El debate que se propone a continuación, es una réplica al texto Autonomía política: el dilema de la emergencia [1] de Víctor Orellana y Francisco Arellano, miembros del colectivo Izquierda Autónoma y Fundación Nodo XXI. El objetivo de construir este debate es develar que la actual tesis política de la Izquierda Autónoma – la educación […]
El debate que se propone a continuación, es una réplica al texto Autonomía política: el dilema de la emergencia [1] de Víctor Orellana y Francisco Arellano, miembros del colectivo Izquierda Autónoma y Fundación Nodo XXI. El objetivo de construir este debate es develar que la actual tesis política de la Izquierda Autónoma – la educación como la centralidad estratégica de las luchas de `la izquierda´-, más que una propuesta política disponible para contribuir a las luchas y estrategias que buscan ser una alternativa real al duopolio dominante, es un mecanismo de supervivencia interna y de auto-legitimación que, implícitamente, clausura un debate mínimo para construir fuerzas sociales significativas. Es decir, lo que se plantea en el fondo, es que, lejos de un diagnóstico crítico y profundo del actual momento que atraviesan las experiencias y organizaciones políticas alternativas, el texto de Orellana y Arellano (2016) es un dispositivo de autoayuda para salir de un serio proceso de caos, confusión y tensión interna.
Desde luego, si hubiese sido un texto de circulación destinado exclusivamente a sus militantes, con el título Autonomía política: nuestro dilema, hubiese sido coherente y incluso muy inteligente, para mantener una línea dentro de su división. Sin embargo, al ser masificado públicamente como Autonomía política: el dilema de la emergencia y, más aun, al interpelar y cuestionar explicítamente la apuesta de otros actores en un tono más retórico que fundamentado, se convierte en un texto arrogante, insensato y poco inteligente. En efecto, la Izquierda Autónoma -IA en adelante- realmente posee sujetos muy valiosos y fundamentales para el futuro de un proyecto histórico de izquierdas, sin embargo, cuando surgen textos de esta naturaleza es relevante distinguir sus contradicciones y, sobre todo, sus curiosos lugares de enunciación. ¿Por qué los problemas de la IA podrían ayudar aunar una voluntad política «correcta» de izquierdas o la emergencia, más allá de los instrumentos y las formas tácticas? ¿Son acaso tan fundamentales y «gramscianos» que su crisis interna es tan eleveda, que repercute en todas las otras fuerzas similares? Intentaré entonces develar el falso dilema que propone la IA, evidenciando lo contradictoria de esta tesis con la tarea básica o mínima de construir un horizonte político alternativo. Ahora bien, cabe destacar y matizar, que es absoltutamente cierto que existe un dilema entre la forma y el fondo de diversas organizaciones que pretenden avanzar en el campo de la política, bajo las condiciones actuales de fragmentación social y división política alternativa, y que las actules posiciones no son univocas ni tajantes -parten de la idea de un colectivo mayor de ideas y propuestas más amplias-.
No obstante, el debate que proponen Orellana y Arellano no se hace cargo de ese dilema y toma una posición reducida a su propia experiencia -colectivo de base univarsitaria-, sin contemplar ni asumir las posibilidades de otras convergencias, escenarios y disputas en aras de un diagnóstico coherente entre lo particular y lo general que implica, en primer lugar, participar de un proceso de verdaderos cambios en la conducción del bloque hegemónico y, segundo, en la construcción de una clase dirigente alternativa que sea lo suficientemente convocante para tratar de disputar un mínimo sentido común. La sobreestimación o negación de sus propias capacidades, parece ser la brújula que resume la propuesta de los autores. Veamos dichas contradicciones.
La versión gramsciana autonomista: cuando lo particular se convierte en universal
De entrada el artículo sostiene la necesidad de establecer un análisis fino del poder y sus lógicas de articulación en Chile, más allá de la moral o el ánimo -pesimista u optimista- de las organizaciones emergentes. En ese sentido, para los autores es el contenido de esa particular mirada del poder en Chile, lo que dará rendimientos efectivos a las fuerzas transformadoras, vale decir, construyendo un diágnostico certero del poder podremos dar la batalla real y no solamente simbólica. De lo contrario, las propuestas o políticas de ´los revolucionarios` -señalan- no podrán salir de los términos de la dominación. La consecuencia práctica de todo ello, es que realmente no podremos rearmar ningun instrumento formal o social de la política, si es que no logramos «salir de la dominación» como punto de partida.
Bajo ese esquema, según Orellana y Arellano: «Un nuevo electoralismo amenaza a la izquierda post 2011. Allí la política se limita a identificar pugnas entre partidos políticos o voluntades colectivas insertas en la decadente política de la transición, donde se disputa el control de los instrumentos formales del poder político. Se elabora una teoría para demostrar que tanto las alcaldías como las diputaciones sirven para el avance, y no se dice nada sobre los procesos sociales que han abierto esta posibilidad de cambio. Unas cuestiones ganan centralidad en las preocupaciones y otras las pierden; el brillo de acontecimientos presentados como «verdadera política» y la opacidad de los procesos que la generan».
Para Orellana y Arellano las elecciones parlamentarias y municipales son una ilusión de la real lucha por la hegemonía, puesto que se deja de lado el proceso social de articulación, único momento y espacio capaz de enfrentar y disputar la hegemonía. Esta última -la hegemonía- se puede disputar solo sí existe una lucha social que supere la forma del Estado subsidiario y la pérdida sostenida de los derechos sociales, producto de la avanzada neoliberal. De modo que son los movimientos sociales y sus representaciones políticas los únicos mandatados a llevar adelante un proceso de luchas que permitan articular un cambio en la sociedad, pues, si se pretende comandar una transformación, en primer lugar, de lo que se trata es «cambiar la sociedad» y no el Estado, afirman Orellana y Arellano.
En ese sentido el electoralismo o las luchas más inmediatas del poder político tradicional del Estado, son una falsa ilusión de la real correlación de fuerzas, porque inhiben y opacan el proceso social de conciencia autónoma y, más bien, responden a la carencia de una visión histórica y crítica del Estado y el poder. Por el contrario, la necesidad de centrarse en la lucha hegemónica -según Orellana y Arellano- debe entenderse en Chile como: «El fin del Estado subsidiario y su restringido carácter social, es decir, del Estado que surge del pacto de la transición, no remite, entonces, en primer término, a la conquista del Estado mismo, ni a su conducción formal, sino a la capacidad que exista de organizar y movilizar una alianza social que pueda alterar la correlación de fuerzas que sustenta dicho Estado. Ya sea que se busque humanizar al capitalismo, y más aún, si lo que se busca es superarlo, lo que debe atenderse son las correlaciones de fuerzas al interior de la sociedad».
Sin embargo, los autores no explicitan ninguna aclaración sintética ni esquematizadora ni de la alianza social más allá de tratar de develar el peso de lo político y la política en claves de la lucha «hegemónica» o de lo que debiese asumir una «fuerza transformadora», pero sin considerar las lógicas políticas de la «sociedad» chilena que se pretende transformar, ni aclararar cuáles son en forma y contenido «las correlaciones de fuerzas».
La política desde el vacío universitario
Continúan los autores: «Para un empeño de transformación, a diferencia de la visión dominante, la política es todo lo que tiene que ver con la construcción de una fuerza social capaz de protagonizar tal alteración del orden de las cosas. Es decir, la «politicidad» se atribuye a la forja del poder propio, y no sólo a los momentos en que dicho poder se expresa en el Estado. Sólo se puede forjar una fuerza social transformadora si se logra desarticular las barreras con que la dominación buscar evitar esa construcción. Esas barreras no son otra cosa que las formas en las que la dominación organiza en términos sociales y políticos a los sectores sociales subalternos». Como puede apreciarse, el enunciado abunda de principios imperativos pero carece de prácticas o elementos concretos de la contienda política para asumir una estrategia en los términos que se señala. La única distinción que establecen los autores, es señalar que existe una condición para el despegue de esta fuerza social, que implica, «desarticular las barreras con que la dominación buscar evitar esa construcción». Nuevamente entonces la pregunta, ¿qué o cuales son barreras de la dominación que impiden esta «construcción»? Tampoco los autores dan mayores elementos o alguna mención al respecto.
Más aun, siguiendo con el tono imperativo y abstracto, obviamente sin desarrollar o ilustrar prácticas políticas concretas, o matices para comprender el argumento, se sostiene lo siguiente: «En política, para las fuerzas de transformación, no se trata entonces de convocar espontáneamente al «pueblo» a través de programas, de reducir el ejercicio de construcción política a la elaboración técnica de una propuesta, o más en general, de entender a los sujetos sociales como base de apoyo inorgánica para la lucha electoral. Hacer esto es, finalmente, intentar acceder a los instrumentos de poder que construye el adversario, para luego desde ellos acometer la transformación, en lugar de forjar la fuerza social en esa misma trama de enfrentamientos, que produzca por sí ese cambio. La fuerza política se construye, entonces, en el grado de unidad y determinación política que esa fuerza social adquiere, en el nivel de su autonomía respecto a la territorialidad social y cultural que construye el adversario».
Es interesante ésta crítica al electoralismo no solo por la caricatura que se hace de una contienda electoral, sino porque implícitamente arranca de la base que toda contienda electoral supone una división instrumental y orgánica entre los votantes-electores y los partícipes de esa campaña o representación política. Y es cierto, si observamos la histórica contienda tradicional de la política, una y otra vez se ha separado estructuralmente el mundo de la política y de lo social, creando una pérdida de sentido y valor de la política como una experiencia colectiva y popular. Esa negación particular de la vida ciudadana como expresión de poder ha significado la trascendencia de partidos y formas jerárquicas del poder, convertidos en entes superiores y naturales que han tecnificado y encapsulado la política en intereses empresariales y conservadores. Es decir, es cierto, el adversario ha puesto la política en estrechos mínimos para la emergencia de otros mecanismos y formas de participación que alteren el orden ultraliberal y conservador. ¿Qué duda cabe?
Ahora bien, ¿con qué grados y enraizamientos estos términos operarían dentro de las fuerzas electorales de las izquierdas alternativas? ¿Acaso las nuevas izquierdas pretenden replicar estos modelos clientelares o inorgánicos con la ciudadanía? ¿Hay alguna constatación de que las fuerzas sociales y políticas de izquierdas, en términos orgánicos, pretenden ser una Nueva Mayoría o un Chile Vamos pero con un programa anticapitalista? ¿Acaso Orellana y Arellano piensan que las izquierdas que pretenden disputar municipios y diputaciones, automáticamente pretenden abandonar la lucha por la educación o contra el Estado subsidiario? ¿Acaso en los municipios y diputaciones no es posible construir una agenda en contra del Estado subsidiario? O desde otro punto de vista, ¿cuál es la perdida para «la emergencia» (como plural) en formular propuestas políticas alternativas electorales?¿Acaso no sería este ejercicio un buen ensayo para ir construyendo y posibilitando la existencia de un referente político más amplio y con contenidos sociales?
En efecto, si bien pueden existir matices y diferencias, ninguna fuerza política de izquierdas alternativas pretende desanclar a la ciudadanía en formas opacas de representatividad o centro de influencia del tejido social de la política. Y por supuesto, nada impide pensar -en principio- que una elección o candidatura no pueda constituirse y emerger desde una base social significativa. Asimismo, tampoco hay fundamentos ni experiencias absolutas que permitan anular la posibilidad de construir una plataforma electoral o política que, al calor del proceso de disputa o ejercicio, puede expandirse socialmente en significados de ruptura hacia procesos de alta politización y lucha contra el Estado subsidiario. En ese sentido, la Farmacia Popular de Recoleta de Daniel Jadue puede ser un excelente ejercicio de disrupción del cómo imaginar prácticas y formas de socialización concretas, para el anclaje social de políticas izquierdistas dentro de un horizonte común, más allá de lo electoral o instrumental.
Sin embargo, lejos de una disputa por la representación del poder del adversario, para Orellana y Arellano lo que se debe construir, ante todo, es una «fuerza social» que se proponga develar la dominación y comandar una transformación, pues, en ese mismo proceso, espontáneamente, es donde se constituiría una transformación en ejercicio. Esto se explicita más arriba cuando los autores sostienen que las otras izquierdas intentan «acceder a los instrumentos de poder que construye el adversario, para luego desde ellos acometer la transformación, en lugar de forjar la fuerza social en esa misma trama de enfrentamientos, que produzca por sí ese cambio». Es decir, espontáneamente, al calor de la movilización se construiría una alianza social capaz de disputar el sentido común de los grupos políticos dominantes.
Ahora bien, ¿qué tipo de fuerza social y cuál es la autonomía en términos de contenido frente el adversario deberían distinguirla? Para Orellana y Arellano, la respuesta a esta incertidumbre orgánica se responde mediante el contenido de las actuales luchas contra el Estado subsidiario y distinguiendo «cuál(es) conflicto(s) permiten avanzar en producir esa conciencia colectiva autónoma de la forma histórica que asume la dominación», pues, «es imposible para cualquier organización política abordar «todos» los conflictos de igual manera. Dicha supuesta amplitud, esconde una irresponsabilidad histórica con las posibilidades de avance de un proyecto subalterno».
Este último punto es importantísimo porque precisa el fundamento de la apuesta política de la IA y, a su vez, esclarece lo fundamental que propone esta réplica: el falso dilema propio y no del conjunto de fuerzas emergentes. En efecto, ¿qué significa para Orellana y Arellano «cualquier» organización política? ¿No será más bien este el dilema de la IA? ¿No será que se confunde el problema de una estrategia política de poder que realmente pretende dar alternativa a la conducción de un país, versus las limitadas capacidades de un solo «colectivo de izquierda», que quiere ser protagonista pero no tiene ninguna fuerza social desarrollada aun? ¿Por qué la IA supone que «cualquier organización política» podría conducir una disputa por la hegemonía o abordar «todos» los conflictos?¿No será acaso la confusión entre un «diagnóstico» y un «instrumento político» de una lucha mayor versus una lucha interna? ¿Acaso no logran captar que dicha tarea se debe construir con un conglomerado de organizaciones sociales y prácticas políticas que defiendan un proyecto político compartido y, por lo tanto, difícilmente podría ser comandado por «cualquier organización política»?
La confusión entre el diagnóstico particular y el instrumento general
Como se sostiene más arriba, en lugar de construir un espacio para la construcción de estos mínimos consensos, para los autores lo que deberían entender las izquierdas es la elección de una gran contradicción o centralidad política para avanzar en la lucha por la hegemonía. ¿Cuál es esta lucha estratégica en Chile? Para Orellana y Arellano es la lucha social por la educación, centralidad de centralidades: «la educación es un espacio en que, histórico-concretamente, se expresa un conflicto de clase, y las bases de la legitimidad social del capitalismo chileno en su forma neoliberal». Más aun: «La educación termina siendo la herida principal del modelo por donde sangra la ausencia de derechos. Y la lucha educacional anuncia entonces la aparición de un movimiento popular por los derechos negados en el neoliberalismo, de una manera y con una amplitud que no tiene otro conflicto hoy existente. La fuerza social que lo protagoniza se conforma, a su vez, con todas las precariedades que tiene, en la fuerza social principal de los subalternos».
Sin embargo, pese la claridad del anuncio del movimiento popular que anticipa la IA, las otras fuerzas alternativas no logran captar esta centralidad estratégica. Por el contrario, después del 2011, según Orellana y Arrellano, las izquierdas alternativas tienden a «un modelo fundamentalmente instrumental y efectista. Se busca la expresión rápida de conflictos sociales que perfilen liderazgos en la órbita de las redes sociales, en lugar de la permanencia sostenida en dichos espacios, en la que tales conflictos se entiendan como proceso de construcción del poder propio». A su vez, esto genera, que en el orden de la praxis política se reproduce «La reificación de la «simpleza», la prioridad dada a la «emocionalidad» en tales desplantes mediáticos, lejos de una preocupación sistemática y práctica por la forja de visiones de mundo en el campo popular, va a remolque de toda una construcción dominante basada en la inmediatez».
Y, en efecto, si bien es cierto que lo mediático y lo inmediato cada vez se vuelve más instintivo y poco efectivo al interior de las fuerzas emergentes, por otro lado, ¿cuáles son las «visiones de mundo en el campo popular» que diferenciadamente está construyendo la Izquierda Autónoma?¿cual es su aporte real y orgánico a la construcción de estas nuevas «visiones del campo popular»?¿Cómo podría agudizarlas si la fundamental fuerza social se concentra estrictamente en lo educacional? Por supuesto, no hay ninguna autocrítica ni visión argumentada de esta contradicción o distanciamiento absoluto entre los deseos y las prácticas. De hecho, en la parte final del texto, Orellana y Arellano se preguntan qué hacer. Y la respuesta -casi automática- nuevamente es la misma: auto-convérsese sobre lo fundamental y estratégico que implica luchar por la educación y cambiar el sentido subsidiario del Estado. Algo grande y poderoso deberá salir de ese proceso social, reafirman. Es decir, fuera de la educación, los autores no proponen ni una mínima idea concreta en términos tácticos -ni menos orgánicos-, sobre el qué hacer para el conjunto de fuerzas emergentes, tal como propone el texto. Es la educación o la educación -tal como la IA participa- el campo donde todas las fuerzas emergentes deben confluir y acumular fuerza para un mejor futuro ´revolucionario`.
El problema de la autoayuda autonomista
Concluyendo su propuesta Orellana y Arellano reflexionan sobre las malas prácticas de «la izquierda» dentro de las redes sociales, lo cual, no puede sino proyectar su propia frustración psicoanalíticamente, tras el lamentable debate protagonizado por sus militantes hace unas semanas atrás. Concluyendo los autores señalan: «Hoy la izquierda no usa las redes sociales, se arrastra en ellas bajo la dominación de lo inmediato, de lo fugaz y del morbo. Frente a esto, surge una posibilidad material y simbólica para hablar otras cosas. Para convencer a la gente, a millones de chilenos, que no son ni menos meritorios ni menos valiosos por estudiar donde estudian, que merecen un lugar digno en la estructura social no por el tamaño de su bolsillo, sino sólo porque son seres humanos. Que no tienen que deambular por consultas sicológicas ni por el circuito de la autoayuda para asumir su «fracaso«.
«La autoayuda para asumir su fracaso», termina el último párrafo, aquí es el propio subconsciente de Orellana y Arellano que se manifiesta. Y sí, porque el fracaso no es de las izquierdas ni de las fuerzas emergentes que comienzan y buscan dibujar las alternativas ante el momento de la política. El fracaso fue de ellos mismos, quienes no pudieron resolver sus diferencias políticas internas y las llevaron a las arenas públicas de una manera desastrosa y, peor aún, tensionaron innecesariamente al movimiento estudiantil tras arrogarse un lugar de avanzada o «partido gramsciano» al reunirse con el MINEDUC. Un gesto no solamente antidemocrático, autorreferente y carente de sensibilidad política para dar condiciones de reagrupación a las fuerzas sociales de la educación, sino alejado de cualquier fuerza social capaz de proyectar simbologías o significaciones fuera del debate de la izquierda. No obstante, con astuta claridad conceptual, Orellana y Arellano insisten: «De un movimiento por la educación politizado surge la posibilidad de apoyo para la organización de otros sectores sociales. Es así como las fuerzas políticas atizan el desarrollo de las fuerzas sociales, y ellas a su vez surgen en la medida que se enfrentan al enemigo».
En síntesis, aquí radica el falso dilema de la Izquierda Autónoma: sostener reducidamente que la educación es el centro de las luchas y no comprender que las diferentes disputas electorales y sociales no son excluyentes ni contradictorias sino fundamentales, ambas, para un real rearme de las izquierdas. Deslegitimar y criticar apresuradamente otras propuestas y ensayos políticos, solo porque una parte de su colectivo estimó que eran poco estratégicas o «irresponsables», no solamente escinde a la IA de un debate más profundo y significativo de largo aliento, sino que también inhabilita su lugar crítico en la articulación de nuevos referentes políticos.
La disputa por la hegemonía no puede ser tarea de ´cualquier organización` ni la suma de siglas ni dirigentes, por más gramscianos y profundos que sean. La verdadera disputa por la hegemonía con fines socialistas, arranca de la posibilidad de construir un proyecto político alternativo donde los diferentes grupos y colectividades, en el calor de sus experiencias, ensayos y praxis, puedan reconocerse unos en otros, para lentamente situar un diferenciado escenario de posiciones: salud, trabajo, previsión, vivienda, educación, deporte, cultura, derechos humanos, etc.
La actual tesis de la IA no solo refleja su impotencia y único deseo de sobrevivir a una crisis interna, sino que también implica una desconexión absoluta con otros esfuerzos políticos alternativos, serios y no exclusivamente «instrumentales» como ellos sostienen. Asimismo, dicha tesis, refleja una mínima disposición para avanzar más allá de lo particular y ampliar las condiciones para posibilitar la llegada de un proyecto alternativo junto a otros sectores organizados. Si la IA pretende tener un lugar en un proyecto alternativo de raíz socialista, en primer lugar, debería asumir sus propios límites y no amplificarlos a una visión particular y antidemocrática de la realidad colectiva, que solo distancia y tensiona las posibilidades de ir tejiendo un horizonte social de alternativas, más allá de los confines universitarios.
Ensayar, movilizar y recrear disputas electores y sociales, son tareas mínimas que debiesen complementarse solidariamente entre las distintas fuerzas emergentes. Y no debiesen ser elementos distintivos entre «izquierdas instrumentales» o «izquierdas gramscianas». Reconocer el lugar del otro y cómo cada actor es capaz de involucrarse en diferentes plataformas, es la gran tarea de un proyecto popular y de real impacto social. Ni lo estrictamente educacional ni lo estrictamente electoral podrá o podría ser motor clave para avanzar en dicho proyecto. Por el contrario, es la conjunción de una serie de energías y procesos de emancipación política en todas las escalas de la sociedad, la que deberá expresar el estado salud de este proyecto. Por lo tanto, es un falso dilema plantearse la legitimidad por la conquista exclusiva de luchas sociales y desechar críticamente otros esfuerzos políticos. Es absolutamente falso porque al deshacerse de las disputas electorales, se omite que los espacios de representación tradicional son momentos de apertura y politización para romper el cerco de comunicación e ir avanzando en otras posiciones de disrupción y acumulación de fuerzas.
Desde luego, no se trata de sobrevalorar unas movilizaciones por otras, sino constatar que todo proyecto político alternativa implica la movilización social y política de todas sus fuerzas, con o sin «conciencia autónoma». Por último, la IA desatiende que la mayoría de la población e inclusive el conjunto de estudiantes del país, conservan una significativa apatía política que también se expresa en el estructural déficit de democratización de las instituciones sociales. Ni siquiera los estudiantes y sus representaciones políticas están 100% comprometidas con el movimiento estudiantil. Tal como lucidamente relata Claudio Fuentes, la IA debería asumir el peso que implica la contradicción entre los deseos y las prácticas, y repensar nuevamente que implica una politización total como lucha de clases: » se demanda la superación del arreglo social y económico actual (la superación del neoliberalismo), pero se convive en un contexto marcadamente neoliberalizado» [2] . De este último punto, radica la idea de que ninguna disputa electoral puede ser automáticamente rechazada.
La IA debería reconsiderar la posibilidad que no todas las experiencias electorales o actuales disputas políticas están predeterminadas o influenciadas por el 2011, como insisten sostenidamente. El problema histórico de una avanzada, depende de la identidad de las luchas y sus movimientos y apropiaciones en el campo de las posiciones políticas, que impostergablemente deben darle organicidad a las demandas y relativos estadios de victorias. Durante los últimos cinco años la educación no solo ha demostrado ser una demanda política estrecha y sin correlato social, sino que también ha sido permanentemente invertida por la capacidad de maniobra de la clase dirigente, que aun no tiene adversario. La dimensión histórica post 2011 y su supuesta trascendencia actual, ha sido sobrevalorada por ciertas capacidades estudiantiles y la omisión de otras disputas del poder en Chile, capaces también de ir cohesionando e impulsando un plan de mínimos consensos para un nuevo referente político: alcaldías, movimientos territoriales y ambientales, redes sindicales, agrupaciones de derechos humanos, entre otras.
En definitiva, las diferentes fuerzas de izquierdas debiesen discutir mínimas tareas sociales y políticas, que se auto-posicionen y complementen entre ellas, respetando el aporte y la contribución de cada organización. La tarea básica, antes de clausurar el debate, sería: cómo articular diferentes posiciones políticas y disputas sociales para construir consensos mínimos, cómo reconocer los diferentes lugares y contribuciones de actores sociales en un horizonte nacional capaz de abrir una real política contra el adversario. Es en ese camino que podremos dar una real batalla de posiciones y simbologías rebeldes y autónomas que tengan un real impacto social y no, en la fragmentación o el gramsciano reposicionamiento que se le ocurrió a un solo iluminado actor o colectivo, en su determinada arena o parcela de actuación.
[1] Se puede leer en http://www.nodoxxi.cl/wp-content/uploads/CC13_Pol%C3%ADtica..pdf
[2] El Mostrador 23/06/2016 http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2016/06/23/el-momento-actual-movimiento-estudiantil-y-sentido-de-comunidad/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.