A unas semanas de la muerte del dictador y unoss días de un nuevo aniversario del FPMR revelamos los aspectos inéditos del rol que le cupo a Rodrigo Rodríguez Otero en la Operación Siglo XX: su infiltración en el mundo militar, su vida en Cuba y su visita a Chile el 7 de septiembre pasado, […]
A unas semanas de la muerte del dictador y unoss días de un nuevo aniversario del FPMR revelamos los aspectos inéditos del rol que le cupo a Rodrigo Rodríguez Otero en la Operación Siglo XX: su infiltración en el mundo militar, su vida en Cuba y su visita a Chile el 7 de septiembre pasado, día en que se conmemoraron 20 años de la emboscada.
Parecían estar solos. Sin que nadie supiera que estaban ahí. Igual que aquel domingo de 1986 que estremeció al país cuando corrió la noticia de que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) había intentado matar al dictador en la cuesta Las Achupallas del Cajón del Maipo. Veinte años después, en la fría tarde del jueves 7 de septiembre, apenas un puñado de fusileros de la emboscada, ex miembros del FPMR y los padres de los hermanos miristas Rafael y Eduardo Vergara Toledo, asesinados en 1985 en Villa Francia, volvía al lugar para conmemorar la Operación Siglo XX, como se denominó el atentado. Entre ellos estaba Rodrigo Rodríguez Otero, protagonista de un capítulo no contado hasta hoy. Un hombre que viajó especialmente de Europa para encontrarse con su pasado, cuando en el Frente le llamaban «Tarzán».
Esta es su historia.
EL ENCARGO
La jefatura del FPMR venía analizando la decisión de eliminar al general Augusto Pinochet desde fines de 1984. Por entonces, las protestas masivas del año anterior, más el sostenido aumento de jóvenes interesados en militar en la organización, junto con la llegada al país de oficiales preparados en Cuba y con experiencia en combate en Nicaragua, presentaban un cuadro auspicioso para tamaña idea.
Aun así, la decisión final habría de ser tomada en la cúpula del Partido Comunista y con participación expresa de su comisión militar, dirigida por Guillermo Teillier, y consensuada con la Dirección Nacional (DN) del Frente. Todos concordaban que para dar luz verde a la operación era necesario contar con la mayor cantidad de datos a mano sobre la seguridad y los traslados de Pinochet. Por ello, secretamente, la dirección del Frente decidió encargarle a un joven y fornido militante de la organización el delicado trabajo de investigar la rutina de Pinochet: Rodrigo Rodríguez Otero. Su misión era definir la mejor forma de ajusticiar al general. Tenía 23 años de edad.
AÑOS EN CUBA
Con estudios de ingeniería en la Universidad de La Habana y cursos de lucha irregular, Rodrigo se había convertido en militante del FPMR en Cuba, adonde llegó junto a su familia después del golpe de Estado. En 1975, el matrimonio formado por el director de teatro Orlando Rodríguez y la periodista Marcela Otero Lanzarotti, sobrina del destacado director de «Ercilla» Julio Lanzarotti y hermana del actual embajador de Perú en Chile, Hugo Otero Lanzarotti, se trasladó a vivir a La Habana con sus dos hijos, Rodrigo, el mayor, y Álvaro, el menor.
En La Habana, los Rodríguez-Otero se instalaron en un pequeño departamento de los edificios ubicados detrás de la sede del Comité Central del Partido Comunista cubano.
En esos blocs construidos en los primeros años de la Revolución, donde vivían otras familias de chilenos, los Rodríguez-Otero trabaron amistad con Raúl Pellegrin y Judith Friedman, padres de Raúl, un serio jovencito que llegaría a ser el número dos del FPMR. En esos años, ambas familias estrecharon lazos en cenas a las que solía asistir el abogado comunista Eduardo Contreras.
Por su condición de periodista, la madre de Rodrigo, además, se vinculó al trabajo de prensa que efectuaba el Aparato Chile Informativo. Esta fue una iniciativa creada por la sicóloga Marta Harnecker, pareja de Manuel Barbarroja Piñeiro, líder del Departamento América, para recopilar y reproducir las informaciones sobre lo que estaba pasando en el país. En esas actividades también laboraron Mario Gómez López y el propio Contreras, que se las batía como podía entre estos pesos pesados del periodismo, dice.
Más tarde, tras regresar del exilio en 1983, Marcela destacaría como una de las mejores periodistas del país por su trabajo en la revista «Hoy», siendo la primera periodista que se atrevió a escribir reportajes denunciando las violaciones de los derechos humanos. La mujer, asimismo, sostuvo una corresponsalía de Prensa Latina en su propia casa hasta el día que murió de cáncer, el 4 de diciembre de 1990.
Mientras los padres de Rodrigo y Álvaro efectuaban labores de apoyo a la oposición chilena desde Cuba, los muchachos se educaban junto a niños cubanos y otros jovencitos chilenos, como su primo Alejandro Otero, que pensaban en crecer pronto para regresar a Chile a botar al dictador.
INFILTRADO
Recibida la orden por parte de la jefatura del FPMR, «Tarzán» se abocó a las tareas de organizar su grupo de forma compartimentada y de conseguir información de inteligencia sobre la vida, las relaciones personales y los traslados de Pinochet. En las primeras semanas de preparación pasó días completos en la Biblioteca Nacional revisando minuciosamente los artículos de prensa que mencionaban al dictador. Pero además se inscribió en un gimnasio del barrio alto frecuentado por oficiales del Ejército y cadetes de la Escuela Militar. Gracias a su capacidad para levantar pesas como si nada y su personalidad canchera, rápidamente se ganó la confianza de los uniformados e incluso compartió departamento con uno de ellos. Por si fuera poco, se afilió a un club de paracaidismo ligado al mundo castrense. Sin saberlo, en conversaciones informales con «Tarzán» los militares le entregaban al «enemigo» información importantísima sobre el general, que luego era chequeada por los grupos de «exploración».
A éstos les cupo un lugar clave en los largos meses de preparación del atentado. Aparentando ser «parejas de enamorados, vendedores ambulantes, estudiantes de inocente aspecto, mujeres de elegante atuendo y hombres con apariencia de prósperos empresarios», escriben Patricia Verdugo y Carmen Hertz en «Operación Siglo XX», estos grupos «realizaron tareas de vigilancia y seguimiento» de Pinochet para fijar sus rutinas.
Finalmente, tras desechar otras opciones de atentados suicidas, el grupo de «Tarzán» propuso hacer explotar el vehículo de Pinochet -al estilo del atentado de ETA a Luis Carrero Blanco en 1973 en España- cuando volviese a Santiago de su residencia de fin de semana en El Melocotón. La idea fue aceptada por el PC y se iniciaron los preparativos.
LA PANADERÍA
Meses antes, en enero de 1986, Rodríguez Otero le habló a su primo Alejandro del atentado y lo incorporó a las tareas de «exploración» en el Cajón del Maipo. Sería el propio Alejandro Otero quien vio que se vendía la panadería que compró con su madre, Alicia, desde la cual se cavó el túnel bajo la ruta.
No obstante los preparativos, el plan fue abortado el 7 de agosto, el día siguiente del descubrimiento de la internación de 70 toneladas de armas del FPMR en Carrizal Bajo.
Uno de los frentistas que estuvo en la panadería recuerda su conversación con Cecilia Magni, la «comandante Tamara», quien ya estaba al mando de la cuestión logística de la operación. «Ahí me dice tengo una buena noticia, y me da un tremendo reloj; tengo una mala noticia, esto se cierra. Entonces, el ‘Tarzán’ dijo: ya, hagámosle una emboscada. Se demoró poco porque el domingo 31 de agosto ya estaba todo listo en la casa de La Obra».
Ese día, los 21 fusileros de la Operación Siglo XX, incluido Rodrigo Rodríguez Otero, que figuraba con la chapa de «Jorge», ya estaban en estado de alerta «combativa» estudiando la operación encerrados con su grupo respectivo en las habitaciones de la Casa de Piedra.
«A las ocho de la tarde de ese domingo nos dimos cuenta que la operación no se hacía», comenta uno de los fusileros, «y una hora más tarde nos dijeron que se posponía la misión» ¿La razón? En la madrugada del domingo 31, Pinochet bajó de El Melocotón a Santiago junto a su comitiva, ya que el Presidente Jorge Alessandri Rodríguez agonizaba. El comandante Ernesto fue avisado a mediodía, pero recién en la noche pudo confirmar plenamente el hecho: Pinochet no estaba.
La operación se postergó para el siguiente fin de semana. Tras casi una semana aparentando ser misioneros shoenstatianos en la Hostería Carrió, los frentistas regresaron a la Casa de Piedra el jueves 4 de septiembre. Hasta el sábado mantuvieron la rutina asignada y esa noche, por primera vez, pudieron conocer el terreno en que emboscarían a Pinochet al día siguiente. Divididos en pequeños grupos se situaron en el sector ubicando puntos de referencia.
EL ATENTADO
El sonido del teléfono cerca de las 18:20 del domingo cortó el aire de tensa espera en la Casa de Piedra. La ciudadana suiza Isabel Mayoraz alertaba a José Joaquín Valenzuela Levy, el comandante «Ernesto» (ver infografía) que la comitiva del general Pinochet pasaba por San José de Maipo en dirección a Santiago. Desde la ventana del segundo piso de la Hostería Inesita tuvo la vista perfecta para cerciorarse de que estaba en lo correcto.
-¡Vamos! -gritó el comandante Ernesto.
«Marcos, al igual que otros, agarró el bolso repleto con los fusiles, otro una bolsa de supermercado conteniendo granadas», señala «Rodrigo», uno de los fusileros. «Tamara estaba en la puerta deseándonos suerte».
El primer vehículo en salir de la parcela fue la camioneta Toyota Hilux del grupo de retaguardia, seguido por el jeep Land Cruiser comandado por «Enzo», en que iba el grupo de asalto número 1 y el comandante «Ernesto». Luego el Nissan Bluebird beige del Grupo de Asalto No2 y finalmente el Peugeot Station con la casa rodante conducido por Milton, que haciendo un mal cálculo golpeó una hoja del portón, hasta que maniobrando pudo salir correctamente.
«Nos bajamos en la zona del Mirador y empezamos a subir, cada uno a su posición establecida. Cruzamos el terraplén de una antigua línea férrea. Cerca había una iglesia evangélica en la que se podía oír que estaban en asamblea», rememora Rodrigo. «Marcos fue dejando los fusiles de cada uno -estaban marcados- en fila y detrás de él otro compañero iba poniendo en el piso las granadas de mano que traía en la bolsa», señala.
Para entonces el grupo de contención más los dos de asalto ya estaban en sus posiciones. El de retaguardia esperaba en la Toyota Hilux aguardando el momento en que debería acercarse al Mirador, y el Nissan color beige y la Toyota Landcruiser apuntaban sus narices a Santiago, más abajo del Peugeot.
Rodrigo se parapetó al igual que los demás miembros de los dos grupos de asalto. «Cuando vi la primera baliza, segundos después oigo el primer rafagazo. Ahí abrí fuego». Se oyeron tiros y explosiones por doquier. El primer automóvil de la comitiva, un Chevrolet Opala conducido por el sargento Córdova se detiene con el chofer muerto en su interior. El Mercedes donde viaja Pinochet que sigue al Opala inicia el retroceso.
«Al lado derecho mío estaba la cola de uno de los Mercedes y enfrente uno de los autos de seguridad», recuerda Rodrigo. «Cuando lo rafagueo, el tipo por la puerta trasera respondió, vacié el primer cargador y volvió a responder. De reojo podía ver algo como se desarrollaba el combate. Una de las cosas que más me extrañó fue ver a Ernesto y Ramiro disparando de pié», señala.
«De pronto, del último auto vi salir a uno y explotó un cohete y no lo vi más. Luego vi una pierna botada en el camino y el auto incendiándose. Luego uno de los Mercedes retrocede y Marcos prepara el Law, lo veo gatillar y el cohete no sale. Marcos lo cierra lo vuelve a estirar, dispara y el cohete impacta en una de las ventanas sin hacerle mucho daño. El auto dobla en U y retrocede camino a El Melocotón mientras Daniel le vacía el cargador. Después siento los dos pitazos y emprendemos la retirada».
Las palabras de «Rodrigo» reflejan lo que alcanzó a ver uno de los milicianos. Es el testimonio de una historia que empezó en 1984 cuando la dirección del FPMR le encomendó organizar la emboscada a Rodrigo Rodríguez Otero, el hombre al que todos llamaban «Tarzán».