Otra vez nos llega un comunicado de denuncia y auxilio desde Colombia. Otra vez el ejército masacre a varias personas. En este ocasión fueron asesinadas dos familias, dos parejas y sus hijos de 2, 6 y 11 años. Los padres de las dos familias eran líderes de sus respectivas comunidades. Uno de ellos, Luis Eduardo […]
Otra vez nos llega un comunicado de denuncia y auxilio desde Colombia. Otra vez el ejército masacre a varias personas. En este ocasión fueron asesinadas dos familias, dos parejas y sus hijos de 2, 6 y 11 años. Los padres de las dos familias eran líderes de sus respectivas comunidades. Uno de ellos, Luis Eduardo Guerra, era miembro del Consejo Interno de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, fue el interlocutor de la comunidad con el Estado, desde hace tres años integrante y coordinador del comité de derechos humanos de la comunidad y viajó varias veces por invitación de Europa y Estados Unidos a compartir su experiencia. Fue detenido por la Brigada XI del ejército colombiano el día 21 de febrero de este año, y encontrado el día después, junto con los cuerpos totalmente despedazados de las otras 6 personas.
El terror del Estado contra la Comunidad de Paz [1] de San José de Apartadó data de muchos años atrás. La Comunidad de Paz fue creada, hace 8 años, en 1997, tras sufrir masacres y asesinatos selectivos durante la ofensiva de los llamados Autodefensas Unidas de Colombia, que actúan como grupos paramilitares en conjunto con el ejército. Desde su creación hasta hoy han sido innumerables las vejaciones y atropellos que ha sufrido la comunidad, la gran mayoría realizadas por la fuerza Pública en acción conjunta con los paramilitares. Más de 150 asesinatos y más de 380 violaciones de derechos humanos. El Ejército y los paramilitares aplicaron todo tipo de acciones para provocar el terror: asesinatos, desplazamiento, desapariciones, desalojo de tierras, torturas, amenazas, calumnias, judicializaciones, quema de cosechas y viviendas, violaciones carnales, robos, bloqueos y bombardeos. [2]
Todos los crímenes contra la comunidad han sido denunciados a nivel nacional e internacional. La Corte Interamericana de Derechos Humanos de la OEA emitió un dictamen, instando al gobierno colombiano a tomar medidas para proteger a la Comunidad, y que incluyen el respeto a su neutralidad. Todas las denuncias quedan en la impunidad, es mas, el mismo estado, incluidos el mismo presidente Álvaro Uribe, en varias ocasiones ha señalado públicamente a la comunidad como base de la guerrilla, ha violado su neutralidad y, como en esta ocasión, ha cometido masacres.
La Comunidad cuenta con presencia internacional desde 1998, y de forma permanente desde abril 1998, a raíz de otra masacre cometida por un grupo de militares y paramilitares. Los acompañantes internacionales [3] han sido testigos directos de la actuación coordinada entre el ejército colombiano y las fuerzas paramilitares. A pesar de ello, la comunidad internacional sigue apoyando a los diferentes gobiernos colombianos, anteponiendo sus propios intereses económicos a la vida de los miles de colombianos asesinados cada año por el terror organizado por el mismo estado.
Esta masacre no es un hecho aislado tal como demuestran las cifras de las organizaciones nacionales e internacionales de Derechos Humanos. El ejército colombiano es el responsable directo de decenas de masacres, e indirecto, a través de las fuerzas para-militares, en otros centenares de matanzas cometidos con toda impunidad durante los últimos años.
¿Hasta cuando, el gobierno español, que apoya el gobierno colombiano política, económica y militarmente, seguirá apoyando el terrorismo de estado? ¿Hasta cuando tendremos que escuchar las falsas palabras del gobierno sobre su respeto a los Derechos Humanos y a la Carta de NNUU? ¿Hasta cuando, la industria militar del estado español seguirá fomentando, por decisión del gobierno español, los diferentes dictaduras y estados terroristas en el mundo?
El texto que sigue es un relato de mi experiencia en la Comunidad [4]
«Después de otra masacre, el pueblo decidió permanecer vigilando todas las noches. Se formaron grupos, y cada grupo tenía asignado ciertas horas de la noche. Permanecí muchas noches con ellos, esperando que pasara la noche, esperando una nueva entrada de los para-militares. La última masacre no fue del todo una sorpresa, porque las amenazas son frecuentes, pero dejó a la gente con una sensación como si no hubieran estado preparados.
Entraron con unos rehenes que habían tomado en la carretera y que forzaron a ir con ellos, como escudos. El pueblo ya estaba preparándose para ir a dormir, mañana sería otro día de trabajo. Al entrar, los para-militares cortaron la luz y cogieron a unas personas más que se encontraban en la calle. Les obligaron a señalar las casas donde vivían los líderes, pero su respuesta fue: ‘todos somos líderes, en este pueblo manda la comunidad’. A los para-militares, no les gustó nada, y empezaron a buscar. Tocaron la puerta de la casa comunitaria. Aníbal, que dormía allí con sus dos hijitos en un cuarto pequeño, salió sin saber lo que le esperaba. Viendo las pistolas, se despidió de sus hijos y poco después cayó en el suelo, abatido. En el momento de los disparos, los rehenes aprovecharon la confusión y echaron a correr. Pero uno de ellos recibió una puñalada en el vientre. Los para-militares, ante la resistencia, hicieron lo único que saben, huyeron. Dejando 2 muertos y un herido grave.
Como en el pueblo hay poca luz y sólo lo rodean las montañas, se veían bien las estrellas. Días después de la masacre vinieron a tomar los testimonios, pero la gente se negó. ¿Cómo van a hablar, cuando los que acompañan a los que investigan son los mismos que protegen a los asesinos? ¿Cómo van a dar los testimonios, cuando los informes pasarán a los mismos militares que ordenaron la masacre? ¿Cómo van dar testimonio, si todos los anteriores no han llevado a ninguna investigación?
Entre los para-militares que habían entrado la noche de la masacre, se reconocieron al menos dos personas. Una era un militar que solía estar en el retén militar en la carretera, y otra era un guerrillero detenido por el ejército. Los para-militares entraron por la única carretera que llega hasta el pueblo, en la cual está el control militar y por donde también se llega a la base militar.
Di otra vuelta por la plaza. Después de esta masacre, los líderes nos plantearon otra vez la petición de que estuviéramos de forma permanente. Lo intentaremos. Al menos estas primeras semanas, y después veremos si logramos reunir a la gente necesaria, y el dinero para ello. La comunidad exigió la presencia de una comisión de investigación nacional, con presencia de la presidencia. Y exigió resultados de las anteriores investigaciones.
La noche de la masacre, cuando los para-militares ya habían disparado contra Aníbal, pero todavía estaban por el pueblo, hablé con la monja. Me pidió que subiéramos, pero le tuve que decir que no era seguro, ni para nosotros. ¿Cómo iban a reaccionar los para-militares, si les cruzáramos en el camino hacia el pueblo, en medio de la oscuridad? Llamamos a las autoridades y al ejército, para que supiesen que lo sabíamos. También llamamos a NNUU y a algunas embajadas, para que dejasen saber que ellos también sabían. Más tarde hablé otra vez con la monja, y está vez me pidió que llamara al hospital, o mejor, a la Cruz Roja Internacional, que mandaran una ambulancia. Pero más tarde tuve que decirle que nadie quería subir esta carretera de noche. El herido murió poco después.
El gobierno explicó a las embajadas que este pueblo se negó a colaborar con la justicia, y por ello, nada podía hacer contra estos terroristas. Y las embajadas quedaron contentas. Ya no tenían que explicar nada ante las exigencias de los organismos de Derechos Humanos, porque el gobierno mostró su buena voluntad. Las embajadas quedaron satisfechas, porque no tenían que tomar ninguna medida, estaban a salvo sus intereses económicos.
Cuando la comunidad informó a las autoridades de la masacre, la fiscalía se negó a subir a la comunidad para la recogida de pruebas y el levantamiento de los cadáveres.
La idea de la vigilancia nocturna era que, ante una nueva incursión, se alertaría a todo el pueblo, y toda la gente se enfrentara a los para-militares. Ante tanta humanidad, no harían nada. ¿O sí? Después cambiaron de idea, y pensaban que igual era mejor que los hombres se escondiesen en el monte. Ante niños, niñas y mujeres, no harían nada. Finalmente se pensó que igual era mejor que todas y todos se fueran corriendo. Y me pregunté, ¿qué haría si entraban los para-militares? Yo, el acompañante internacional, del cual dicen en el pueblo que se duerme mejor con mi presencia. Podría decirles, a los para-militares, que represento a las embajadas que apoyan a su gobierno y que su actuación podría causar una reacción internacional que dañaría sus intereses. O mejor, podría decirles que represento a las embajadas que han vendido las armas al ejército, dejando entre ver que son las mismas que ellos ahora llevan. Igual eso les convencería más, quien sabe.
Salimos de casa a las cinco y media de la mañana. Tardaríamos media hora en llegar al pueblo por donde se sube para llegar a la comunidad. La carretera es de tierra y piedra, mantenida principalmente por el trabajo de la comunidad. Se tarda unos 45 minutos, subiendo por entre las montañas. Al llegar, nos pidieron que bajáramos con los muertos y los familiares al hospital, donde la Fiscalía haría la autopsia. El ayuntamiento, en un gesto humanitario, regaló los ataúdes. ¿Será eso, el precio de su vergüenza? Por la tarde, volvimos a subir, con los ataúdes. Toda la noche, en la casa comunitaria, los muertos recibieron los llantos y despidos.
Casi eran las tres. Algunas personas jugaban al domino, otras sólo miraban el juego. La luna iluminaba la plaza y me llenaba de tranquilidad. Empezaban a llegar más personas, con los ojos llenos de sueño. Podría ir a despertar a mi compañero, para que tomara el turno, pero preferí quedarme un rato más. Mañana bajaré, y otro compañero subirá para reemplazarme. Podré descansar un rato, antes de ir a otra comunidad, viviendo el mismo horror. Y después de un año volveré a mi país. Ellos se quedarán. La comunidad seguirá denunciando el terror del estado. La comunidad internacional seguirá mirando para el otro lado, cuidando sus intereses.
[1] Las Comunidades de Paz son un mecanismo de resistencia pacífica al conflicto interno armado y al desplazamiento forzado, en torno a los principios de:
· neutralidad: por su decisión de no ofrecer ventajas estratégicas a ninguno de los actores armados mediante información, logística, etc.
· resistencia pacífica: que se infiere de su compromiso de no participar directa ni indirectamente en la guerra y de no portar armas
· organización comunitaria, por cuanto representa una estrategia de protección, un mecanismo de reconstrucción del tejido social y del proyecto de vida, mediante vínculos de solidaridad.
[2] Más información sobre la comunidad y los crímenes cometidos contra ella, se encuentran en la página: http://www.cdpsanjose.org/
[3] Brigadas Internacionales de Paz, PBI, brinda acompañamiento protectivo a petición de organizaciones que luchan por un mundo más justo.
[4] Tomado del libro, ‘Dicen, 99 historias sobre la globalización, el libre mercado capitalista y la guerra’, disponible en http://www.pangea.org/hendrik o en la sección de libros libre de Rebelión.