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El grito del silencio

Fuentes: Punto Final

Las elecciones del 17 de noviembre confirmaron, una vez más, la crisis del sistema político-institucional que la dictadura impuso a Chile. En el plano electoral se registra un constante desgaste, que se ha hecho más evidente con el voto voluntario y el aumento del número de electores. Cada vez vota menos gente, aunque el padrón […]

Las elecciones del 17 de noviembre confirmaron, una vez más, la crisis del sistema político-institucional que la dictadura impuso a Chile. En el plano electoral se registra un constante desgaste, que se ha hecho más evidente con el voto voluntario y el aumento del número de electores. Cada vez vota menos gente, aunque el padrón electoral creció de 8 a 13 millones. En las elecciones municipales de octubre del año pasado, la abstención alcanzó al 60%, activando una alarma que de inmediato fue silenciada por la llamada «clase política» y los medios de comunicación que ella controla. Después de lavarse las manos, los Pilatos de la política iniciaron una nueva campaña electoral, sin detenerse a averiguar los motivos del desafecto ciudadano. Las consecuencias de esa frivolidad están a la vista. Más del 50% -aproximadamente 7 millones- no concurrió a votar, aunque esta vez se elegía al presidente de la República, 120 diputados y la mitad del Senado, además de los consejeros regionales. La candidata de la derecha, Evelyn Matthei, fue la más afectada porque su votación sólo alcanzó al 25%. Pero a la candidata de la Nueva Mayoría, Michelle Bachelet, que obtuvo el 47%, en realidad tampoco le fue mejor. Recibió la menor votación histórica de la Concertación, incluida la suya de 2006. Esta vez el bloque que la apoya -que lleva el nombre de fantasía de Nueva Mayoría- incluyó los votos del Partido Comunista, del Movimiento Amplio de Izquierda y de la Izquierda Ciudadana, sectores que antes votaban por los candidatos de la Concertación (Lagos y Bachelet) sólo en segunda vuelta.

La erosión de la base social y política de la ex Concertación ha sido estrepitosa porque la campaña de Bachelet se proclamó segura de alcanzar la mayoría absoluta en primera vuelta. Ese objetivo recibió la fianza de numerosas encuestas que hasta ahora posaban de oráculos de la política -como la del Centro de Estudios Públicos (CEP)-. Lo mismo ocurrió con los vaticinios de una victoria aplastante en primera vuelta que hacían reputados «expertos» electorales vinculados a la Nueva Mayoría, como el pintoresco diputado Auth. Los optimistas pronósticos se fueron al suelo. Sin embargo la «clase política» acomete una segunda vuelta sin darse por aludida del aumento de la abstención que pone en peligro la legitimidad del cargo en disputa. La candidata de la Nueva Mayoría debería obtener el primer lugar el 15 de diciembre, porque tiene una ventaja de más de un millón de votos sobre Matthei. Sin embargo, si la abstención vuelve a manifestarse como primera fuerza política, ¿a qué universo ciudadano representará Bachelet en La Moneda? ¿Al 22% real que votó por ella el 17 de noviembre? Si esto ocurre -y no hay motivos para pensar que se revertirá la tendencia abstencionista-, la crisis político-institucional se profundizará aún más, poniendo en duda la legitimidad democrática del nuevo gobierno.

Al parecer, El Mercurio teme que Bachelet haga un esfuerzo por despertar el entusiasmo de los jóvenes, que conforman la mayoría del campo de la abstención, mediante la radicalización de su programa. Eso es muy dudoso porque los planteamientos que podrían motivar a la juventud, por ejemplo un abierto compromiso con la Asamblea Constituyente o la reforma sustancial del modelo económico neoliberal, no están en la lógica de la Nueva Mayoría. Ni tampoco en la ambigüedad y moderación del discurso de su candidata. Bachelet encabeza un bloque con hegemonía socialdemócrata-democratacristiana. Ese sector -que en el plano internacional es el principal enemigo de los cambios radicales en América Latina- ha demostrado hasta la saciedad su sometimiento al modelo neoliberal. Lo corroboraron los cuatro gobiernos de la Concertación, que permitieron las más escandalosas ganancias del capital nacional y extranjero y completaron el ciclo privatizador iniciado por las FF.AA.

Sin embargo, aunque El Mercurio conoce bien esta realidad, ha iniciado una muy poco sutil «campaña del terror» contra Bachelet, separando aguas del empresariado que apoya a la candidata de la Nueva Mayoría. En este sentido, el diario de la oligarquía ha hecho un llamado a los grandes empresarios para que «aporten los recursos y la movilización pertinente para una campaña competitiva. En la etapa que acaba de concluir, los dineros de la gran empresa aportados a la Nueva Mayoría prácticamente triplicaron a los destinados a la Alianza»(1). El mismo editorial ironiza sobre la votación de Bachelet y devela el chantaje que intenta ejercer sobre ella y la Nueva Mayoría. Textualmente señala: «…la convocatoria a refundar un Chile distinto no consiguió el apoyo que proclama tener. Pero la gran incógnita sobre cuál tendencia prevalezca en definitiva sigue abierta, y del mismo modo es incierto -a la luz de su discurso de ayer- el modo como Michelle Bachelet desarrolle su campaña y compromisos de segunda vuelta, ya sea confirmando su izquierdización o bien conteniendo a su ala más extrema a favor de posiciones más moderadas y de centro».

Desde luego la presunta «izquierdización» de Bachelet es un cuento como también lo es la existencia de un «ala más extrema» en su coalición. Este invento mercurial busca obligar a Bachelet a moderar aún más su discurso y a descartar cualquier promesa que introduzca factores de desestabilización del modelo político-económico neoliberal. Sin embargo, lo medular del programa de la Nueva Mayoría ya fue hipotecado al aceptar las limitaciones de una institucionalidad en crisis que hoy pudiera ser desafiada con éxito y gran respaldo popular. La reforma tributaria -por ejemplo- ha sido aceptada con una sonrisa por el gran empresariado, salvo la eliminación del Fondo de Utilidades Tributables (FUT). Recaudar 8.200 millones de dólares -en forma gradual- para destinarlos a educación, cuenta con el visado de los grandes empresarios que por algo han «triplicado» sus aportes a la Nueva Mayoría. Para el gran empresariado la anunciada reforma tributaria es una pelusa en el lomo. Sólo en los últimos 18 meses el empresariado ha invertido 10.664 millones de dólares en fusiones y adquisiciones de empresas en el exterior, superando incluso las marcas de los empresarios brasileños.

De manera que el vocero oligárquico, que en la década de los 70 impidió que Chile avanzara al socialismo(2), está expresando otros temores. Acusar a Bachelet de «izquierdización» quizás evidencia una inquietud de la embajada norteamericana y de la ultraderecha por la presencia del Partido Comunista en el gobierno que asumirá en marzo. El Mercurio seguramente no cree que la presencia del PC constituya un peligro de «izquierdización» en la conducción del país. Ese diario acogió con beneplácito el pacto electoral Concertación-PC de 2009, que permitió al PC acceder a la Cámara de Diputados según las reglas del binominal. El Mercurio editorializó que ese pacto afirmaba «la institucionalidad democrática del país», agregando: «Un PC ‘deslavado’, a la italiana, sería positivo para Chile»(3).

El diario de Edwards conoce la trayectoria democrática del PC, su política reformista y su rol moderador de la Izquierda chilena. Pero El Mercurio puede estar sirviendo -una vez más- los intereses del Departamento de Estado norteamericano. Washington practica una agresiva política ingerencista y de espionaje en todo el mundo. En América Latina se orienta a aislar y derrocar al gobierno de Venezuela y a contener el proceso social y político que tiene lugar en los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) y en los instrumentos regionales independientes de EE.UU., como Celac y Unasur. Esa línea ofensiva ha consumado golpes de Estado en Honduras y Paraguay y ha estimulado la formación de bloques como la Alianza del Pacífico, que intenta revivir el Alca. La casi segura victoria de Michelle Bachelet -una militante socialista que tomó parte en la resistencia clandestina a la dictadura militar-, al frente de una coalición en que participa el PC, perturba al Departamento de Estado porque en el plano de la propaganda parecería significar una derrota de la política imperial. En el exterior, en efecto, predomina una imagen simplista de la Nueva Mayoría. Sectores ingenuos de la Izquierda latinoamericana se preparan a celebrar como propia la victoria de Bachelet. Los chilenos en cambio sabemos que se trata de una nueva creación del laboratorio mediático. La Nueva Mayoría no se alineará con la tendencia que avanza en el continente desafiando al imperio. Sin embargo, la embajada norteamericana supone algo distinto y utiliza su matraca mercurial para chantajear a Bachelet, obligándola a desmentir, mediante concesiones, su presunta «izquierdización».

Más allá del entramado de intereses y presiones en juego, una cuestión vuelve a emerger en esta coyuntura: la necesidad de levantar una alternativa popular y democrática con perspectivas socialistas. Los que votan de mala gana y sin esperanzas por la Nueva Mayoría, y los que no votan como una forma silente pero ruidosa de rechazar el sistema, buscan una perspectiva que sólo puede hallarse en un proceso de unidad y lucha social y política que desemboque en una Asamblea Constituyente. Esa es la tarea en que deben concentrarse los esfuerzos de todos los que saben que ha llegado la hora de preparar los funerales de la Constitución generadora de desigualdad social.

  Notas: (1) El Mercurio, 18/11/2013. (2) «El Mercurio cumplió un rol muy importante durante la Unidad Popular. Fue la seguridad de la burguesía de que Chile no caería en una Cuba». (Fernando Léniz, gerente general de El Mercurio, en Chile inédito. El periodismo bajo democracia, Ken Dermota, 2001. (3) El Mercurio, 31/1/2009.

Editorial de «Punto Final», edición Nº 794, 22 de noviembre, 2013

www.puntofinal.cl