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El fin de una época

Fuentes: Contretemps

Vivimos el fin de una época. La crisis abierta a finales de 2008, arrastra en una espiral depresiva a todas las corrientes de izquierda y del movimiento obrero, incluso cuestionando la existencia de la izquierda tradicional. Pero, ¿de qué izquierda y de qué movimiento obrero hablamos? A partir de esta pregunta, François Sabado, militante del […]

Vivimos el fin de una época. La crisis abierta a finales de 2008, arrastra en una espiral depresiva a todas las corrientes de izquierda y del movimiento obrero, incluso cuestionando la existencia de la izquierda tradicional. Pero, ¿de qué izquierda y de qué movimiento obrero hablamos? A partir de esta pregunta, François Sabado, militante del NPA y responsable de la IV Internacional, propone aquí algunas pistas de analisis de la situación presente, a la luz particularmente de las estrategias respectivas de Syriza y Podemos. Este artículo figura en el número 24 de Contretemps (revue imprimée), que incluye un dossier sobre el estado de la izquierda.

La crisis actual del sistema capitalista puede generar luchas y revueltas sociales como demostraron las jornadas de huelga en Grecia, el movimiento de los indignados y las mareas en el estado español, las manifestaciones sindicales en Bélgica, Italia o Gran Bretaña. Las experiencias de Syriza y Podemos, fuera de la izquierda tradicional, expresan igualmente el potencial de reorganización política contra las políticas de austeridad. Pero estas incursiones radicales no consiguen invertir la impresionante curva de las derrotas sociales y políticas: los efectos disgregadores de las políticas de austeridad sobre las condiciones de vida de millones de personas asalariadas, descenso de la combatividad, retroceso de las conciencia socialista, estancamiento de los efectivos sindicales o desindicalización, derrotas electorales cuando no el hundimiento de la socialdemocracia convertida en social-libéral, declive histórico de los partidos posestalinistas, crisis aguda de la izquierda revolucionaria.

Mientras que la crisis de los años 30 del siglo pasado iba a provocar un crecimiento de las corrientes del movimiento obrero en todas sus variantes (reformistas, estalinistas, revolucionarias, anarquistas), hoy se produce un fenómeno inverso: la crisis abierta en 2008 arrastra a una espiral depresiva a todas las corrientes de la izquierda y del movimiento obrero. Esta crisis es global y no puede reducirse a una crisis de dirección coyuntural. Pone en cuestión la existencia misma de la izquierda tradicional.

La historia de la izquierda y del movimiento obrero tradicional está marcada por avances y retrocesos. En Francia, ha conocido picos: una movilización impresionante entre 1919 y 1923, en la huelga general de 1936, durante la Liberación, en los años 1944-1947, en Mayo del 68. Pero igualmente, ha tenido momentos bajos: durante la Primera Guerra Mundial y peor, durante la ocupación nazi. Hay que añadir el retroceso del PCF después del retorno de De Gaulle en 1958 y el hundimiento de SFIO durante la guerra de Argelia. Sin embargo, fuera de estos momentos, el movimiento obrero conoció una dinámica de expansión apoyada en las luchas, en las conquistas sociales, en proyectos de transformación social. Las políticas reformistas desarmaron a los trabajadores impidiéndoles ir más allá en su movimiento como en 1936 o 1968, pero preservaron un cierto equilibrio de fuerzas.. El conjunto de estos factores estaba determinado por «el efecto propulsivo de la Revolución de octubre de 1917″.

La sorprendente duración de la contrarreforma neoliberal

Con los años 80 se abre un nuevo periodo histórico marcado por una contrarreforma capitalista neoliberal cuyos efectos llevan a una degradación continua de la relación de fuerzas sociales y políticas en detrimento del movimiento obrero y de la izquierda. La caída del Muro en 1989 y la desintegración de la URSS y del bloque del Este dan un nuevo impulso a la posición de las clases dominantes globalizadas. La «gran revuelta antiliberal de 1995«,la aparición del movimiento antiglobalización, las reorganizaciones parciales del movimiento sindical (la aparición de los sindicatos SUD en Francia), o la irrupción de movimientos como los de los Indignados en España no pararon esta continua degradación.

La sorprendente duración y la profundidad de esta contrarreforma neoliberal se explican, por una parte, por la amplitud de las reestructuraciones de la economía mundial, y por otra, por las derrotas sufridas por el movimiento obrero, la conversión de sectores dominantes de la izquierda tradicional al neoliberalismo y la restauración capitalista en el este de Europa y en China. La conjunción de estos acontecimientos provoca procesos inéditos y sin precedentes de ruptura entre la izquierda – la salida de las organizaciones reformistas socialdemócratas y estalinistas que estructuraron principalmente la organización del proletariado en el siglo XX- y las clases populares.

¿De qué izquierda y de qué movimiento obrero hablamos?

En Francia, el movimiento obrero es el producto histórico de la democracia pequeñoburguesa y de la organización espontánea sindical y de ayuda mutua obrera. Es en la extrema izquierda del radicalismo jacobino desde donde los primeros portavoces del Cuarto Estado, tomando la palabra a los defensores de los ideales de la revolución burguesa, denuncian la oposición entre el tríptico de libertad-igualdad-fraternidad, por una parte, y el poder de la burguesía, esos nuevos privilegiados, por otra. Los primeros balbuceos de la clase obrera aparecen en Babeuf y algunos fanáticos de la Revolución francesa que se separan incluso durante la Revolución de la Montaña (Club, doctrina, partido político revolucionario. NT) jacobina.

Pero si el radicalismo pequeñoburgués es el padre legítimo del movimiento obrero político- siendo su madre la organización espontánea sindical y de ayuda mutua obrera- este movimiento solo podía levantar su vuelo rompiendo brutalmente con esta parentela. En efecto, los objetivos del radicalismo pequeñoburgués y del movimiento obrero son incompatibles. El primero tiende a conseguir las máximas ventajas iguales para los pequeños artesanos y los emprendedores en el marco de la sociedad burguesa, mientras que el segundo pone en cuestión la propiedad privada del capital y de los medios de producción. El acta de nacimiento del movimiento obrero político se confunde con el establecimiento de la línea de separación teórica y práctica con el radicalismo pequeñoburgués. Sociedades secretas comunistas después de 1830, luchas del proletariado en junio de 1848, constitución de sociedades obreras que convergen en la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT). Esta separación cristaliza en la formación de la socialdemocrácia, de los movimientos anarquistas, del sindicalismo independiente, posteriormente, en el surgimiento de los partidos comunistas y de fuerzas revolucionarias salidas de la Revolución de Octubre.

Esta «separación» puede estar acompañada de convergencias «democráticas» entre el movimiento obrero y la izquierda republicana contra los monárquicos, los clericales, los fascistas o las dictaduras militares. Por ejemplo, la alianza entre la izquierda republicana y el movimiento obrero socialista durante el affaire Dreyfus es una de las ilustraciones del necesario combate democrático del movimiento obrero. Esto no se puede dar por descontado, como mostraron los debates entre Jaurès y Guesde. Otro ejemplo es el de la lucha contra el nazismo: hubiera sido necesario rechazar la política criminal de división del estalinismo para construir el frente único socialista comunista. Pero estas tácticas unitarias no debían volver a cuestionar la orientación estratégica de transformación revolucionaria de la sociedad, fundamento original del movimiento obrero socialista. El movimiento obrero debía combinar unidad de clase a través de la «integración» en el «movimiento real» y «separación» con la burguesía , sus organizaciones y sus instituciones para preparar la perspectiva socialista.

El cuestionamiento de la independencia del movimiento obrero frente al Estado y sus instituciones

Ahora bien, esta «separación» es cuestionada por un doble movimiento, interno y externo. De una parte, el movimiento obrero conoce un proceso de burocratización, es decir, la aparición de una capa de profesionales del sindicato o del partido que progresivamente se emancipa de su base social, defiende sus propios intereses, y se integra en los engranajes y la cúspide del Estado, de la economía y de sus instituciones. Cada proceso de este tipo tiene sus especificidades: por ejemplo, la estalinización burocrática de los partidos comunistas a través de su relación con la burocracia soviética. Pero para volver sobre la situación de los dirigentes de la izquierda oficial, es este proceso de burocratización e integración el que conoce, con la economía globalizada, una nueva aceleración.

La integración del movimiento obrero se hace en el estado y sus instituciones así como a través de una política de alianzas con los partidos burgueses. Ya en 1899, los socialistas franceses participan por primera vez en un gobierno burgués con Millerand. En nombre de la Unión Sagrada, durante la guerra de 1914-1918, la socialdemocracia asume su parte en la gestión de los asuntos de la burguesía. La SFIO sostendrá las dos mayoría electorales de la Candidatura de las izquierdas elegidas en 1924 y 1932 sin participación del gobierno. Con Blum, teoriza, a falta de la «conquista del poder», la necesidad del «ejercicio de poder»o al menos, la de «ocupar el gobierno».

Las relaciones del PCF con el poder y el estado se caracterizan durante una época por la subordinación del partido a la burocracia soviética: pacto de Laval-Stalin antes del Frente Popular, Yalta y statu quo de la guerra fría bajo la IV y la V República.

En la historia del PCF, el Frente Popular queda como un acontecimiento importante. Ahora bien, ahí tenemos el ejemplo de un momento táctico de lucha social y democrática unitaria transformado por los dirigentes del Frente Popular y el PCF en una alianza de poder con la burguesía llamada progresista, en este caso, el Partido Radical. Esta alianza bloquea el proceso revolucionario de junio de 1936 y desorienta el movimiento popular: las conquistas sociales de junio de 1936 dependen más de la correlación de fuerzas de la huelga general que de la política de Blum. Esta experiencia del Frente Popular alternada con las del gobierno de unión nacional de 1944, la unión de la izquierda de los años 70 y de la izquierda plural de los años 90, dibuja una política de integración en las instituciones de la república: ayuntamientos, asambleas, diferentes consejos, organismos sociales, incluso si ciertas experiencias de comunismo municipal, como la gestión de algunos instituciones sociales, han sido el marco de conquistas obreras y populares.

Del reformismo a la liquidación neoliberal

El cuestionamiento de esta «independencia» del movimiento obrero a través de alianzas con la burguesía o de integración estatal o paraestatal conduce a la izquierda y al movimiento obrero a fracasar en ocasiones históricas que habrían permitido «ir más allá en la lucha de clases y en las incursiones contra el poder capitalista». La combatividad y la conciencia socialista se erosionan progresivamente y desorientan al mundo del trabajo. Pero al mismo tiempo, la dinámica de la correlación de fuerzas internacionales combinada con un movimiento obrero en expansión permite consolidar una «doble función» de las direcciones del movimiento obrero. Al defender los intereses de los asalariados y de las clases populares, las direcciones los subordinan a la preservación de sus intereses de capa o aparato dirigente. Esta correlación de fuerzas lleva a un cierto equilibrio con las clases dominantes.

La contrarreforma capitalista neoliberal cuestiona este equilibrio de fuerzas.Los compromisos sociales de los treinta años gloriosos son liquidados progresivamente. La destrucción llevada a cabo a lo largo del siglo han oscurecido la organización y conciencia del movimiento obrero. Para millones de seres humanos, el estalinismo y el comunismo se confunden. La conservación de ciertas posiciones políticas e institucionales por los aparatos sindicales o de la izquierda ha llevado a la adaptación o integración neoliberal. En Europa, estos cambios sociopolíticos se acentuaron por las orientaciones de la Unión Europea que exigen la aplicación de una austeridad brutal. Del Pasok griego al gobierno de Hollande, todas las cumbres de la socialdemocracia se han alineado con ella.

La crisis abierta en 2008 aceleró este proceso. El giro de los centros de gravedad de la economía mundial hacia China y las nuevas potencias asiáticas, la presión siempre fuerte del imperialismo norteamericano, incluso si este conoce una crisis de su hegemonía, llevan a las clases dominantes de Europa a redoblar los esfuerzos para liquidar el «modelo social europeo»-o lo que queda de él- confiando a la izquierda tradicional una responsabilidad directa en esta remodelación.

De pronto, los márgenes para el reformismo se reducen considerablemente. Esta integración del movimiento obrero tradicional en la aplicación de políticas de austeridad hace inevitable la ruptura de las relaciones y lazos de millones de personas asalariadas con la izquierda… que ha aplicado con celo el programa político de la derecha. De pronto, la división derecha-izquierda se ha desdibujado y la izquierda se ve rechazada como responsable de la situación. La alianza histórica entre la izquierda y las clases populares se deshace delante de nuestros ojos. Sin duda, se trata de una tendencia y no de un proceso acabado: no todas las fuerzas de izquierda han sido arrastradas por este movimiento pero tienen muchas dificultades para resistir. No podemos descartar cambios, dentro de la hipótesis de que los ataques de una derecha y de una extrema derecha presumiendo de sus fuerzas fueran «demasiado lejos» y suscitaran una nueva dinámica, a la izquierda. Pero en la historia de las relaciones de la izquierda tradicional y las clases populares algo fundamental se ha jugado estos últimos años.

La transformación burguesa de la socialdemocracia

La larga duración de la contrarreforma neoliberal y su aceleración desde el inicio de la crisis de 2008 han llevado a una mutación cualitativa de la socialdemocracia. Desigual según los países, esta transformación provoca una ruptura de sus lazos con los trabajadores. En Francia, no es la primera vez que los PS defienden y aplican políticas burguesas o que participan en gobiernos burgueses. Incluso se hundieron después de la guerra de Argelia. Pero pudieron reconstruir un nuevo Partido Socialista en el congreso de Ëpinay, surfeando sobre el después de Mayo del 68. Hoy , después de esta larga duración de la integración en la contrarreforma neoliberal y del descenso a los infiernos que conoce actualmente, no vemos cómo el PS podría reconstruirse volviendo a conectar con las clases populares. Pues, desde hace varios decenios, no aplica cualquier política burguesa: cuestiona todos los equilibrios sociopolíticos que precisamente permitían a la socialdemocracia esta «doble función» de defensa de los salariados y del orden establecido.

Esta transformación se traduce en una integración sin precedentes de los aparatos del la socialdemocracia en la cúspide del Estado y de la economía globalizada. El Partido Socialista se ha convertido en «cada vez menos obrero y cada vez más burgués». La brutalidad de las políticas neoliberales endosadas por la socialdemocracia mina sus bases sociales y políticas. La composición de los órganos de dirección se ha modificado: enseñantes, burócratas sindicales, abogados (los «taberneros» añadía Trotsky) han cedido el puesto a los enarcas (titulados de la Escuela Nacional de Administración. NT), tecnócratas y financieros. Los políticos de la Unión Europea conminaron a los socialistas a operar esta mutación cualitativa. Las políticas de «unión nacional» que dominan hoy en Europa empujan en el mismo sentido. No se trata de la enésima política de austeridad aplicada por los gobiernos de izquierda: los procesos actuales cambian la naturaleza de estos partidos.

Añadamos a esto que las tendencias autoritarias actuales de los regímenes burgueses y la pérdida de sustancia «democrática, incluso burguesa» de las instituciones parlamentarias llevan a una reducción de la base política del PS. Bajo diferentes formas, los partidos socialistas pueden transformarse en partidos tipo demócrata a la americana. ¿Se convertirán por tanto en partidos burgueses como los otros? No completamente, el funcionamiento de la alternancia exige de los PS que marquen su diferencia con otros partidos burgueses. Tienen una historia específica que remite a la del socialismo y a la del movimiento obrero. Quedan huellas de esta historia que crean otras tantas contradicciones y oposiciones en el seno de estos partidos. La transformación neoliberal de la socialdemocracia está bien asentada pero no es suficiente para un Valls o un Macron para quienes es necesario liquidar todas las referencias socialdemócratas, «todas las antiguallas de la izquierda». Pero constatamos que, frente a los partidarios de una marcha forzada hacia la transformación neoliberal, la política defendida por Martine Aubry, los «contestatarios» o los Hamon y Montebourg, que sostuvieron el «pacto de responsabilidad», no constituye una alternativa «socialdemócrata clásica». Todos participan más o menos de la conversión neoliberal del PS. Se impone una conclusión para quienes verdaderamente rechazan las políticas de austeridad: una independencia clara y neta frente a los dirigentes socialistas.

¿Pistas para la alternativa?

En estas nuevas condiciones históricas, cuando la socialdemocracia se hace burguesa y la alianza histórica entre la izquierda y el pueblo se deshace, ¿se puede todavía asimilar la división derecha-izquierda con la oposición capital-trabajo?

Remarcamos que si se superponen y se cruzan estas divisiones, no se confunden históricamente. Las fuerzas de izquierda no están compuestas de un único movimiento obrero, de los socialistas y los comunistas o de las fuerzas sindicales respectivas. El sindicalismo revolucionario o las formaciones de extrema izquierda ocupan ahí un lugar particular. La izquierda también estuvo representada por el Partido radical, uno de los grandes partidos burgueses de la república, continuador de las izquierdas republicanas. Quizás se explique por esto las pocas veces que Marx, Lenin o Trotsky utilizan el término de «izquierda». De hecho, es después de los años 60 y 70 que las nociones de izquierda y movimiento obrero se utilizan indistintamente, especialmente con la reconstrucción del PS en el congreso de Épinay y la Unión de la izquierda, las fuerzas revolucionarias se reivindican incluso de la «extrema izquierda».

La izquierda y el movimiento obrero han sido y son dos categorías distintas, pero se mezclaron dentro de las fuerzas tradicionales que dominaron las organizaciones de trabajadores desde finales del siglo XIX y el XX. Este movimiento no fue nunca homogéneo. Hubo luchas políticas e ideológicas, especialmente entre reformistas y revolucionarios. No era una fatalidad que el reformismo ganara. Y ganó porque se corresponde con una cierta situación de los trabajadores en la sociedad capitalista, pero también porque las revoluciones habían sido derrotadas, incluso de forma sangrienta. Cuando la contrarreforma neoliberal inundó el mundo, este reformismo desarmó a los trabajadores y él mismo se transformó en agente activo del neoliberalismo en sus sectores dominantes. El mapa de la izquierda y del movimiento obrero se ha modificado profundamente. Una historia se ha roto. Solo quedan fragmentos.

Entonces, ¿debe sustituir «el pueblo a la izquierda»? Es la posición de Jean Luc Mélenchon. Se inspira en la experiencia de Podemos cuyo discurso reemplaza la oposición entre izquierda y derecha por la oposición entre «los de arriba» y «los de abajo», entre la «casta oligárquica» y el pueblo. Hay que reconocer la intuición de Podemos, apoyada en las experiencias latinoamericanas, o la de los Indignados españoles que opone en sus fórmulas el 99% del pueblo al 1% de los ricos. Si se trata de analizar el pueblo como forma de expresión de las clases explotadas o en una dinámica anticapitalista, ¿por qué no? Si se trata de utilizar el pueblo para encubrir una política interclasista o una política nacionalista que fusione nación, estado y república, vamos hacia un nuevo impasse. La izquierda tradicional está desapareciendo pero felizmente quedan sectores que no aceptan el naufragio. Pueden constituir puntos de apoyo para resistir. Es el caso del movimiento sindical. En fin, para millones de ciudadanos «el pueblo de izquierda» permanece como una realidad. Pero para reconstruirlo se necesita algo nuevo, nuevas perspectivas históricas.

¿La reconstrucción de un nuevo movimiento social independiente (partido, movimiento, frente, asociación) reviviendo las ideas que fundaron en la historia la necesidad de un partido de los trabajadores independiente o de una formación anticapitalista amplia no está en el orden del día? Es obligado señalar que a día de hoy, las únicas experiencias que han tenido un cierta dinámica popular se han apoyado en nuevas fuerzas y no en los partidos tradicionales, socialistas o comunistas. Es el caso de Syriza o Podemos. Pero el pueblo no es «un actor sin rostro». Abarca clases sociales, la de los explotados y oprimidos. Debe encarnarse dentro de los movimientos, las organizaciones, las corrientes, una auto organización social y política, una democracia pluralista. La apelación al pueblo no puede esquivar la realidad del campo social y político.

Muchas de las nuevas experiencias son la confluencia del «viejo movimiento obrero» en recomposición/descomposición y del «nuevo» salido de los movimientos sociales. Lo que exige especialmente una política unitaria. Podemos nació como la expresión política del movimiento de los Indignados, de las marchas y manifestaciones que sacudieron el Estado español. Esta dinámica positiva merece todo el apoyo. Sin embargo, aunque es la expresión de una auto organización especialmente fuerte del movimiento de masas, sus dirigentes rechazan la estructuración democrática del movimiento, su pluralismo. Si se sustituye la izquierda por un pueblo consultado por los jefes a través de internet, estamos lejos de los ideales originales de la izquierda y del socialismo. Es un verdadero problema para quienes desde la izquierda radical apoyan a Podemos.

En el debate estratégico indispensable para reconstruir no partimos de cero. La construcción de un bloque social y político mayoritario exige una política unitaria que reúna y organice al pueblo en todos sus componentes. También debe acompañarse de una perspectiva de poder que movimientos como Syriza con su «gobierno de izquierdas» o Podemos con su visualización de una mayoría parlamentaria en las próximas elecciones, han sabido concretar. La lucha por la unidad de las clases populares contra las políticas de austeridad no debe empantanarse en combinaciones gubernamentales de colaboración de clases sino conjugarse con la defensa de un programa anticapitalista. La unidad debe acompañarse de la «separación» de los `partidos burgueses pero también de las instituciones del Estado burgués. De este modo, un gobierno anticapitalista solo puede surgir de una crisis excepcional y de la irrupción del movimiento social. La situaciones griega y española, más allá de sus diferencias, conocen situaciones excepcionales: profundidad de la crisis económica, crisis del régimen, hundimiento de los partidos de la derecha y de la izquierda tradicional. Pero en una situación global de degradación de la correlación de fuerzas en Europa, estos gobiernos se enfrentarán a enormes dificultades. Un gobierno de ruptura con las políticas de austeridad puede en tal contexto empezar bajo una forma parlamentaria. Estará entonces frente a una elección crucial. Si se mantiene en el marco socioeconómico e institucional establecido, sufrirá las presiones de los mercados y del sistema capitalista y estará obligado a aceptar sus dictados. Si se compromete en la ruptura con el sistema capitalista, deberá apoyarse en un pueblo sublevado y auto organizado, organizar el control y la gestión social y crear las condiciones de nuevas estructuras de poder de los de abajo. Pues frente a la profundidad de la crisis, es necesaria una alternativa global, otro proyecto de sociedad, una nueva respuesta ecosocialista y una democracia real. Y ahí, hay una coherencia entre un pueblo representado democráticamente y el funcionamiento de las organizaciones, su pluralismo, su vida democrática interna. Estos procesos de conquista del poder pueden ser más o menos largos pero para defender verdaderamente a los trabajadores, al pueblo y una perspectiva de ruptura anticapitalista, deben apoyarse en tres pilares: la democracia, el pluralismo y la emancipación. Estos valores cardinales son los de la reconstrucción de un nuevo movimiento obrero y popular.

Fuente original: http://www.contretemps.eu/interventions/fin-%C3%A9poque

Traducción: VIENTO SUR y Democracia Socialista