Tras varios meses de silencio, el ex jefe policial revela por qué mataron al químico de la DINA Eugenio Berríos y cómo se llegó a determinar el crimen del ex Presidente Frei Montalva. Sureño, masón, papá, abuelo, Mery se desahoga luego de que la justicia proclamara su inocencia en las acusaciones de Odette Alegría que […]
Tras varios meses de silencio, el ex jefe policial revela por qué mataron al químico de la DINA Eugenio Berríos y cómo se llegó a determinar el crimen del ex Presidente Frei Montalva. Sureño, masón, papá, abuelo, Mery se desahoga luego de que la justicia proclamara su inocencia en las acusaciones de Odette Alegría que le costaron el puesto.
Las dos cosas que han cambiado en Nelson Mery desde que dejó la dirección general de Investigaciones cuatro años atrás son que reemplazó la placa de policía por una credencial universitaria y que ya no fuma. A sus 65 años, sigue vistiendo terno gris ajustado y usando un vistoso mostacho, colleras, una pequeña chapa de la Policía de Investigaciones de Chile (PICh) en la solapa y un anillo en cada mano. Se le nota tranquilo. La verdad, que durante años le fue esquiva y en 2003 le obligó a renunciar a la institución, finalmente lo abrazó: Odette Alegría, la mujer que lo acusó de haberla vejado sexualmente en 1973, fue condenada por injurias y calumnias, en todas las instancias de la justicia.
Hoy Mery comparte tres grandes pasiones: la docencia, la investigación y la masonería. Tras salir de la jefatura policial, creó y dirige la Escuela de Ciencias de Investigación Criminalística de la Universidad La República, vinculada a la masonería. Está además terminando una licenciatura en Educación en la UTEM y cursa un magíster sobre el mismo tema en la Universidad de Tarapacá. También formó, junto a otro ex funcionario de la policía civil, una agencia de seguridad que ya cuenta con varios clientes importantes.
El silencio que deja Mery después de cada frase da la sensación que mantiene en secreto información que todavía prefiere aún no revelar.
En una sencilla oficina de la Universidad Central en calle Moneda, a sólo dos cuadras de la casa de Gobierno, el ex otrora poderoso jefe policial afirma que la muerte del ex químico de la DINA Eugenio Berríos intentó ocultar por una parte la existencia de la temible Brigada Mulchén, responsable de los crímenes más brutales de la dictadura, y por otra algunos secretos de la familia Pinochet. Recuerda que ya en 1999 llegó a la convicción de que el ex Presidente Eduardo Frei Montalva había sido asesinado, lo que informó a las autoridades de la época. También advierte que la investigación sobre las remociones de cuerpos en 1978 puede involucrar a nombres desconocidos hasta ahora, y trae a la memoria hostigamientos del Ejército, confabulaciones, espionaje, lealtades y traiciones.
-Cuando dejó la institución dijo que escribiría un libro.
-Son dos cosas: una novela ambientada en la época de las protestas. El otro, es un libro asociado única y exclusivamente al rol de Investigaciones en el esclarecimiento de violaciones de los derechos humanos durante la transición democrática y su adhesión absoluta al Estado de Derecho. Pienso que ha habido un olvido imperdonable de la sociedad, de la prensa y de las autoridades, y alguien tiene que escribir algo del gran aporte que hicimos.
-¿Ha habido ingratitud?
-Ingratitud, no. Porque si uno es riguroso, al menos el Gobierno y parte de la Concertación han reconocido el rol en casos puntuales de la PICh. Cuando me fui a retiro, de la Presidencia emanó un comunicado oficial que reconoció esa labor. Pero es necesario hacer una cosa más fundamentada para que quede al juicio de la historia.
-¿Cuáles fueron los principales desafíos de su mando?
-Lo primero que se logró establecer fue la ética como columna vertebral de toda la institución. Se dio de baja a detectives por problemas de drogas, corrupción, por apremios ilegítimos. Eso generó enemigos internos. Y, paralelo a eso, el Departamento Quinto -de Asuntos Internos- quedó a cargo de investigar los casos de derechos humanos a partir de la Comisión Rettig. Esto levantó un frente adicional externo, con los ex DINA, los ex CNI, tanto de afuera como los que estaban dentro de la propia policía.
-¿Cual fue el primer efecto de esa limpieza?
-A siete días de asumir, en marzo de 1992, se me da cuenta de vigilancias del DINE (Dirección de Inteligencia del Ejército) en algunas casas y el director general de Carabineros (Rodolfo Stange) me reclama por un seguimiento al presidente de la Corte Suprema (Servando Jordán), situación que era absolutamente falsa. A mediados de 1992, la
FACH me acusó de espionaje, también falso. Vicente Huerta, senador designado, reclamó por la presencia de detectives cerca de su casa, que en realidad estaban investigando una orden judicial en el sitio del suceso. Reclamaban por todo. Coincidentemente con la línea que yo había declarado que iba a seguir. Es decir, que no íbamos a ceder en cuestiones de DDHH.
-¿Hubo episodios concretos?
-Hay reportes de hostigamientos a los detectives del caso Berríos, también a los que investigaban el caso Prats y el crimen de Tucapel Jiménez. En enero de 1994 una Fiscalía Militar encargó reos a Rafael Castillo y Nelson Jofré, los encargados de estas investigaciones. Luego la Corte Suprema declaró todo nulo. Un día se detuvo a un ex oficial del Ejército y llegó un general a la Brigada de Homicidios para exigir a gritos que lo liberaran. Después, recuerdo además una nota que me envió el director del Dine criticándome por la detención de Marcelo Moren Brito.
-¿El general Eugenio Covarrubias?
-Sí. Reclamó por oficio porque nuestros funcionarios actuaban severamente contra Moren Brito. En ese documento decía que había provocado asombro y mucha indignación en el general Pinochet. Tuve una conversación acalorada con Covarrubias, porque la detención había sido coordinada con el Ejército y con él previamente.
-¿Usted interpretó todo esto como una amenaza?
-El propósito era distraernos de la línea y de nuestro esfuerzo para investigar las violaciones de los derechos humanos.
-¿Qué le pidió el Presidente Aylwin cuando asumió el cargo?
-Decía que todo había que hacerlo con el debido proceso y con el derecho a la defensa. La inteligencia policial tenía que hacerse ajustada a las normas del Estado de Derecho.
Pinochet y LOS otros
-¿Alguna vez lo llamó el general Pinochet?
-Nunca me llamó personalmente. Una vez, en Iquique, me encontré con él en la Zofri. Yo llevaba algunos meses como director y él se acercó a saludarme y desearme suerte. Pero nunca tuve otra conversación. Recuerdo que cuando llegó la orden de detención del general Contreras, él era el comandante en jefe, pero siempre me entendí con el general Guillermo Garín, el vicecomandante.
-¿Y tuvo problemas con Garín?
-Nunca. Teníamos una coordinación de caballeros. Lo que no puedo decir de otros generales.
-¿Por ejemplo?
-El general Covarrubias, director de la Dine cuando tratamos de detener a Contreras del modo más eficiente y de evitar roces.
-¿Pero alguna vez Pinochet le mandó recados?
-Sólo aquel oficio de Covarrubias. Recuerdo que una vez me invitaron a la fiesta nacional de Francia. Cuando me acercaba a la embajada noté que se aproximaban los vehículos de Pinochet por la misma calle. Entonces le pedí al conductor que frenara para no toparme con él en la puerta. Pasó una semana y llegó un documento del Ejército alegando que yo lo había seguido. Entonces tuve que explicarle al ministro de Defensa que ambos fuimos invitados a la misma recepción y que yo llegué después. ¡Para qué lo iba a estar siguiendo a él!
-¿Esa tensión nunca se tradujo en ataques o atentados que pusieran en riesgo la vida de los detectives?
-No, eran sólo operaciones sicológicas, distractivas. Existen los seguimientos que no se perciben y también están los que se demuestran evidentemente, cuando las personas y los autos se muestran. Son operaciones sicológicas. Nunca encontré un detective amedrentado realmente o que se acobardara.
-De todas las investigaciones sobre DD HH, ¿cuál fue la más sensible?
-El caso Berríos, sin duda, porque el crimen ocurre en democracia. Su salida de Chile fue por el paso Monte Aymond, en Punta Arenas. Se trató de una operación de inteligencia militar. A veces se olvida que en ese momento empiezan las maniobras distractivas, como las fotos que años más tarde aparecieron en la prensa mostrándolo como si estuviera en Europa. Algunos diarios especularon que su desaparición se debía a una operación de la DEA, o que estaba involucrado en narcotráfico.
-¿Alguna vez pensó que no darían con la verdad?
-Sabía que estaba sobre la pista no sólo por lo que decían los investigadores como Rafael Castillo y Nelson Jofré, que realmente eran muy buenos. Pero había algo más. Cada vez que tocábamos a un militar, justo aparecían algún incidente. Decodificando esto, se sabía que íbamos bien. En el caso Berríos, la investigación se inició verificando sus salidas del país y eso se coordinó con el Ejército, lo que implicó la preocupación inmediata del Dine y, particularmente, del general Covarrubias (actualmente procesado por obstrucción a la justicia).
-¿Cómo reaccionó entonces ese general?
-Nos juntamos en un restaurante y le aclaré que no se podía perder conmigo. Que yo iba a cumplir las órdenes que me llegaran de los jueces. Luego comenzó a hablar del caso Berríos y ahí supe que estaba preocupado de ese caso en particular. Castillo y Jofré incluso fueron seguidos en Argentina, porque allá se revisaron miles de tarjetas de embarque. Así se dio con el lugar de salida de Berríos y de quienes lo acompañaron. Hoy están todos procesados.
-¿Por qué mataron a Eugenio Berríos?
-Para mí, el motivo principal es que era un civil de la DINA que se desempeñaba en la Brigada Mulchén. En el ’91 y el ’92, aquella agrupación no afloraba en las investigaciones y no se conocía su existencia. Pienso que la detención de Berríos, en el caso Letelier, pudo haber abierto esta línea si éste hubiera delatado a la brigada y sus integrantes como responsables de la muerte de Letelier, del general Prats, del atentado a Bernardo Leigthon, de la muerte del cabo Manuel Leyton con gas sarín, del homicidio de Camelo Soria, de las armas químicas y las toxinas. Berríos era una persona que podía revelar todo eso. También analizamos que a Berríos lo mataron poco antes de que Pinochet viajara a Uruguay. Lo mataron porque éste no quería que se arrancara y que fuera a contar algo de él. Se analizaron como móviles los gastos reservados que se mandaban a Uruguay, cuyo monto se iba reduciendo en el camino. Y no se nos olvide el caso de la muerte del ex Presidente Frei.
-¿También había conexión con la muerte de Frei?
-Empezaron a aparecer señales del caso Frei, cuando se allanó la casa de Berríos y se descubrió una carpeta sobre el ex Presidente. Frei Montalva junto a Tucapel Jiménez formaban una dupla, uno liderando la cosa política y el otro la gremial, ambos obviamente de gran prestigio. Los dos fueron seguidos y sus círculos íntimos fueron infiltrados. Cuando cayó enfermo Frei en enero de 1982, por alguna razón que nunca he podido despejar, se suspendió la orden de matar a Tucapel Jiménez (asesinado el 25 de febrero de ese año). Dentro de la lógica militar, los dos se habían transformado en enemigos internos, en una amenaza.
-¿Cuando y a qué nivel llegó a esta conclusión?
-En 1998 tuvimos certeza de lo que había ocurrido: Frei había sido asesinado. En 1999 tuve una reunión formal con el subsecretario de Interior (Jorge Burgos) y la presidenta del CDE (Clara Szczaranski) donde les planteamos esto. También en esa ocasión participaron otras personas, pero no estoy autorizado de revelar. Una cosa son los resultados del análisis y otra son los hechos del proceso. Los médicos que le hicieron extrañas visitas a Frei son los mismos de la Clínica London, involucrados en la muerte del cabo Leyton.
-¿A su juicio, están aclarados todos los casos de derechos humanos o quedan aristas por descubrir?
-Las exhumaciones de cuerpos, en 1978, que no han tenido en la prensa la cobertura que se merecen. Sé que hay casos en que se está avanzando y que van a traer novedades, con la aparición de nuevos personajes involucrados. Porque para poder exhumar, alguien tenía que saber donde estaban enterrados y al menos uno de ellos tuvo que hablar para que encontraran el lugar. Porque no eran necesariamente los mismos grupos. Otro tema, pero que no está tan avanzado, es el de los informantes que actuaron en 1973.
-¿Los delatores?
-Las dos cosas. Llama la atención que las amenazas de que (Manuel) Contreras tiene informaciones, sean puras amenazas. La única explicación es que esta gente sigue siendo funcional a estos mismos grupos. El informante de ayer es cautivo de su pasado, y en consecuencia puede ser despertado. No les conviene que salgan estas listas. Hay delatores e informantes súper conocidos, como Romo o la Flaca Alejandra. Y otros que no se conocen.
-¿Hay gente que no colabora por temor?
-Sí, pero también hay lealtades. A Chile le falta mirarse al espejo, porque cuando lo haga, ese espejo se va a quebrar. Hay muchos suicidios que no lo fueron. Para citar sólo una de las interrogantes abiertas.
LEALTADES
-¿Cuáles han sido las traiciones que ha sufrido?
-Siempre enseñé que la lealtad no es hacia el director general, sino que a la misión de Investigaciones.
-Pero esos son principios, contésteme en lo personal.
-Nombres no voy a dar. Tengo sublimado todo. No me interesan, porque ya pasó. No tengo ni el más mínimo rencor y para qué voy a dar nombres. Cada nombre involucra una familia, relaciones, etcétera.
-¿Pero hubo traiciones?
-Claro que hubo traiciones.
-¿A que nivel?
-Traiciones que se basan en la construcción de mentiras respecto a mí como director, gente de afuera y de adentro. En el alto mando, diría que en alguno se despertó la ambición o la tentación de ser director general. Pero la cosa es cómo llegar: con mérito o con serrucho. Por ir en contra de nuestros ideales, hubo grandes traiciones.
-¿Se sintió poco respaldado políticamente?
-No, porque estuve muchas veces en la cresta de la ola y el Gobierno me respaldó en los casos más complicados. Cuando me fui tuve una conversación con el Presidente Lagos, una semana antes de mi renuncia. Me pidió que esperara una semana antes de irme. Pero pienso que la verdad de mi inocencia se consolidó.
-¿Se siente desagraviado?
-Creo que es muy difícil. El daño ya se hizo a nivel personal y eso no tiene vuelta.
-¿Ha recibido muestras de apoyo, ahora que terminó todo?
-Hay amigos políticos que hasta el día de hoy nos juntamos y conversamos. Otros nunca más. Se perdieron en la noche de los tiempos.
-¿Si le ofrecieran un cargo…?
-No. Yo ya estoy en el mundo académico. Me llena, porque es un mundo honorable.
-Pero usted tiene vocación de policía. ¿Y si lo llamara el servicio público?
-Si eso ocurriera, lo veremos.
-¿El Gobierno le hace consultas?
-No directamente. Pero sí converso con gente ligada a él sobre temas de seguridad.
-¿Cómo debiera ser el próximo director general?
-En lo inmediato veo un director profesional o un oficial general súper sobresaliente, que tenga la idoneidad con los cursos que entrega la institución. El ideal es que tenga título profesional. Los estudios superiores amplían la visión para la administración de una institución como esta.
-¿Ve dentro del actual alto mando alguien con ese perfil?
-Sí. Veo algunos, pero no puedo dar nombres. De acuerdo a la ley, al actual director general le quedan dos años. Ahora, siempre hay rumores.