Con un empate técnico entre los candidatos Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga en la primera vuelta presidencial, el análisis que aflora en los entornos entendidos es infantil: la segunda vuelta definirá la paz o la guerra para Colombia, y será «crucial» para el futuro del país. De personas inteligentes, algunas de ellas de […]
Con un empate técnico entre los candidatos Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga en la primera vuelta presidencial, el análisis que aflora en los entornos entendidos es infantil: la segunda vuelta definirá la paz o la guerra para Colombia, y será «crucial» para el futuro del país. De personas inteligentes, algunas de ellas de izquierda, uno esperaría un balance más profundo.
Parto de la premisa opuesta: en Colombia las elecciones nunca han decidido nada, mucho menos son resultado de la voluntad popular, cuando el abstencionismo crónico ronda el 64%. Por razones obvias, la gente del común no cree en el sistema. Al contrario uno podría afirmar que los comicios desde el 90 concluyen procesos sociales de reajuste de poder, casi siempre anclados a la violencia. La elección del 90 fue paradigmática, con tres presidenciables asesinados. La del 94 se engalanó con la astucia de un candidato, pero dejó claro hasta qué punto resultaba irrelevante quién ocupara la Casa de Nariño. La del 98 mostró un consenso entre Washington y los bloques tradicionales de las élites por lograr tiempo para preparar el Plan Colombia. En otras palabras: las elecciones son el final, no el principio de la coyuntura. El mejor ejemplo fue el sorpresivo asalto de Uribe Vélez en 2002, que oficializó dos décadas consolidando el paramilitarismo como fenómeno local de poderes terratenientes y mafiosos, fenómeno imparable. Y triunfador.
El resultado electoral que hoy envalentona al uribismo y asusta a una izquierda sin vocación de poder, no se distancia de la tendencia marcada durante las elecciones al Congreso. Mientras Santos y Zuluaga están empatados con votaciones que no les permiten ser mayoría, el Presidente tiene la posibilidad de duplicar sus votos en segunda vuelta, sumando los caudales de Clara López, Enrique Peñalosa y un porcentaje de los conservadores. Ninguna sorpresa, nada fuera de lo previsto. Zuluaga difícilmente conseguirá votos de opinión, más de los que ha logrado, pero es seguro que jalará un sector fuerte del Partido Conservador. Como aseguró Daniel Pecaut hace poco, nos aprestamos para que sectores ciudadanos que jamás hubieran apoyado a Juan Manuel Santos lo respalden votando contra Zuluaga y Uribe.
Lo interesante, más que los resultados electorales, son esas tendencias que se mueven debajo: un cerco jurídico y mediático contra el uribismo sin precedentes, unos guiños norteamericanos de respaldo abierto al proceso de paz, una gobernabilidad por lo alto con el consenso del empresariado y amplios sectores de poder a favor del Presidente-Candidato. La segunda vuelta no será una pugna entre Santos y Zuluaga. Será la conclusión de esa tendencia social que revela cómo Colombia está a las puertas de superar un conflicto armado sin mayores concesiones de fondo para la insurgencia. Eso no lo para nadie.
La izquierda colombiana, con pésimos cálculos y sin agenda propia más allá de concentrar esfuerzos en ser minoría cada cuatro años, está apoyando a la derecha decente, o mejor, votando contra la indecente, desde que el Partido Comunista se plegó al liberalismo en los años 30. Con el espanto del bipartidismo nos olvidamos que Santos y Uribe son, no se olvide, el mismo final con diferente camino.
Varios elementos entran a jugar antes de la segunda vuelta. El primero es la lectura que desde La Habana se haga de los resultados, lectura que con toda probabilidad lanzará la esperanza de la paz antes de lo previsto. Lo segundo es que a pesar del triunfalismo, los uribistas están cogidos en una trampa de escándalos y procesos jurídicos que atenaza su operatividad. Veremos los otros videos de Óscar Iván Zuluaga conspirando contra el ejecutivo, guardados para la ocasión. Se intentará presionar a Zuluaga o negociar con él, quizá sacrificando su hijo involucrado en delitos graves de espionaje. También es probable que haya noticias en el caso del grupo criminal «los 12 apóstoles», allí se incrimina directamente a un hermano de Álvaro Uribe.
El último elemento es el gesto sutil que pueda hacer el Departamento de Estado en los próximos días. Hay que ser ingenuo, o muy ignorante, para no sospechar de dónde provienen las pruebas, testimonios, evidencias y prontuarios que tienen en la cuerda floja a Uribe.
Ninguno de estos elementos se decide en las urnas el próximo mes. Y lo que se decide, escoger entre dos candidatos de derecha neoliberal, no es una elección, sino la ratificación de que las votaciones en Colombia son la fachada de un Estado oligárquico, profundamente desigual, excluyente y antidemocrático, donde todos los candidatos con opción representan variantes de una misma política. A veces es difícil ver lo obvio.
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