Trataré de explicar, en este ensayo, por qué no creí desde el comienzo en el mal llamado Acuerdo de Paz en Colombia, más bien un cese parcial de la guerra o del conflicto, ni ahora en el Plebiscito que fue derrotado el 2/oct/16 por la abstención y por el NO. Mi deseo no es discutir […]
Trataré de explicar, en este ensayo, por qué no creí desde el comienzo en el mal llamado Acuerdo de Paz en Colombia, más bien un cese parcial de la guerra o del conflicto, ni ahora en el Plebiscito que fue derrotado el 2/oct/16 por la abstención y por el NO. Mi deseo no es discutir con nadie ni, mucho menos, hacerle creer a alguien lo que digo o imponer una idea, sino ceñirme a las causas y a los resultados históricos, basado en no poca documentación política, jurídica, constitucional, periodística y, claro, popular: al pueblo nunca se le consulta, salvo para hacerlo responsable y, más allá, culpable del fracaso y/o engaño de políticos, empresarios, terratenientes, paramilitares, militares y policías, mercachifles de la política, asesores de campañas desvirtuadoras y falaces, funcionarios oficiales y demás.
Verdades a medias y mentiras totales según un miembro de la sociedad civil
Lo primero a considerar es lo relativo a las verdades a medias y a las mentiras totales de los Acuerdos de La Habana, según la óptica de quien es, como quien escribe, un miembro de la sociedad civil: en este caso el ex magistrado y constitucionalista Jaime Araújo Rentería, quien pone en evidencia los problemas jurídicos y políticos del proceso.
Para Araújo, el denominado proceso de «paz» de La Habana o, mejor, de terminación de un conflicto armado con un grupo alzado en armas, se encuentra dentro de un contexto de verdades a medias y de mentiras completas o totales, que es necesario develar. La primera, completa, es el falso dilema al que quieren someter a los miembros de la sociedad civil las fuerzas políticas en lucha por el poder o los propios actores armados: o se acepta todo lo que éstos decidan o se es «enemigo de la paz»; cuando se puede ser amigo de la paz y pese a ello no aceptar todo lo que se negoció en La Habana. Además, ¿por qué aceptarlo?
La segunda, total, es que los miembros de la sociedad civil, para ser amigos de la paz tienen que aceptar la mirada de los actores armados que negocian; si adoptan otra, comenzando por la de la propia sociedad civil, se convierten de hecho en enemigos de la paz; cuando puede adoptarse el punto de vista de la sociedad civil, empoderarse del proceso de paz y desde esa óptica ser amigos del proceso y profundizarlo hacia una paz con justicia social. La única paz que beneficia a los vivos y que puede dejar tranquilos a los muertos, en tanto permite alejarse de la idea nefasta de la paz de los sepulcros, la que ha sido habitual.
A medias, es la verdad que el colombiano sea violento y una mentira total que todos lo hayamos sido, pues la mayoría (los miembros de la sociedad civil), ha sido pacífica, no es responsable de la violencia, de la guerra interna, sí la ha sufrido como víctima, pero no ha sido victimaria. No es cierto que todos los connacionales sean responsables de la guerra, que todos han sido victimarios; la realidad es muy distinta, la mayoría ha sido gente pacífica, objeto de la violencia y no sujeto de ella; que una minoría ha sido la violenta y dentro de esa minoría la mayoría de los violentos ha sido del Estado o patrocinada por él.
Esta es la realidad. Sin embargo, la sociedad civil no olvida que quienes negocian el proceso de paz no son las víctimas sino los victimarios y lógico, éstos, los de uno y otro lado, tratan de obtener provecho, en algunos casos de un grupo sobre otro, y en otros para ambos grupos a costa de la sociedad civil y de las víctimas. El ejemplo más claro, de beneficio mutuo, es el de la responsabilidad penal, en el que los actores armados han pactado una transición hacia la impunidad, total o parcial, auto-absolviéndose y, de paso, desconociendo los derechos de las víctimas a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la garantía de no repetición. Si no se priorizan estas necesidades básicas, jamás habrá paz.
Verdad a medias, también, que este proceso es bueno para el Gobierno y las FARC y, por ello, necesariamente para la sociedad civil. Algunas pocas cosas sí y otras muchas no pues aquella sabe que no existe un verdadero derecho a la paz si además no se realizan acciones positivas alrededor de otros DD.HH: salud, educación, vivienda, trabajo. Eso es muy importante, porque el proceso de paz que la sociedad civil quiere es uno con justicia social y cuando se dice tal cosa es que haya más derechos. Nada se gana con un proceso en el que al final los únicos que obtienen beneficios con tal bandera son los dos actores armados.
El Presidente ya obtuvo uno, se reeligió, y en el futuro puede obtener otros, como convertirse, bajo el pretexto de la paz, en un dictador constitucionalizado, lo que logra al constitucionalizar su dictadura, al actuar como verdadero constituyente y legislador sobre todos los temas. Las FARC también pueden obtener beneficios: no responden por los delitos por los que ya están condenados y sus dirigentes pueden terminar en el Congreso, o de únicos consocios del Presidente en el ejercicio del poder constituyente o legislativo, y legitimando la exclusión de la sociedad civil y de las organizaciones sociales del ejercicio del poder constituyente o del legislativo. El resto, la sociedad civil, no obtiene ningún beneficio. No obtiene más derechos y estos ni siquiera se discuten: apenas, se acatan…
En La Habana no se discute el derecho al trabajo; no está el tema del empleo, ni el derecho a la salud, o a la educación, a la vivienda digna; la igualdad en todas sus manifestaciones; ¿dónde, los derechos de afrodescendientes e indígenas? ¿Las reformas urbanas, agraria y financiera? ¡Los 50 derechos que faltan! Los que ninguna de las partes se atreven a citar: la redistribución de la riqueza (ni marxista ni socialdemócrata: liberal intervencionista). Si allá sólo discuten cinco derechos, no se puede dar un cheque en blanco sobre esos cinco ni sobre los 45 más que faltan. Porque más allá de cualquier ismo (liberalismo, socialismo, marxismo), la pregunta es: en la propuesta política, económica y social que se defiende, ¿la amplia mayoría de la población disfruta de más derechos? ¿Tiene más salud, educación y vivienda? Si eso es así, no importa el ismo que se ponga, lo que importa es que el pueblo disfrute y ejerza esos derechos. Si los tiene habrá un buen gobierno y si no habrá uno pésimo, así se ponga el mejor nombre, el más publicitario o el más revolucionario.
La tercera mentira, completa, es que el Gobierno y las Farc nos van a regalar el derecho a la paz. En el sistema jurídico nacional el derecho a la paz está consagrado en el Art. 22 de la Constitución y lo tiene ya la sociedad civil, en su conjunto, como también cada uno de los individuos que la integran: así, ninguna de las dos partes nos va a regalar este derecho.
Que como sociedad civil, los negociadores de La Habana nos hayan violado el derecho a la paz, un derecho fundamental, quiere decir que ahora, quienes lo violaron, ¿nos están haciendo un favor, una gracia o concediendo un privilegio al cesar en su violencia sobre la sociedad civil? Error. No hay duda que en el sistema jurídico colombiano los titulares del derecho a la paz son los individuos, para ejercerlo frente al gobierno, en primer lugar, y frente a cualquier otro sujeto que pueda violarlo, público o privado, que son de aplicación inmediata y son obligatorios para todos los funcionarios del Estado y para los particulares. En Colombia la paz, como derecho fundamental y obligación estatal, es irrenunciable.
Como la paz tiene una doble dimensión negativa: 1. La falta de violencia física y 2. La ausencia de violencia social y económica en las relaciones sociales; y una dimensión positiva, pues es no sólo como la ausencia de violencia sino además una cuestión de desarrollo, una forma de cooperación no violenta, igualitaria, no explotadora, no represiva entre personas pueblos y Estados, y modernamente se considera que no es posible estar en paz si no existe el respeto y realización plena de los derechos civiles, políticos y económicos, sociales, culturales y de solidaridad. Como en las negociaciones falta la parte 2 de la dimensión negativa y toda la dimensión positiva del derecho a la paz, puede concluirse: lo que se negocia es la cesación parcial de un conflicto armado y no la paz (1).
Sobre el «soberano» y sus teóricos «súbditos»
Quizás sea la literatura el arte que mejor nos ubique frente a la historia: por eso se recurre acá a la novela Memorias póstumas de Braz Cubas, del brasileño Machado de Assis para tratar de aclarar un asunto crucial en el devenir de los pueblos: la relación entre el opresor, el soberano, y los oprimidos, los súbditos. El personaje narrador, Braz, en el prólogo de la obra, dedica al lector sus memorias de difunto autor más que de autor difunto, señalando: «[…] que la gente seria hallará en el libro unas apariencias de pura novela, mientras que la gente frívola no hallará en ella su novela usual; he aquí que se la priva de la estima de los serios y del amor de los frívolos, que son las dos máximas columnas de opinión».
La novela del escritor de los siglos XIX y XX tiene, en su trama, un narrador muerto, quien narra su propia historia, la de la época en que estaba vivo, doble condición -la del muerto que cuenta sus memorias vivo- que será fundamental para el desarrollo de este ensayo, porque, como es posible inferir del fragmento precitado, es el narrador muerto que señala que su ficción estará privada de la estima de los serios y del amor de los frívolos, de donde es posible deducir que ambos, serios y frívolos, son los vivos, argumento que presupone su opuesto: si los vivos son frívolos y serios es porque tal vez son los verdaderos muertos y, a su vez, si estos, los muertos, no son ni frívolos ni serios, tal vez son los verdaderos vivos.
En diálogo con el citado fragmento de la novela citada, es posible definir el estado de excepción como una especie de alianza fatal entre el perfil supuestamente serio del soberano y la ingenuidad de los súbditos; dicotomía que puede ser traducida simplemente por la relación entre explotadores y explotados, a través de la cual, estos, serían los frívolos; y, aquellos, los serios, al mismo tiempo muertos y vivos. De donde se deduce: sin el ingenuo no existirá el supuestamente serio y sin este el ingenuo no lo será más. En términos de Marx y Engels, tomados del libro La ideología alemana (1846): «Las ideas de la clase dominante son, en cada época, las ideas dominantes, esto es, la clase que es la fuerza material dominante de la sociedad es, al mismo tiempo, su fuerza espiritual dominante» (Marx, 2007: 47); fuerza que se impone porque la clase dominante es la que, detentando los medios de producción, decreta el estado de excepción sobre el conjunto de los explotados, dividiendo ideológicamente al mundo entre los serios y los ingenuos. Entre, pues, opresores y oprimidos: esos muertos vivos. La ideología de la clase dominante tiene como base la institución de la relación opresor/oprimido, presentando siempre al primero como serio y al segundo como frívolo: así se presenta Juan Manuel Santos frente al pueblo colombiano.
Al respecto, el crítico literario Roberto Schwartz (Viena, 1938), en su libro Un maestro en la periferia del capitalismo (1990), sostuvo que la literatura de Machado se identificó por representar a la clase dominante brasileña del siglo XIX como frívola, razón suficiente para señalar que el narrador de Memorias póstumas de Braz Cubas, en la condición de difunto autor, al inscribirse fuera de la relación entre serios e ingenuos, puesto que está «privado de la estima de los serios y del amor de los frívolos», evidencia de alguna forma que la propia existencia de serios y frívolos indica a ambos, a la vez, como frívolos y serios, lo que equivaldría a decir que el opresor lo es porque existe el oprimido y este lo es porque existe el opresor, en diversos contextos en que ambos se matan en la misma eterna trama histórica de la tradición del oprimido. Es decir, como ha pasado y sigue pasando en Colombia.
La clase propietaria está representada por el personaje Braz Cubas, porque el narrador inscribe el perfil del soberano. Éste, con su frivolidad, transforma todo lo que es sólido en nada, en nihilismo, en muerte, cuanto más vive su bestia, idiota, frívola vida. Transforma, por tanto, la vida real, la del mundo del trabajo esclavo, en vida desnuda, matable, como diría Agamben. Como desde el comienzo de su mandato hizo Santos hasta cuando, poco a poco, perdió prestigio ante la opinión por tanta promesa y tan poca realidad cumplida. Primero, se hizo elegir traicionando a su antiguo «Jefe» y luego re-elegir prometiendo a todos, incluso a la «opositora» y crédula Izquierda, que haría la paz a como diera lugar: y no la hizo, porque eso era apenas la muestra de su frivolidad, la de los políticos, que al inicio hacen todas las promesas y, luego, sienten desprecio por lo que han prometido, como se dice en el filme En busca de Ricardo III: «La verdad es que todos los que detentan el poder sienten un hondo desprecio por todo lo que prometen, por todo lo que han jurado».
Ahora, a propósito, es lícito preguntar: ¿si un político es capaz de valerse de las argucias de su líder, luego traicionarlo, volverse contra su pueblo y, por último, mandar a asesinar a miles de sus jóvenes, es posible que sea merecedor del Nobel de Paz? ¿Si consigue ser elegido con los mismos votos que le sirvieron a su antecesor para ganar la primera elección y, luego, re-elegido gracias a engaños como el de prometer hacer la paz y cuando ya la ha conseguido prácticamente la somete a un fraudulento -a causa de sus «opositores» del Centro Democrático y de buena parte del sector empresarial como Ardila Lülle (la diéresis como arribismo de clase), Luis Carlos Sarmiento, Seguros Bolívar: qué pena, don Simón- e incierto Plebiscito, innecesario desde el punto de vista constitucional, es sensato decir que sus promesas fueron honestas? ¿Un presidente que promete tanto al comienzo, defrauda en la mitad y se re-encaucha al final gracias a la confianza que todo un pueblo deposita en él, es alguien serio, como se considera todo soberano, o es, más bien, el frívolo, como todo soberano considera a su súbdito sabiendo de antemano que éste no es el intrascendente sino aquél, que transforma la frivolidad de sus representaciones del mundo en falsa conciencia, haciendo además culpable al pueblo de un fracaso que es apenas su propia responsabilidad?
Tal como el personaje/narrador Braz Cubas, el soberano/la clase dominante es no sólo el/la que mantiene la idea dominante de una época dada, sino también el/la que pone patas arriba al planeta, transformando la frivolidad de sus representaciones del mundo en falsa conciencia. Si bajo este punto de vista, con Carl Schmitt, en Teología política (1922) el soberano es definido como aquel que decide el estado de excepción, no sería absurdo decir -y si lo fuera, no hay lío- lo siguiente: la ideología, entendida como falsa conciencia, como frivolidad, decide el estado de excepción de una época dada, pero lo hace a partir del siguiente argumento de Agamben, tomado de Medios sin fin. Notas sobre la política (Pre-Textos, 2001): «El soberano es aquel que guarda la relación entre la ley y la violencia» (2).
Notas a propósito del NO al Plebiscito
A propósito de la cantidad de propaganda negra con la que el Centro Democrático (CD) y sus sucios/socios inundaron buena parte de las ciudades colombianas, cabe señalar: no es que el país está de luto, sino que los propiciadores del plebiscito son más amigos de la muerte que de la vida, de la guerra que de la paz; no es sólo por acción del dúo Uribe/CD que el país está dividido sino que los políticos en el Poder, los medios y los paracos tras la cortina de humo, ayudaron a polarizarlo con distractores como los de que «Colombia va hacia el comunismo y el castro-chavismo», «el país será entregado a las FARC», «seremos tomados por la identidad de género y por el homosexualismo/lesbianismo»; ahora bien, es cierto que los políticos desvirtúan, deforman todo a su servicio: como es el caso del Art. 22 de la Carta que consagra a la Paz como un derecho universal e inalienable a ser protegido por el Estado, que no necesita de plebiscito alguno para ser llevado a efecto y, sin embargo, es manoseado, maltratado y tirado sobre la sociedad, cual cáscara de limón ya exprimido, haciéndola de paso culpable de los hechos por ellos propiciados. Por último, ni Uribe ni su CD la han demostrado nada al mundo respecto a un supuesto poder para mantener al país sumido en la pobreza mental. La pobreza mental estaría en dar eso como hecho, cuando lo que hay en ellos es la capacidad de torcerlo todo, de comprar pobres conciencias, de asimilar a seres hundidos hasta el cuello en el lodo de la indignidad: los que no la tienen o la han perdido, creen que ya no es posible que nadie más tenga dignidad.
Una de las cosas, y de las más dolorosas, que pueden leerse sobre los resultados del plebiscito, es que los propagadores del NO se crean triunfadores. Como antes de votar, el Gobierno, en boca del general Mejía Ferrero, se creyó «ganador» ante las FARC: ningún conflicto se resuelve cuando una de las partes se considera superior a la otra, el diálogo sólo es posible entre iguales. Pocas cuestiones tan negativas en una elección como que haya polarizadores que previamente le decretan a la gente qué hacer: ¿no dizque el voto es sagrado, como la vida, y secreto, como la muerte? Claro, me refiero a la muerte natural, no a la que aquí ha sido connatural, la violenta. Ahora el Gobierno puede salir a decir: «Miren, colombianos, ahí tuvieron la oportunidad de la paz, nosotros se la brindamos y ustedes la han desperdiciado.» Lamento muchísimo los resultados negativos de este plebiscito sobre todo por los millones de colombianos representados en mi hijo Santiago, quien tenía puestas sus esperanzas en dicho trámite para que cesaran los 27 años que ha tenido que vivir entre la guerra, la violencia, la injusticia. En todo caso, recuérdese que ni la paz, ni la justicia, ni la libertad provendrán jamás del Gobierno, mucho menos la justicia social que es la que puede llevar a la paz de verdad no a la de los sepulcros, sino que la paz, la justicia social y la libertad de un pueblo hay que conquistarlas desde abajo.
No obstante, era previsible lo relacionado con el Acuerdo y los resultados del Plebiscito y aquí se dirá por qué. Mientras por un lado se negocia la paz, por el otro el Gobierno, por vía y decisión personal del presidente Santos, prepara el ingreso de Colombia a la OTAN desde junio de 2013, lo mismo que a la OCDE, sin consultarle nada a nadie, lo que significa un callado anuncio de guerra. Si pudiera haber gente que todavía se escandalice cuando se dice que a Santos, por encima de los intereses nacionales, le agrada más jugar al Nobel de Paz, podría agregarse que él se hizo elegir, en la primera ocasión, a punta de votos para salvar el estómago u obligando a los funcionarios de distintas entidades (magisterio, DANE, Planeación Nacional, etc.) y que, en la segunda, engañó a todo el mundo, incluso a la Izquierda, con el cuento de la paz, hasta llegar a los pésimos resultados del Plebiscito. Se dice que la democracia está en problemas: no, no es eso. El problema son los políticos que muy lejos están de poder hablar de democracia, cuando hay es una dictadura civil, como la de Santos en Colombia, según lo sostiene el ex magistrado Jaime Araújo Rentería (2) .
Si se observan las distintas imágenes publicadas en las redes sociales, no es descabellado afirmar que los que patrocinaron el SÍ votaron por el NO. Este sigue siendo un país monacal, cavernario, machista, homofóbico, paranoide/comunista, como sus patrones los gringos. Ah, y creyente en todo aunque no crea en nada: en nada, claro, que sea diferente a lo aceptado tácitamente por una masa ignorante, gavillera y honesta hasta el acceso homicida, por tener que demostrar lo contrario. Y respecto a los políticos y su sempiterna farsa, no se olvide a Robert Müsil: «Los partidos políticos existen sólo por miedo a las ideas ajenas, por eso se protegen entre sí y cuidan las ideas que han heredado. No sirven para cumplir lo que prometen, sino para destruir las promesas de los otros.» Así como frente al Poder, tampoco a Peter Handke: «Lo que me irrita y me incapacita para llevar una existencia política no es la aversión a la violencia sino la aversión al poder. El poder, en tanto puede permitirse convertir la violencia en ritual, consigue que esta aparezca como la razonable. Mi repugnancia ante la violencia razonable del poder es inconmensurable. Concibo a casi todos los poderosos como hombres informes y faltos de vida.»
Mi hijo Santiago me hizo llegar estas perlas del gerente del CD y de la Campaña por el NO del Plebiscito. Juan Carlos Vélez: «Unos estrategas de Panamá y Brasil nos dijeron que la estrategia era dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación. En emisoras de estratos medios y altos nos basamos en la no impunidad, la elegibilidad y la reforma tributaria, mientras en las emisoras de estratos bajos nos enfocamos en subsidios. En cuanto al segmento en cada región utilizamos sus respectivos acentos. En la Costa individualizamos el mensaje de que nos íbamos a convertir en Venezuela.» Una confirmación más de que aquí, en Colombia, no hay democracia, porque la gente no vota libremente ni por el referente que quiere sino que es manipulado e impelido a votar por el parecer del cacique de turno; y, la masa, qué pena decirlo, acude en tropel a depositar su inconsciente voto por el que les fue «recomendado», si no obligado o forzado, sea por razones ideológicas, carentes de ideología o económicas. Una prueba más en torno a que «la democracia no funciona», como escribe el cronista Martín Caparrós desde Medellín (3).
Y luego revista Semana, publica la contraparte de la farsa, recordando además que muchos de los que votarían por el SÍ lo harían, finalmente, por el NO. «Álvaro Uribe regaña a Vélez por revelar estrategia del No». La campaña del No logró recaudar $1.300 millones de 30 personas naturales y 30 empresas, de acuerdo con las declaraciones de Vélez a La República , en la que «echó al agua al top5» de sus financiadores: la Organización Ardila Lülle, el Grupo Bolívar, el Grupo Uribe, Codiscos y Corbeta. «Los miembros de la junta de la ANDI decían que iban a votar por el Sí, pero realmente muchos iban por el No», afirma Vélez. Muy pronto, en las redes sociales incluso se comenzó a organizar campañas para boicotear a los financiadores del NO, muchos de los cuales han salido a explicar que aportaron a ambas campañas en la refrendación. «El No ha sido la campaña más barata y más efectiva de la historia», dice Vélez en entrevista con el diario conservador La República . La típica desfachatez del testaferro que le cuida la espalda al Patrón, éste lo regaña como si fuera su hijo y, peor, como si no tuviera nada que ver con el engendro (4) .
Sobre lo anterior, vale considerar la contribución del poeta Alirio Quimbayo Durán: «Viven de la sangre inocente del pueblo hasta la muerte; no les basta cómo masacran la economía de millones de hogares. Ahora, vuelven con sus mentiras para dividir a sus compatriotas y asesinar la paz de toda una nación. ¡Y para colmo de males se declaran amantes de la unidad familiar y creyentes de Dios! Ya lo investiga La Fiscalía. Art. 388 del C.P. sobre Fraude al sufragante: ‘El que mediante maniobra engañosa obtenga que un ciudadano o un extranjero rehabilitado por la ley, vote por determinado candidato, partido o corriente política o lo haga en blanco, incurrirá en prisión de cuatro a ocho años. En igual pena incurrirá quien por el mismo medio obtenga en plebiscito, referendo, consulta popular o revocatoria del mandato votación en determinado sentido’.»
Santos se hizo elegir la primera vez con los votos de su ex patrón Uribe, traicionándolo de paso y, luego, reelegir prometiendo la paz, mientras hacía la guerra. Fue el responsable de miles de «falsos positivos» junto al Salgareño, desde Soacha hasta Chinácota, y ordenó el asesinato, de Guillermo León Sáenz, alias Alfonso Cano, como el mismo Santos le contó al hermano concejal del máximo dirigente de las FARC, en 2011, cuando éste se encontraba por completo indefenso; lo mismo que ordenó el de Raúl Reyes, en 2006, en la llamada Operación Fénix, de paso una invasión del suelo ecuatoriano, del Mono Jojoy, en La Macarena, y del Negro Acacio y de Martín Caballero en Montes de María, sur de Bolívar, entre otros. Y más que «loco», como se ha dicho en redes sociales, el asunto es deliberado: él no quiere la paz de los colombianos porque tiene la presión de los gringos detrás y el ingreso, por «recomendación» del Grupo de Bilderberg, a la OTAN, lo que significa la continuidad de la guerra por otros 30/50 años, como ha dicho el sociólogo Atilio Borón (5). Santos sólo iba detrás del Nobel de Paz: ese es el reflejo de la mezquindad, la cursilería, la frivolidad del amo frente a los que llama sus esclavos. Vanidad personal mata compromiso social, al menos entre los políticos, como puede demostrarse históricamente: no ha habido un solo presidente en la historia de Colombia que haya mostrado real voluntad de paz. Además, ya se sabe por Emma Goldman, que «la libertad no descenderá al pueblo [desde el Gobierno, claro], sino que el pueblo tendrá que alzarse a la libertad». Tampoco descenderá la paz que, como la libertad, es más un deber que un derecho, así esté consignado como tal en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1948).
El periodismo crítico frente al Nobel, a los Acuerdos, al Plebiscito
Juan Manuel Santos: «Nadie está buscando la paz para ganar un premio, el gran premio es la paz de los colombianos». El presidente de Colombia habló con el corresponsal de BBC Mundo, Natalio Cosoy, una semana antes del plebiscito del 2 de octubre en el que ganó el «No» con un 50.21% de los votos. Conversaron sobre el acuerdo entre el gobierno y las FARC, sobre la paz y cuál podría ser la principal amenaza para el proceso. El 7/oct./2016 Santos fue reconocido con el Nobel de Paz por sus esfuerzos por acabar con el conflicto en el país sudamericano. Entrevista originalmente publicada el 26 de septiembre (6).
Explicación no pedida, confesión manifiesta, rezan las abuelas. Permítame disentir, señor Santos, pero dadas las suficientes demostraciones de mentiras y engaños que ha tenido, por encima de un supuesto interés suyo por el bienestar de los colombianos estuvo siempre su anhelo de ganarse el Nobel de Paz. Lo que pasa es que Usted cuenta con un vergonzoso factor que lo favorece: la desmemoria del pueblo colombiano. ¿Acaso no es Usted el responsable directo, como Ministro de Defensa del (des)gobierno de Uribe, de las miles de ejecuciones extrajudiciales? ¿No lo hace eso automático amigo de la guerra y responsable de crímenes de lesa humanidad, responsabilidad de la que ahora estaría procurando escabullirse con la posibilidad de una nueva Constituyente? ¿Cómo fue que se hizo elegir la primera vez si no fue gracias a la traición a su ex jefe y a su fortín electoral paramilitar de la Costa, el que Usted conquistó a punta de mermelada y cemento y ladrillos para los votantes, lo mismo que Uribe había hecho en su primera elección al asegurar a punta de fusil en la cabeza del votante 300 mil sufragios? ¿Qué pretexto utilizó para hacerse reelegir si no fue el engaño a su propia clase política e incluso a la oposición, la Izquierda, con el cuentico de la Paz, la que no era necesario someter a un plebiscito? ¿Actuó Usted, esta vez, con conocimiento o desconocimiento de causa, en el sentido de que bastaba una decisión honesta y verdadera para avalar los Acuerdos de La Habana, sin necesidad de tener que recurrir al constituyente primario? Si actuó con conocimiento de causa, eso se traduce en mala fe y si lo hizo con desconocimiento eso es (imperdonable) ignorancia y ya conoce Usted la sentencia: la ignorancia de la Ley no permite la transgresión de la Ley.
Y ahora el Comité Noruego le otorga a Usted, señor Juan Manuel Santos, el Nobel de Paz, un despropósito por donde se le mire. Y qué pena disentir de tanto ingenuo que a estas alturas aún diga «nada más merecido». ¿Se merece el Nobel de Paz una persona que ha promovido, sistemáticamente, la guerra, como Usted lo ha hecho, invadiendo a países vecinos, como Ecuador, o haciendo, por ejemplo, de manera deliberada, desaparecer de la faz de la tierra a Guillermo León Sáenz, alias Alfonso Cano, en situación de indefensión absoluta, a punta de bombas, ya sin gafas y trastabillando hasta su caída final? Porque no negará que fue Usted quien dio la orden expresa de asesinarlo, otro crimen de lesa humanidad, como le aseguró al hermano dizque porque Cano le hacía la guerra al Gobierno y así dar, más bien, un golpe de opinión. El responsable de ejecuciones extra-judiciales ahora, por los caprichos insensatos de la política, Nobel de Paz: ¿tiene esto coherencia? ¿Por qué no les preguntan a las Madres de Soacha qué piensan de esto, a ver dónde queda el «orgullo» nacional? Sinceramente, da pena. Una vergüenza con ellas y con el mundo.
Espero ser entendido: el Nobel debe ser para todos los colombianos, en especial para las víctimas de la guerra, pero jamás para quien, en efecto, lo recibió: ¿tiene sentido que el responsable de crímenes, cuando fue Ministro de Defensa, sea el que ahora lo reciba, por caprichos de la desmemoriada política y de la complicidad noruega con ella, que ahora ha reconocido que el Nobel a Santos fue un premio «político» (7)? Pobrecito del colombiano que olvida lo fundamental por tanta necesidad de ser reconocido o visibilizado.
Aquí se está volviendo al cuento de que todos los colombianos son iguales, pero hay unos más iguales. ¿Por qué Santos por encima de Timochenko si ambos son colombianos y están tratando de resolver, supuestamente, un acuerdo de paz? ¿Acaso la paz no se da sólo entre iguales? ¿Cuál es el rollo de que uno es más cabrón que el otro, simplemente porque le tocó enmontarse y el otro menos porque se quedó en la ciudad? ¿O es que hay alguien que aún pueda sostener que los campesinos perseguidos por el Gobierno en los años 50 se fueron al monte por masoquismo o por vocación guerrerista y no, como fue, por persecución oficial? ¿No es Santos el que ha guerreado siempre, a nombre de EE.UU y viene ahora a fungir como buscador de paz, cuando carga la responsabilidad por miles de crímenes y resulta Nobel, lo que siempre había buscado dado el histórico arribismo de nuestros dirigentes?
En reciente nota revista Semana, da muestras de un incomparable (mal) sentido del humor al decir seriamente: «En su testamento Alfred Nobel, el creador de los premios que llevan su nombre, dejó un párrafo especial sobre el tema de la paz. Este decía que ese galardón, el más importante, debería otorgarse anualmente a quien le hubiera prestado a la humanidad los siguientes servicios: ‘Haber laborado más y mejor en la obra de la fraternidad de los pueblos, a favor de la supresión o reducción de los ejércitos permanentes, y en pro de la formación y propagación de procesos de paz’. Como diría James Baldwin, permitan que este pobre negro se tape la boca, para disimular que se está riendo. Punto aparte se hace gala de una de las notas más hilarantes de los tiempos modernos, lo que ni Chaplin lograría: «Al leer esa frase se llega a la conclusión de que era difícil que Juan M. Santos no ganara el Nobel de Paz. Lo único que sorprendió fue que tuviera lugar después de la desconcertante derrota en el plebiscito y que solo incluyera al presidente, sin Timochenko.» (8)
Jefe negociador de las FARC en exclusiva a RT, 7/oct./2016: «Un Nobel de la Paz no se obtiene sin la contraparte». Tras una intensa ronda de reuniones con representantes del Gobierno colombiano, el jefe negociador de la paz por las FARC, Iván Márquez, ofreció declaraciones exclusivas al corresponsal de RT en Cuba, Oliver Zamora Oria, acerca de los resultados del plebiscito en Colombia y el futuro del acuerdo de paz. Hizo referencia al Nobel que ha recibido el presidente colombiano, cuya distinción le podría ayudar a revitalizar el acuerdo de paz, aunque también podría asumirse como un galardón compartido. «Un Nobel de la Paz no se obtiene sin la contraparte. Nosotros nos sentimos satisfechos de haber aportado un granito de arena al logro de tan alta distinción, aunque es justo mencionar también la lucha del pueblo colombiano, a las víctimas y al papel desempeñado, en primer lugar, por los países garantes, Cuba y Noruega, y por los países acompañantes, Venezuela y Chile, que siempre estuvieron presentes», explica Márquez (9) . Fernando Vallejo ha dicho que «la maldad debería medirse en uribes». Y la mentira, digo, en Santos. La historia dará la razón, así los cándidos la quieran quitar hoy. Mientras tanto, dada la habilidad de los políticos para el engaño, la gente puede seguir creyendo en sus promesas. Pero, recuérdese al ya citado Müsil: «Los partidos políticos […] no sirven para cumplir lo que prometen, sino para destruir las promesas de los otros.» El que no sirve para cumplir lo que promete es Santos, quien en diálogo con la BBC dijo que «renunciaría si colombianos no firman acuerdo de paz» (10) ; el que sólo sirve para destruir las promesas de los otros es, entre muchos más, Uribe, como quedó demostrado con la campaña negra del Plebiscito que su partido montó para mentirle y hacerle fraude al sufragante, hecho que debe ser sancionado ahora por el CNE y por las autoridades como quiera que se trata de un delito, Art. 388 modificado, Art. 40 del C. P. Y aquí se recuerda lo que se vio y oyó durante la Marcha del Silencio en Antioquia, 7/oct./2016: «Antioquia no es Álvaro Uribe». Mucho menos, Colombia, que ahora pese a los engaños descarados de sus gobernantes, políticos, funcionarios, empresarios, militares, clero, mercachifles de todo tipo, comienza a despertar de una larga pesadilla, travestida en sueño pese al amargo sabor de la mermelada oficial, la burocracia paquidérmica y la corrupción aderezada con el almíbar del silencio mediático.
A propósito, Yohir Akerman en Gerente de la indignación, El Espectador: «Indignar tergiversando los mensajes, indignar con mentiras, indignar con miedo diseñado para cada una de las audiencias. Indignar. A los de la tercera edad les dijeron que se ponía en riesgo su pensión por la reforma tributaria, a los de la costa les aseguraron que Colombia se convertiría en Venezuela por el castrochavismo, a los de estratos bajos los convencieron que perderían sus subsidios por los salarios de los guerrilleros, a los de estratos altos los convencieron que perderían sus tierras con el acuerdo, incluso a los conservadores los hicieron creer que el país se llenaría de homosexuales con la paz. [A los taxistas de Bogotá se les dijo que perderían sus vehículos y a la gente que el país sería entregado a las FARC, como si fuera posible quitárselo a Sarmiento, Ardila, los Santo Domingo, los terratenientes] Increíble pero cierto. En palabras del señor Vélez: ‘La estrategia era dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación’. Y lo lograron.» (11)
Ahora William Ospina en El país invisible, El Espectador: «¿Por qué dijo Santos que si perdía el Sí al otro día recomenzaba la guerra [y renunciaba y no lo cumplió]? ¿Por qué dijo Humberto de la Calle que no había acuerdo mejor [bueno, esto lo dijo antes el rector del Externado, Juan Carlos Henao, constitucionalista y ex magistrado] y ahora todos se disponen a mejorarlo? La paz que diseñan nuestras élites y su clase política es una paz para ellas, pero no para el país. Ahora van a intentar montar otra vez el Frente Nacional, y veremos no sólo a Uribe en Palacio sino a lo mejor el renacer de aquella vieja fraternidad que por razones electorales se revistió por un tiempo con los ropajes de la Bella y la Bestia. Ya están hablando del medio país del Sí y del medio país del No: que Colombia se vaya preparando para quedar una vez más por fuera del acuerdo entre los dirigentes, que cuando se odian es para ponernos a pelear entre nosotros, y cuando se unen es para borrarnos. Todavía están pensando que se puede hacer la paz sin empezar a corregir las tremendas injusticias que dieron origen a la guerra. […] Es el viejo bipartidismo el que tiene al país como está. Es la vieja dirigencia y su clase política la que se nutre de nuestras esperanzas y de nuestros desengaños. Siempre nos hacen creer que debemos sentarnos a esperar las soluciones que están diseñando, el país feliz que sólo ellos saben cómo construir. Ahora han puesto a las FARC a pedir perdón en cada esquina, […], pero los dueños de todo, que son los responsables de todo desde hace 70 años, nunca asumen su responsabilidad. Hay que verlos: ellos son los que acusan y los que perdonan.» (12)
Camilo Torres Restrepo y el engaño histórico
Como sea que el imperio estadounidense ha estado detrás y al frente de los destinos políticos del país, bien cabe recordar la postura de Camilo Torres R., quien desde el ayer hace sentir el hoy cuando habla del engaño histórico al que los políticos han sometido al país, máxime ahora que diversos columnistas han advertido el regreso del Frente Nacional, el que señaló la repartición burocrática por el bipartidismo. Quienes sigan haciendo imposible la revolución pacífica, gestarán la revolución violenta: gobernantes y políticos en general deberían recordar que los hombres de toda nación y en particular sus artistas saben que un país con hambre y sin educación es un país injusto y proclive a la violencia, que la opresión prolongada sólo puede conducir a soluciones extremas, que en cualquier momento y por más diferido que parezca un sueño colectivo puede estallar… ¡Ah!, y, a los miembros de la sociedad civil, que no hay que creer en caricias del sistema pues su signo es la dominación, no el afecto, o sea, el engaño para someter al pueblo hasta el cansancio o la obediencia, jamás para tender puentes de acercamiento, diálogos entre iguales y no entre aquéllos que siempre se han sentido más iguales y que en su soberbia no saben otra cosa que despreciar a los demás: a los que llaman enemigos y terminan calificando como guerrilleros o narcoterroristas, desnaturalizados que entrañan lo peor de la especie humana.
Camilo Torres entendió algo inevitable y que hoy produce urticaria entre Iglesia, oligarquía, Estado, fuerzas militares e imperialismo gringo: que la ancestral, silenciosa y estoica paciencia de los pobres no ha sido más que el producto de un engaño. Ahora, cuando los jóvenes están conociendo o reconociendo tal engaño, así como el alcance de su poder, su rebelión metafísica no admite más dilaciones. Como señala Germán Guzmán, el postulado principal de Camilo era una revolución del/por/con y para el pueblo. Sin embargo, no tenía posturas soberbias ni actitudes mesiánicas, tan caras a estos tiempos, sólo atesoraba la verdad que tanto enfurece, más que duele, a esos oscuros explotadores de la oligarquía que ciegamente obedecen las órdenes tácitas del Imperio, pero que al oír las voces oligarquía e imperialismo se escandalizan más por tal nimiedad que, obvio, por todos los crímenes que a plena luz han cometido en sus turbias, perversas, miserables existencias:
«Yo no me considero representante de la clase colombiana, ni jefe del Frente Unido, ni líder de la revolución colombiana, porque no he sido elegido por el pueblo. Aspiro a ser aceptado por éste como un servidor de la revolución». Lo que en efecto fue hasta ser asesinado en Patio Cemento, corregimiento El Carmen, municipio San Vicente de Chucurí, Santander, el 15 de febrero de 1966. En su Proclama a los colombianos (7.I.66), sostuvo: «Yo me he incorporado a la lucha armada. Me he incorporado al ELN porque en él encontré los mismos ideales del Frente Unido. Encontré el deseo y la realización de una unidad por la base, de base campesina, sin diferencias religiosas ni de partidos tradicionales. Sin ningún ánimo de combatir a los elementos revolucionarios de cualquier sector, movimiento o partido. Sin caudillismos. Que busca liberar al pueblo de la explotación de las oligarquías y del imperialismo. Que no depondrá las armas mientras el poder no esté totalmente en manos del pueblo.» Quizás el lector experimente el mismo escalofrío que debió sentir Camilo Torres al tener que enfrentarse a la oligarquía, al imperialismo, a las fuerzas militares, al clero, a la godarria.
Respecto al engaño histórico citado, sería injusto, con el pensamiento y ante todo con la valentía de Camilo Torres, omitir lo que consignó en el Frente Unido, Edición Extraordinaria, 9/dic/1965, texto conocido por Mensaje a la Oligarquía, borrado del mapa de la historia oficial para gozo de los siervos de los amos de la guerra:
«Dirigir un mensaje a los que no quieren ni pueden oír es un deber penoso. Sin embargo, es un deber, y un deber histórico, en el momento que la oligarquía colombiana quiere llegar a hacer culminar su iniquidad en contra de la patria y de los colombianos. Durante más de 150 años la casta económica, las pocas familias que tienen casi toda la riqueza colombiana, ha usurpado el poder político en su propio provecho. Ha usado todas las artimañas y trampas para conservar ese poder engañando al pueblo. Inventaron la división entre liberales y conservadores. Esta división, que no comprendía el pueblo, sirvió para sembrar el odio entre los mismos elementos de la clase popular. Esos odios ancestrales transmitidos de padres a hijos han servido únicamente a la oligarquía. Mientras los pobres pelean, los ricos gobiernan en su propio provecho. […] Lo único que dividía a los oligarcas liberales de los oligarcas conservadores era el problema de la repartición del presupuesto y de los puestos públicos. […] Cuando apareció Jorge Eliécer Gaitán enarbolando la bandera de la restauración moral de la República, lo hizo tanto en contra de la oligarquía liberal como de la conservadora. Por eso las dos oligarquías fueron antigaitanistas. La oligarquía liberal se volvió gaitanista después de que la oligarquía conservadora mató a Gaitán en las calles de Bogotá. Ya iniciada en el camino de la violencia para conservar el poder, la oligarquía no parará en el uso de esa violencia. Puso a los campesinos liberales a que se mataran con los conservadores. Cuando la agresividad, el odio y el rencor de los pobres se desbordaron en una lucha entre los necesitados de Colombia, la oligarquía se asustó y propició el golpe militar. El gobierno militar tampoco sirvió en forma suficientemente eficaz a los intereses de la oligarquía. Entonces el jefe de la oligarquía liberal, doctor Alberto Lleras Camargo, y el jefe de la oligarquía conservadora, doctor Laureano Gómez, se reunieron para hacer un examen de conciencia y se dijeron: ‘Por estar peleando por el reparto del presupuesto y del botín burocrático, casi perdemos el poder para la oligarquía. Dejémonos de pelear por eso haciendo un contrato, dividiéndonos el país como quien se divide una hacienda, por mitad, entre las dos oligarquías. La paridad y la alternación nos permiten un reparto equitativo y así podemos formar un partido nuevo, el partido de la oligarquía’. Así nació el Frente Nacional como el primer partido de clase, el de la oligarquía colombiana. El pueblo vuelve a ser engañado y concurre a las elecciones a votar el plebiscito, a votar por Alberto Lleras, por el Frente Nacional. El resultado, naturalmente, fue peor: ahora era la oligarquía unida la que gobernaba en contra del pueblo. El Frente Nacional dijo que remediaría la situación financiera, y duplicó la deuda externa produciendo tres devaluaciones (hasta ahora) y con ellas la miseria del pueblo por varias generaciones. El Frente Nacional dijo que haría la reforma agraria, y no hizo sino dictar una ley que garantiza los intereses de los ricos en contra de los derechos de los pobres. El Frente Nacional logró la mayor abstención electoral de nuestra historia y ahora, ante su fracaso total, ¿qué está haciendo la oligarquía? Vuelve a recurrir a la violencia. Declara el estado de sitio. Legisla por decreto. Vende el país a los EE.UU. Se reúne en un lujoso hotel y decide sobre el próximo presidente. Desde los salones resuelven sobre el país entero. Están completamente ciegos. Señores oligarcas, el Pueblo ya no les cree nada a ustedes. El Pueblo no quiere votar por ustedes. El Pueblo está harto y desesperado. El Pueblo no quiere ir a las elecciones que ustedes organicen. […] El Pueblo está sufriendo y resuelto a todo.» (13)
A manera de conclusión
Para enlazar con lo dicho al comienzo en torno a Las memorias póstumas de Braz Cubas , sobre el «amo» y sus «esclavos», el opresor y el oprimido, el lenguaje del imperialismo estadounidense, no es tan difícil de entender, sino que basta leerlo al revés de lo que dice. Si dice «queremos paz», léase no solamente «queremos guerra», sino también entiéndase como táctica de guerra, con el fin de ponerte en una posición desarmada, para avanzar contra ti; si dice «democracia», quiere decir dictadura, golpe de Estado; si sonríe para ti es porque te odia; si pone a una mujer en un cargo de estado, en el poder, es porque ésta no pasará de ser una máscara para esconder el rostro del más absoluto patriarcado y si no la pone es símbolo de que el patriarcado es aplastante; si este rostro fuera el de un negro o el de una negra es igualmente porque éste o ésta es en realidad una máscara de supremacía blanca, esto es, un disfraz del fundamentalismo étnico anglo-sajón como el lugar del nazismo contemporáneo, disimulándose para que tú no veas el holocausto del genocidio étnico contra negros, amarillos, indios, homosexuales y demás minorías, a escala planetaria.
Bastaría trasladar el lenguaje del imperialismo gringo a las élites colombianas y entender que aquí también basta leerlo al revés, para comprobar que sus decisiones políticas no están encaminadas a hacerle ningún beneficio al país sino a satisfacer la vanidad, el egoísmo, la avaricia de aquéllos que deciden la vida de los otros, pero tienen el descaro, como Santos al recibir el Nobel, de confesar: «No puede aceptarse más a quienes pretenden seguir decidiendo el destino de los demás». Y, mientras tanto, en la vida real, concreta, los supuestos «poderosos», empresarios y terratenientes, representados por el «soberano» Santos, el que guarda la relación entre la ley y la violencia, les siguen imponiendo a los teóricos súbditos/frívolos el diktat socio-político proveniente del Imperio gringo, disfrazado o, peor, travestido, de «democracia», cuando en realidad, como ha dicho el ex magistrado Araújo, se trata de una no tan simple y harto contundente dictadura civil, la que deriva del engaño que se veía venir: » El acuerdo no da nacimiento a ningún tratado internacional, pero sí convierte a la Constitución en un disfraz de la dictadura civil de Santos, y de paso convierte en eunucos al Congreso y a la Corte Constitucional. » (14) ¿Se necesita croquis?
Entretanto, la masa desinformada, manipulada, maltratada, sigue creyendo en la «honrosa» distinción del Nobel para un gobernante que no lo merecía, que ha mentido históricamente, como buen jugador de póker, que hoy dice una cosa y mañana otra, como mal político que es, y esa masa sigue esperanzada en los falsos titulares que emanan de la manipuladora y manipulada prensa que cohonesta de puertas para adentro el statu quo pero que hacia afuera habla de libertad de expresión, alimenta la farsa de que aquí se puede decir cualquier cosa y, en efecto, todo el mundo termina diciéndola y queriendo hacerle sentir al otro que no hay sino una verdad: la que dice el mentiroso presidente de turno. Que seguirá «luchando sin tregua por la anhelada paz de todos los colombianos» y, más recientemente: «No los voy a dejar colgados de la brocha con la paz», lo que, proviniendo de él, debe leerse exactamente al revés (15) y que la historia ojalá me desmienta: en lo que no seré desmentido, eso sí, será respecto a que el plebiscito no era necesario para validar la paz ni, mucho menos, para deslegitimarla, así como el resultado del plebiscito no reduce la obligación constitucional del Estado de garantizar dicha paz , como sostiene el jurista y penalista Luigi Ferrajoli: » El referéndum no era y no es necesario para legitimar la paz, y mucho menos era y es suficiente para deslegitimarla.» (16) Mientras tanto, los «colombianos de bien» continuarán en su sobrevivencia al margen de la nula labor estatal respecto a los asuntos cruciales en su vida, en la vida de todos los hombres: los derechos humanos, la Justicia social, la salud, la educación, la vivienda, un trabajo digno e incluso una suerte de proto-utopía: una vida sin políticos mentirosos. O una vida sin políticos ni corrupción (17) . O una vida, a secas.
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA:
(1) http://www.eldiplo.info/portal/index.php/1851/item/1036-paz-verdades-a-medias-y-mentiras-completas
(2) http://rebelion.org/noticia.php?id=210968
(5) http://www.alainet.org/es/active/64478
(6) http://www.bbc.com/mundo/media-37473337
(7) http://www.elespectador.com/noticias/politica/si-el-nobel-santos-fue-politico-articulo-659174
(9) https://actualidad.rt.com/actualidad/220680-ivan-marquez-farc-santos-exclusiva-rt
(11) http://www.elespectador.com/opinion/gerente-de-indignacion
(12) http://www.elespectador.com/opinion/el-pais-invisible
(13) Muñoz Sarmiento, Luis Carlos et al. Camilo Torres: Cruz de luz (FiCa, 2006) pp. 24 a 52.
(14) http://www.eldiplo.info/portal/index.php/1851/item/1036-paz-verdades-a-medias-y-mentiras-completas
(17) https://www.youtube.com/watch?v=TPdBE_zPt-s
https://www.youtube.com/watch?v=nvsjdE-ENuA
https://www.youtube.com/watch?v=iHkp_8ezKAQ
Luis Carlos Muñoz Sarmiento: (Bogotá, Colombia, 1957) Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Estudios de Zootecnia, U. N. Bogotá. Periodista, de INPAHU, especializado en Prensa Escrita, T. P. 8225. Profesor Fac. de Derecho de la U. Nacional, Bogotá (2000-2002). Realizador y locutor de Una mirada al jazz y La Fábrica de Sueños: Radiodifusora Nacional, Javeriana Estéreo y U. N. Radio (1990-2014). Fundador y director del Cine-Club Andrés Caicedo desde 1984. Colaborador de El Magazín de El Espectador. Ex Director del Cine-Club U. Los Libertadores y ex docente de la Transversalidad Hum-Bie Universitario. de la misma institución (2012-2015). Escribe en: www.agulha.com.br www.argenpress.com www.fronterad.com www.auroraboreal.net www.milinviernos.com Corresponsal en Colombia www.materika.com Costa Rica. Co-autor de los libros Camilo Torres: Cruz de luz (FiCa, 2006); La muerte del endriago y otros cuentos (U. Central, 2007); Izquierdas: definiciones, movimientos y proyectos en Colombia y América Latina, U. Central, Bogotá (2014); Literatura, Marxismo y Modernismo en época de Pos autonomía literaria, UFES, Vitória, ES, Brasil (2015); y Guerra y literatura en la obra de Jorge Eliécer Pardo (U. del Valle, 2016). Autor de ensayos publicados en Cuadernos del Cine-Club, U. Central, sobre Fassbinder, Wenders, Scorsese. Autor del libro Cine & Literatura: El matrimonio de la posible convivencia (2014), U. Los Libertadores. Autor de la contraportada de la novela Trashumantes de la guerra perdida (Pijao, 2016), de J. E. Pardo. Espera la publicación de sus libros Ocho minutos y otros cuentos, El crimen consumado a plena luz (Ensayos sobre Literatura), La Fábrica de Sueños (Ensayos sobre Cine), Músicos del Brasil, La larga primavera de la anarquía – Vida y muerte de Valentina (Novela), Grandes del Jazz, La sociedad del control soberano y la biotanatopolítica del imperialismo estadounidense, en coautoría con Luís E. Soares. Hoy, autor, traductor y coautor, con aquél, de ensayos para Rebelión. E-mail: [email protected]
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.