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El Espíritu de Paz

Fuentes: Rebelión

«En pueblos, sólo edifican los que perdonan y aman».  Martí En la edición del 20 de junio del periódico Desde Abajo, el representante a la Cámara Iván Cepeda Castro señaló: «Hemos avanzado en Colombia en pensar sobre: ¿Qué significa Verdad, Justicia y Reparación? ¿Quiénes son las víctimas, cuál es su lugar, su papel en la […]

«En pueblos, sólo edifican los que perdonan y aman».
 
Martí

En la edición del 20 de junio del periódico Desde Abajo, el representante a la Cámara Iván Cepeda Castro señaló:

«Hemos avanzado en Colombia en pensar sobre: ¿Qué significa Verdad, Justicia y Reparación? ¿Quiénes son las víctimas, cuál es su lugar, su papel en la sociedad? ¿En qué han consistido la criminalidad y la violencia? Ahora viene un momento en que vamos a tener que pensar esos y otros problemas. ¿Qué significa pensar un país sin guerra? ¿Cuál es el reto que eso plantea? ¿Cuáles son las grandes oportunidades que pudieran abrirse? Para eso se requiere imaginación política, se requiere generosidad y se requiere desprenderse de una muy espesa capa de relaciones, formas de actuación, estructuras de pensamiento, que tiene la densidad de 60 años de cuerpos sometidos a la confrontación».

 

El espíritu de la paz será imprescindible para que las conversaciones en la mesa de acuerdos, que se inician en octubre, lleguen al fin conjuntamente anhelado. En nuestra tierra el espíritu de paz ha brotado de los sufrimientos inenarrables y las atrocidades de la guerra. El espíritu de paz está enraizado en el carácter sencillo, bondadoso, alegre y laborioso de un pueblo de pueblos que fue arrojado más allá del séptimo circulo del infierno. Si los altos responsables en la tarea de alcanzar los acuerdos, no escuchan el clamor silencioso del pueblo que ha sufrido la guerra y la degradación de la guerra, y encarnan ese espíritu de paz, será muy difícil alcanzar el pacto que ponga fin a la confrontación.

Si a la mesa de acuerdos se acude con el ánimo de negociar y no de encontrar conjuntamente la formula que resuelva el enigma de la paz, será difícil que avancemos hacia ella. Si a la mesa se acude con la pretensión de imponer con la fuerza o con la argucia los intereses propios , y no con la determinación de cerrar conjuntamente la antigua y profunda herida que se infringió y nos dividió y nos enfrentó , en la época reciente al menos desde los acontecimientos que narró Daniel Caicedo en Viento Seco, la confrontación se mantendrá.

Si se acude a la mesa de acuerdos contemplando en el otro al «terrorista» o al «enemigo de clase» , si la máscara de la amabilidad oculta el rostro del rencor, el desprecio o el odio; si no se varían las formas de conciencia y los lenguajes que nos conducen al enfrentamiento; si el lenguaje se utiliza para ocultar y no para avanzar en la comprensión colectiva del derrotero trágico en el que nos vimos envueltos, no estará presente el espíritu de paz necesario para curar las conmociones que llevamos dentro y cerrar la página de la barbarie.

La tarea de la memoria entrelazada y esclarecedora, de la construcción conjunta de la verdad, que no nos catapulte hacia el dolor y la ira, sino a la comprensión colectiva y a la garantía de no repetición  podría ser parte de la curación colectiva y el avance hacia una cultura en la que la violencia sea contemplada colectivamente como parte de un pasado vergonzoso que no podemos repetir.

Las verdades parciales : Palacio de Justicia, retenciones o secuestros, asesinatos selectivos, masacres, magnicidios, desapariciones, detenciones masivas, Mapiripan, Chengue, Segovia, Magdalena Medio, Urabá, Norte del Valle, que revelan partes de la verdad y de los responsables medios, ocultan el designio de exterminio y los altos responsables de la aniquilación sistemática, y no favorecen la verdad comprensiva que dicen pretender. Esos Informes parciales insisten en transmitir una visión del pasado en la que los intereses y la dinámica de la confrontación han sido nacionales, en esa mirada no ha estado presente el decisivo entramado internacional, la mirada geoestratégica. Mientras no comprendamos colectivamente lo que nos sucedió, las dinámicas que nos empujaron hacia el infierno de la degradación ética, el odio, la crueldad y el genocidio, esas dinámicas podrán volver a imponerse.

Los destrozos en el tejido social, resultantes de los hechos monstruosos encadenados en una espiral que ha atentado contra la fe en la condición humana, de una comunicación masiva dominada por la pulsión de aturdir frente a lo que ha sucedido, y de una educación que no guarda relación alguna con nuestras circunstancias, nos han convertido en una comunidad extrañada de sí misma, en una comunidad ignorante e indolente a la suerte del otro que es cada uno de nosotros; en este sentido la verdad compartida sobre el entramado y la dinámica de intereses que nos catapultaron hacia el exterminio, la guerra y la degradación de la guerra, es parte de la paz.

Muchas voces muy inteligentes, estudiosas y conocedoras de nuestro pasado y presente han guardado silencio por temor o por conveniencia. Saben usar las palabras con sutil refinamiento, enviar mensajes cifrados, desviar la atención pública de sus intereses vitales y de la búsqueda de respuestas a los interrogantes que nos permitirían comprender lo que nos ha sucedido, evitando así la repetición de la rueda del horror.

No se trata de esclarecer para odiar, para alimentar el rencor, se trata de esclarecer para ubicarnos colectivamente en un umbral que nos permita superar las condiciones que fraguan la violencia, evitar la condena y la descalificación fáciles, erosionar las costras culturales que nos fueron impuestas, como el individualismo en pueblos de milenario sentido de comunidad, o la búsqueda feroz y frenética de fortuna material en pueblos frugales y para los cuales la tierra era madre viva y generosa para cuidar, y no objeto inerte para adueñarse y esquilmar.

 

«De cambiar el alma se trata, no de cambiar de vestido».

 Martí 

Ocultar o desdibujar las responsabilidades propias ayudará a la línea de conducta que privilegia los beneficios sectoriales. Favorecerá la idea de concentrarse en garantizar al menor costo posible los réditos que arroja el ingreso al post conflicto. Bien sea para la red corporativa atlántica y nacional, bien sea para la organización política que brote por parte de la insurgencia; y ese no es un camino hacia la paz.

Un entramado de intereses coaligados monitorea en cada instante el proceso para evitar la más mínima afectación de sus beneficios, y asegurar, en cambio, una ampliación de sus rendimientos. Hay una mentalidad estratégica para la cual la región fue y es sustento de poder global y los yacimientos energéticos siguen siendo una yugular. Dice que no intervendrá, pero no puede renunciar a sus intereses, ni a dejar de usar sus instrumentos de control. Pero para ese entramado la deriva de la guerra puede ser catastrófica y la resolución del enigma de la paz puede garantizar, en cambio, beneficios inconmensurables. Para ayudar a resolver el enigma es necesario que el entramado amplíe la conciencia sobre lo adeudado históricamente con el territorio y nuestros pueblos, y que tengan presentes los incuantificables beneficios políticos y económicos que les procurará un nuevo escenario regional.

Avanzar en una verdadera seguridad pasa por una inversión sabia que garantice la no producción social, por una parte, de niños y jóvenes hambreados, confundidos, sin esperanzas ni ganas de vivir mucho en medio de condiciones infernales, y, por otra parte, de niños y jóvenes que crecen sin conocer los factores reales del país que habitan y al que, al mismo tiempo, consideran su propiedad, así como consideran a sus pueblos su vasallaje.

Por otra parte, no se puede pasar la página sin lo que Fidel llamó «el valor de reconocer los errores». Caudales de sufrimiento injustificable bajo ningún punto de vista se han infringido. Ese sufrimiento no se puede obviar con el expediente de: «esas cosas pasan, son propias de toda guerra». No se puede justificar la barbarie propia en la barbarie del otro. Si no se construye un referente ejemplar, otro modo de proceder en los fines y en los medios, no hay alternativa al horror imperante.

Llevar a la mesa de los acuerdos un corazón con más ambiciones y pensamiento confrontativo, desnudo o embozado, que deseo ferviente de servir a un pueblo martirizado, significará que el espíritu de paz, imprescindible para avanzar hacia el fin de la confrontación, no dará frutos. El espíritu de paz no se puede imponer al otro. Se puede, sí, hacer el ejercicio del cuidado de la mente propia como un vaso sagrado, para que ese espíritu nos habite.

Si el fuego sagrado de la memoria de las niñas y los niños (San José de Apartadó, Machuca, Cajamarca, Pueblo Rico, Santo Domingo, Tame, entre otras geografías del espanto inenarrable), si la memoria de las mujeres y los hombres cuyas vidas nos han sido arrebatadas en la hoguera del genocidio y el conflicto, sí la energía irrefrenable de los sueños de un porvenir diferente en un pueblo tan indeciblemente lastimado, si la conciencia clara de la responsabilidad propia en los estragos causados y la determinación de servir y no de ser servido, acompañan la comunicación que revele la salida hacia la paz estable y duradera, los viejos y nuevos obstáculos podrán ser superados.

No habrá «realismos» que establezcan imposibles que no puedan ser superados. El miedo y la desconfianza, podrán ser reemplazados por la generosidad concitada por la causa común. La fuerza huracanada de un pueblo, hasta ahora burlado y aturdido, hasta ahora tenido en cuenta tan sólo en la contabilidad del «daño colateral», acompañará con su vida entera, más temprano que tarde, a quienes entregan la vida por la paz de ese pueblo que aman.

La labor de zapa de quienes viven del odio, del engaño y la confrontación, no podrá prevalecer esta vez. Las glorias personales, los intereses que corrompen, los cálculos mezquinos, no podrán sustituir la presencia irrefrenable del deber principal: servir de verdad a nuestra tierra y nuestra gente.

Los medios masivos de comunicación han funcionado, en su mayor parte, como ruedas subalternas de los entramados de poderosos intereses y no al servicio de la verdad. Han atizado miedos y odios. Salvo extraordinarias excepciones, no han servido a la tarea de esclarecer y comprender. Ojalá la mesa de acuerdos haya considerados ideas que si no permiten un proceder ético y responsable de los medios masivos, al menos preserve la dinámica de los acuerdos de la labor pérfida orientada a impedirlos.

El abandono de las formas de pensamiento asentadas en la lógica del vencedor y la perpetuación del dominio, la dejación de las formas de conciencia nutridas en el dolor de las heridas recibidas, será imprescindible para no caer en los pantanos que impedirían atender el antiguo y extendido clamor de paz. Mentes profundas y corazones sanos son exigidos por la colosal creación.

La Paz genuina no podrá tener vencedores, ni vencidos. Sólo la satisfacción inefable de cerrar la página horrenda del prolongado desangre debería habitar en los pechos que se consagrarán ahora a la ardua tarea común largo tiempo postergada: labrar los territorios donde las vidas puedan espigarse con decoro, sin terror, sin angustia, sin miedo al semejante. ¿Cómo garantizar la no repetición del genocidio del movimiento democrático?

Los hechos espantosos vivenciados y las artimañas demoniacas, han instaurado una penumbra de desconfianza permanente y general. En ella, no se contemplan los espíritus ejemplares que pueden librar la batalla decisiva frente al miasma expandido: la batalla ética, la batalla de la verdad.

Esa atmósfera de sombras y luces reflectantes que impiden ver, ha sido favorable para quienes guían sus vidas por la ambición sin límites o el rencor inextinguible. Un ambiente propicio para quienes tienen un yacimiento de odio en el lugar donde palpita el corazón, y en su cabeza no hay espacio para un horizonte diferente a los pensamientos de triunfo personal, exterminio y arrasamiento.

Las distancias abismales entre lo expresado y lo que en realidad se ha planeado, proceder que ha prevalecido en otros momentos, han extendido la penumbra y una costra de escepticismo sobre la paz , y sobre quienes actúan en el escenario de la política. Un espectro conveniente a quienes tienen interés en mantener y reavivar la hoguera del conflicto; a quienes les interesa que se piense que todo es igual, y que no hay espíritus luminosos que encarnen la estirpe del decoro.

Será imprescindible recuperar el valor sagrado de la palabra para esclarecer, el cuidado de la misma para no lastimar, para no ofender, para no reaccionar con ira ante el agravio de quienes aún no se dan cuenta del horror acontecido, de su propia responsabilidad en la rueda del horror, y deponen, entonces, sus egos, para servir en lo que se pueda servir en la vasta tarea colectiva de llevar bálsamo y curación.

Hay voces que buscan zaherir, provocar, atentar, encender la candela de la confrontación, para cuya vida fueron entrenados y en la que perciben beneficios cuya falsedad ignoran. Será necesario no «entrar al trapo», situar la comunicación en una escala inalcanzable para quienes no aman. Modular con el timbre de firmeza que transmite las resonancias del fuego del amor y no con la dureza que no alcanza los corazones que claman. Refrendar con hechos cada expresión para restaurar la confianza y preservarla, vencer con el ejemplo del valor y la entrega, el escepticismo, la dispersión y la inconstancia de quienes vitalmente tendrían que estar unidos en la obra colectiva que exigirá no una, sino la consagración de varias generaciones.

Hay también una telaraña de intereses ligados al estado permanente de aberrantes injusticias, de la cultura del desprecio y el odio, de la destrucción y la muerte, que se opone al proceso. La paz que soñamos, que buscamos, que labramos, va mucho más allá del dinero y lo que el dinero puede ofrecer, sin que esto signifique despreciar el dinero como instrumento, y no como finalidad suprema de la existencia.

Una vertiente del decoro, de conciencia clara y corazón sano, ha resistido la aniquilación, el engaño y la degradación a la que se ha pretendido catapultar la nación entera. En esa vertiente que comprende la paz como fruto del respeto pleno a la dignidad propia de cada ser, como el arte de reunir para preservar la vida digna, circulan los caudales de sentimientos sinceros y nobles que pueden labrar con el tiempo y el amor sin tregua la paz genuina. Una paz unida íntimamente a la creación conjunta de otras formas de habitar la tierra, a su curación y su cuidado, al sentido de comunidad en lo que hacemos.


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.