Hace poco llegaba a mis ojos por casualidad la impresionante publicidad de una organización belga de nombre Re-born to be alive, dedicada a la muy noble tarea de sensibilizar a los seres humanos sobre la necesidad de donar órganos para salvar vidas. «Hazte donante», dice el llamado al pie de una serie de fotografías en […]
Hace poco llegaba a mis ojos por casualidad la impresionante publicidad de una organización belga de nombre Re-born to be alive, dedicada a la muy noble tarea de sensibilizar a los seres humanos sobre la necesidad de donar órganos para salvar vidas. «Hazte donante», dice el llamado al pie de una serie de fotografías en las que se ven mujeres bellísimas, rubias, semidesnudas, de piernas eternas y en actitud insinuante. A continuación el eslogan remata: » Es seguramente tu única posibilidad de entrar en ellas » (http://www.eastportlandblog.com/2011/12/19/becoming-a-donor-is-probably-your-only-chance-to-get-inside-her/). Es realmente difícil no sentirse impresionado por la audacia de la campaña. Ante la indiferencia creciente de las poblaciones nihilistas occidentales, la organización belga se atreve a sacudirlas con un estímulo picante, explícito, antipuritano y subversivo: ¡es tu única oportunidad de entrar en ellas! Convertir la donación en un intercambio sexual en el que todos los órganos -hígados, riñones, córneas- fungirían como metonimias del pene (penes por delegación o penes subrogados) que la persona enferma estaría deseando introducir en su cuerpo da toda la medida sin duda de la libertad creativa y desprejuiciada de nuestros publicistas… y de la calidad ética, feminista y humanista del imaginario capitalista. La donación como violación deseada y meritoria: es difícil representarse una cabriola estética y moral más rebuscada -por utilizar un eufemismo.
A la publicidad puede reprochársele -como justamente se ha hecho desde el feminismo- que una vez más se proponga a la mujer como objeto pasivo de deseo. Pero a mi juicio es mucho más grave el hecho de que la campaña se dirija exclusivamente a los hombres y ciña sus beneficios exclusivamente a mujeres jóvenes y bellas. Hay que recordar que lo que está «vendiendo» Re-born to be alive no es un coche o un teléfono móvil sino «la salvación de una vida». Es decir, está vendiendo a unos pocos un derecho formalmente universal reconocido por la ONU y las Constituciones de todos los países del mundo. ¿Quién puede «comprar» un riñón? ¿Y quién puede recibirlo? La publicidad es sin duda «machista», pero lo es de un modo brutalmente selectivo, sexista, eróticamente clasista. La imagen de la rubia desnuda y oferente deja fuera, como receptoras de órganos y, por lo tanto, como beneficiarias de salud y de vida, a las mujeres morenas, gordas, feas o viejas. Del otro lado, el patriarcal símil sexual -activo/pasivo- excluye a todas las mujeres como donantes, pero excluye asimismo del derecho al «retorno a la vida» a todos los hombres sin excepción, confinados en el papel de puros donantes machos marginados, por tanto, del circuito de la salvación. ¿Es que nunca se ponen enfermos o no sufren jamás un accidente? Queda sobreentendido, en efecto, que son las mujeres las que necesitan órganos, que un hombre necesitado de un riñón se convierte por eso en una mujer figurada y que, en ese caso, tendrá que convencer a algún macho de que se lo folle -con perdón- para poder sobrevivir. La salud es masculina y la enfermedad femenina; es el hombre el que da salud a la mujer, y eso sólo a condición de que sea lo bastante femenina para excitar su deseo. El resto de las mujeres -las viejas, las feas y los hombres fallidos- están condenados a muerte de antemano.
Escojo este ejemplo de una campaña publicitaria bienintencionada -y ya abandonada- porque la sumisión de sus objetivos caritativos a este imaginario erótico machista revela hasta qué punto el mercado penetra todas las espontaneidades y modela todas las intenciones, incluso las más altruistas y desinteresadas. De esta rendición al imaginario dominante debemos extraer al menos dos lecciones. La primera es que no es cierto que «todo vale si la causa es buena». Si queremos defender la generosidad interpelando al egoísmo, la espiritualidad interpelando a los genitales, la solidaridad interpelando al interés más visceral o el derecho universal interpelando al sexismo o al racismo o al machismo, el resultado es que no estamos defendiendo la generosidad, la espiritualidad, la solidaridad y la universalidad del derecho sino el egoísmo, el interés y el machismo. El caso de Re-born to alive es transparente. Es verdad que el derecho a un trasplante encuentra un límite material en el número de órganos disponibles, inferior a la demanda, y que el propósito de la campaña es ensanchar ese límite, pero cuando se negocia la salud en términos de mercado -utilizando el marketing sexual empleado para vender un coche o un perfume- lo que triunfa es el mercado, que es siempre restrictivo. La campaña de la organización belga reduce en realidad el número de donantes, pues excluye a la mitad femenina del planeta y condiciona la donación a la belleza y juventud de la receptora; y por supuesto reduce también el número de receptoras, pues están excluidas las que, por su edad o su físico, no se parecen a las modelos de nuestras pasarelas. La ley de la oferta y la demanda, ceñida en este caso a los estímulos sexuales de un imaginario erótico muy machista y elitista, deja fuera de los circuitos de los trasplantes a la mayor parte de la población mundial.
La segunda lección no es menos importante y viene a cuestionar la docilidad con que identificamos «anti-puritanismo» y «libre expresión corporal» con liberación feminista. Puede parecer muy atrevido y rompedor vender libidinalmente una buena causa, pero en realidad esa libertad creativa que desnuda a la mujer para el hombre es la misma libertad que en otros lugares del mundo le pone un velo, la lapida por adúltera o la condena a un matrimonio de conveniencia. Es la libertad de los hombres y, aunque adopte un aire muy alocado, transgresor y libertino, es lo que el feminismo viene combatiendo desde hace al menos un par de siglos. Nadie puede prohibir a una mujer que «rentabilice» (como dice un periódico español de los pechos de una actriz: los más «rentables» del mundo) las ventajas comparativas asociadas a un mercado laboral sexual tan injusto como el de las fábricas o los call-center; nadie puede impedir a las mujeres que, en lugar de poner en cuestión las reglas del juego, traten de manejarlas en su favor, por razones de supervivencia o de simple afirmación de voluntad. Pero sí podemos hacer una cosa. Lo que sí podemos hacer es no llamar a eso «liberación». Porque ese mercado libidinal es una selva tan espinosa -aparte de injusta- que tampoco podrá extrañarnos y tampoco podremos impedir que, frente a él , de rebote, despedidas como pelotas de goma, sus excluidas acaben considerando una «liberación» -o al menos un refugio- la virginidad, el matrimonio, el velo y la cocina. Hay que tener cuidado: frente a la liberación del mercado, cualquier atadura -incluso las más atroces- puede parecernos un regalo. O al menos puede parecérselo a los pobres, los no agraciados, los ancianos, los inmigrantes, a todos aquellos a los que ningún consumidor macho (de uno u otro sexo) querrá jamás donarles sus órganos, estrecharles sus manos, devolverles sus riquezas.
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