Los menores de edad en el país tienen hambre. Y no se trata sólo del drama de los pequeños del departamento de Chocó que tocó las fibras más sensibles de la sociedad. Dos millones de indefensos ciudadanos sufren por la ausencia de alimentos en Colombia. Quién no recuerda aquella sentencia maternal ante un plato de […]
Pero lo cierto es que esto ocurre más allá de las húmedas selvas del departamento más pobre del país. En todos los rincones de Colombia dos millones de menores pasan hambre. De hecho, la Encuesta nacional de la situación nutricional en Colombia 2005, señala que la región con más alto índice de desnutrición es la Atlántica, seguida por Bogotá.
La única explicación posible para que en dos de las regiones con los más altos índices de desarrollo del país, se presenten además los más altos niveles de desnutrición, es que el drama del hambre se une al de la pobreza y la inequidad. Magda Ruiz, experta en desnutrición de la Universidad Externado, señala que «el problema no es de poca oferta de alimentos, sino de falta de plata para conseguirlos».
Un síntoma social
La Ensin también muestra resultados en este tema, según los datos recogidos, el 40,8 por ciento de los hogares colombianos está en estado de inseguridad por falta de alimentos. El dato se establece a través de preguntas a las familias como si en el último mes faltó el dinero para comprar comida o si alguien en la casa dejó de comer por falta de alimentos.
Pero el mito de que en las familias pobres los que mejor comen son los grandes no es real. Catalina Borda, directora técnica de la Ensin, cuenta que «en los hogares donde se padece hambre, a los primeros a los que se da comida es a los niños. Las mamás y los papás no comen porque lo poco que hay va para los niños». El problema según ella está en los casos de pobreza extrema, cuando no hay nada de nada para comer, «se derivan situaciones muy complejas, mandan a los niños temprano a dormir, antes de que pidan comida o los hacen dormir hasta muy tarde».
Todo esto sin contar con los miles de niños que llegan al colegio sin comer, «el chiquito está concentrado en el hambre que está sintiendo, y a sí es imposible que se concentre en la clase. Con hambre nadie aprende», cuenta la hermana Maria Lucía, una religiosa que maneja un jardín infantil en Altos de Cazuca, en donde la mayoría de sus habitantes son desplazados y viven por debajo del umbral de la pobreza.
De ahí la importancia de los programas de nutrición escolar. Aunque las campañas de alimentación en los colegios públicos se relaciona más con los indicadores de educación porque garantiza mejor rendimiento, disminución del ausentismo y la deserción escolar, lo cierto es que muchas veces aquella comida caliente que reciben en la escuela será tal vez la única del día. El Conpes 2007 designó apenas el 0.5 por ciento -unos 80.000 millones- de los 17,5 billones de pesos de las participaciones para los programas de alimentación escolar en el país.
El hambre mata
Pero esta no es la única enfermedad que se desata por una pobre alimentación. Diariamente llegan a los hospitales colombianos decenas de niños al borde de la muerte, unos por física hambre y otros con enfermedades como diarrea aguda -causada por la mezcla mortal de mala alimentación y falta acceso al agua potable-, o por una gripa convertida en neumonía por falta de defensas en su organismo.
Los expertos miden las tasas de desnutrición de muchas maneras, en desnutrición crónica, si el niño tiene una talla menor a la indicada para su edad, o en desnutrición global, si el peso es menor, o aguda, cuando el peso es menor que la estatura. En Colombia, de todos estos tipos de desnutrición, la más común es la crónica.
El 13 por ciento de los niños colombianos tienen una estatura menor a la indicada para su edad -que se conoce como retraso en el crecimiento-. Y aunque los expertos aclaran que estos niños no se ven ‘desnutridos’, pues no son delgados ni tienen un aspecto enfermo, su salud sí puede estar muy afectada porque carecen de los nutrientes necesarios para su desarrollo normal.
Pero del hambre a la muerte no hay mucho. En Colombia, el 1,8 por ciento de los niños en Colombia sufren de desnutrición severa y ellos son los que podrían morir de hambre o alguna enfermedad, que en un niño sano sería de rápida solución, pero que ante la falta de defensas se vuelve mortal. Los más afectados son los menores de 3 años.
Magda y Nubia Ruiz, del Externado, se dedicaron durante cinco años a estudiar las cifras sobre mortalidad infantil y relacionarlas con los índices de desnutrición. Ellas encontraron que «una de cada cinco defunciones en niños colombianos de 1 a 4 años, está asociada con la desnutrición -y que- en los menores de 1 año la proporción es de uno de cada 10».
Magda Ruiz repara en un detalle del estudio: «las zonas más afectadas son las fronteras del país y los municipios entre 50.000 y 100.000 habitantes». Según ella, esto se debe a que en el centro del país sigue funcionando el minifundio «lo que por lo menos garantiza un mínimo de subsistencia a través del pan coger». Por esta misma razón los niños en el campo se mueren menos de hambre que los que viven en las zonas más pobres de los municipio, «esto demuestra que el problema está en la dificultad de acceso a los alimentos y a condiciones de vida dignas, no a que no haya comida», insiste Ruiz.
La falta de condiciones de vida dignas coinciden con uno de los hallazgos más impresionantes del estudio. Las regiones en las que se asientan los grupos indígenas hay altísimos índices de mortalidad. Por eso la Chorrera en el Amazonas tiene el récord con 7.407 muertes por cada cien mil nacidos vivos. A este municipio lo siguen las zonas del Atrato y el Baudó en Chocó, que presenta una probabilidad de 5.000 muertes.
En esta zona habitan grupos embera, a horas del puesto salud más cercano y en donde se desató la crisis de la semana pasada. En la prevalencia de muerte en los niños de los resguardos indígenas el abandono estatal desempeña un papel importante pues «no les permite a los padres y a los niños acceder a los mínimos servicios de salud y protección en el momento oportuno», comenta Magda. Además, las diferencias culturales juegan su papel. Los indígenas wayuu, por ejemplo, han visto reducida su ingesta de proteínas por la prohibición de las autoridades en la cría de iguanas, que ancestralmente ha sido una de sus fuentes de alimentación.
Este es el panorama que se vive en un país, que paradójicamente tiene una gran variedad de pisos térmicos, que podrían dar una gran oferta de alimentos, suficientes para todos. Con ciudades en las que en un extremo de la ciudad, una mamá le ruega a su niñito que se tome la sopa, mientras en el otro extremo, otra madre le ruega al cielo que la sopa alcance para todos.