Escribo como aficionado al fútbol que ha esperado pacientemente la celebración de un nuevo Mundial con un sentimiento encontrado por la excesiva y grosera comercialización de que es objeto tanto el fútbol como deporte, así como la selección nacional, que se convierte en portadora de un patrioterismo ramplón. Sin embargo, como estudioso del fenómeno religioso, […]
Escribo como aficionado al fútbol que ha esperado pacientemente la celebración de un nuevo Mundial con un sentimiento encontrado por la excesiva y grosera comercialización de que es objeto tanto el fútbol como deporte, así como la selección nacional, que se convierte en portadora de un patrioterismo ramplón. Sin embargo, como estudioso del fenómeno religioso, no dejan de sorprenderme las analogías entre las tendencias religiosas que mayores adeptos capturan hoy día y el fútbol, que pueden resumirse en una sola expresión: la exaltación de la emoción. La dimensión lúdica del fútbol alcanza, por su simplicidad y eficacia, las audiencias más diversas en términos sociales, culturales y geográficos. Excitación de los sentidos, pérdida momentánea del discernimiento sobre la realidad y el reencantamiento del mundo son fórmulas que los movimientos religiosos pentecostales y el fútbol comparten para ser altamente eficaces y así capturar el interés de las masas. En la sociedad actual, la religión supone el agrupamiento de las personas alrededor de los sentidos y de estética para la identificación conjunta de un disfrute colectivo. El fútbol ha invadido esta esfera; la concepción tradicional de lo religioso resulta insuficiente como relato metasocial, mientras que el fútbol, a diferencia de lo religioso, es un acto temporal de construcción social de sensaciones y sentimientos.
Hace algunos años era novedoso correlacionar la religión con el fútbol como un nuevo rito pagano de la sociedad posmoderna, hoy es un lugar común. Los aficionados se vuelven fanáticos al alza mientras las religiones tradicionales, especialmente cristianas, están dramáticamente a la baja en un mundo secularizado. El fútbol es más que un deporte, un espectáculo o un negocio millonario: es un fenómeno social a escala planetaria que levanta pasiones y su influencia se deja sentir en diferentes esferas de la vida social. La máxima de Eduardo Galeano, escritor uruguayo: El fútbol es la única religión que no tiene ateos
, conserva su vigencia, máxime que se trata de uno de los primeros intelectuales que salieron del clóset para aceptarse devoto del futbol hace más de 30 años. Ricos y pobres, sabios e ignorantes, hombres y mujeres, se entregan con fervor a un juego casi sagrado de reglas sencillas e imperfectas.
Sudáfrica se convierte en un nuevo lugar de peregrinaje y sus estadios en consagrados santuarios. Estos espacios de celebración y de ritos serán testigos de los desenlaces cargados de gloria, de héroes y de fracasos. Culpa y pecado también están presentes en la religión civil del fútbol. El fútbol se convierte así en el espectáculo total, a escala planetaria, que mayor expectativa levanta. Es más que un deporte, es uno de los negocios más lucrativos a escala internacional, que gracias a los grandes medios de comunicación se constituye en el pan y circo
de la era global.
Hace cuatro años decíamos en las Formas religiosas del fútbol, que la falta de significación de la sociedad moderna suscita búsquedas de nuevos sentidos de vida, y el fútbol, por ser una respuesta lúdica y momentánea de reencantamiento, llena vacíos y necesidades de significación. M. Eliade, en su libro Lo sagrado y lo profano, sostiene que la irreligiosidad en estado puro no existe, aun en personas y sociedades altamente secularizadas. El universo de los tabúes, los misterios, las supersticiones, las liturgias de origen mágico, se enmascara al orden laico, bajo aparentes nuevos significados desacralizados en fiestas, ceremonias y rituales seculares; sin embargo subyacen formas pararreligiosas híbridas que otorgan nuevos y poderosos sentidos a la sociedad. Sería arbitrario determinar una relación directa entre fútbol y religión; sin embargo, la sociología de las religiones está reinterpretando con mayor agudeza el fenómeno.
No se trata sólo de afirmar que el fútbol sustituya formas religiosas, sino que la religión también invade la esfera y la cultura del fútbol. Los futbolistas son en buena parte portadores de supersticiones, cábalas y comportamientos que exaltan el politeísmo de las masas. El gol es la exaltación absoluta de la liturgia: los fanáticos celebran el gol como shock catártico que libera una masa de energía primitiva y clímax. El fanatismo y el comportamiento irracional de muchas porras o barras contraviene la racionalidad y el orden social. Francisco Alcaide, en su libro Fútbol, fenómeno de fenómenos (Editorial Leo, Madrid, 2009), en las conclusiones señala que el fútbol ha sido un instrumento generador de ideologías y también un medio para afirmar o rechazar posturas políticas. La politización del fútbol o la «futbolización» de la política son armas de doble filo de las que las clases políticas buscan sacar provecho con riesgos. El fútbol, en tanto juego regido por normas, puede tener una dimensión de evasión de la realidad, como algunas religiones, de embrutecimiento masivo y enajenación funcional al statu quo; sin embargo, esta dimensión de opio
puede contrastarse con el lado lúdico, de fiesta, de exaltación y liberación de sentidos que coadyuva a sobrellevar una realidad cotidiana llena de incertitudes, inseguridades y opacidades. Siendo sólo un juego de pelota, el fútbol incide en la vida.
Fuente:http://www.jornada.unam.mx/2010/06/09/index.php?section=opinion&article=022a2pol
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