Después de la batalla, -ya se dijo-, vienen el saqueo y el pillaje.
Porque de su vago hastío la nada los embriaga
Porque existir sin vivir, es la más pesada carga…
“Los que viven son los que luchan”. (Víctor Hugo – Los Castigos)
La difusión en POLITIKA de una nota sobre el general Ricardo Martínez y el libro que debe presentar hoy en la Universidad Católica, generó unos cuantos comentarios, el más escueto de los cuales vino de Argentina y dice, muy simplemente:
->“Repito: no olvido, no perdono, ni me reconcilio….”-<
Lo que señala claramente que las atrocidades cometidas, los magnicidios, la destrucción de la convivencia social, la imposición de un régimen económico depredador y la perennización de un orden institucional antidemocrático son píldoras imposibles de tragar.
Aunque Patricio Aylwin haya sentenciado que esta es toda la democracia a la que podemos aspirar, aunque Alejandro Foxley haya juzgado, él, que Pinochet fue un visionario (Felipe Portales. 50 años de neoliberalismo II. POLITIKA 29/08/23). Y aunque toda esa Concertación acomodaticia que aspiraba a una parte del botín -y la obtuvo con creces- haya vomitado lo que le prometió a quienes creyeron en ella.
El diario mexicano La Jornada estima que Ricardo Martínez, ex comandante en jefe del Ejército chileno, reconoce en su libro las gravísimas violaciones de DDHH cometidas por la dictadura, lo que constituye a ciencia cierta una verdadera primicia.
Hasta ahora el ethos de las FFAA, -para utilizar la fórmula del propio Martínez- autorizaba solo la negación de lo evidente, la mentira sistemática y cargarle los crímenes al prójimo.
Queda por saber si Ricardo Martínez cree lo que escribe o si se trata de una -otra- artimaña para poner las culpas propias en las espaldas de algún camarada de armas, de algún subordinado, de algún predecesor al que no tuvo la presencia de ánimo -el coraje- de castigar como hubiese debido.
En una entrevista a El Mercurio del domingo pasado (26/08/23) Martínez endosa las mismas aspiraciones de impunidad que siempre formularon los culpables, luego formuladas por José Antonio Kast respecto de los criminales de lesa humanidad que cumplen condenas en Punta Peuco.
El Mercurio le pregunta:
«Hoy en Punta Peuco hay condenados por crímenes de lesa humanidad. Hay una iniciativa en el Consejo Constitucional, propuesta por republicanos, para que las personas mayores de 75 años puedan cumplir sus condenas con arresto domiciliario. ¿Está de acuerdo?”
El general (r) Martínez ofrece la siguiente respuesta:
«Antes de responder esa pregunta es indispensable decir que nada es suficiente para mitigar el dolor de las familias de las víctimas que por años han demandado justicia. También creo que la esencia de una sociedad democrática es demostrar una estatura ética superior y de no comportarse como quienes le agraviaron. Por tal razón, estoy de acuerdo con esta iniciativa humanitaria de permitir, conforme a fallos judiciales, que los que están enfermos terminales o discapacitados mental o físicamente puedan seguir cumpliendo el resto de sus penas en arresto domiciliario total».
Felipe Portales rechaza esta curiosa asimilación:
“Increíblemente, Martínez llega a la aberración de ¡igualar ética y jurídicamente el daño inferido por dichos criminales de lesa humanidad al sufrimiento que tendrían esos mismos criminales si se los dejase presos perpetuamente y en condiciones -que todos reconocen- muchísimo mejores que las que tienen los presos comunes -por delitos cualitativamente menos graves- de nuestro país!”
Entonces regresó a mi memoria el patético mariscal Pétain, colaborador de los nazis durante la Ocupación de Francia (junio 1940 – septiembre 1944), que fuese condenado a muerte a la Liberación, junto a Pierre Laval, último presidente del Consejo de ministros del régimen de Vichy.
Laval fue fusilado.
Charles de Gaulle, a la demanda del tribunal, conmutó la pena de muerte de Philippe Pétain por la prisión perpetua. Encerrado primero en el fuerte de Portalet, Pétain fue transferido a partir de noviembre 1945 al fuerte de la Pierre-Levée en la isla de Yeu. Salió de esa prisión solo en julio de 1951 para ir a morir en una habitación de Port-Joinville, en la misma isla.
Poco amenas prisiones para quien fuese considerado un héroe de la I Guerra Mundial.
Nuestros criminales son mucho más frágiles de la pituitaria: no soportan los relentes marinos, necesitan un entorno saludable, de preferencia al aire libre. ¿En la montaña?
Una de las cuestiones de fondo que plantea la “cultura ética” a la que hace referencia Martínez tiene que ver con el principio de la obediencia debida. No hay nada más eximente de responsabilidad que la obediencia ciega.
¿Porqué cometió este crimen?, pregunta el juez. Yo solo cumplí órdenes, responde el criminal. El juez no puede, no quiere, no se atreve a preguntar quién dio las órdenes.
Dicho lo cual… ¿es lícito obedecer órdenes criminales? ¿Se trata de las FFAA o de una mafia de Chicago –The Outfit o The Organization– en los años 1920, obligada a la omertà?
Entre camaradas de armas, -¿o es de almas?-, ¿es ético ocultarse recíprocamente los crímenes?
El ethos en las FFAA, al que se refiere Martínez, debiese llevar a sus miembros a rehusar todo acto delictivo, y a denunciar a quienes los cometen y/o incitan a cometerlos.
Interrogados en el marco de los hechos que constituyeron la Caravana de la Muerte, no pocos oficiales al mando en diferentes provincias hicieron recaer todas las responsabilidades en el general Arellano Stark. “Antes de la venida de mi general Arellano no hubo muertos. Ni tampoco después de su partida”.
¿Cómo interpretar estas declaraciones? Sin investigaciones judiciales, sin procesos y sin condenas… ¿las hubiesen hecho?
Por otra parte no se pueden resumir los numerosos crímenes, -detención ilegal, secuestro ilegal, violación, torturas, asesinatos, destrucción de cadáveres y pruebas, entierros ilegales, exhumaciones ilegales (operación televisores usados), otra disimulación de cadáveres y restos de personas asesinadas-, en la perversa actuación de un único general del ejército.
Ya he dicho y repetido que, a contrario, sería injusto proclamar que todos y cada uno de los miembros de las FFAA fue, o es, un criminal. Entre las víctimas se cuentan numerosos hombres y mujeres de uniforme.
Pero el 01 de marzo del año pasado Mauricio Weibel pudo exclamar:
“Este es el único Ejército en el mundo donde todos sus ex comandantes en jefe están siendo investigados por la Justicia.”
Weibel reaccionaba a la decisión de la ministra Romy Rutherford de citar a declarar en calidad de inculpado al entonces comandante en jefe del Ejército… el general Ricardo Martínez.
La presidente de la Comisión de Defensa de la Cámara de Diputados, Carmen Hertz, abundó:
«resulta extremadamente grave para la institucionalidad de nuestro país, para el rol y el prestigio de las Fuerzas Armadas, que todos los comandantes en jefe desde Pinochet hasta ahora, estén procesados por delitos de malversación de fondos, de desvío de recursos fiscales».
El abogado defensor de Ricardo Martínez insistió en que la diligencia -la convocatoria a declarar- se realizara en el domicilio del inculpado por la arista «Pasajes y Fletes» del caso «Fraude del Ejército»…
Después de la batalla, -ya se dijo-, vienen el saqueo y el pillaje.
Para ser justos, debemos precisar que no solo los altos mandos de las FFAA han participado en los latrocinios, y ni siquiera han sido los peores. Además de una cierta costra política que entiende que acceder a puestos de responsabilidad equivale a una sinecura asociada a ‘oportunidades de negocio’, quienes realmente se forraron fueron los grandes capitales, las multinacionales, la inversión directa extranjera, el imperio que promovió, organizó y financió el golpe de Estado.
Privatizaciones, concesiones, licencias de explotación, subvenciones, exenciones tributarias y otras numerosas e inventivas regalías permitieron la transferencia masiva de riquezas inimaginables a las faltriqueras de quienes realmente dan órdenes. Órdenes que son obedecidas, e incluso acompañadas de novedosas teorías económicas que justifican y aplauden el expolio. Para eso están los economistas ‘visionarios’ como dice Alejandro Foxley, otro ‘visionario’.
El libro de Ricardo Martínez no resuelve lo que precede. Si el diario La Jornada, -que tuvo el privilegio de conocer de antemano algunas páginas de su libro-, tiene razón… se trata de una primera piedra, un guijarro, en la construcción de la verdad.
Para construir un país decente hace falta mucho más que eso.
Al terminar la redacción de esta nota recibí una llamada de Fausto, desde Túnez. Para ponerme al corriente de que un ex brigadier, condenado por el secuestro y homicidio de Víctor Jara, se quitó la vida tras conocer la sentencia en su contra.
En la Alemania nazi de 1945, una ola de suicidios de civiles, de responsables gubernamentales y de militares tuvo lugar en las últimas semanas del III Reich.
Esa ola de suicidios comenzó en el primer trimestre de 1945 con el avance de las tropas soviéticas. La propaganda nazi, que exigía permanecer fiel hasta la muerte a los principios y valores del Partido Nazi, llevó a numerosos civiles y militares a terminar con sus vidas. Otros, más astutos, fueron empleados en el ejército de los EEUU, como Werner von Braun, o se fugaron a América del Sur con la ayuda del Vaticano. ¿Quieres una lista?