Abraham Lincoln en una reunión con el alto mando de la Unión, durante los últimos días de la Guerra Civil Americana. GEORGE P.A. HEALY (1868) Muy señor mío: Felicitamos al pueblo estadounidense por reelegirle con una amplia mayoría. Si la resistencia a la «potencia negrera» fue el lema reservado para su primera elección, el grito […]
Abraham Lincoln en una reunión con el alto mando de la Unión, durante los últimos días de la Guerra Civil Americana. GEORGE P.A. HEALY (1868)
Muy señor mío:
Felicitamos al pueblo estadounidense por reelegirle con una amplia mayoría. Si la resistencia a la «potencia negrera» fue el lema reservado para su primera elección, el grito de guerra triunfante de su reelección es «muerte a la esclavitud».
Desde el inicio de la titánica lucha de Estados Unidos, los trabajadores europeos sintieron de forma instintiva que la bandera tachonada de estrellas portaba el destino de su clase. La contienda por los territorios que dio origen a la nefasta epopeya, ¿no fue acaso para decidir si la inmensa extensión de tierra virgen debería casarse al trabajo del emigrante o dejarse prostituir por el vil tratante de esclavos?
Cuando una oligarquía de 300.000 esclavistas osó inscribir la palabra «esclavitud», por vez primera en los anales de la historia, en la bandera de la insurrección armada; cuando en los lugares mismos donde apenas hace cien años la idea de una gran república democrática surgió por primera vez, a partir de la cual se proclamó la primera Declaración de los Derechos del Hombre y se dio el primer impulso a la revolución europea del siglo XVIII; cuando en esos mismos lugares, la contrarrevolución, con sistemática minuciosidad, se vanagloriaba de revocar «las ideas que se albergaban en el momento de redactar la vieja Constitución», y defendía que la esclavitud era una «institución beneficiosa», más aún, que era la vieja solución al gran problema de «la relación entre capital y trabajo», y cínicamente declaraba que la propiedad sobre el hombre era «la piedra angular del nuevo edificio»; entonces las clases trabajadoras de Europa comprendieron en el acto, antes incluso de que el fanático partidismo de las clases superiores por la aristocracia confederada diera su lúgubre advertencia: que la rebelión de los esclavistas daba la voz de alarma sobre una cruzada generalizada en favor de la propiedad y en contra del trabajo, y que para el trabajador, con sus esperanzas puestas en el futuro, hasta sus conquistas pasadas estaban en juego en ese tremendo conflicto al otro lado del Atlántico. Así pues, en todas partes soportaron con paciencia las penurias que les impuso la crisis del algodón, se opusieron con entusiasmo a la intervención proesclavista de sus superiores y, en gran parte de Europa, contribuyeron con su cuota de sangre a la buena causa.
A pesar de que los trabajadores, verdaderos poderes políticos del norte, permitieron que la esclavitud deshonrara su propia república, a pesar de que ante el hombre negro, dominado y vendido sin su conformidad, alardeaban de que la mayor prerrogativa del trabajador blanco era venderse a sí mismo y elegir su propio amo, fueron incapaces de alcanzar la verdadera libertad del trabajo o de apoyar a sus hermanos europeos en su lucha por la emancipación; pero la marea roja de la guerra civil ha hecho desaparecer este obstáculo para el progreso.
Los trabajadores de Europa están seguros de que, al igual que la Guerra de Independencia de los Estados Unidos dio inicio a una nueva era de florecimiento para la clase media, la Guerra Antiesclavista Estadounidense hará lo mismo por las clases trabajadoras. Consideran una señal de la época venidera que haya tenido que recaer sobre Abraham Lincoln, el hijo inquebrantable de la clase trabajadora, la tarea de liderar su país en la lucha incomparable por rescatar una raza encadenada y reconstruir un mundo social.
Firmado en nombre de la Asociación Internacional de Trabajadores, el Consejo Central:
Longmaid, Worley, Whitlock, Fox, Blackmore, Hartwell, Pidgeon, Lucraft, Weston, Dell, Nieass, Shaw, Lake, Buckley, Osbourne, Howell, Carter, Wheeler, Stainsby, Morgan, Grossmith, Dick, Denoual, Jourdain, Morrissot, Leroux, Bordage, Bocquet, Talandier, Dupont, L.Wolff, Aldovrandi, Lama, Solustri, Nusperli, Eccarius, Wolff, Lessner, Pfander, Lochner, Kaub, Bolleter, Rybczinski, Hansen, Schantzenbach, Smales, Cornelius, Petersen, Otto, Bagnagatti, Setacci;
George Odger, presidente del Consejo; P.V. Lubez, secretario correspondiente de Francia; Karl Marx, secretario correspondiente de Alemania; G.P. Fontana, secretario correspondiente de Italia; J.E. Holtorp, secretario correspondiente de Polonia; H.F. Jung, secretario correspondiente de Suiza; William R. Cremer, secretario general honorífico.
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Esta misiva fue escrita entre el 22 y el 29 de noviembre de 1864.
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Respuesta del embajador Adams
Legación de los Estados Unidos
Londres, 28 de enero de 1865
Muy señor mío:
He recibido órdenes de comunicarle que la carta del Consejo Central de su Asociación, que fue debidamente transmitida mediante esta legación al presidente de los Estados Unidos, ha sido recibida.
En la medida en que su carta trata de sentimientos personales, los recibe con un sincero e impaciente deseo por demostrar no ser desmerecedor de la confianza que le fue extendida por sus conciudadanos y por tantos otros amigos de la humanidad y del progreso en todo el mundo.
El Gobierno de los Estados Unidos tiene la conciencia clara de que su política ni es ni podría ser reaccionaria, pero al mismo tiempo respeta el rumbo que adoptó en sus inicios de abstenerse en todas partes del propagandismo y del intervencionismo ilícito. Se esfuerza en hacer justicia igual y rigurosa con todos los Estados y con todos los hombres, y confía en los resultados beneficiosos de ese esfuerzo para obtener apoyos dentro del país, y respeto y buena voluntad en todo el mundo.
Las naciones no existen solo para ellas mismas, sino para promover el bienestar y la felicidad de la humanidad mediante relaciones benevolentes y ejemplares. Este es el sentido en que los Estados Unidos consideran su causa en el presente conflicto contra la esclavitud, mantienen que la insurgencia es una causa de la naturaleza humana, y obtienen nuevo aliento para perseverar en su postura nacional a partir del testimonio de los trabajadores de Europa que los honran con su ilustrada aprobación y sus sinceras simpatías.
Tengo el honor de ser, señor, su leal servidor,
Charles Francis Adams
Fuente: http://ctxt.es/es/20170830/Politica/14707/CTXT-EEUU-carta-Karl-Marx-Abraham-Lincoln.htm