El «bloc de Manuel Delgado» lleva por nombre «El corazón de las apariencias» (en catalán). El texto de 27 de agosto de 2010 estaba dedicado a Miquel Izard. Lola González Luna, señala Degado, le pidió una «aportación para el número especial que el Boletín Americanista estaba preparando como homenaje» al historiador catalán. El texto entregado […]
El «bloc de Manuel Delgado» lleva por nombre «El corazón de las apariencias» (en catalán). El texto de 27 de agosto de 2010 estaba dedicado a Miquel Izard. Lola González Luna, señala Degado, le pidió una «aportación para el número especial que el Boletín Americanista estaba preparando como homenaje» al historiador catalán. El texto entregado lleva por título «La vida secreta de Miquel Izard». En él, según el propio Delgado, desarrolla una larga entrevista «que me concedió a propósito de su actividad como resistente antifranquista en la clandestinidad». Delgado ofrece en su «bloc» el tercero de los cuatro apartados del artículo: «Contra lo insoportable».
No entro en el núcleo de su contenido, en mi opinión, no siempre justo ni ajustado (tengo dudas sobre si Delgado se hace idea de lo que es militar en un colectivo político clandestino que aspire verazmente a transformar una situación política dura), ni en su elogio desmedido del espontaneísmo político. Sólo en un paso, más bien en dos, de sus consideraciones.
El primero de ellos: «[…] Ser miembro, haber sido introducido, conocer y ser parte del misterio de la organización, es lo que establece esta distribución desigual de informaciones estratégicas -lo que en otras sociedades supone el contacto con los sacra, la comunicación con los ancestros, la relación directa con entidades invisibles u ocultas- que caracteriza la diferencia entre iniciados y no iniciados. Esa es la justificación de la admiración reverencial que despierta Manuel Sacristán cuando «baja» a una reunión de célula. Pero el saber de los rangos superiores de la sociedad secreta -del Partido, en el caso de Miquel Izard- no tiene que ver con su valor como fuente de información objetiva, sino con esa relación directa con el núcleo más oscuro de la organización».
Sacristán no despertaba admiraciones «reverenciales». Algunas admiraciones políticas, nada acríticas por cierto sí. Esas admiraciones, desde luego, no tenían nada que ver con sus relaciones con instancias o elementos mistéricos.
Sacristán, miembro del Comité Central del PSUC y del PCE, no «bajaba» a las reuniones sino que iba a las reuniones, y, obviamente, no sólo a las reuniones, también a encierros y manifestaciones (arriesgadas en casi todos los casos. Por ejemplo, la que él convocó casi en solitario tras el asesinato de Julián Grimau). Con las consecuencias que esas cosas suelen tener no en el mundo de las ideas sino en el mundo más cotidiano de los seres humanos: expulsión de la Universidad, registros policiales y vetos para alcanzar cátedras de lógica.
Sacristán nunca vivió su compromiso político, su militancia clandestina, como ostentación de ningún «rango superior». Nada de eso, muy lejos de ello.
Tampoco su relación con la dirección del Partido en el exterior, de una organización que fue duramente perseguida por el fascismo español, la vivió y la transmitió como relación con «el núcleo más oscuro de la organización». Todo lo contrario. Se enfrentó, cuando lo vio necesario, contra ese supuesto «núcleo oscuro» en más de una ocasión. Y con él, sus compañeros de combate.
Más adelante afirma Manuel Delgado: «Difícil no hacerse preguntas acerca del valor de aquel sacrificio. ¿Quién le habría de decir a Miquel -y a tantos- que algunos de quienes habían sido sus camaradas de combate acabarían ocupando lugares de privilegio en la cultura, la academia, la economía o la política, al servicio de aquel mismo sistema social que se aborrecía y que no iba a cambiar nada, salvo en las formas, con el esperado cambio democrático. Y, por supuesto, ¿quién le habría de decir que la mayoría de los responsables políticos, ideológicos, policiales y judiciales de la represión franquista iban no sólo a continuar en sus puestos, sino a merecer en muchos casos todo tipo de reconocimientos y recompensas?»
Delgado, con precisión admirable, habla del travestismo político y existencial de algunos camaradas de combate. Ni que decir tiene que el asunto tampoco tiene que ver con la vida y la trayectoria política del autor de Sobre Marx y marxismo.
Además de ello, como es sabido, el traductor de El Capital fue una de las primeras voces, no la única desde luego, que más rápidamente vio la construcción de una «Historia Sagrada» y de una «Leyenda apologética y legitimadora», como también denunciara Miquel Izard, para hablar de aquella estafa política usualmente conocida como transición. Además de su intervención política directa, muchos de los trabajos recogidos en Pacifismo, ecologismo y política alternativa [2] son clara prueba de ello.
Notas:
[1] http://manueldelgadoruiz.
[2] Editado por Icaria en 1987, ha sido reeditado recientemente en la colección Pensamiento crítico de Público.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.