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El grone

Fuentes: Rebelión

Gracias a un hada madrina de las Naciones Unidas, que vino a verme en La Habana, supe que mi padre y mi hermano Alan estaban vivos.

Como decía el otro la situación era grave pero no desesperada.

De algún modo salieron de los campos de concentración -mi viejo del Estadio Nacional y Alan de Quiriquinas-, se reunieron al resto de la familia en Santiago y la Embajada de Francia les protegió y les ofreció refugio (*). He ahí por qué, dos años después del golpe de Estado llegué a París con el sano propósito de estrechar en mis brazos a mis progenitores y a mis tres hermanos.

Cómo llegué a La Habana es otro cuento -difícil de creer- que algún día te contaré.

Baste con saber que de algún modo aparecí en Tacna (dejando a N atrás, en la cárcel de Arica) en donde fui objeto de la delicada atención de la policía peruana. Lo de delicada va en serio. Me trataron como a un ser humano. Y me trasladaron a Lima, en donde permanecí bajo la protección de la policía civil que se comportó con una exquisita cortesía.

Antes de ayer recibí en París a un pata limeño, dirigente sindical, y fue la primera oportunidad en 50 años de devolverle a un peruano el calor humano, la fraternidad y el respeto del que me hicieron objeto en octubre-noviembre de 1973. Kusisqa kay wayqe…

De modo que a fines de 1975 la situación era grave pero no desesperada. Había que ganarse los fifiles, trabajar en cualquier cosa, aprender el idioma, integrarse. Comencé sacando mierda, cargando y descargando camiones, limpiando fábricas, cagado de frío o de calor… como muchos chilenos.

Los servicios municipales ofrecían lecciones de francés, y la AFPA (asociación francesa por la formación profesional de los adultos) puso a disposición unos veinte cupos para estudiar contabilidad. Nótese -lo digo a la intención del movimiento sindical chileno- que todos los cursos eran gratuitos y considerados como tiempo trabajado: te pagaban un salario modesto y cotizaciones a la Seguridad Social y al sistema público de pensiones.

Al comenzar el primer día de clases, Elliott Roy, el profe, nos aclaró el panorama:

“Este curso es de nivel de Asistente de Contador. Pero todos Uds. tienen una formación de base bastante sólida, de modo que el curso que recibirán será el de Contador…”

Poco después de terminar el curso obtuve un laburo en una curiosa empresa: la SENAM. Sociedad senegalesa de navegación marítima. De senegalesa tenía el nombre y la secretaria. Su actividad consistía en el transporte de productos entre la costa occidental africana y los puertos de la Europa atlántica. El gerente general, un british, amanecía empapado en whisky y ponía un encomiable empeño en mantener su grado de saturación alcohólica durante las 24 horas del día. El director comercial era danés y el director contable belga. Tíos simpáticos que se pasaban lo mejor de la jornada escogiendo el restaurante en el que se ofrecerían un pantagruélico almuerzo de alto nivel gastronómico.

Como había que laburar, pronto pude traer tres chilenos más con los que -la necesidad tiene cara de hereje- trabajamos semanas enteras, sábados y domingos incluidos, hasta poner al día las cuentas de la empresa. Chilean people: good workers, decía Johnny Walker, apodo que le dimos al gerente general.

Descubrimos que había agentes marítimos africanos (o sea europeos basados en África) que debían millones de dólares que nadie se ocupaba de cobrar. La plana mayor estimó urgente enviarnos a Dakar y a Duala con la crítica misión de recuperar ese billete, lo que.

Tú dirás lo que te salga de los cojones, pero nuestra chamba difería un puñao de sacar mierda o cargar camiones: correctamente sentados en un bello escritorio, con calefacción en el invierno y climatizador en el verano, un cafecito esperando pacientemente que vinieses a conversarlo, almuerzo de tres platos-postre y café al medio día, un salario que comenzaba a llegar a fin de mes, acompañado cada quince días de un sobre con un billete variable que venía a recompensar la calidad de nuestros loables esfuerzos.

Si te hago el cuento es porque ayer, regresando de una caminata en París, Ольга me hizo una pregunta en forma de reproche. Este barrio, había dicho este pechito, ha cambiado de piel y de idioma… ¿Qué quieres decir? inquirió ella… ¿Que no te gustan los negros?

No. No era esa mi intención, sino señalar que de verdad la población africana ha aumentado porque aún ahora hay que laburar. Y nuestros vecinos llegan cada día como llegué yo… buscando sobrevivir como fuese.

En cuanto a los árabes, sólo puedo decir que hace ya mucho tiempo que mi pana Taïeb Bellaïd Ben Hassine me sorprendió diciéndome Ya no eres mi amigo.

Mi sorpresa fue mayúscula: durante años yo le había ayudado a comerciar con empresas francesas. ¿Qué te pasa? le pregunté. Y Taïeb me dijo con una espléndida sonrisa llena de luz: “De ahora en adelante somos أَشْقاء…” (hermanos).

La razón era muy sencilla: yo había tenido la ocasión de acoger a su hijo en Francia.

Pasa que cuando -en medio de la tragedia que te tocó vivir- fuiste el objeto de la humanidad, del afecto y de la solidaridad de tantas gentes de orígenes diversos… si no pagas con la misma moneda no eres sino un hijo de la chingada.

El tipo que nos abrió una puerta, Elliott Roy, ese que se pasó por el forro la definición del curso que debíamos recibir, y lo elevó motu proprio al más alto nivel, había sido, como nosotros, un refugiado político.

Oficial del ejército haitiano, Elliott llegó a ser miembro de la Guardia Presidencial. Allí se le ocurrió una idea luminosa: asesinar a François Duvalier, más conocido como Papá Doc, el sanguinario tirano que mangoneó en Haití con el concurso de sus tontons macoutes.

Elliott participó pues en un complot que, desafortunadamente para él y sus compañeros, fracasó. Y terminó refugiado en París. Ese patriota, que apodamos afectuosamente El grone, fue quién nos tendió una mano cuando hacía tanta falta.

¿Cómo podría yo detestar a los negros?

Al comenzar a escribir esta parida una idea se me cruzó en el magín: ¿Y si 48 años más tarde El grone estuviese vivo aún?

Vía Internet encontré a uno de sus hijos, que me proporcionó sus datos.

La semana entrante, por primera vez en décadas, espero juntarme con El grone.

*En la imagen, Elliott Roy, «El grone», un hombre justo, fraterno y solidario


(*) Hace unos días la comunidad chilena se reunió en Francia para rendirle homenaje al entonces embajador M. Pierre de Menthon y a Françoise, su señora esposa (ambos QEPD) que en el año 1973 interpusieron su alto rango y su inconmensurable solidaridad para salvar a cientos de compatriotas.