El discurso de los llamados intelectuales de este sistema debe mantener el túnel en la oscuridad, profundizar la oscuridad y conservar el espíritu del sin salida y la degradación de cualquier gesto colectivo, de cualquier palabra que nombre la sociedad humana capaz de construirse por sí misma. Hay que degradar a todos aquellos que dieron […]
Sara Rosenberg
Lo anecdótico no suele servir mucho para la argumentación, pero puede ilustrar una idea. Cuando paseaba por las calles centrales, que suelen ser las comerciales, de mi bucólico Camagüey, mi hija menor, entonces una niña que creció en pleno Período especial, miraba las bicicletas que se mostraban en las vidrieras, y preguntaba cuándo le compraría una. Era un episodio que se repetía en los frecuentes paseos, casi con el mismo guion, como esas narraciones que exigen siempre iguales los niños. Entonces intentaba ahogar esa especie de tristeza que asalta a todo padre en situación semejante con una sonrisa y una afirmación: papá no ganaba el tipo de moneda que era necesario para adquirir esa bicicleta, pero alguna vez se la compraría. Mi posterior argumentación, cariñosa, y que trataba de adecuarse sin muchas esperanzas a las posibilidades de su entendimiento, lograba sacarle una sonrisa de comprensión, y el alivio del adulto adornaba nuevamente de felicidad la tarde compartida.
Hay necesidades materiales que no se pueden separar, con falsa dualidad, de las necesidades espirituales. Un país agredido, a más de las dificultades que oponía no saber cuál era el mejor camino para llegar con un mínimo de errores a la meta que se aspiraba, impedía en sus momentos más complicados, no sólo la satisfacción de una necesidad material que sostenía una necesidad espiritual, sino muchas veces la satisfacción de una necesidad material perentoria para la vida.
El mayor obstáculo que se le ha impuesto en el camino a los intentos de construir los sistemas de vida socialistas que en el mundo han sido, es el de lograr un ser humano que en toda su dimensión quizás sólo pueda emerger en toda su plenitud en medio de una sociedad socialista ya desarrollada. Esa contradicción es la que quizás hizo al trovador advertir que era inevitable arar con viejos bueyes sobre el terreno duro y tenaz de un modo de vida que ya tiene más de dos siglos educando al hombre en el individualismo y las actitudes y los antivalores que la humanidad ha conocido hasta el momento.
Hoy se discuten muy fundadas teorías sobre la necesidad de impulsar a la humanidad a una economía del decrecimiento, y se tiene cada vez más consenso sobre la urgencia de un cambio civilizatorio. Pero desde que el socialismo, o su intento de construirlo, logró su primera gesta real, se hizo sobre la promesa y la esperanza de propiciar la satisfacción de lo que entonces se llamaba las cada vez más crecientes necesidades materiales y espirituales humanas, y el soviético se lanzó, durante una larga etapa, a emular erróneamente con los mismos objetivos materiales que sus adversarios, a la vez que no lograba formar, en una masa significativa, ese hombre superior que le sería imprescindible. Una de las razones que quizás expliquen que el soviético medio asistiera, casi inmóvil, al derrumbe de un modo de vida que tantos otros beneficios le había reportado, pero no el de crearle una médula cultural radicalmente distinta al sistema que se le oponía.
Cuba ha tenido que proponerse la creación de valores humanos inéditos, pero masivos, o en una masa crítica mínima tal que se convierta en una tendencia hacia la regla, y no la excepción, en condiciones de país subdesarrollado, de raíces coloniales y agredido, con enormes dificultades económicas, de limitación de recursos, y, a la vez, tratando de encontrar un dificilísimo equilibrio entre las necesidades de la individualidad por una parte, que tiene siempre fronteras tan delgadas con el individualismo, y las metas sociales y colectivas por la otra, lo que ya por sí mismo significaba un reto de dimensiones gigantescas.
El bloqueo y las agresiones norteamericanas a Cuba no lograron, no han logrado, el principal resultado cínicamente reconocido por sus promotores de ahogar al pueblo por hambre y desesperación, y compulsarlo a renunciar en masa significativa al apoyo a su gobierno y a su voluntad de seguir adelante. Pero produjo y produce sufrimientos espirituales y materiales enormes, y en gran medida ha sido el principal impedimento de que los valores humanos socialistas hayan podido florecer plenamente en las condiciones materiales mínimas necesarias para que el hombre pueda dejar de pensar en la propia supervivencia, y dar ese salto cualitativo espiritual y cultural necesario al socialismo. Cuba, su gesta socialista, se ha opuesto y se resiste heroicamente a vivir bajo el signo predominante de un modo civilizatorio que hoy le provoca tantas desgracias a la humanidad, y el precio mayor que ha pagado no es el minúsculo, – pero que puede ser gigante en la vida mínima personal-de no poder satisfacer el inocente deseo de un niño que desea un juguete que su padre no puede comprar, sino algo mucho más importante y decisivo, que es sembrar en algunos de los miembros de su comunidad el espejismo de los modos de vida que podrían negar y borrar otros logros y derechos esenciales al hombre que ha logrado conquistar. Esa ha sido la tarea estratégica del bloqueo, la que no ha sido plenamente derrotada, y es el mayor peligro que hoy se cierne sobre la nación.
Es ese terreno, fertilizado durante más de medio siglo para sembrar el desánimo y la desconfianza en sus propias fuerzas, para dinamitar y provocar una eventual brecha en la voluntad de resistir e insistir por la tensión largamente sostenida de los ánimos, por la frugalidad de vida a que obliga no ser un país rico pero que redistribuyó sus recursos entre todos, mientras era agredido, y mientras se hacía la exhibición más descarada de la injusta riqueza material que los países explotadores exponen en sus vitrinas ante las ansias humanas, todo ese escenario es lo que aprovecha la guerra mediática para dar el definitivo golpe mortal a una noble aspiración. La guerra psicológica sabe que avanza sobre terreno previamente minado, haciendo estallar aquí y allá los explosivos culturales pacientemente sembrados durante tantos años, y abonadas con las privaciones, con el derrumbamiento y la pérdida de prestigio del socialismo histórico, con los conflictos de los relevos generacionales, que pueden influir por el desconocimiento, el olvido, y los errores, y la falta de creatividad para darle continuidad a los procesos sociales.
A la vez, se enfrentan contradicciones que pueden ser mortales si no se les haya inteligente solución. Por una parte, el socialismo exige que el ciudadano participe más activa y creativamente en las cuestiones de interés colectivo y gravite mucho más en la conducción del país, lo cual significa hallar en el pleno desarrollo de todos, la condición del desarrollo individual. Esto equivale a la superación del individualismo, piedra basal de la cultura capitalista.
Por otra parte, si se resquebraja seriamente la unidad en torno a un proyecto colectivo, si se ahonda, o se deja que otros ahonden la desconfianza y el desánimo, el éxito de la guerra cultural y psicológica contra el socialismo se hace mucho más fácil, pues ella apunta y se aprovecha de los hombres donde ha hecho mayor mella la dificultad de sembrar los valores necesarios para que las ansias individuales no entren en contradicción con los intereses de todos. Por una parte, tener en cuenta la inevitable diversidad humana, por otra, la también inevitable unidad en torno a las aspiraciones colectivas, porque el hombre es un ser social, y sin el recurso de su comunidad, y sin una actitud de apoyo y fusión con su comunidad, le es imposible realizarse. Pero la cultura capitalista busca atomizar, o balcanizar, el tejido social, para dar cauce a la conversión de todo lo esencial en mercancía, que es la competencia y la insolidaridad entre los hombres.
Esa esencial contradicción no resuelta es la que aprovecha la prensa tendenciosa, el hipercriticismo, la manipulación de la noticia, la mirada mayormente sombría que se enfoca sobre Cuba bajo el pretexto del servicio mediante la crítica. No permitir que se aproveche esa brecha, y a la vez servir con el análisis oportuno e inteligente, es la tarea, complejísima, que quiere lograr la mejor prensa militante y revolucionaria.
La óptica cultural capitalista no tiene que dar saltos mortales hacia un vacío desconocido en su modo de actuar, sino simplemente desarrollar lo que siempre ha hecho, para ello cuenta con ingentes recursos, academias, tanques de pensamiento bien remunerados y sus millonarios sostenedores, y mientras atrapan y logran a veces prostituir a los mejores talentos, con frecuencia formados con recursos públicos, la prensa socialista es tan inédita y tiene una tarea tan ardua como el mismo socialismo, ese esencial desconocido del que lo mejor que se conoce es su sueño, su finalidad, y su utopía. Y sus periodistas militantes tienen que salvar contradicciones mortales entre la convicción de cuidar la unidad, y la necesidad de criticar y revelar males sin dividir y desanimar, sin confundir y sin destruir. Periodistas que no pueden ser mejor pagados, porque en las sociedades que conserven la tendencia hacia el socialismo, como todavía es la cubana, se procura que no se ahonden las desigualdades, y son personas que tienen que resolver las mismas dificultades cotidianas de todos los ciudadanos y, a la vez, tener el ocio creador para enriquecer su cultura, escribir, vivir, y procurar la felicidad personal y de los suyos.
En este panorama, la función que cumplen los sitios digitales adversos al socialismo y donde hoy se noticia o se examina la realidad cubana, no se mide tanto por sus declaradas y falsas intenciones de servicio mediante la crítica, sino tal vez mucho más por el carácter de las manifestaciones que provocan en los que visitan sus páginas y sobre todo, por la calidad del pensamiento y los argumentos que se exponen en los comentarios.
Es a un sector de la población proclive a recibir sus mensajes con beneplácito, a quienes se dirigen, y es natural que allí encuentren eco y aprobación. Pero también estarían los que se atraen a sus páginas por el eco de falso prestigio que produce en los demás, o en los que previamente ya está preparado el terreno por la misma actitud que sustentan sus autores, y donde hallan el espejo en que mirarse.
Una revisión un poco más demorada de los comentarios en esos sitios demuestra que como reacción a los artículos hipercríticos, o que se ceban en las dificultades de Cuba, es allí donde se producen las manifestaciones más inconsistentes con el respeto y el diálogo, lo que Rafael Hernández ha llamado el ciberchancleteo, la frase soez, la ofensa, la pedestre manifestación de la incultura y la vulgaridad, la falta de recursos para la reflexión intelectual, o la evasión a los argumentos, mientras una revisión de los sitios que sin dejar de ser críticos, se rebelan contra la desinformación y la mentira, muestra un carácter muy distinto. Se puede suponer que los autores tienen y ejercen la facultad de filtrar, pero es llamativo cuando la vulgaridad y la ofensa dirigida al pensamiento adversario no se filtran o banean y, al contrario, encuentran una amable aquiescencia para su publicación, allí donde se ponen dos de cal y una de arena, y se juega a estar y no estar, donde se simula hacer un periodismo objetivo, pero su resultado no es aunar voluntades, educar con hondos análisis, fortalecer al lado más débil y con una razón histórica reconocida por todos los pueblos. Es legítimo suponer que la razón está en que esos comentarios avalan el efecto que persiguen los autores de ese tipo de publicaciones.
No es casual, y sí muy significativo, que uno de los autores de uno de esos blog donde la mirada sobre Cuba ha sido desnudada por su tendenciosidad, declarase ufano que le siguen muchos jóvenes, en rara presunción, cuando mayormente se usan sobrenombres y se oculta la identidad, pero donde se revela la búsqueda de un objetivo que tampoco es casual que coincida con los intentos subversivos de atraer a la juventud a la oposición al socialismo y al modo que el pueblo cubano se ha dado de gobernar y de sostener la validez de su peculiar democracia.
Mientras, el periodismo militante, impreso, radial, o digital, o la tarea de los modernos blogueros verdaderamente independientes, debe cumplir una función mucho más difícil que satisfacer a un estrecho auditorio ávido de hipercrítica, una gestión más ardua y noble que dirigirse a un aplauso cómodamente previsible: Mediante la investigación honda y responsable de los problemas sociales, contribuir con la crítica y el mejoramiento del proyecto socialista y, a la vez, aunar voluntades, reforzar esperanzas, cimentar convicciones y educar.
Son dos objetivos mucho más complejos de lograr, pero esa es la tarea cuando no se vende la postmoderna pluma del teclado al mejor postor, cuando el pago es sólo la muy probable ingratitud de algunos hombres, incluso la eventual incomprensión de los hermanos de armas, las ofensas del enemigo, o las almibaradas advertencias de los conciliadores de nueva data, pero no hay alternativas. Y no olvidar tampoco, al paso y como si fuera poco, lo que Martí llamó «los oficios de la alabanza«, porque del descrédito, muy distinto de la crítica comprometida que caracteriza al revolucionario, se encarga y se encargará siempre el bien pagado para hacer su triste tarea.