La escasa repercusión popular que ha tenido el candidato Jorge Arrate y el poco interés que su postulación a la Presidencia ha despertado en la prensa son inexplicables, sobre todo luego de lo que vimos en el primer debate presidencial, uno de los ejercicios políticos más inteligentes y brillantes del último tiempo. Mientras el resto […]
La escasa repercusión popular que ha tenido el candidato Jorge Arrate y el poco interés que su postulación a la Presidencia ha despertado en la prensa son inexplicables, sobre todo luego de lo que vimos en el primer debate presidencial, uno de los ejercicios políticos más inteligentes y brillantes del último tiempo. Mientras el resto de los candidatos cayó en las seducciones fáciles y en las promesas de mejora, que a esta altura de la vida la gente percibe con escepticismo y distancia, el candidato Arrate paradójicamente desafió a los chilenos a escuchar simplemente lo que la gente corriente habitualmente piensa, siente y hace para sobrevivir.
Lo más increíble es que si bien su discurso y sus ideas políticas parecían cosa de otra época, la belleza con que transmitió sus convicciones, recrearon una imagen vivísima de la sociedad chilena actual, donde fatalmente lo exagerado y lo falaz se ha impuesto sobre el buen sentido y la verdad. A pesar de lo fundamentalista de sus propuestas, Arrate no pretendía tanto turbar a la audiencia como conmoverla, logrando que sus palabras nos conectaran con las pequeñas fuerzas de lo humano que mueven la vida y que constituyen el ritual diario de la gran mayoría nacional.
Mientras el objeto de los otros candidatos era apoderarse del debate ofreciendo el oro y el moro, Arrate, con una gran economía de estilo y una cristalina simplicidad y precisión, logró introducirnos en su territorio izquierdista, en la causa de los oprimidos, en la injusticia permanente que viven miles y miles de compatriotas dejando al desnudo el autoengaño en que existimos los chilenos que nos creemos todo mientras nuestra vida se cae a pedazos. Si MEO demostró toda su cancha televisiva y Piñera y Frei su apetito por el poder, Arrate logró que la emoción se desbordara de su cauce, el pasado irrumpiera en el presente y que el mismo se convirtiera en un clarividente narrador, que a través de su interpretación virtuosa de Chile, nos dejó con una profunda sensación de que para que las cosas realmente cambien es fundamental un compromiso político con las auténticas ideas de izquierda.