Setecientas mil personas ganan el sueldo mínimo, o sea 127 mil pesos. Son los desheredados de la exitosa economía chilena. Con 96 mil pesos netos, pues 24 mil son para las cotizaciones previsionales, deben comer, pagar la micro, educar a sus hijos y nietos, vestirse, vivir y etcétera. No creen en la teoría del chorreo […]
Setecientas mil personas ganan el sueldo mínimo, o sea 127 mil pesos. Son los desheredados de la exitosa economía chilena. Con 96 mil pesos netos, pues 24 mil son para las cotizaciones previsionales, deben comer, pagar la micro, educar a sus hijos y nietos, vestirse, vivir y etcétera. No creen en la teoría del chorreo y sí en la realidad de la exclusión social.
El jueves 23 a las nueve de la mañana, Ana Pérez y su marido, Vladimir Poblete, llegaron desde Noviciado a la Plaza de la Constitución, se rociaron el cuerpo con combustible y se prendieron fuego en el frontis de La Moneda. Así de brutal. Cayeron frente a la estatua de Salvador Allende. La pareja reclamaba supuestas deudas de la Municipalidad de Pudahuel por servicios prestados durante años en la vigilancia de un campo deportivo de esa localidad.
Estos ciudadanos quemados «a lo bonzo» tienen el perfil socioeconómico de familias que viven con el sueldo mínimo en una sociedad que se ha visto enfrentada crudamente al debate sobre las inmensas brechas en las desigualdades de ingresos.
La semana pasada fue aumentado el sueldo mínimo a 127.500 pesos, 7.500 más de lo que se recibe hoy. Hablamos con quienes a diario y durante casi toda su vida viven al borde de la miseria. No celebran Fiestas Patrias ni salen de vacaciones. Desde que nacieron, este país les ha demostrado que quien nace pobre muere pobre, y no hay vuelta que darle.
Carmen Tomé es una de esas chilenas. Ella se afana en partir la cebolla con que llenará el pan de su desayuno. Media cebolla, no más, porque la otra mitad es para la once. A sus 65 años debe partir a su empleo de emergencia en Puente Alto, donde lleva ocho meses desde que consiguió el puesto luego de haber estado disputándoselo junto a otras 100 personas cada madrugada. Su edad, su condición de único soporte de tres nietos y su perseverancia le dieron el puntaje para acceder a un puesto para remodelar plazas. Todo por 120 mil pesos, que con los descuentos legales terminan en 96 mil al mes. Igual que otras 700 mil personas que viven con el sueldo mínimo.
El último Informe Mundial sobre Desarrollo Humano realizado por Naciones Unidas en 2004 ubicó a Chile entre las 10 economías con mayor grado de desigualdad en el planeta. Mientras el 20% de la población con menores recursos consigue el 3,3% de los ingresos, el 20% más acaudalado obtiene el 62,2% de la torta nacional. La Encuesta Casen 2003 devela que la distancia entre el 10% más pobre de la población y el 10% más rico es de 34,1 veces.
Carmen trabaja junto a otras 40 personas. A ratos se afana en pensar qué mal paso dio en su vida, qué fue lo que dejó de hacer o hizo mal. De Los Morros llegó a Santiago, y a los siete años estaba trabajando. Su mejor época fue como empleada doméstica. Por sus hijos, ahora mayores, y por el celo de su marido, del cual se separó, nunca quiso usar el pasaje a Australia que cada cierto tiempo le enviaba su hermana. Cuando estuvo a punto de viajar recibió la noticia de la muerte de ésta en un accidente.
«Pero ahora me salvo», confiesa Carmen, «porque pasé años rebuscándomelas. Cuando estaba peor iba a Pirque a rastrojear cebollas y papas para comer. Estuve años en lo mismo». Hace ya tiempo, luego de días sin dar de comer a sus hijos, no halló otra salida que robarse un ganso de un potrero cercano. Le alcanzó para una semana.
El sueldo mínimo obliga a Carmen a desarrollar estrategias de sobrevivencia. Frutas, verduras, cloro y detergente que compra en la feria; esponjas y jabones en San Antonio; shampoo en Pre Unic o en farmacias; vienesas (porque para carne no alcanza) en Franklin; los abarrotes exigen un recorrido por varios supermercados; la ropa en los chinos de Puente Alto; chuchoca, legumbres y carne vegetal en la Vega.
Primera en servicio
El regalo de Navidad de Luis Carrillo a su hijo fue un par de calcetines y una polera. No le alcanzaba para más con su sueldo mínimo de bombero de la Copec de Andrés Bello con Vitacura. Parte a las siete de la mañana echando bencina, aún no ha desayunado y el mareo se apodera de su cabeza. Al salir de la pega es costumbre del gremio ir a tomar algunas cervezas, las que hacen bajar la bencina dentro del cuerpo.
Si le preguntan por un lujo, lo es un buen asado con la familia, cosa que Luis hace una vez al año, lee «LUN» y confiesa no saber nada de política; tiene un hijo casado de allegado en su casa porque no le alcanza para vivir solo, la mitad del sueldo se va pagando créditos y el mes lo salvan las propinas que hacen que el sueldo bordee las 180 lucas.
El año pasado, Copec obtuvo ganancias por más de 420 mil millones de pesos. La última vez que a Luis se le subió el sueldo fueron los cuatro mil pesos que significó el reajuste del sueldo mínimo.
Junto a sus colegas, almuerza, desayuna y descansa a un costado del Full Market, entre estanterías oxidadas que sirven de mesa y envases viejos de aceite. Recalca que el problema no es el concesionario. «De siete millones que se hace en un día una bomba, uno y medio es para el concesionario y el resto para la Copec», cuenta Luis Carrillo. «¿Que trabajando se sale de la pobreza ? Es puro cuento. ¿Que el chorreo hace que todos surjan? Mentira».
Preguntar por el sueldo es tabú en Chile. Más aún cuando hablar pone en juego el trabajo. Así ocurre con un aseador de Segeam, que no quiere dar su nombre porque obviamente le costaría la pega. El salario mínimo le alcanza para la micro, útiles de aseo y comida. Hace unos meses, una muela cariada le desarmó el presupuesto, teniendo que pedir un avance en efectivo en una tienda comercial para pagar los 35 mil pesos que le costaba el dentista. Con ello se endeudó por un año.
Se estima que las familias chilenas poseen en promedio tres tarjetas de tiendas comerciales, en las que mantienen deudas superiores a 300 mil pesos. Sin ellas no tendrían acceso a bienes de consumo.
En otra área de la economía los ejemplos son similares: Marcelo Eduardo, auxiliar de Cóndor Bus, completa su sueldo con las comisiones por venta de pasajes. Si en verano puede alcanzar sobre 200 mil pesos, trabajando a veces desde las 7 de la mañana hasta las 12 de la noche, en los meses de invierno su liquidación de sueldo termina en 70 mil pesos. El almuerzo corre por cuenta suya.
De Manuel se puede decir que es un emprendedor. Además de trabajar como captador de terreno para Ripley, vende perfumes y los fines de semana es peoneta en la feria. Con ello le alcanza para sus estudios de Administración de Empresas y para mantener a sus padres y hermanos. Su compañero Eduardo suma a su sueldo de captador unas 30 lucas al mes que se hace como chofer. «Es lo que hay», dice. El almuerzo se lo hacen con una que otra propina, no tienen casino ni baño, por lo que para entrar a la misma tienda a la que consiguen clientes tienen que parecer tales.
El mes lo pasan sin comprar ropa ni comer fuera de la casa. Cuando carretean, lo hacen con luca; andar en metro es un lujo, y un pase escolar, una salvación. Pero para las estadísticas ellos no son pobres, ya que la pobreza se sitúa bajo los 40.500 pesos per cápita. Si se gana más de eso se deja de serlo.
La Fundación Terram diseñó recientemente el Umbral Mínimo de Satisfacción, parámetro que incluye, además de lo que una persona requiere para consumir, lo que necesita para adquirir energía (electricidad, gas, parafina u otra), transportarse, vestirse, lavarse la cara y los dientes, calentar los alimentos y recrearse. El costo de esta canasta asciende a 125 mil pesos mensuales. Así, el salario mínimo sólo cubriría un tercio de las necesidades de un núcleo familiar de cuatro personas.
Las empresas crecen
Pre Unic ha crecido de 7 a 23 locales en los últimos años, obteniendo el año pasado ganancias por 80 millones de dólares. Este año pretende llegar a los 100, con la apertura de tres locales grandes, dos en tamaño express, y la remodelación de tres tiendas. Todo ello con una inversión de siete millones de dólares.
Sus trabajadores ganan el mínimo más un porcentaje por ventas, que algunos meses alcanzan en total los 150 mil pesos, según cuenta un empleado de una sucursal céntrica que por miedo no se atreve a dar su nombre. «No existen horas extra hace más de un año», cuenta, «y para las ventas nocturnas te hacen firmar un papel que dice que por acuerdo mutuo los trabajadores se quedan voluntariamente a trabajar sin goce de sueldo».
El intento de tener sindicato hace un tiempo atrás terminó con el despido de los complotados, y en tres locales céntricos se inició la política de descontar los robos al sueldo de los trabajadores.
Para salvar el mes hace pololitos cargando camiones o como gásfiter y albañil. «Si cuento las horas que paso con mi familia, no alcanzan a ser dos diarias, sobre todo ahora que nos obligan a ir a un curso de capacitación sobre perfumes que no sirve para nada, y dura dos meses». Para salvar el mes pide que lo lleven por menos en la micro. «Pero hoy un chofer que siempre me llevaba me dijo que era hora de subir el monto, si antes aún podía por 150 ahora se usan 200 pesos», cuenta.
Tiene educación media completa. Aunque eso no sirve mucho, según cuenta el economista Patricio Meller, quien acusa la falacia de argumentar que con educación se supera la pobreza, ya que para un chileno promedio finalizar sus estudios secundarios (12 años de escolaridad) ni siquiera le permite triplicar los ingresos que tiene un analfabeto.
Ni pistas del sueldo
D&S y Cencosud controlan el 54,3% del mercado de los supermercados, y la empresa de Horst Paullman está en plena etapa de expansión. Una cajera de supermercados Montecarlo, de la cadena Cencosud, gana el mínimo. Igual que los fiambreros, panaderos, verduleros, cargadores y choferes de la empresa. Un guardia gana un poco más: 150 mil pesos.
En Unimarc, bajo el nombre del personal que llevan en el pecho, dice «cajera multiservicio», que significa que además de la caja debe estar dispuesta a atender en verduras, panadería o en sala. Asimismo, a la hora de colación deben prepararse ellas mismas el almuerzo. Esas horas no se cuentan dentro de las trabajadas.
Bernardita Moreno, de 40 años, trabajó por cuatro meses haciendo el aseo en el Stade Francais hasta que se aburrió de recibir el mínimo sin contrato alguno. Aseo Market Limitada, empresa para la que trabajaba, le debe el sueldo de agosto del año pasado, y las cuatro veces que ha tenido que ir a la Dirección del Trabajo, ni pistas de Patricio Escobar, su empleador.
En su refrigerador relucen una cabeza de ajo y unas bolsas vacías. En su baño, aparte de un shampoo, pasta de dientes y viejos cepillos, no hay nada. «Aseo Market recibe un millón 200 mil pesos mensuales por el trabajo que uno hace, paga el mínimo y aun así no paga. ¿Le costará mucho pagar 115 lucas?», cuenta afligida.
Septiembre de 2004 fue su mes negro. Sin sueldo terminó arrastrando cuatro dividendos, le cortaron la luz y el agua. Para las Fiestas Patrias, su esposo trabajó todo el día y ella no tenía ni para la cebolla de la empanada. Esta mañana, el vaso de leche que quedaba fue para su hijo de diez años. El de siete no tomó desayuno, al igual que ella y su marido. Lleva 15 días sin gas y el pan lo obtiene de la voluntad del almacenero cercano a su casa. No va a un supermercado desde el año pasado y la última vez que tuvo un carro lleno de mercadería en sus manos fue en 1997. El sueldo del marido alcanza para pagar las cuentas, pero como no pueden quedarse sin comer tienen que irlas aplazando.
Por las tardes deja a sus hijos viendo televisión, se consigue un Derby corriente, sale al jardín y llora. Después de botar todo vuelve a pensar qué va a hacer mañana. «Los pobres no tenemos alternativa en Chile», reflexiona.
Sueldo para pobres
Chile está creciendo a una tasa de un 7% anual, generando un ingreso per cápita de cinco mil dólares. Pese a ello, Fiestas Patrias, cumpleaños y Navidades no son fiesta alguna para Luis Carrillo, Bernardita Moreno y Marcelo Eduardo. «¿Qué vamos a celebrar si todos los días son iguales?», dice Carmen Tomé. Para el Año Nuevo pasado, el lujo fue una taza de chocolate por cabeza, y después de los abrazos, a la cama. No había más plata. Sobre la flexibilización laboral y la posibilidad de eliminar el sueldo mínimo, Luis Carrillo no tarda en responder: «¿Si no existiera el sueldo mínimo, qué ganarían los pobres?».
Ya es tarde y la jornada de Carmen termina. Recoge la pala, el rastrillo y se preocupa de volver con la marmita a casa. Ayer hizo garbanzos y le tienen que durar hasta el almuerzo de mañana. Todavía la duda sobre su existencia le atormenta. Se explica a sí misma que todo obedece a un determinismo que ni ella misma domina. «Los pobres nacimos así y así moriremos». Ni entiende de tasas de crecimiento, flexibilización laboral ni estímulos a la inversión, cosas de las que hablarán en la tele esta noche. Cae la noche en Santiago y retorna a su casa. Su media cebolla la espera.