La idea de este artículo surgió de la lectura de un artículo de Víctor Fowler en la Jiribilla, titulado Otra conversación sobre el coronavirus. Me pareció sumamente acertado en la mayoría de las ideas que plantea, las cuales tienen la huella de un pensamiento elaborado y complejo. Sin embargo hay una frase con la cual vale la pena polemizar, porque dicha así, tan tajantemente, puede estar desencaminada: “La enorme masa de teorías, postulados, documentos, textos, intervenciones críticas de todo tipo a favor de la limitación del poder de los aparatos estatales (junto con la supuesta capacidad del dueto mercado-sociedad civil para llenar con su acción los espacios de poder vacíos) han sido reducidos a polvo en correspondencia con la intensidad de la crisis. La complejidad de las tareas (económicas, legislativas, políticas, organizativas, etc.) es tal que la acción del Estado no solo es nuclear y convocante, sino que no tiene sustitutos.”
Al parecer, mientras en las calles se agudiza la lucha sanitaria contra el Covid-19, en los aparatos ideológicos oficiales continúa la batalla ideológica. Han sido varios los artículos que por estos días han intentado extraer como enseñanza de la epidemia la superioridad del sistema social cubano. Pero no todos han tenido el tino de encontrar los términos correctos y salir bien parado como Carlos Luque con su ¡Solo el socialismo salva! También tenemos las salidas de tono en Cubasí contra los que criticaban a Etecsa, y en general aquellos que satanizan toda producción y divulgación de información que no sea la oficial.
¿Realmente se puede extraer la enseñanza, incluso elevada al nivel de lo teórico, de qué el Estado es la institución idónea para organizar todos los aspectos de la vida? Ciertamente, es comprensible que se defienda la idea de lo que significa el Estado, frente a los embates que el capitalismo neoliberal ha llevado a cabo en las últimas décadas contra todo lo que pueda significar un límite a su descontrolada acumulación. Pero eso no nos puede hacer olvidar que hacia el interior del socialismo cubano existe una discusión sobre el papel que le corresponde a la sociedad civil, mucho menos intentar zanjar esa discusión definitivamente a favor del estatismo, con motivo del coronavirus.
La sociedad civil no es perfecta. Dentro de ella también existen relaciones de dominación, pulsiones de la psicología de masas, rupturas y burbujas de la comunicación, etc. Si la sociedad civil fuera mucho mejor que lo que es no se necesitaría al Estado. La comunidad necesita un poder público, un momento de concentración de poder que le permita actuar como comunidad en sí.
Ese poder público, por muchas razones históricas, ha tomado la forma de un Estado.
En los últimos tiempos hemos sido testigos, aquí en Cuba, de cómo entre el pueblo han corrido las noticias falsas y las fabulaciones, magnificándose de boca en boca. He escuchado en una cola la historia de que en provincia había unos inescrupulosos cobrando por poner vacunas contra el coronavirus, cuando en realidad eran vacunas para puercos. Acto seguido me enteré de otra historia, según la cual una lancha había desembarcado en el fanguito, para echar unas gotas falsas debajo de la lengua, que en realidad eran veneno. Detrás de todo eso se encontraba- tuve que reírme detrás del nasobuco, porque hacía tiempo no oía la palabra en ese contexto-, la contrarrevolución. También nos hemos enterado de que algunos entusiastas han salido a matar murciélagos en cuevas del interior, para evitar el contagio.
Todo eso y más es la sociedad civil: una algarabía de voces en la plaza pública, algunas más sensatas que otras, y algunas francamente irresponsables. Pero la presencia de esas voces tiene su razón de ser, y el Estado no las puede sustituir. Porque su función es contrarrestar la vocación monológica del Estado y su tendencia a la opacidad.
El Estado tampoco es perfecto. La tentación de querer ocultar bajo el tapete lo que estaba mal llevó a decisiones terriblemente malas en los primeros momentos del desastre de Chernobyl. También en China, la primera reacción de las autoridades fue intentar silenciar a Li Wenliang, el doctor que primero alertó sobre el coronavirus. El gobierno norteamericano ha hecho todo lo posible por ocultar los costos ambientales y humanos de las pruebas nucleares en las islas del Pacífico. El Estado cubano, desde el punto de vista estructural, no es demasiado diferente: ¿cuántas veces no se ha tomado una decisión arbitraria, que solo por el rechazo popular que ha generado es que se ha revertido? ¿Sobre cuántas cosas de las que se debería hablar más a menudo no se ha arrojado un manto de silencio?
Incluso desde el punto de vista de la gestión, es muy discutible la superioridad del Estado. Esta institución tiene la ventaja de ser monológica, de poder abrazar con su racionalidad instrumental a toda la sociedad. Por eso es óptima para situaciones como esta. La sociedad civil, tradicionalmente demasiado fracturada, es incapaz de sustituir al Estado en estas situaciones de crisis. Es una desgracia, significa que los seres humanos no sabemos ser civilizados ni actuar de modo colectivo sin que alguien vaya detrás repartiendo bastonazos.
Pero las tareas que se le presentan al Estado en situaciones como esta no son las más complejas. Para nada. Más complejo es gestionar la inmensidad de pequeñas empresas y microempresas que forman parte de una economía, dígase por ejemplo las barberías y peluquerías, las cafeterías, merolicos, etc. Como es tan complejo, el Estado nunca fue capaz de gestionarlas con eficiencia y hoy han regresado a manos privadas en gran parte. Es la sociedad civil, con sus relaciones mercantiles, la que mejor puede gestionar esos sectores, porque multiplica la figura del Administrador en un sinnúmero de administradores.
En la práctica, ambas cosas existen, y van a ocurrir las normales contradicciones: cada cual va a tirar para su lado. Lo que es un poco más grave es que se solidifique a nivel teórico la idea de que el estatismo es superior, cuando es bien sabido el daño que ese estatismo ha provocado en Cuba. Es cierto que el momento actual exige una respuesta estatista, pero lo que necesitamos de nuestros líderes es que sean como Lenin, y sepan que hay momentos en los que hay que aplicar el comunismo de guerra y momentos en los que hay que aplicar una NEP.
Mientras tanto, solo quisiera recordar que en momentos como este también en la sociedad civil, en la comunidad, se verifican las respuestas más solidarias y conscientes. Solo hay que ver la inmensa cantidad de nasobucos que hay en la calle. Una gran parte de ellos, difícil de cuantificar, no han sido repartidos por el Estado. Las máquinas de coser de toda la isla no han parado, de modo que muchas personas, en su mayoría madres y abuelas, puedan brindar medios de protección a sus familias. Eso también es insustituible.