Hemos de olvidar la historia del «Alzamiento Nacional», la historia de lo que fue un sangriento golpe militar contra un Gobierno legalmente constituido, contra las instituciones del Estado, contra una buena parte del Ejército y, sobre todo, contra la democracia republicana y contra su gente. Y los que en él participaron fueron unos golpistas que […]
Hemos de olvidar la historia del «Alzamiento Nacional», la historia de lo que fue un sangriento golpe militar contra un Gobierno legalmente constituido, contra las instituciones del Estado, contra una buena parte del Ejército y, sobre todo, contra la democracia republicana y contra su gente. Y los que en él participaron fueron unos golpistas que acarrearon cientos de miles de muertos y de miseria para acabar sumándose al fascismo de Europa. Fueron la causa directa de casi medio siglo de miseria moral, política y económica de la que aún quedan muchas secuelas. También beneficiados, algún superviviente y, lo que es más grave, muchos valedores.
Ahora dicen: no a la memoria histórica, no a los que defendieron la legalidad y murieron por ella. No a los asesinados y también no a su memoria, pero, sí a los que participaron en el golpe de 1936 y continuaron durante décadas con represión y violencia, no sólo hasta el advenimiento de la democracia continuista, sino hasta la transición con la que los mismos de entonces impusieron ahora la ley no escrita del punto final.
Fernández Campo se sumó y combatió al lado de los golpistas, llegando a Alférez Provisional y a Teniente, es decir, militar adicto al régimen franquista por definición, y más tarde a General, para estar durante muchos años al lado del dictador en cargos de confianza y de responsabilidad. No sé si participó, como abogado que era, en alguno de los juicios sumarísimos -linchamientos y asesinatos legales- que comenzaron al finalizar el golpe militar de Franco en 1939, pero en todo caso sí estaba al lado de todos los que formaban el jurado y de sus promotores, tanto por su cargo como por su rango, y esto sin la menor duda. Tampoco sé si participó en al algún pelotón de fusilamiento, como militar que era, pero sí es seguro que era compañero de armas y de promoción de compañeros que sí participaron. Que se sepa, nunca repudió nada de lo sucedido durante el golpe o de lo que sucedió durante las décadas que duró la dictadura.
Fue jefe de estudios y profesor de la Academia de Intervención Militar durante la dictadura y también fue interventor de la Casa Militar del General Franco. Al mes de morir éste fue nombrado subsecretario de la Presidencia y, poco más de medio año después, en 1976, subsecretario del Ministerio de Información y Turismo. Una buena carrera y, obviamente, comprometida, sin duda alguna, con la dictadura, con el dictador y con sus métodos.
Olvidando todo esto, que es mucho olvidar, resulta que ahora los medios de comunicación, los políticos de izquierda y de derecha lo pintan y lo recuerdan como el salvador del intento de golpe de Tejero de 1981. Pero también olvidan, sin entrar en más detalles, que la Casa Real salió en antena cuando el fracaso del golpe ya era cosa de horas, según la escasa información que la ciudadanía poseía. Porque nada se supo hasta pasadas bastantes horas de qué lado estaba el Palacio de la Zarzuela. Y, eso sí, condenaron el golpe cuando éste sólo se limitaba al Parlamento, cuando el golpe estaba fracasado. Dicho coloquialmente, pero con toda seriedad, esperaron a la última vuelta para apostar.
Elogian el que Fernández Campo tuviera como lema y, como principio de lealtad, a Dios, al Rey y a la Patria. En el nombre de Dios la Iglesia Católica apostó por el golpe, por los golpistas y por la dictadura. El Rey no se fue, lo echaron, y sólo vino de la mano del dictador y juró, ese era el precio, los Principios Fundamentales del Movimiento. Y, por Patria, queda por saber si es la Patria de la dictadura, a la que también juró defender y defendió, o qué otra abstracción de algo sin más contenido que el que convenga al poder que siempre defendió.
Sí y no a la memoria histórica pero, como siempre, con las matizaciones en favor de los de siempre.
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