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Hombres-Muros

El exilio interior

Fuentes: Rebelión

Roland Jaccard, doctor en Ciencias Sociales y Psicología y autor de obras como “Manifiesto por una muerte digna”[1], nos dice en el prólogo de su ensayo “El exilio interior”[2] que se le ocurrió escribir sobre “la incomunicación” durante un viaje que realizó en tren en 1974. Observando a la gente en el vagón-restaurante, que le llevaba de Zurich a Lausanne, escrutó a los pasajeros y vio que nadie hablaba con nadie. Así lo describe en sus “Palabras Previas”:

Entre nuestros cuerpos se levantaba un muro. Un muro infranqueable (…) No se dirigían la palabra. Pero en su silencio ¡qué cantidad de diálogos angustiados, sonrientes, exaltados! Diálogos interiorizados con el hijo, la madre, la amante, el jefe (…) No hablamos ya con los demás; dialogamos con uno (o varios) dentro de nosotros mismos (…) El exilio interior es la huida de la realidad cálida, vibrante, humana, directa; y el repliegue sobre el propio yo; el refugiarse en lo imaginario. ¿Cómo el hombre, animal social y sociable (al menos eso me habían enseñado) había llegado a quedar cortado de los otros? ¿Mediante qué procesos…hemos llegado a una esquizoidia generalizada?

Jaccard, escritor y periodista que se doctoró en la Universidad de Lausanne, encabeza su tratado sobre “la distancia social” (con o sin mascarilla) con esta reflexión de Nietzsche:

¡Ay de mí! Se acerca el tiempo en el que el hombre ya no podrá engendrar estrellas. ¡Ay de mí! cercano está el día del más despreciable de los hombres, que ya no podrá ni despreciarse a sí mismo[3].

Roland Jaccard, de 71 años, considera que “la última figura” de la historia es “el pequeño burgués”, individuo que “está dispuesto a suscribir todos los eslóganes encantatorios o liberalizadores que se exhiben en los muros de nuestras modernas megápolis”[4] independientemente de cuales sean sus creencias más profundas.

Con lo anterior entraríamos en la “doble lengua”, pues en público estaríamos reprimiendo “los pensamientos viscerales”[5] que conforman nuestra personalidad, para contemporizar, para no ser excluidos de la sociedad, y en nuestras conversaciones privadas, ya sea en el exilio interior o con “nuestros homólogos”, abriríamos “con balas” las puertas de la mente, dando oxígeno y alas al animal.

Jaccard regresa a Nietzsche “para echar cemento a su tesis” y nos recuerda estas palabras del hombre que filosofaba a martillazos:

La tierra se hará cada vez más pequeña, y sobre ella saltará el último hombre, degradándolo todo. Su raza es tan indestructible como el pulgón (…) “Hemos inventado la felicidad”, dicen los últimos hombres, guiñando los ojos[6].

En el capítulo “Depsiquiatrizar al individuo, psiquiatrizar a la sociedad”[7], Jaccard nos dice: “Aquí, como en otras partes, se empieza por buscar causas y se termina por encontrar un culpable. Y dicho culpable está perfectamente señalado: nuestras sociedades tecnoburocráticas y social-capitalistas”.

Ciertamente, nadie podrá decir que no. Pero plantear el problema en estos términos es quedarse corto. Lo que hay que cuestionar es el proceso civilizatorio como tal. Sin buscar chivos expiatorios (siempre es posible encontrarlos), remacha Jaccard.

Jaccard, quien considera que es dificilísimo remodelar “la condición humana” y cambiar las creencias y mentalidades que han perdurado durante milenios, (proceso que podría demorarse siglos “para ser verdadero”), señala que neurosis y civilización están ligados entre sí, lo que enmarca en este mandamiento de Freud: La civilización reposa sobre la represión de los instintos sexuales y agresivos; sin represión, no hay evolución cultural.

Nuestro autor habla de la gran diferencia entre el bárbaro y el civilizado: el primero busca el placer -dice- y el segundo evitar el displacer.

Y remarca: El deseo de poseer un yo fuerte, no inhibido, parece un deseo natural, pero, como podemos ver en la época en la que vivimos; “esta aspiración es contraria a la civilización”.

El ser humano sólo tiene tres salidas para sortear la represión que impone la sociedad o las corrientes de pensamiento dominantes: la realización (sinónimo de éxito y salud), la frustración (sinónimo de fracaso y deterioro mental) y la sublimación (estado alquímico que nos permite levitar).

“La mayor parte de las personas, o bien se convierten en neuróticos o sufren algún tipo de perturbación”, señala Jaccard.

Sobre los muros que separan cuerpos y mentes, sobre ese exilio interior tan demoledor como acogedor (y que no sabemos si algún día implotará en nuestro núcleo vital), Jaccard está convencido de que ese fenómeno “está ligado -como diría Freud- al proceso civilizador, que se apoya en la represión de las pulsiones”.

“En lo que respecta a la vida en sociedad -agrega- hay que recordar lo mucho que Freud apreciaba la anécdota de los puercoespines en invierno de Schopenhauer: los puercoespines, cuando llega el invierno y la nieve, buscan un poco de calor apretándose los unos contra los otros. Pero los pinchos de cada uno se clavan en las carnes de los otros y los desgarran. Los puercoespines se separan de nuevo y caen de nuevo en el frío”[8].

Jaccard, quien cita la divisa de Marx: ¡Dudar de todo!, nos recuerda que Wilhelm Reich y Marcuse eran más optimistas que Freud y preconizaban “un nuevo tipo de sociedad en la que coexistirían la liberación instintiva y el proceso civilizatorio”.

Lo único seguro es que habrá que seguir buscando para no estrellarnos contra la realidad que con tanto mimo tatuamos con la imagen que mejor encaja con nuestras ideas, sueños y deseos.

Para concluir añadiré, a modo de epílogo, que La incertidumbre, la doble lengua, la desconfianza, lo imprevisible están marcando con hierro y fuego esta época de máscaras y mascarillas que, utilizadas como arma letal por las clases gobernantes y otros policías de la mente, levanta muros cada vez más altos entre los seres humanos y los atrapa, con redes y miedos, en el “exilio interior”. Los Hunos y los Otros están acabando con la rebelión progresista que conquistó el derecho -durante siglos robado- a abrazarnos y amarnos salvajemente. ¿Qué pasó con aquel espíritu amoroso y revolucionario que erigió templos en nuestros cuerpos? ¿Cómo hemos dejado que la maliciosa Eris atrofie nuestro regenerador impulso vital?


[1] Esta obra Jaccard la escribió en colaboración con Michel Théroy.

[2] Editorial Azul (Barcelona, 1999).

[3] Así habló Zaratustra.

[4] El exilio interior, pág. 16.

[5] Cuando la represión atraviesa “la línea roja” se producen rebeliones y guerras, por eso los gobernantes, siempre que pueden, respetan ese límite para que su poder “dure hasta que el espinazo aguante”.

[6] Del prólogo de Así habló Zaratustra.

[7] El exilio interior. Págs. 21 y 22.

[8] El exilio interior. Pág. 32.

Blog del Autor Nilo Homérico