Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
- La sátira no es cosa de soldados viriles y valerosos sino de alegres y socarrones desertores. El retrato mugriento y asqueroso de los austriacos en las imágenes de la propaganda italiana en la guerra del 15-18; luego, los americanos negroides y salvajes de la propaganda alemana en la segunda guerra mundial, hasta los judíos ceñudos de nariz adunca de la iconografía nazi y fascista. Donde hay guerra, hay propaganda de guerra. Sirve para ennoblecer a una parte deshumanizando a la otra, para crear y que resulte de sentido común aceptar la terrible categoría de «enemigo», que lo es, precisamente por ser deshumano y por el cual no se puede sentir ninguna piedad humana
Hace falta una fuerte dosis de banalización para que una gran cantidad de personas acabe interiorizando la categoría «enemigo».
Sesenta años de brutal ocupación israelí en Palestina, bombardeos, decenas y decenas de miles de muertos en Afganistán así como en Iraq, guerras libradas con el pretexto de un no bien especificado monopolio de los valores de libertad y democracia occidentales respecto a los pueblos que las sufren.
Pero es difícil identificar el «enemigo» de estas guerras, y cuando se provocan tanta muerte y destrucción, es insuficiente darles el rostro del Ben Laden o Saddam de turno. Hay que banalizar, se debe crear una categoría más amplia y más genérica: «la amenaza islámica», bien enfatizada por unos medios igualmente atentos a borrar de la memoria las matanzas, los horrores de la guerra real.
El dibujo de un Mahoma feo y barbudo con una bomba lista para explotar por turbante es nada más y nada menos que la representación gráfica de esta banalidad de un lugar común hábilmente construido e inducido en el imaginario colectivo de una opinión pública a la que se quiere convencer de la «justeza» de la guerra para que así no se oponga a ella. En fin: es propaganda bélica consciente o «inconscientemente» producida y usada por estar como estamos en guerra. No tiene nada que ver con la libertad de expresión, ni mucho menos con la sátira. Banalidad, lugares comunes y sátira son términos inconciliables. La propaganda de guerra es negra, tétrica, mortífera; la sátira es juego y también escándalo, pero porque se mofa de la sacralidad del poder; no porque comulgue con los delirios militares y los homicidios.
Claro que no se puede prohibir la propaganda bélica si no se prohíben las guerras. Pero tampoco es para sorprenderse ni indignarse si ciertos mensajes violentos obtienen y provocan reacciones violentas en el «enemigo», más aún si para éste último, el enemigo somos nosotros, la «amenaza de Occidente», categoría tan banal y genérica como la «islámica» en una absurda pero mortal lógica que no puede sino perpetrar odio y violencia.
Entonces, a los queridos opinion-makers, políticos, periodistas, y hasta dibujantes de viñetas a los que les gustaría que todos los periódicos publicasen los dibujos de Mahoma para demostrar lo liberales que somos, pero también, se sobreentiende, para mostrar los músculos de nuestra «libertad», yo les digo que no.
- La sátira no está hecha para exhibiciones de fuerza, la sátira está hecha para dar por el saco, para desinflar los músculos, no para mostrarlos.
- Vamos, que no me alisto.
- La sátira no es cosa de soldados viriles y valerosos, sino de alegres y socarrones desertores y yo quiero seguir siéndolo.
- Texto original tomado de http://www.peacereporter.net/dettaglio_articolo.php?idc=0&idart=4613