La guerra y la paz han sido tema de la literatura, del cine y de otras expresiones, e igualmente de complejos estudios sociales y políticos, por lo que al retomarlos, se siente una, menos que una pulguita tratando de dilucidar el asunto. Ahora sin embargo, en el contexto de los diálogos o conversaciones entre el […]
La guerra y la paz han sido tema de la literatura, del cine y de otras expresiones, e igualmente de complejos estudios sociales y políticos, por lo que al retomarlos, se siente una, menos que una pulguita tratando de dilucidar el asunto. Ahora sin embargo, en el contexto de los diálogos o conversaciones entre el gobierno y la insurgencia en nuestra Colombia herida por la guerra, y por el anhelo de paz, son de cotidiana mención. Desde ese latir, quiero exponer algunas consideraciones y compartir una reflexión, -a la que les invito, sin pretender tener la razón, que prefiero no tenerla. En una segunda parte de este escrito, amplio el tema con cimiente en nuestra historia. Temo caer en pecado mortal, cuando lo que se dice desde la mayoría, es contrario a lo que aquí enuncio, por ello de entrada, me veo impulsada a aclarar que no pretendo tomar postura o cuestionar la búsqueda de una salida negociada al conflicto social y armado, es más, válido un proceso en que dos partes enfrentadas a muerte, se sienten en una mesa a buscar dirimir las contradicciones para allegar a acuerdos que permitan superar, de ser posible, este conflicto. Entonces, al tema: así como en algún momento me pregunté*1 y nos preguntamos, de cuál paz estamos hablado? ahora la pregunta que presento a su consideración es: ¿De qué guerra están hablando?
Y es que, en estos momentos de efervescencia y calor, la cruenta guerra que estamos padeciendo, se ha reducido, como por obra y gracia de un maquiavélico jugador de poker, al conflicto armado, entre quienes vienen cometiendo los más horrendos crímenes, usando y abusando del poder, y entre quienes se vieron impelidos a levantarse en armas para defender sus vidas y sacudirse de esta ignominia.
Un coro, que a mi parecer se va haciendo mustio y vacío, repite sin pausa ni armazón que el fin de la guerra está por llegar, que estamos en un escenario hacia la paz , que nos aprestamos a dar punto final a la guerra, que la guerra como método para alcanzar la paz se encuentra agotada y así proclaman su veredicto: el fin de la guerra y el advenimiento de la paz en Colombia, tras la firma de los acuerdos entre el gobierno y las Farc-ep.
Y yo me pregunto en medio de mi asombro, pero… ¿de cuál guerra están hablando? Cuando a tiempo en el curso de solo siete días que van del primero de marzo al siete de marzo, fueron asesinados cuatro activistas o líderes sociales*2: ¡Por dios!, cuatro vidas de luchadores populares, gente del pueblo. ¡Carajo! Se está continuando el genocidio «lento», sistemático y perseverante, ahora nos dice la Marcha Patriótica que les están asesinado su gente de la misma forma y manera*3. Pero eso no es guerra porque ninguno de estos asesinatos es producto del conflicto armado, porque no es producto de combates entre las fuerzas armadas de la republica, del estado colombiano, y la insurgencia. Eso es aparte, eso nada tiene que ver ¿o sí? Díganmelo ustedes para descifrar el enigma, a este paso, vamos a terminar creyendo que el genocidio de la UP, no es un genocidio. Qué desvarío, que atropello a la razón.
Hechos del mismo talante son el pan diario en nuestra Colombia. Vemos en estos días, la denuncia de diversas organizaciones que refieren a una ola de asesinatos, desapariciones, desplazamientos y amenazas contra integrantes de sus organizaciones sociales y de la izquierda en Colombia*4. U otra comunicación, que me dio la impresión de estar frente a una película, por cierto, de guerra; se trata de operativos acometidos por unidades militares y policiales en un poblado rural del departamento del Cauca: aviones de combate sobrevolando la zona, helicópteros que aterrizan en la cancha de fútbol del centro poblado, uniformados que se dirigen a una casa tumban la puerta y allanan una vivienda, agentes de policía que apuntan sus armas de dotación contra una concentración de cerca de mil habitantes del lugar, hacen disparos al aire, y otros hechos más que bien pueden constatarse en el enlace*5. Noo, pero, eso no son actos de guerra, que va, pues no se derivan del enfrentamiento entre la insurgencia y el gobierno. Vuelvo a preguntar, ¿de cuál guerra están hablando? .
Ahora vienen a envolatarnos la cabeza haciéndonos creer que todo un conglomerado social víctima de un modelo y un estado de terror, se reduce a las víctimas que se derivan de la confrontación armada, eso no tiene ni pies ni cabeza, es un amasijo de carne con madera y chicles USA. Y mientras tanto l os reales victimarios revolotean como aves de mal agüero en torno a las victimas encubriendo su responsabilidad en la sangre por el pueblo derramada.
Siglos que no son de luces sino de estallidos de poder sangriento continuan hasta nuestros días. A mansalva, cobardemente, aplican el terror. Con sus gemidos de dolor latentes Mapiripán sigue clamando justicia y todas las masacres, y los asesinatos, y los niños desnutridos, y los viejos tirados en las calles, y las mujeres pariendo sin comida, y los que los que sufren los vejámenes en las cárceles, y los que claman sus derechos, y los desaparecidos, y los amenazados y los torturados, y los marginados y humillados, -todas y todos- sujetos de una u otra, o todas las violencias. La oligarquía retuerce hasta la saciedad a un pueblo para llenar sus arcas mal olientes. Es la guerra de los poderosos patíbulos de hambre, dolor miseria y muerte. A hora mismo y mientras el gobierno habla de paz, el paramilitarismo sigue actuante y sonante en diversas regiones del país. Las cifras que emergen de la Colombia profunda nos revelan la sufriente realidad: El Estado es responsable del 83% de las ejecuciones extrajudiciales, del 83,3% de las masacres y del 97,7% de las desapariciones forzadas, el estado encarcela, asesina y acomete grandes violaciones a los Derechos Humanos*6 .
De verdad, a quienes tengan a bien o a mal, leer estas líneas, considero que una lógica en la que se asimila y equipara el fin de la guerra, al fin del conflicto armado y en correspondencia directa, que entramos al escenario de la paz por efecto del fin del conflicto armado, es tanto como tirar la antorcha que nos alumbra en esta larga noche obscura. Aseguro que tal concepción no es cosa de desdeñar, no es un decir inofensivo o un exclusivo problema semántico. Lo que se ha puesto en cuestión es una manera de ver y entender los asuntos de la guerra y la paz en la Colombia de hoy. A mi juicio -si aun lo tengo-, se está produciendo un quiebre del ideario, ideológico y político, si de lo que se trata, es de romper las cadenas de la opresión que nos atan a un modelo que rompe en pedazos la democracia y a un sistema que lleva la guerra en sus entrañas. Es en síntesis, una concepción que desfigura la realidad, desconoce la historia y obnubila la razón.
A lo expresado anteriormente se suma otro detallito. En los acuerdos en la habana se legitima el monopolio de las armas en manos del estado, un estado agresor y el directo responsable de la violencia en Colombia, y al mismo tiempo se deslegitima el derecho a la rebelión, el derecho a la defensa. Bajo esta concepción de la guerra, asumida, por las dos partes -Gobierno y Farc-, lo que se está logrando es sacar de la contienda a la insurgencia, y reducir el proceso de negociación a la desmovilización y el desarme de los insurgentes. En últimas, y aunque no sé matemáticas, se está dando una especie de ecuación así: Guerra = conflicto armado, fin del conflicto armado = fin de la insurgencia. Resultado= y todos seremos tan felices. Si, exagero, quizás así me haga entender.
Para mi perplejidad, la dirigencia de las Farc-ep se alindera con esa cuestionable concepción, es su reiterado decir como pedagogía para la paz: «nunca más volver a la guerra», a puertas de una firma que anuncia la desmovilización y el desarme de esta insurgencia. A mi parecer, se han perdido en las aguas turbias de su contrario cuando dicen: » Nos asiste la certeza de que al final de este 2016, los colombianos podremos contar con un protocolo de paz que nos permita propalar a los cuatro vientos: Terminó la guerra, terminó la guerra»*7. Como si la rebelión fuere la guerra y no una respuesta a la guerra impuesta por la clase dominante. Y en consecuencia como si el autor de la guerra fuere la misma insurgencia, -el teatro del absurdo-. Esta concepción en que se asientan las negociaciones entre el gobierno y las Farc-ep, si bien es propicia y responde a los planes de la oligarquía que representa el gobierno Santos, no así, lo es en el caso de la Farc, ya que se vuelve contra sí mismo al deslegitimar el supremo derecho a la rebelión, en una incoherencia incomprensible. Y como esta historia está en desarrollo, nos queda por saber, si ELN y EPL -si le dejan hablar- van a volar con alas libertarias sobre la trampa del jugador de poker y abordar los diálogos desde el sólido tinglado de las justas causas de la lucha que impelen a la rebelión de los pueblos.
Notas
*1 www.alainet.org/es/articulo/169235
*2 Red de Derechos Humanos del Suroccidente Colombiano «Francisco Isaías Cifuentes» / Jueves 24 de marzo de 2016
*6 Colombia es el segundo país del mundo en desplazados, detrás de Afganistán. Impresiona: Colombia el país en el que son asesinados el 60% de todos los sindicalistas asesinados en el mundo* . Estos datos y otros más pueden ver en el valioso escrito de Azalea Robles: «La planificación del terror y la estrategia de confundir», rigurosamente documentados.
* 7 Rebelion. La ruta de la paz https://rebelion.org/noticia.php?id=209609
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