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El frágil hilo de la memoria

Fuentes: www.perfilandolineas.blogspot.com

No hace falta ser muy lúcido para darse cuenta de que el pasado siempre está presente. No. Lo que hace falta es tener el coraje de admitirlo, porque es una de esas verdades que puede ser discutida con espíritu de geómetra, pero que está tan clavada en la entraña cotidiana del hombre como clavadas están […]

No hace falta ser muy lúcido para darse cuenta de que el pasado siempre está presente. No. Lo que hace falta es tener el coraje de admitirlo, porque es una de esas verdades que puede ser discutida con espíritu de geómetra, pero que está tan clavada en la entraña cotidiana del hombre como clavadas están las raíces de los árboles en el suelo. Un ejemplo : ciudad de Washington, año 2003, un grupo de veteranos de Vietnam encabezan una protesta contra la intervención en Irak. Su representante, Barry Romo, recuerda el día en que le comunicó a su padre que se había alistado en el ejército : «Comenzó a llorar en mi regazo y me pidió por favor que no me fuera. Pero le dije que quería defender a mi país como él lo hizo durante la segunda guerra mundial».

Cuarenta años después, Barry Romo lucha contra un síndrome de estrés postraumático; en jerga cotidiana, esto significa que las imágenes de la doma y castración de Irak han accionado ese pequeño cajón de la memoria que todos llevamos dentro. Significa tener que volver a recordar lo que queremos olvidar conscientemente… pero que luego termina por brotar del inconsciente colectivo.Barry Romo dice que «hay demasiadas similitudes entre ambos conflictos, hasta las noticias sobre torturas. En Vietnam se hacía con Son Island. Ahora es Guantánamo».style: italic;»>Hay quien afirma que la necesidad de hacer una mirada retrospectiva en la historia colectiva no está sino preñada de cierto mesianismo laico con altas dosis moralizantes. Sin comentarios : son cosas de la retórica futurista de la insustancialidad progre, de la mediocridad e insustancialidad intelectual de la auto-denominada socialdemocracia Española, que suele mirar hacia el futuro con el mismo ciego fervor y con el mismo ingenuo optimismo con el que los creyentes van a Lourdes.

Los últimos estudios que navegan hacia la búsqueda de las bases neurobiológicas de la memoria, lo dejan claro; no hay nada de anacrónico romanticismo ni de nostalgia hueca en esa reivindicación de la necesidad del recuerdo. Es, sencillamente, pura y dura fisiología. Antonio Damasio, en «En busca de Spinoza», hace un recorrido por esos recónditos y ocultos lugares de la fragilidad humana, que no son sino los lugares del sentimiento; rescata aquel aserto de Spinoza : «Un hombre resulta tan afectado, agradable o dolorosamente, por la imagen de un suceso pasado o futuro, como por la imagen de un suceso presente». Rescatándolo de su formulación filosófica, procede a darle una base positiva.

¿Quién ha dicho que las ciencias positivas son «frías». En estos tiempos de celebración del estado de excepción mental, la «luz» que ha de guiar a un mundo cada vez más complejo y convulso hay que buscarla en donde sea : en la ciencia, en la filosofía, en la fotografía, en el arte, en la literatura o en la poesía : miradas, formas de habitar el lenguaje y pretensiones diferentes, pero siempre, bajo la aparente confusión de lenguajes del mundo moderno, una pulsión latente : la intuición de que, a pesar de todo este «caos» llamado mundo puede -y debe- ser entendido.

Cuando parecía que sólo «hippies», nostálgicos de Neil Young, Pete Seeger, Dylan y demás se acordaban de Vietnam, nos topamos ante un hecho sociológico confuso. Un hecho que tiene su raíz anclada ni más ni menos que en la memoria colectiva. Esa esa memoria que, más allá de las instituciones políticas que se rigen por el imperativo de la «realpolitik», germina en lo cotidiano. No quisiera pecar de provincianismo, pero creo que el «folklore» puede llegar a ser mucho más respetuoso con la verdad que muchos «técnicos» de la realpolitik. Para aquellos que sientan terror ante esta estética declaración de principios, tranquilidad, que al igual que Machado, no tengo duda de que una cosa es el folklore, y otra, bien diferente, el folklorismo, que viene a ser algo así como la impúdica, obsesiva y masturbatoria exhibición de cualquier objeto, material o espiritual, que simbolice «lo propio».

En esta península, el folklore, lo que es el folklore, no se respeta mucho; algunas malas lenguas dicen que eso puede ser debido a cuarenta años de intentos compulsivos por evitar preguntas con carácter regresivo en la realidad histórica, filosófica o antropológica de la península. En «memoria sentimental de España», por cierto, Montalbán ya llevó a cabo algo así como una especie de sociología de la vida cotidiana en la España de postguerra. Estos temas, claro, en nuestra mercadocracia -que sólo representa al partido del dinero-, ya no preocupan a los consumidores. Y quizá sea por eso por lo que, más que el folklore, en el sano sentido de la palabra, lo que campa a sus anchas, con garbo y orgullo, es el folklorismo.

Busco en el diccionario la palabra folklore, pues me han dicho que esto de consultar el significado de las palabras es un ejercicio muy sano y terapéutico :

«Conjunto de creencias y costumbres tradicionales de un pueblo». Me alegra ver que se habla de un conjunto, es decir, varias creencias, pero más me alegra ver que entre ese conjunto de creencias, en el «folklore» norteamericano, se encuentra también el repudio a la barbarie de Barry Romo. Y me alegra aún más el que la memoria que oxigena ese folklore, se intente o no ocultar político-institucionalmente, brote ,tarde o temprano, como una respuesta orgánica al odio, desde lo más hondo de nuestra constitución afectiva. Es un error -lo digo cientos de veces- creer que podemos desembarazarnos del simbolismo colectivo, del meta-relato : la patética imagen del resurgimiento de la iconografía y el discurso fascista en Rusia o Alemania… en contraste con la esperanzadora indignación de diferentes generaciones de ex- soldados estadounidenses contra la sangrienta política exterior de los Estados unidos, son ejemplos claros de cómo esas «emociones colectivas» tienen facilidad para atrapar, de cómo en nuestra constitución afectiva, en el frágil tejido de la vida cotidiana, toda historia individual, sumada a otras, puede resucitar nuevamente el instinto de rebelión y protesta. Un instinto enterrado momentáneamente en el silencio, sí, pero siempre latente.

Nos queda algo por averiguar, y es lo siguiente : ¿porqué es tan común, en el «folklore» de los pueblos, encontrar imágenes tan simbólicas, cotidianas y contradictorias como la armónica pacifista de Bob Dylan… junto con recuerdos de hijos que, como rito de paso, le dicen a su progenitor : «padre, debo ir a luchar por mi país, porque hacerlo, es algo noble».

A lo mejor resulta que hay que aplicar la teoría de la alienación al folklore. O a lo mejor resulta que la «superación de Marx» es una creencia común que, más que formar parte del folklore cotidiano, forma parte del oportunista folklorismo de algunos pocos iluminados y bien pagados.