Es cierto que la candidatura de Piñera representa un retroceso. Además con su eventual llegada a La Moneda se instalaría la idea de que la ciudadanía no apoya las alternativas de cambio ni los procesos de transformación. Sin embargo, hay que consignar que si Piñera gana será en primer lugar por la incapacidad de la […]
Es cierto que la candidatura de Piñera representa un retroceso. Además con su eventual llegada a La Moneda se instalaría la idea de que la ciudadanía no apoya las alternativas de cambio ni los procesos de transformación. Sin embargo, hay que consignar que si Piñera gana será en primer lugar por la incapacidad de la Nueva Mayoría de promover una agenda de cambios en diálogo con el movimiento social. No es el Frente Amplio quien debe cargar con esa mochila.
Las últimas horas han develado que el debate en torno a la segunda vuelta es un tema complejo para el Frente Amplio. Es natural que así sea, pues dicha coalición, con menos de un año de existencia, adolece aún de mecanismos institucionales sólidos para dirimir sus diferencias. Como se ha dicho majaderamente, se trata de una alianza política en construcción.
Por ello resulta muy relevante analizar cuál es el debate de fondo al que invita esta coyuntura. A nuestro juicio, ello no pasa solo por dirimir qué se hará en el balotaje. La duda de fondo es: ¿existe la voluntad política para seguir construyendo y fortaleciendo al Frente Amplio en caso de no pasar su candidata presidencial a segunda vuelta?
El Frente Amplio responde a la necesidad de emergencia política de un conjunto de partidos y movimientos que concluyeron que para el cumplimiento de sus objetivos políticos y electorales, debían avanzar conjuntamente. Solos imposible. Es decir, el Frente Amplio nace fruto del aprendizaje histórico, que puso en evidencia que para superar los blindajes del modelo, se debía ampliar el repertorio táctico hasta aquí empleado. La movilización social logró correr el cerco de lo posible, pero al mismo tiempo mostró sus limitaciones. Construir Frente Amplio entonces se transformó en una necesidad histórica, para levantar una alternativa política con capacidad de disputa real (y no testimonial) del escenario institucional.
Dicho objetivo fundacional permanece vigente. Si eventualmente el Frente Amplio no pasase a segunda vuelta, debe ser capaz en primer lugar de permanecer unido. De lo contrario, el retroceso en el camino de articulación de una alternativa política de disputa, se empieza a diluir.
Es aquí cuando surge una segunda duda. ¿Es posible continuar actuando como Frente Amplio aun no tomando el mismo camino en la segunda vuelta? Nosotros creemos que sí. Como se ha dicho, el Frente Amplio es una fuerza en construcción, compuesta por organizaciones con diversas trayectorias. Hay movimientos que tienen menos de dos años de vida, que se encuentran en una fase de constitución, de enunciación de sus primeras tesis políticas. En tanto hay otros que ya cuentan con una dilatada experiencia en el campo político y/o social, y que por tanto poseen una mayor densidad histórica, política y orgánica. ¿Es necesario forzar un acuerdo cerrado entre fuerzas tan disímiles?
Los procesos de conformación de alianzas políticas no se dictaminan por decreto. Van madurando al calor de la experiencia conjunta. En ese camino, no parece aventurado apostar por permanecer juntos, tomando definiciones distintas ante la coyuntura electoral de segunda vuelta. La libertad de acción de cara al balotaje parece ser una opción a considerar, e incluso podría ser un camino que permita garantizar la continuidad del proyecto de coalición. Todo depende de las definiciones políticas que enmarquen, den sentido y permitan construir una coalición política con sentido de transformación.
Por lo mismo, una tercera duda aparece ante la posibilidad de acordar ciertos puntos programáticos condicionando diálogos o apoyos a la Nueva Mayoría. Poner una «lista de supermercado» como puente de diálogo es el camino clásico que hasta acá siguió la izquierda extraparlamentaria. Resulta ingenuo creer que la Nueva Mayoría va a estar dispuesta a acuerdos programáticos cuando no fue capaz en el actual gobierno de implementar su propio programa, teniendo incluso mayoría parlamentaria. ¿Por qué habría de hacerlo ahora?, ¿Cuáles serían sus incentivos? Esta propuesta cae por su propio peso.
Lo anterior le infringe un duro golpe a su propia candidatura presidencial y la lista parlamentaria, que requieren convencer a un mes de la elección, que su apuesta resulta competitiva. Se trata por lo menos de una propuesta inoportuna. Todos quienes han entrado en este debate antes de tiempo, han sido prisioneros de la ansiedad y bien sabemos que en política ello no conduce a nada.
Como vemos la cuestión es compleja. Más aún si nos ponemos a pensar en el mecanismo para dirimir estas diferencias. Se ha balbuceado la idea de un plebiscito. ¿Tiene sentido impulsar un plebiscito sin padrón ni registros? Esta fórmula parece más un camino para evadir la toma de decisiones que compete a una organización política y administrar «lotes internos». Fetichizar un mecanismo es un nuevo error, así como apelar vacíamente a un «basismo» o un «territorialismo», que bien sabemos no ha cuajado, siendo por ahora más una expresión de deseos que una realidad. Evidentemente que cada organización tendrá que posicionarse en esta coyuntura a partir de procesos de deliberación interna soberanos y dotados de legitimidad, pero no parece plausible enfatizar en el mecanismo de definición, antes que en el contenido de lo que se va a dirimir. Que el mundo frenteamplista y su entorno convoquen a un tercer plebiscito en menos de tres meses, suena más a ritual que a participación efectiva.
Es cierto que la candidatura de Piñera representa un retroceso. Además con su eventual llegada a La Moneda se instalaría la idea de que la ciudadanía no apoya las alternativas de cambio ni los procesos de transformación. Sin embargo, hay que consignar que si Piñera gana será en primer lugar por la incapacidad de la Nueva Mayoría de promover una agenda de cambios en diálogo con el movimiento social. No es el Frente Amplio quien debe cargar con esa mochila. En cualquier caso, el riesgo de que con Piñera se empiece a cerrar el ciclo de reactivación del movimiento social, es latente.
Por ello situar este debate en el plano ético moral, que fija como antagónicos a los «consecuentes» versus los «claudicantes» o a los «responsables» versus los «inmaduros», tampoco conducirá a puerto. Lo central a nuestro juicio es respondernos ¿queremos proyectar al Frente Amplio como una alternativa política más allá de este ciclo electoral?, ¿qué iniciativa tomará el Frente Amplio para evitar que se cierre el ciclo de conflictividad social y política abierto hace una década y que permitió poner en la agenda un conjunto de reformas estructurales al modelo?
Claramente la respuesta a estas interrogantes es política y no meramente electoral. ¿Estará a la altura el Frente Amplio de procesar sus diferencias y resolverlas adecuadamente? Esperemos que sí.