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¿El fin de la paz total?

Fuentes: Rebelión

Tras los hechos acaecidos en el Catatumbo en enero de este año, el rumbo de la Paz Total del gobierno de Gustavo Petro parece estar llegando a su fin. La crisis humanitaria desatada por los enfrentamientos entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y una fracción de las disidencias de las FARC, que opera en la región y que actualmente se encuentra sentado en una de las mesas de dialogo que lleva a cabo el gobierno nacional, han dinamitado la posibilidad del logro de la una salida política negociada al conflicto armado en el mediano plazo.

Bastaba un pequeño viento de guerra en el Catatumbo, para que el castillo de naipes con el que se edificó la idea de la Paz Total empezara a derrumbarse. Las cartas que se apostaron para el logro de la solución política se están quedando sin soporte y tambalean los posibles escenarios para continuar en el propósito: los diálogos entre los Chotas y los Espartanos en Buenaventura, la mesa con los jefes de la oficina de Envigado, los acercamientos con el Clan del Golfo y con el Frente Comuneros del Sur, disidencia del ELN que a propósito suscitó una de las tantas controversias en con la dirección del COCE y el gobierno nacional.

Ambiciosa, desbordada, sin contenido, poca claridad en método, ejecución, eficiencia e implementación, la Paz Total está en un momento crítico. A escasos dos años de gobierno, la promesa de lograr un país resuelto en la pacificación se está yendo al traste, lo que hace pensar que se ha llegado al limite de un tipo de solución política que ya no corresponde con la realidad de la dinámica del conflicto armado y social en los diversos territorios del orden nacional.

¿Se agotó el repertorio de la solución política de la izquierda?

La izquierda dueña y custodia de la bandera de la paz y la consigna histórica de la solución política, ha agotado su capacidad movilizadora, su limite parece haberse alcanzado en los repertorios institucionales del gobierno que ha capturado la posibilidad de acción social autónoma en los territorios en torno a la organización, promoción, concientización y sobre todo formulación de las prerrogativas que tienen las comunidades azotadas por la guerra.

La captura institucional ha despolitizado el valor de la solución política, que atada al aparataje burocrático redujo a la lucha por la paz a costuras de simples reivindicaciones humanitarias para mitigar los impactos de la confrontación e instrumentalizar los acción de la población civil a convertirse en escudos políticos del gobierno nacional, bajo la promesa que a mayor colaboración con las fuerza oficial del Estado, llegarán también los cambios estructurales por los que tanto han esperado durante décadas de conflicto.

El repertorio transformador de la solución política ha sido deslizado ideológicamente por un tipo de corsé narrativo acerca del fin de lucha armada, la claudicación de los objetivos dada su pérdida de vigencia como medio para subvertir el orden social y, ante todo, por su anacronismo con los tiempos democráticos y el triunfo de sublevaciones sociales capaces de asaltar el gobierno, para luego tomar el Estado desde adentro por cuenta de la vida de la reforma y no desde la revolución. Reformismo, democraterismo institucional y burocratismo militante ha secuestrado la idea de la solución política desde la perspectiva revolucionaria: hacer la paz para seguir transformando la realidad del actual estado de cosas existentes y no para claudicar, renunciar, entregarse y acoplarse al Establecimiento. La paz para cambiar el modo de lucha, las formas de la acción revolucionaria, no para yacer en ella.

El cambio de plano ideológico se instaló desde el modelo de paz de los diálogos de la Habana, en el cual la izquierda, en especial de algunos sectores revolucionarios, compraron la tesis del comisionado de su momento, acerca de la ampliación del Estado en la idea de la institucionalización territorial, bajo el supuesto que este delegaría poderes transitorios a los firmantes y sus bases sociales, sin ningún tipo de sometimiento legal o extralegal. Todo esto ha sido una maniobra refinada que se elaboró con la pomposa fórmula de la “paz territorial”.

Paz sin poder social, sin organización, negociando el acumulado y cediendo en la correlación de la fuerza social lograda en la lucha, es una rendición edulcorada de buenas intenciones del poder estatal. La solución política no puede partir de un tablero en desbalance o balance solamente de los aspectos militares y humanitarios, desconociendo el plano de lo orgánico de la subversión social, los elementos de estructura comunitaria y de asociación creados y nacidos en el marco de la experiencia de un no Estado en el marco del conflicto, que no pueden ser absorbidos por la supuesta territorialidad de un acuerdo. Los modos autónomos e incluso de independencia de las formas orgánicas surgidas de la resistencia popular, campesina, afrodescendiente e indígena frente al Establecimiento, no se reducen a montar estructuras institucionales por encima de lo ya constituido por el poder social en los territorios.

Los balances de poder social no son transacciones que pueden incluirse en los aspectos militares y muchos menos asimilarlos como un todo de la confrontación. Si la solución se basa en una dinámica de poder, el aspecto de resolución política no puede desconocer el encuadramiento de fuerzas que está más allá de la reducción bélica o de las formas militares.

Es ahí donde la disputa sigue y no se reduce a una transacción de amplitud de espacio político como aparato burocrático estatal, sino a ejercer las formas del derecho acordado en la solución política que nacen de lo territorializado en la resistencia histórica durante el conflicto. La base de la paz territorial está en el reconocimiento real del poder que se asienta sobre él y no que el que se incrusta desde el Estado por una transacción de la negociación.

La solución política territorialmente hablando es también entre posesión colectiva e histórica de lucha, resistencia encuadrada en formas orgánicas de vida social y económica que no se puede transaccionar por cuenta de un arreglo burocrático entre firmantes. Esto seria desposeer la base social y traicionar con el despojo la resistencia histórica del acumulado de lucha por la vía de la institucionalización estatal. Bajo el enfoque de desposesión por acuerdo, no se podrá avanzar a la paz territorial.

El agotamiento del repertorio se debe a una operación ideológica que viene erosionando la estructura teórica del pensamiento revolucionario y que está inoculada desde las “nuevas formas de hacer política” de la izquierda, que empezó a anidar desde los prominentes dirigentes políticos de la novissima ola generacional de representantes de las protestas sociales que luego saltaron al estrellato del poder legislativo y hasta ejecutivo de los gobiernos autoproclamados progresistas.

Una deriva en la semántica por cuenta de mejorar la conveniencia en los medios de comunicación y en las redes sociales, para que llegar a las nuevas formas de entender de las jóvenes generaciones fue una suerte de laboratorio para lavar el contenido radical de las teorías y con ellos ablandando sus conceptos, eliminando las categorías. Entonces el poder, la cuestión del Estado, las comprensiones sobre la economía política, la sociedad, la construcción del sujeto social y político, fueron diluyéndose en las narrativas de la democracia, la participación, la ensoñación de ser parte del poder sin asaltarlo, sin tomarlo, arañarlo y supuestamente transformarlo desde adentro. La paz se redujo a claudicar, rendirse e incorporarse a la sociedad para sumar una cédula más al sistema electoral que finalmente, termine gestionando a través del voto la ensoñación del cambio social y una posible representación parlamentaria.

De la misma manera, la idea de la paz se ha vaciado de contenido en la perspectiva de la izquierda, ahora todo se limita a simples transacciones para finalizar la confrontación armada y rendir la fuerza en armas que confronta al Estado, bajo la tesis que ampliando el Estado todos podemos estar dentro de el y compartir el espacio de la democratización que permite el poder. Una paz sin transformación social, económica y política está al orden del día en el actual modelo de solución política.

Sin duda, esta es la idea de la política de la Paz Total que en nada se diferencia del modelo de Santos, salvo en los modos contrainsurgentes que han puesto en marcha en las mesas que ha instalado el gobierno nacional de aplicar el método de división interna para disminuir, golpear y rendir al oponente en el marco de la construcción del diálogo. Nada de esto va a progresar para el bien de la paz, si finalmente se siguen insistiendo en un modelo que poco resultado efectivo tiene para la solución política.

Llevan dos años repitiendo el mismo error y les queda poco tiempo, casi imposible de lograr algo más que una buena intención poco materializable en el mediano plazo. Se puede asegurar que, con este gobierno, paradójica y supuestamente progresista, la paz total tampoco fue posible.

¿El futuro de la paz?

Petro está sepultando las posibilidades de la paz y con ello la continuidad del gobierno del cambio para el próximo periodo. Con el descalabro de la Paz Total y los errores e incumplimientos de su proyecto con el pueblo al que prometió cumplirle durante su mandato, sumado a los continuos escándalos e inconsistencias en la mala ejecución de las carteras de su gabinete, no es descabellado asegurar que la balanza de poder se irá inclinando hacia una salida electoral por el retorno de la derecha.

Ahora, un sector de la derecha entiende claramente que la crisis de la hegemonía política sigue latente pese al estado de baja movilización post estallido social, que fue adormecida con el bálsamo del gobierno progresista. Este entendimiento le permite a este sector moderado, republicano y modernizado de la derecha, capturar la idea del cambio y reformarla para sus reformas en dirección de prometer un proyecto más estable en la ejecución, movilidad y desarrollo de áreas centrales que develó el estallido social en cuanto carencias de la política social del Estado que pueden ser controlables sin mareas de subversión social.

En este orden de ideas, la paz y la solución política no estará fuera de la agenda de la contienda electoral. Es claro que la salida militarista sigue estando al orden del día y puesta en marcha en este gobierno, basta ver la ofensiva en el Plateado con la Operación Perseo, los desarrollos que ahora se ciernen en el Catatumbo con el Operación Relámpago y la serie de despliegues que combinados entre fuerzas militares, paramilitares y grupos supuestamente insurgentes se unen en triada para golpear estructuras armadas de las disidencias de las FARC que no se encuentran en diálogo actualmente.

Sin embargo, la idea de la Paz Total también puede ser reciclada y reformada, tomada en sus aspectos positivos y reorganizada para superar los puntos ciegos que no fueron vistos y tomados en cuenta para una política que puede ser más eficiente en cuanto a su puesta en marcha en las nuevas dinámicas del conflicto armado, en especial por su carácter expansivo en la movilidad territorial y por la multiplicidad de actores en uno o más regiones.

La refinación de métodos y una definición en los marcos de negociación puede lograr darle un rumbo más claro a la idea de la solución política para una paz quizás no total, pero si parcial, escalonada, territorial e integral en cuanto la necesidad de concretar reformas sociales, políticas y económicas especificas para poder implementarlas bajo mecanismos menos forzosos y ralentizados como los que hoy operan en el supuesto andamiaje de la Paz Total.

El 2026: un año decisivo para la transición entre un cambio de nuevo tipo o la retoma conservadora

En el marco electoral del 2026, la disputa se podrá ver entre el cambio continuista o el cambio reformado, moderado y aclimatado a la nueva correlación política internacional que se está alineando a una suerte de bloque parcial contra la actual administración de la Casa Blanca. Sin duda, la posible descertificación del gobierno Trump a Colombia, afectará considerablemente la ayuda económica para los proyectos sociales en curso, en especial para la implementación del acuerdo de paz de la Habana, pero también afectará el presupuesto de defensa y ello llevará a un replanteamiento del escenario de conflictividad bélica en el país.

Si la balanza de conflictividad bélica se expande en el territorio nacional como es previsible y se reducen los medios para mantener la operatividad de las fuerzas militares, sin duda, los factores para la salida política dialogada pueden favorecerse en un acento más general para buscar socios para la paz en otros escenarios internacionales. Nadie quiere fortalecer una política de guerra promovida por la Casa Blanca, a sabiendas del delicado panorama que internacionalmente puede alinear como enemigo a cualquier país amigo de EEUU.

Ir a la guerra interna con ayuda exterior norteamericana es hoy mas delicado, cuando están en juego factores de disputas internacionales que pueden bloquear la estabilidad económica y política del país en los escenarios que hoy ven con cautela la conducta de la Casa Blanca. Para ninguna derecha moderada o para una izquierda progresista que languidece políticamente y con aspiraciones electorales en el continente, es fácil quedar capturada en la política exterior norteamericana que expone a sus aliados fácilmente a unas tensiones innecesaria que resulten ser costosas en el futuro inmediato.

Hay mucho en juego y la paz es sin duda una de las piezas en el ajedrez que definirá la balanza electoral de la próxima contienda presidencial, pero también el entendimiento con la nueva situación internacional que se abrió con la llegada por segunda vez de Trump a la Casa Blanca.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.