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El documental cubano en «Siete Tramos»

Fuentes: Rebelión

Al maestro Julio García-Espinosa

La crítica y la promoción cinematográfica cubana han jugado y juegan un papel esencial dentro de la cultura cinéfila de los últimos cincuenta años, en la Isla Caribeña. Significativa es la contribución de la televisión denotando tres de los pilares -que no los únicos-, cuyos programas son de clara vocación didáctica, capaces de conjugar el necesario entretenimiento.

Empezaría por nombrar Historia del Cine, un espacio que conducía José Antonio Rodríguez. Un intelectual y promotor cultural venido del ICAIC (Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica). Hombre de carisma y talento con capacidad de síntesis. «Enfrentado» a un público ausente desde la sobriedad escenográfica, hacia delicias de monólogos sobre los valores del cine clásico de «necesaria lectura». Ver esta oferta televisiva era una clara garantía de compartir filmes que han hecho historia.

24 X Segundos, bajo la conducción y dirección del cineasta Enrique Colina -que se emitía cada sábado-, incitaba a ver lo que estaba en cartelera cada semana. Colina despiezaba los filmes, hurgando en los entresijos y resortes más disimiles del audiovisual. En su espacio abordaba alguna corriente estética u oficio cinematográfico, permitiendo al televidente apropiarse de herramientas para una mejor lectura del cine.

Los domingos, el polémico y no siempre acompañado de la crítica cinematográfica cubana Mario Rodríguez Alemán, presentaba Tanda del Domingo. Hombre de vasta cultura, se aferraba en «dar a la luz» ese cine Soviético o de Europa del Este. Con el tiempo el televidente apreció y reconoció esa magistral «zona cinematográfica» en medio de tanto cine venido de todas las partes del mundo. Cuba es una «Gran Sala» que se llama: «Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana».

Obviamente estos no son los únicos estudiosos, promotores o críticos del cine cubano y universal. Nombres como Ambrosio Fornet, Luciano Castillo, Alicia García, Rolando Pérez Betancourt, Mario Naito, Frank Padrón, Víctor Fowler, María Eulalia Douglas, Marta Díaz, Joel del Río, Rufo Caballero (fallecido en el 2011), Arturo Agramonte, Juan Antonio García Borrero, Reinaldo González o Sara Vega, -por cita unos pocos- forman parte de ese «arsenal» de especialistas dedicados al ejercicio de «hacer cine» detrás de la cámara. La Cinemateca de Cuba, que persiste en mantener una «selecta» programación de Cine Cubano y Universal, forma parte de ese baluarte de instituciones culturales junto a la Revista Cine Cubano. Las publicaciones culturales generalistas, El Caimán Barbudo, Revolución y Cultura así como La Gaceta de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), son parte de ese «prisma» de textos que completan y fortalecen toda una tradición cultural que se «traduce» en «cine para todos».

Los cineastas cubanos han hecho sustanciales contribuciones al conocimiento de la cultura cinematográfica. Desde la fundación de la Revista Cine Cubano en junio 1960, han formado parte del equipo de colaboradores de esta publicación. En sus diversas etapas han dejado «trazos de escrituras» importantes realizadores, fotógrafos, montadores y de otras especialidades, como parte de ese abanico teórico venido -en buena medida-, de la praxis de realización.

Los cineastas han hecho oficio de la escritura con obras antológicas que conducen hacia los otros derroteros del Cine Cubano, impulsado -sin dudas-, al calor del triunfo de la Revolución Cubana el 1 de enero de 1959 con la creación del ICAIC.

Títulos como, Un largo camino hacia la luz (Ediciones Unión, 2000), Algo de mi (Ediciones ICAIC, 2009) -ambos de Julio García-Espinosa-, sin dejar de nombrar A cuarenta años de Por Un cine Imperfecto (Cinemateca de Cuba, Ediciones ICIAC, 2009), que recoge varios ensayos de este imprescindible cineastas cubano copilado por el crítico Mario Naito. O la obra Dialéctica del espectador, del genio Tomás Gutiérrez Alea (Ediciones EICTV, 2009). Son algunos de los ejemplos a tener en cuenta como parte de ese reservorio cultural, donde confluyen abordajes estéticos y posicionamientos éticos con una clara pretensión educativa y de socialización del conocimiento. La polémica, la crítica, el análisis culto, son parte de los contenidos sustanciales de estos textos.

Antes de entrar en el abordaje del libro que me ocupa por esta vez, quisiera compartir «notas sobre recuerdos» que son un preámbulo del análisis. El joven -por aquel entonces-, cineasta Jorge Luis Sánchez lo conocí en la séptima planta del ICAIC, inmerso en un debate junto a noveles creadores. Eran los tiempos de las polémicas culturales y las de otro calibre con los directivos de una institución que se erige -sin lugar a dudas-, como referente y paradigma de la construcción y la fortaleza de la cultura cubana.

Por aquellos años trabajaba en los Laboratorios a Color del ICAIC, radicado en la Calle Tulipán. En aquel encuentro estaba en calidad de invitado. Presidía la mesa Julio García Espinosa que fundó una experiencia inédita y referencial como fórmula para el fortalecimiento de los proyectos cinematográficos en fase de preproducción, los «Grupos de Creación». Esta conjugación de realizadores estaba coordinadas -por aquel entonces- por los cineastas Tomás (Titón) Gutiérrez Alea, Humberto Solás y Manolito Pérez.

Jorge Luis era -y creo que es-, un apasionado defensor de sus ideas. Sus percepciones sobre el cine y la arquitectura que le rodea, han sido blanco de sus valoraciones críticas. Seguramente su etapa como ex Presidente de la Asociación Hermanos Saíz, le sirvió como laboratorio para el debate sobre los problemas del arte, la cultura y la sociedad cubana. Esta práctica ha sido y es habitual dentro del «armazón» del «andamio cultural cubano». Forma parte del insustituible ejercicio y la imprescindible praxis, para fortalecer la cultura y nuclear a los creadores con las instituciones que le representan.

Sobre ese mismo espíritu Jorge Luis Sánchez ha escrito el texto: Romper la tensión del arco. Movimiento cubano del cine documental, (Ediciones ICAIC, 2010). La primera novedad de este libro -y a la vez paradoja-, es el hecho de que no se hubiera escrito en Cuba ningún otro texto sobre el Cine Documental Cubano, etiquetado como, «Escuela Cubana de Cine Documental» y que el autor ha suscrito como «Movimiento».

La obra la estructura por «Titulares y tramos», que responden a los períodos que -según el autor-, debe de ser entendida su evolución y cuyos títulos explicitan una manera de abordar cada una de las etapas de esta filmografía, que sin dudas dan «nombre y trascendencia» -que no la única- al Cine Cubano.

FÁBULA. Primer tramo: 1987-1958 (La bruma y El matiz (dentro de la bruma. LEGITIMAR. Segundo tramo: 1959-1964 (Despeje (de la bruma), Tránsito (se separa, aunque todavía se parece), Certidumbres (en la mirada de otros). MOVIMIENTO. Tercer tramo: 1963-1995. Despegue (definitivamente). ARGUMENTOS. Cuatro tramo: 1964 1973. Ruptura (con búsqueda, riesgo y experimentación). COYUNTURAS Y DISTANCIAMIENTOS. Quinto tramo: 1969- 1992. Meseta (aunque con diversidad). OMISIONES. Sexto tramo: 1981-1992. (Discordancia temática y experimental). DSIQUISICIÓN. Séptimo tramo: 1998-? Reciclaje (del riesgo y de la diversidad).

Esta singular forma de componer el volumen deja entrever una primera lectura -obviamente primaria-, sobre los períodos de evolución, linealidad y estancamiento del género.

Pero vayamos al contenido de Romper la tensión del arco. Jorge Luis Sánchez reúne en un solo texto 92 ensayos que presumen -todos-, de una síntesis meritoria. El texto es culto y aleccionador. Las curvas por donde se enrola el autor son claras pretensiones de tocar ciertos recorridos olvidados y apuntar sobre otras piezas que -con el paso del tiempo-, sigue generando otras «dinámicas de la escritura».

Expone de manera suigeneris los aspectos medulares de los filmes. Entronca con personal acierto, reflexiones sobre la realización, la fotografía, el montaje y toda una gama de especialidades, junto al anecdotario que «rodea» a cada pieza. Lo cierra con las cimas y las limitaciones en las que cada autor «se ha empantanado», ligado no solo al proceso creativo. También a los factores externos (políticos, sociales y culturales) que permean o contaminan toda labor artística.

El autor no homogeniza sus reflexiones. Va moviendo la curvatura de su «dialogo escrito», en dependencia de las carencias o fortalezas de cada obra. Es capaz de balancear, entre el cálido homenaje y el oportuno trazo crítico de obras que han sido subvaloradas o sobredimensionadas en tiempos vencidos. El texto viene a «poner en su lugar», ciertas ideas y enfoques inéditos, que son necesarios tener en cuenta para futuras valoraciones sobre el «Movimiento o Escuela Cubana de Cine Documental».

Jorge Luis Sánchez no desaprovecha la oportunidad, para desempolvar piezas «guardadas» y clarificar filmes o autores que han sido encajonados bajo los cimientos de la burocracia. Esas letras son parte del reconocimiento ante la nulidad o el olvido. Este capítulo se materializa en cineastas como: Sabá Cabrera Infante, Orlando Jiménez Leal, Sara Vega, Nicolás Guillén Landrián, quienes forman parte de esa «Escuela o Movimiento» y que han hecho historia.

Merecen unas líneas las reflexiones en torno a «los otro» dentro del Cine Documental Cubano. Las sustanciales aportaciones de Joris Ivens, Agnès Varda, Theodor Christensen y Joe Massot, están rubricadas en esta pieza literaria. Jorge Luis desenfunda su «grafito» y recoge en el texto ese laboratorio de culturas para un proyecto común.

El texto muestra las limitaciones de estas experiencias ante estos «llegados de otras partes» que, -desde mi punto de vista-, influenciaron en algunos directores cubanos, que en su posterior filmografía construyeron obras de calado intelectual. Esa relación entre «cineastas consagrados» con nóveles directores de cine, fueron parte de los cimientos de una obra mayor: la cultura cubana. Ediciones ICAIC, ha tenido el acierto de publicar este libro, que sirve como punto de partida para otros proyectos literarios sobre el género, que el Cine Cubano se merece.

Los clásicos los incluyen en todo el recorrido del libro. Santiago Álvarez, Julio García Espinosa, Octavio Cortázar, Enrique Colina, Luis Felipe Bernaza, Víctor Casaus, Pastor Vega, Rogelio París y muchos otros. Son revisitados por Jorge Luis reforzando criterios ya establecidos ante la obra de estos «autores de excepción». Sus enfoques son novedosos escritos desde su cualidad de hombre del cine.

En el «Séptimo Tramo» del libro aporta valoraciones sobre los «más jóvenes» documentalistas, con una escritura de clara vocación de continuidad. Su cercanía con esa generación en su etapa como Presidente de la Muestra de Nuevos Realizadores organizado por el ICAIC, es fundamental para «alertar» sobre el futuro del Cine Cubano. Este vínculo «tangencial» le ha permitido solventar, hurgar y calibrar las inquietudes y percepciones estéticas de los documentalistas que han incorporado otros modos de realización y otras formulas de producción.

Quizás decir lo obvio. Echo en falta la reflexión y el análisis de otras piezas que podrían haber sido incluidas en este magnífico texto. Ese el riesgo que corre todo autor que hace de su trabajo un proceso de selección y antología. Obviamente, respeto los criterios manejados a la hora de componer, Romper la tensión del arco. Movimiento cubano del cine documental.

Los artistas e intelectuales cubanos hacen praxis permanente del dialogo con la sociedad, con la comunidad y con las instituciones. Esta realidad forma parte del proceso de retroalimentación de los creadores. El libro es -también- otra prueba material de esta idea.

El cineasta Jorge Luis Sánchez (La Habana, 1960) es graduado en Pedagogía. Cineasta aficionado a los 18 años y Fundador de la Federación Nacional de Cine Clubes de Cuba. Su apertura profesional, se materializa en el año 1981 en el ICAIC como asistente de cámara, transitando como Asistente de Dirección y Primer Asistente de Dirección. Sus estudios de dramaturgia, estética e historia del cine, son claves para su posterior desarrollo profesional.

En el año 1987 gesta y organiza el Taller de Cine y Vídeo de la Asociación Hermanos Saíz, (AHS), «plataforma» donde se promueve el audiovisual cubano de la generación de los ochenta. En el 1992 fue presidente de esta agrupación.

Su vínculo con el documentalista Santiago Álvarez (1990-1991) en el Noticiero ICAIC Latinoamericano lo permea de sustanciales experiencias, desarrollando la función de subdirector artístico. Ha presidió durante varias ediciones la Muestra de Nuevos Realizadores de Cuba. Ha sido profesor de cine en el ICAIC y en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Sus artículos sobre un amplio espectro temático del arte y la cultura, han sido publicados en la Revista Cine Cubano.

Su notable filmografía discurre por los laberintos de la cultura y la sociedad cubana, que son los principales «ejes de su mirada». De su vasta filmografía como realizador quiero llamar la atención de los filmes, Un pedazo de mí (Documental, 1988, El Fanguito (Documental, 1989), Dónde está Casal (Documental, 1989), Atrapando espacios (Documental, 1994), Y me gasto la vida (Documental,1997) Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce, aún (Documental, 2000), El Benny (Ficción, 2006) y Benny Moré; la voz entera del Son (Serie Documental, 2009). Su obra está avalada por importantes premios tanto en Cuba como en otras partes del mundo.

De su filmografía documental reseñaré en próximas ediciones, los documentales: …Y me gasto la vida y Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce, aún.
 

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