Por una brillante trayectoria literaria en diversos géneros, de manera particular en la narrativa y en su dedicación ejemplar al periodismo», sintetizó su decisión el jurado. Poniatowska es la cuarta mujer en recibir el premio más importante de Hispanoamérica.
«La princesa roja», descendiente de la realeza polaca nacida en París hace 81 años, recuerda que se hizo periodista porque se dedicó a «andar de preguntona». No se cansa de repetir todo lo que le debe al periodismo, un oficio que, además, le permitió conocer México, país al que llegó cuando tenía diez años. La ficción, un terreno que la cautiva y donde siempre se ha sentido como en su casa, es su manera de ser y estar en el mundo. Autora de más de cuarenta obras, ningún género se le resiste -novela, cuento, teatro, poesía, crónica, ensayo, biografía, entrevista y artículos periodísticos-. Estaba en su casa, en el barrio San Miguel Chimalistac, al sur de México, cuando recibió un llamado desde España. Grande fue la sorpresa cuando le anunciaron que ella, la rebelde y mexicanísima Elena Poniatowska, ha ganado el Premio Cervantes, considerado el Nobel Español, dotado de 125 mil euros, que reconoce la figura de un escritor o escritora que con el conjunto de su obra haya contribuido a enriquecer el legado hispano. Poniatowska es la cuarta mujer en recibir este prestigioso galardón, luego de las españolas María Zambrano (1988) y Ana María Matute (2010) y la cubana Dulce María Loynaz (1992).
Los responsables de elegir a la narradora y cronista mexicana no escatimaron elogios para la premiada: «Por una brillante trayectoria literaria en diversos géneros, de manera particular en la narrativa y en su dedicación ejemplar al periodismo», sintetizaron los ganadores de las últimas dos ediciones, José Manuel Caballero Bonald (2012) y Nicanor Parra (2011), y José Manuel Blecua, director de la Real Academia de la Lengua, entre otros integrantes del jurado. «Su obra se destaca por su firme compromiso con la historia contemporánea. Autora de obras emblemáticas que describen el siglo XX desde una proyección internacional e integradora, Poniatowska constituye una de las voces más poderosas de la literatura en español de estos días.» La flamante ganadora definió el Cervantes como «un regalo del cielo» que no esperaba y que fue «una gran sorpresa». La escritora acaba de publicar El universo o nada, una biografía sobre su esposo Guillermo Haro, un hombre que se dedicó a la astronomía y la física, alguien que estuvo enamorado del firmamento hasta su muerte, en 1988. «Yo espero que él me lo esté enviando porque él está cerca del cielo. Y supongo que sacar un premio como éste pues es un regalo del cielo», aseguró la escritora en una entrevista telefónica con la agencia Efe. Escribir para la autora de Tinísima, La noche de Tlatelolco y Leonora también es una forma de participar en los asuntos públicos de su país. De un tiempo a esta parte está alarmada por el destino de los jóvenes sin trabajo y sin oportunidades claras de abrirse camino. «He tratado con los libros y con el periodismo en que se llegue a un México donde los jóvenes tengan oportunidades. A mí me preocupa muchísimo que se vayan a perder generaciones de jóvenes», confesó Poniatowska, muy próxima al ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, quien dos veces perdió las elecciones presidenciales.
Aunque parezca una broma de culebrón mexicano, Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor es el nombre completo de la flamante ganadora del Cervantes. Poniatowska, que nació en París el 19 de mayo de 1932, llegó al mundo con un título de la nobleza polaca bajo el brazo, porque su padre, Jean Evremont Poniatowski Sperry, era heredero de la corona polaca, exiliado en Francia. El estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo que su madre, Paula Amor, tomara una decisión que cambió sus vidas. Madre e hija partieron hacia México en 1942, mientras su padre luchaba con el ejército francés y participaba en el desembarco de Normandía. Aprendió el español y ciertas tradiciones mexicanas con su niñera, Magdalena Castillo. Después recibió tres años de formación religiosa en un internado en Estados Unidos, pero al volver a México se rebeló contra el esquema impuesto a las mujeres de su época -un matrimonio arreglado- y se inició en el periodismo, un espacio reservado entonces para hombres. Tenía 21 años y no conocía nada del oficio. «Ni siquiera tenía pasión por la escritura. Lo único que sabía hacer era rezar. En realidad quería ser médica, pero si entonces no había mujeres periodistas, mucho menos doctoras», contó en más de una ocasión.
Su carrera periodística empezó en 1954, en el periódico Excelsior. Pronto comenzó a colaborar en Novedades y actualmente escribe para La Jornada. A través de sus memorables entrevistas, reunidas en Palabras cruzadas (1961) y en Todo México (1990), le arrancó secretos y recuerdos a Max Aub, Rufino Tamayo, Renato Leduc, Silvia Pinal, Henry Moore, María Félix y Fernand Braudel, entre otros. Poniatowska precisó que siendo principiante tuvo un encuentro con el pintor Diego Rivera, repudiado por la familia de Elena por retratar desnuda a la poeta Pita Amor, hermana de su madre. «Cuando lo entrevisté yo ni sabía qué había hecho, así que le preguntaba puras babosadas. Eso le hacía mucha gracia», recordó la autora de Querido Diego, te abraza quiela, obra epistolar entre la rusa Angelina Beloff y el muralista mexicano. Sus amigos y maestros Octavio Paz -que la llamaba La Princesa Rebelde-, Juan Rulfo, Luis Buñuel y Carlos Fuentes, entre otras destacadas personalidades de la cultura, llegaron a pensar que la historia de México tendría menos sentido sin los textos de Poniatowska, que lleva publicados más de 40 libros de diversos géneros -traducidos al inglés, francés, italiano, alemán, polaco, danés y holandés-, en los que retrata crudamente la realidad de su país desde diferentes ángulos. Sus primeros cuentos, Lilus Kikus, los publicó en 1954. Todo empezó el domingo (1963) es un conjunto de relatos sobre la vida dominical de los mexicanos; y Hasta no verte, Jesús mío (1969) es un novela basada en una larga entrevista a la lavandera Josefina Bórquez.
El 3 de octubre de 1968, la escritora mexicana fue a la plaza de Tlatelolco, cuando su hijo tenía apenas unos meses. «Era la primera vez que salía a la calle después de dar a luz», suele evocar Poniatowska. El día después de la masacre de estudiantes el escenario era propio de una guerra. «Había tanques, las calles estaban solas. El panorama era desolador.» De sus observaciones nació uno de los principales testimonios de aquel aciago día: La noche de Tlatelolco (1971), una memoria de una de las jornadas más negras de México. Una estela atraviesa la obra múltiple, híbrida, de esta gran contadora de historias. La presencia de la mujer y su perspectiva del mundo, la ciudad de México con su belleza y tensiones, las luchas sociales y las injusticias, las voces de aquellos a los que se les niega el derecho a decir, vertebran algunas temáticas persistentes de los libros de una escritora y periodista que ha recibido muchísimos reconocimientos. Fue la primera mujer que obtuvo el Premio Nacional de Periodismo de México en 1978; con La piel del cielo ganó el Premio Alfaguara de Novela en 2001; en 2007 se quedó con el Rómulo Gallegos por la novela El tren pasa primero, que narra la lucha de un héroe del movimiento obrero mexicano, Demetrio Vallejo, líder de los ferroviarios, que colapsó al país en 1958-1959 con un paro nacional que la propia escritora siguió como periodista. La autora mezcla los recursos del testimonio, la narrativa histórica y la biografía novelada para entrelazar la historia de un movimiento social con la vida pública y privada de su líder. Convencida de que «la revolución mexicana se hizo en tren», su novela es un homenaje a los trabajadores del ferrocarril. En 2011 obtuvo el premio Biblioteca Breve de Seix Barral por su novela Leonora, sobre la vida de la pintora surrealista Leonora Carrington. Sólo rechazó el Premio Xavier Villaurrutia, en protesta contra los asesinatos en Tlatelolco.
Poniatowska nunca rehuyó al compromiso literario y político. Como periodista, entrevistó al líder sindical Demetrio Vallejo y durante muchos años quiso escribir una biografía. Hasta que en 2005 decidió volver sobre el tema y pudo escribir la novela El tren pasa primero. «Los ricos siempre tienen amanuenses, tienen quienes escriban sus biografías, le pagan a un escritor más o menos bueno para que escriba sobre sus vidas. Pero sobre los héroes populares se escribe muy poco», reconoció la escritora mexicana en una entrevista con Página/12. «Un día le pregunté a un estudiante si sabía quién era Demetrio Vallejo: ‘Ni idea’, me contestó despectivamente. Entonces pensé que no era justo ni con Vallejo ni conmigo misma. Yo tenía dos chicos chiquitos y había ido muchas veces a la cárcel a entrevistarlo y pensé que no podía tirar por la borda todo ese esfuerzo. Aunque para escribir la novela no utilicé mucho del material de las entrevistas, sobre todo esas partes en donde Vallejo echaba mucho de esos discursos de la vieja izquierda que para mí son soporíferos. Decidí escribir una novela sobre el movimiento ferroviario, pero inventando la historia y los personajes con libertad.»
Es tan simpática y menuda que ríe con todo el cuerpo. Sencilla y cordial, Poniatowska celebra los premios como una joven rebelde que peina canas y que detesta, con razón, que la llamen Elenita, un diminutivo que además de infantilizar mixtura machismo y paternalismo. «¿Qué es el éxito? El éxito es un ratito. Uno nunca consigue absolutamente nada en esta vida. Como decía mi madre, aquí había un cantante que se llamaba Cri-Cri que cantaba ‘allá en la fuente había un chorrito, se hacía grande, se hacía chiquito’. Así es el éxito», plantea la escritora. En mayo del año pasado, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) le organizó un homenaje para conmemorar sus 80 años. La bautizaron de las más diversas formas, «mujer sofisticada y culta», «la más valiente de las escritoras», «baronesa de papel», «escritora poderosamente humana», «la más importante autora contemporánea y la más querida», propagadora de la lucha contra las injusticias, profeta que señala todas las anomalías mexicanas. Michael K. Schuessler, biógrafo de la escritora, advierte que Poniatowska es la inventora de la literatura testimonial en México; la persona que mejor ha sabido concertar su enorme talento literario con un afán periodístico. «Esa habilidad para combinar, a partir de experiencias personales y domésticas, le han dado una perspectiva y una sensibilidad incomparables. No se puede hablar de la literatura mexicana del siglo XX y de principio del siglo XXI sin hablar de obras como Hasta no verte, Jesús mío, La noche de Tlatelolco, Nada, nadie. Las voces del temblor y ese gran fresco de la cultura mexicana del siglo XX que es Tinísima», postula Schuessler, doctor en literatura latinoamericana y autor de Elenísima. Ingenio y Figura de Elena Poniatowska.
La princesa polaca nunca buscó vivir en un palacio de cristal, alejada del mundanal ruido. Poniatowska se abrió paso con sus entrevistas de niña ingeniosa que pregunta con tono inocente y da la puñalada con una gracia infinita. Como quien no quiere la cosa, finge que no sabe lo que hace y puede exasperar a cualquiera. El periodismo la puso de patitas en la calle, le permitió husmear en barrios pobres, recorrer mercados populares, escuchar una multitud de voces. El periodismo fue la universidad que no tuvo, la escuela que le permitió integrarse a la sociedad mexicana de finales de los años cincuenta. «Sólo si me enfermara, fallaría en mi trabajo y siempre he hecho mi trabajo desde un punto de vista subalterno. No desde la victoria o el privilegio», revela la narradora. El periodismo le enseñó a hacer antesala si quería que la recibieran, a que su trabajo sería tijereteado en la mesa de redacción, a mantenerse lejos de los egos y las pretensiones con las que se comportan los escritores famosos. «Por índole propia, por carácter, por mi oficio, me he mantenido lejos de eso. Estoy acostumbrada a esperar.» Valió la pena domesticar el ego, trabajar sin descanso, no desesperar y saber esperar. Maestra de la narración, princesa, periodista… todas las Elenas se condensan en una: la intérprete de lo popular, de los que no tienen voz.