El esperadísimo recital de poesía y tango estrenado en Barcelona el año pasado llegó a Buenos Aires, con una certera puesta en escena y dirección de Cristina Banegas. La palabra de Gelman y el fueye de Mederos hipnotizaron al público.
El poema como una piel. Cada poema que Juan Gelman lee en Del amor roza el bandoneón de Rodolfo Mederos. O viceversa: cada valsecito, milonga o tango preludia el abrazo íntimo de versos y música. El flujo de palabras y melodías deseantes insufla el encantamiento que moviliza el imaginario amoroso de los espectadores. Cada vez que el poeta lee, sin subrayados empalagosos, con esa dicción cansina que se desliza hacia el susurro -voz grave orilleando el silencio, tan próxima al oído-, el balbuceo de la pasión derrama ecos y resonancias en círculos concéntricos. De pronto emerge Ana con «ojos llenos de peces», «la soledad, sus cuervos, sus perros, sus pedazos» o «el aire, la roca, el péndulo»; un paisaje «gelmaniano» de la educación sentimental de varias generaciones, suerte de espejo del alma -el barrio- o de un estado -la infancia y primera juventud- adonde siempre se vuelve. «Esta es una vieja historia que sin embargo siempre parece nueva», se podría conjeturar, acaso sin saber que se está parafraseando a Heine, considerado el último poeta del Romanticismo alemán. Sólo que las torsiones del fraseo del fueye de Mederos, que compuso casi una docena de temas para el espectáculo; la sobria y certera puesta en escena y dirección de Cristina Banegas, y las obras del artista plástico Juan José Cambre proyectadas sobre una pantalla -una seguidilla de follajes mutantes que en un momento se aproximan a La noche estrellada, de Van Gogh- tejen un campo magnético renuente a la reducción de sentidos. Una historia-mundo nueva y familiar al mismo tiempo.
La dupla Gelman-Mederos eriza la piel. El repertorio bucea por poemas de Gotán, pasando por Cólera buey, hasta libros más recientes como Mundar y el El emperrado corazón amora. «Ofelia yo en tus pechos fundaría ciudades y ciudades de besos», dice Juan y el vals titulado como ese poema, «Ofelia», es la rueda de molino del poema. Mederos y sus músicos, Armando De la Vega (guitarra) y Sergio Rivas (contrabajo) constituyen un power trío que logra suspender el tiempo. El bandoneonista cabecea o extiende la mano hacia Juan como si lo invitara a bailar cuando es el turno de la lectura del poeta. Letra y música bailan en un continuo sin pausas que atraviesa los poemas «Sentimientos», «Hechos», «Otras preguntas», «Casos», «Amparo» y «Escenas de la guerra» y composiciones como «Milonga de la oración», «Hace hambre, hace frío» y «La pajarera de Pentecostés», quizá una de las piezas originales más vigorosas junto con la milonga surera «Mi única palabra». Cuando Mederos viborea el fueye, Juan se relaja y disfruta desde la penumbra escénica como si fuera un espectador más. En Del amor -esperadísimo recital de poesía y tango estrenado en Barcelona, a fines de septiembre de 2010, por iniciativa de Antoni Traveria y Casa América de Catalunya- hay un intervalo musical. Mederos y su trío cautivan con tres clásicos: «Merceditas», «La pulpera de Santa Lucía» -con el contrabajo como protagonista casi exclusivo- y una bella y armoniosa versión de «Sur», ese tangazo «cantado» por el bandoneón de Mederos.
La poesía, «esa señora» que tanto ha visitado al poeta -«sucia de besos y arena», como decía Federico García Lorca-, regresa. Juan lee y lee la historia de la poesía argentina: el tango, los ’60, el surrealismo, Oliverio Girondo y Raúl González Tuñón. Es un intercambio tornasolado de múltiples voces, posadas sobre ondas diferentes y sorprendidas. Juan recita como si peregrinara por una patria donde también están César Vallejo y San Juan de la Cruz, por mencionar algunos de los compañeros de travesía que se adivina en sus versos. Entre los poemas emblemáticos de Gelman, «Gotán» no podía faltar en el menú. «Cuando se fue yo tiritaba como un condenado/ con un cuchillo brusco me maté/ voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre/ él moverá mi boca por la última vez», recita Juan el final de ese poema. Los espectadores aplauden y ovacionan a Juan. Aplauden los poetas Diana Bellessi, Arturo Carrera, Daniel Freidemberg, Tamara Kamenszain, Jorge Boccanera y Noé Jitrik, y narradoras como Tununa Mercado y Claudia Piñeiro, entre otras. El bandoneón se nutre de los poemas y el decir de Juan -en «Carta», «La dueña», «La lejanía» y «Cerezas»- se acopla con los primeros acordes que pulsan Mederos y su trío.
Antes del final, antes de que se rompa el hechizo y retorne la certeza de que apenas se podrá prorrogar el tiempo suspendido gracias a los bises, irrumpe «esa mujer que ahora mismito se parece a santa teresa/ en el revés de un éxtasis», esa mujer que «rezonga como un bandoneón mojado hasta los huesos». Quizá «Cerezas» sea el más bello de los poemas que recita Juan. ¿Qué imágenes invoca y convoca el ruido de esas cerezas en la noche? ¿Qué pérdidas, qué ausencias? La emoción desfila por los ojos y afina la necesidad imperiosa de continuar escuchando a esa dupla hipnótica. «Dónde está mi mujer», pregunta el poeta, encandilado por las luces de la sala, cuando buena parte de los espectadores los aplauden y ovacionan de pie. «Al fondo a la izquierda», responde en un tono jocoso Mederos. «Al fondo a la izquierda hay otra cosa, no confundamos», bromea Juan, que maneja al dedillo el arte de la réplica inmediata. «Ah, ya la vi», afirma el poeta, ahora más tranquilo, cuando divisa a Mara La Madrid en esa noche de «tanta triste alegría».
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/17-22523-2011-08-07.html