Con bombos y platillos se anuncia, para el próximo 10 de junio, en el teatro Caupolicán, un acto-homenaje al fallecido general Pinochet. La respuesta de rechazo ha sido mayoritaria a través de las redes sociales y se organiza una funa. Ante este hecho vale recordar que hace unos meses también se realizó un homenaje a […]
Con bombos y platillos se anuncia, para el próximo 10 de junio, en el teatro Caupolicán, un acto-homenaje al fallecido general Pinochet. La respuesta de rechazo ha sido mayoritaria a través de las redes sociales y se organiza una funa. Ante este hecho vale recordar que hace unos meses también se realizó un homenaje a Miguel Krassnoff, uno de los principales esbirros de Pinochet.
Repudios más repudios menos, me parece que lo fundamental es preguntarnos porqué en Chile se permiten homenajes públicos a culpables de crímenes de lesa-humanidad. Pinochet fue un tirano, un genocida y un ladrón. En nuestro país debería existir una ley que prohibiera festejar a asesinos y a delincuentes. También se debería declarar delito celebrar doctrinas y partidos que avalen el genocidio.
Sí buscamos respuestas concretas hay una que cae de maduro, culpables son los que permiten que estas cosas sucedan. En primer lugar, los dirigentes de la Concertación, que luego del triunfo del No en 1988, y el obtenido en las elecciones de 1990, terminaron -salvo escasas excepciones- acomodándose a las políticas impuestas por la derecha y conviviendo plácidamente con los atropelladores de los derechos humanos. Culpable es Patricio Aylwin, golpista del 73 y cortesano de la derecha hasta el día de hoy, que además impuso el concepto de «justicia en la medida de lo posible». Culpables son Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Ricardo Lagos Escobar, que construyeron cárceles especiales -cómodas y con privilegios- para los violadores de los derechos humanos. Culpables son los Enriques Correas, los Jaimes Ravinet, los Franciscos Vidales, etcétera, que usan términos como «la tradición democrática de nuestras fuerzas armadas», cuando éstas sólo han sido una escuela del crimen a través de la historia. De hecho el historiador Gabriel Salazar contabiliza más de 20 masacres, comprobadas, contra el pueblo por parte de las «gloriosas fuerzas armadas», siendo la más terrible y duradera la encabezada por Pinochet en 1973, que duró diecisiete años.
Mientras tengamos gobiernos mediocres y pusilánimes, serviciales a la oligarquía, a la cual le celebran sus barbaridades, será imposible vivir en una verdadera democracia. En una verdadera democracia jamás se permitirían actos como el que se anuncia para el 10 de junio. Tampoco una democracia verdadera se dejaría embaucar por latifundistas como Carlos Larraín, que con el tony de lo pintoresco y chistoso, como el tata Pinochet, consiguen concretar su juego ideológico ante las masas. La democracia no se consigue con vacilaciones o ambigüedades, tampoco con prejuicios ni actitudes eclécticas. La democracia se consigue luchando, siempre luchando, con transparencia, con conciencia social y llamando «al pan pan y al vino vino». Una verdadera democracia no puede someterse a una minoría de usureros y desquiciados pinochetistas.