Cuando Medellín era considerada la capital mundial del narcotráfico y los males asociados a ese fenómeno, cuando la guerra sucia se ensañaba sin tregua con la militancia de la Unión Patriótica, los sindicalistas y aún los académicos y estudiantes de la Universidad de Antioquia, cuando un sepelio se sucedía a otro y como solución un […]
Y entonces, cantaron con Porfirio: ¡Contra la muerte, coros de alegría!
Ya estaba la consigna, ya estaba la decisión, y la respuesta ante tanta muerte. Había nacido el Festival Internacional de Poesía de Medellín. Faltaba claro, la organización, la financiación, su estructuración, mejor dicho hacerlo. Pero estos eran detalles menores.
Y así, la Medellín, la Medellín de florestas y arboledas que un día fuera borrada sin contemplación de los mapas de los circuitos turísticos internacionales, fue a partir de 1991 lugar de encuentro de poetas del mundo, y hoy la reseñan como tal los catálogos turísticos del mundo.
Pero lo mágico no es eso. Eso podría pasar aún en algún inhóspito lugar del planeta. Lo maravilloso es que ¡Contra la muerte Coros de Alegría!, la ciudad hizo suyo el festival, se apropió de él, y ríos de niños y de ancianos, de estudiantes y de mujeres, se ven por las calles camino del lugar donde «están los poetas», donde alzan su voz los rapsodas de lejanos países. Y mermó la muerte en Medellín. No se puede decir claro que por el Festival. Pero mermó y en ello algo ha de haber del espíritu que lo inspiró y al que concita.
Y la gente, los paisas y los que no, los desplazados y los visitantes, como convocados solos, se dan cita en parques, teatros, universidades, comunas y calles, porque sienten suya esa cantata sobre la solidaridad, la guerra y sus desastres, la naturaleza y su reclamo, la ferocidad del poder, la frivolidad y cosificación que de la vida ha hecho el sistema imperante. Y se sienten representados cuando los juglares claman contra la energía nuclear que en dado caso también nos tocaría, y cuando vuelven poesía nuestro alegato cotidiano de indignados y desencantados por lo que hicieron del mundo aquellos que a nuestro nombre se arrogaron el poder de manejarlo.
El Festival Internacional de Poesía de Medellín no es apenas un evento con sus talleres, conversatorios, películas, conferencias y recitales, incluidos los realizados en las cárceles con alborozada receptividad. Esa semana del Festival es el esplendor de él, su parte más pública y celebrada. Se trata de una institución a cuyo alrededor y bajo su sombra se gestan y realizan iniciativas y programas con vocación de permanencia y que superan el ámbito de él. Así, hace parte y está en la creación del Movimiento Poético Mundial, tiene una escuela permanente de poesía, gestiona el Proyecto Gulliver que lleva la poesía y la formación en ella a los niños de los barrios populares de la ciudad, a quienes después les edita sus producciones y de donde han salido poetas ya reconocidos; y está también en la creación de la «Red Nuestra América de Festivales Internacionales de Poesía» para defender y profundizar esta clase de proceso cultural en Latinoamérica.
Como una evidencia de la significación del Festival en tanto expresión del arte al servicio de la Convivencia y la Solidaridad, está el otorgamiento del premio Nobel Alternativo de Paz por el parlamento sueco – diciembre de 2006-, en la persona de su director el poeta Fernando Rendón.
Y claro, como todo y tal vez más, dolidamente hay que decirlo tratándose de Colombia, hemos tenido ocasión ahora que es tan fácil difundir cualquier pensamiento bueno o malo a través de la informática, de conocer páginas de odio y resentimiento contra el Festival y contra su director Fernando Rendón. Que vienen ¡quien lo creyera!, de algunos poetas y columnistas que se sienten desbordados y abrumados por la importancia de un festival del que se duelen no tener acciones. Y le lanzan toda clase de denuestos. El peor de todos, haciendo suya la oscuridad del espíritu que cubrió de losas sepulcrales este país y en particular a Medellín, le tachan a su director ser de izquierda. Y de ahí, lo asociado a esa condición cuando la triste ideología de quien la enrostra la identifica con lo malo que campea por el mundo.
Lo anterior, sólo como una nota melancólica en medio de la fiesta, y que hacen cierta la queja del poeta: «Este mundo donde las mejores cosas tienen el peor destino». Porque por lo demás, sobre esos ataques únicamente habría que decir con León de Greiff: «Baratijas, baratijas.
Pero lo cierto es que en esa ciudad tantas veces agobiada, cada año presenciamos un espectáculo hermoso: una muchedumbre de toda condición, unos en buses, otros a pie, con frecuencia bajo fuerte aguacero lo que no les quita el contento, algunos resguardando humilde y humeante avío, se desplaza y llega hasta Grecia y ya allí se encarama al Olimpo donde los dioses residentes se aprestan a dar su beneplácito a la fiesta que concluye. Y comienzan los rayos, los truenos y las luces en el Olimpo Nutibara.
NOTA DE REBELIÓN:
Información y programación del Festival en: http://www.festivaldepoesiademedellin.org/pub.php/es/Intro/index.htm