, por qué, entonces, a lo largo de estas décadas, nunca ha pedido perdón al país, a los familiares de las víctimas de dichos montajes y a quienes aún hoy se sienten ofendidos, por ejemplo, con una portada como «Exterminados como ratones», son interrogantes aún abiertas.

Ha sido un silencio incómodo también para muchos profesionales que en esos años trabajaron para El Mercurio y que no fueron parte ni avalaron dichos montajes, como queda claro en las páginas de este libro. Ese silencio es también injusto, sin duda, para gran parte de sus actuales profesionales, para quienes el peso de esa historia no resulta fácil de cargar.

Pero esa ausencia de un gesto necesario y reparatorio después de tantos años explica, por ejemplo, por qué en diciembre del 2008 el crítico de cine y colaborador de la sección de «Artes y Letras» de El Mercurio, Juan Pablo Vilches, renunciara tras haber sido censurado. Vilches escribió una crítica al documental «El Diario de Agustín», la que, finalmente, no fue publicada tras la negativa del editor de la sección. O ilustra la disputa legal que los abogados de Agustín Edwards protagonizaron contra Ignacio Agüero y Fernando Villagrán por la inscripción de dominio en NIC Chile http://www.eldiariodeagustin.cl, disputa que perdió Agustín Edwards. Estos son algunos ejemplos consignados en el epílogo que se agrega a esta nueva edición y que nos hablan no sólo sobre las secuelas dejadas luego de estrenado este documental y publicado el libro, sino, sobre todo, acerca de la frágil cultura democrática del Chile de la postdictadura.

En ese contexto se puede entender que TVN comprara el documental de Ignacio Agüero para luego guardarlo durante tres años, sin programarlo. Ese episodio recuerda cuando, en plena dictadura, el mismo canal adquirió la serie «Holocausto», que exhibía el horror del exterminio nazi, para también fondearlo en sus bodegas.

La ausencia de un gesto de reconocimiento de responsabilidades por parte de El Mercurio y sus empresas permite comprender, también, los vetos que ejerciera el director del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de La Época, Ricardo Brodsky, sobre mi nombre y el del exministro Francisco Vidal, ambos invitados como panelistas para acompañar a Ignacio Agüero en un foro sobre «Por qué El Diario de Agustín no se exhibe en TVN». O bien la renuncia de Natalia Arcos a la dirección del canal ARTV en el marco de una polémica por censurar este documental. Todo esto y más está documentado en el epílogo «El diario de Agustín después de El diario de Agustín», contenido en esta nueva edición, que nos invita a reflexionar acerca de las relaciones siempre conflictivas entre la prensa y el poder y de cómo ese poder –ejercido ya no en dictadura sino en democracia– sigue operando para coartar la libertad de expresión y el derecho a la información en el Chile del siglo XXI.

Y es que si analizamos el escenario actual en materia de libertad de expresión y derecho a la información, la pregunta que surge es por qué Chile a lo largo de estas décadas siguió siendo uno de los países que aparecían en los informes internacionales con escandalosos índices de concentración de los medios y un consiguiente déficit de pluralismo y diversidad, además de descender paulatinamente en la Calificación Mundial de la Libertad de Prensa que la organización Reporteros Sin Fronteras elabora cada año.

Quizás las palabras de Edison Lanza, quien fuera Relator Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (2014-2020), en su prólogo al informe sobre Libertad de Expresión en Chile (2020), puede arrojar algunas luces acerca de esta persistente anomalía nacional:

“Muchas de las insuficiencias y restricciones al derecho a la información y libertad de expresión, vigentes en el marco normativo, como en las prácticas del Estado, derivan de ese sustrato autoritario que aún pesa en el proceso democrático chileno.”

Tal vez parte de esa explicación también apunta a las características de la transición política que, si bien abría importantes compuertas democráticas luego de 17 años de dictadura cívico-militar, en materia de medios requería de aliados afines a la lógica de mantener ciertos enclaves autoritarios, estimular una cierta amnesia sobre el pasado y mantener un modelo económico que, por su agresividad y naturaleza, trasuntaba el campo de la economía para instalarse como un depredador de la propia democracia.

Este libro, en definitiva, trata sobre la desinformación y los mecanismos puestos en marcha hace medio siglo para ocultar ante la opinión pública los crímenes cometidos durante la dictadura militar. Porque, ¿qué otro nombre, sino desinformación, puede llamarse a lo que hicieron medios como El Mercurio, como lo revela este libro, al hacerse parte de los montajes de los aparatos de seguridad?

Esta nueva edición revisada y actualizada de El Diario de Agustín, con sus más de 100 entrevistas a testigos de cargo y de descargo y su profusa investigación efectuada con seriedad, rigor y ética periodística, elementos constitutivos del ethos de nuestra profesión, es un libro necesario que nos habla de la prensa, pero también del poder. El Diario de Agustín nos interpela como sociedad no sólo acerca del pasado, sino también de un presente, que nos exhibe en toda su desnudez y precariedad.

Porque, si es verdad aquello de que la fortaleza de una democracia se mide por la diversidad y pluralidad de un ecosistema de medios que dé cuenta de toda la riqueza de un país, en Chile, desde hace 50 años, estamos en problemas.

Imágenes
1) Portada del libro Diario de Agustín 2° edición.
2) Faride Zerán, fotografía de Rodrígo Fernández, CC BY-SA 4.0