Alguien me dijo que lo bueno del proceso de paz es que se habían destapado los que tenían que destaparse. Los oportunistas que desde la comandancia negociaban la traición, porque tenían ganas de vivir la vida de los parlamentarios burgueses. Los que decían ser herederos de Marulanda y hoy dicen que en realidad siempre odiaron a las FARC. Los que pensaron que las armas del pueblo eran sus fierros de uso personal que podían entregar cuando les diera la gana para que los transeúntes los puedan pisotear en una exhibición dizque de arte. Los comandantes que estaban pendientes del proceso de paz, para poder dedicarse al narcotráfico o convertirse en mercenarios, pues la disciplina de las FARC les impedía esa degeneración. Los que se creían una comandancia infalible terminaron siendo los artífices de la más grande traición, de la más bochornosa derrota vista por la izquierda colombiana. Y lo peor, que diciéndose revolucionarios, han terminado pasándose completamente al campo de los contrarrevolucionarios, buscando congraciarse con el uribismo, haciendo guiños al ejército, atacando con las más infames calumnias a sus ex camaradas que siguen firmes (ellos sí) en la senda de Manuel y Jacobo. Todos sabemos ahora quiénes son. Con ellos jamás se iba a ser la revolución.
También se cayó la careta del bloque de poder contrainsurgente. La oligarquía que habla de paz por los medios, y por la espalda van pagando a los sicarios para que consumen el exterminio en curso. La que hablaba de acuerdos de paz, para luego maquinar la traición y la perfidia. La que recibía premios Nóbel de la paz en Europa y en Colombia pavimentaron el incumplimiento. La que decía que tenía las llaves de la paz, mientras tácticamente asesinaba a los comandantes que no se iban a prestar a su juego, los comandantes que tenían conciencia como Alfonso Cano, Iván Ríos, Raúl Reyes, el extraditado Simón Trinidad, Jairo Martínez entre tantos otros. Los que hablaban de paz con la guerrilla, mientras aceleraban la guerra contra el pueblo. No hubo acá una oligarquía buena (Santos) y una oligarquía mala (Uribe). La oligarquía combinó las formas de lucha y los discursos para buscar la derrota de la resistencia campesina en Colombia. Todos sabemos quienes son. Con ellos en el poder jamás podrá haber una negociación política ni paz.
También se destaparon las ratas de alcantarilla en el movimiento popular. Los que se decían de izquierda, pero tenían su corazón y su billetera al lado derecho. Que se convirtieron en vividores de los movimientos populares, mientras cultivaban amoríos con la comandancia de las FARC, sobre todo con el torcido número uno (Carlos Antonio) para ganarse favores y hacer carrera en el post-conflicto. Los que veían en el proceso de paz la oportunidad de negocios con las platas de “la paz”, y carrera como funcionarios de ONGs, y que terminaron en una guerra a muerte por la plata de Ecomún. Los que posaban de dirigentes campesinos sin nunca haber trabajado la tierra, y que se dedicaron a destruir la confianza, el acumulado político de tantas movilizaciones por sus aspiraciones de clase. Los que eran revolucionarios en la plaza del Che pero solamente cuando les llegaba su pago mensual. Ahora se las dan de “analistas políticos”, escriben en las 2 Orillas y otros sitios de la burguesía liberal que es donde siempre quisieron estar y desde ahí se las dan de “críticos”. Ahora que ya los sacaron de su pedestal, porque no hay cama para tanta gente, pontifican de “izquierda”, de “participación”, de “democracia”, cuando en sus años de funcionarios del movimiento bolivariano hacían todo lo contrario: atacar la crítica (incluso acusando a sus contradictores de “sapos” ante la guerrilla para llevar a cometer atrocidades), llamar a la obediencia ciega a la dirección de Timochenko-Lozada, llamar a apoyar al santismo, a alianzas con el liberalismo. Todos sabemos quienes son. Con ellos jamás se podrá construir un movimiento popular saludable.
El proceso de paz ayudó a este gran destape. A ver quién era quién. Así solamente sea por esto, debemos estar inmensamente agradecidos con Timochenko, Alape, Catatumbo, Carlos Antonio y su camarilla de lambones. Nos permitieron descubrir el gran enemigo que había al interior del movimiento popular. Ahora que ya salieron, aparecen como lo que realmente eran. Oportunistas, vividores, traidores, contrarrevolucionarios. Hasta borrachos. ¡Pobrecitos! Buscan el amor de la derecha y ésta los desprecia. Miran para la izquierda para las elecciones, pero la izquierda también los detesta. La izquierda socialbacana los desprecia porque son un lastre desde la lógica electoral, y la izquierda revolucionaria los desprecia por arrodillados y traidores. Ya nadie los quiere. Ese es el destino que ellos mismos se labraron.
Por otra parte, hay un movimiento campesino que sigue firme en sus luchas pese a las traiciones, un movimiento que resiste el despojo armado, los tratados de libre comercio y la guerra química del uribismo. Hay un movimiento popular urbano enorme que demostró una madurez política y una valentía que ninguno de esos ex comandantes ha tenido. Hay también una resistencia armada que sin delirios de grandeza entiende su rol en su justa dimensión: defender el territorio del despojo, de las multinacionales. Entiende que es un actor más de una gran coalición popular en gestación. Hay posibilidades enormes para el movimiento popular. Pero con los torcidos y podridos de siempre, no se podrá construir una alternativa. Ese es un trabajo de largo aliento, para construir desde abajo y a la izquierda, para hacer con el pueblo, sin lógicas verticales ni militares. Con el pueblo se construye de otra manera. Y gracias al destape del post-acuerdo ya sabemos quien es quien y sabemos con quien se puede contar. Eso ya es un avance.
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