Agustín Edwards no sólo dejó este mundo en la más completa impunidad por su directa participación en la instigación del golpe militar, en el apoyo desembozado de la dictadura y en el ocultamiento sistemático y permanente de los crímenes de los agentes de Pinochet, sino que tras su partida y de cuerpo ausente goza de […]
Agustín Edwards no sólo dejó este mundo en la más completa impunidad por su directa participación en la instigación del golpe militar, en el apoyo desembozado de la dictadura y en el ocultamiento sistemático y permanente de los crímenes de los agentes de Pinochet, sino que tras su partida y de cuerpo ausente goza de un homenaje del Senado, una de las instituciones que ayudó a cerrar con bala y cadena en 1973. En una sesión levantada por el senador UDI Iván Moreira, ultraderechista y reconocido pinochetista y avalada por el demócratacristiano Andrés Zaldívar, los adláteres de Edwards intentan filtrar a su mentor en la historia no como una de las figuras más oscuras del pasado reciente, sino como un «empresario periodístico que deja como legado importantes e influyentes medios de comunicación en el país».
Durante la sesión se elevó un ejercicio retórico ejemplar, con frases de epitafio destinadas a formar parte del futuro. En este rigor, Hernán Larraín no se contuvo ni halló límites en sus alegorías: «Fue fundamental su adhesión irrestricta a los valores de la libertad en todos los ámbitos y fue clave de su éxito la capacidad de informar, con sentido de actualidad y rigor». Edwards y El Mercurio, fuente y canal de la democracia y las libertades en Chile se inscribe en los registros senatoriales.
La impunidad y la hipocresía se instalan y naturalizan en Chile como verdad y sentido común. Edwards se retira de El Mercurio y de esta vida como un gran demócrata, tolerante y respetuoso de las libertades, callando buena parte de los años más ignominiosos de las últimas décadas del siglo pasado. El arreglo final, este oficioso reconocimiento, es una consecuencia sembrada con anticipación por el mismo Mercurio recogida por toda la clase política de la post dictadura. Desde 1990 en adelante desde esas páginas se escribió la pauta de la agenda de medios y, por extensión y dispersión, del orden político de aquel interregno llamado transición.
No constituye ninguna sorpresa aquel homenaje póstumo. Es una extensión del permanente y servil tributo que toda la clase política le ofrendó a Edwards y a su cadena de diarios. De la derecha, ya sabemos todo y no se espera nada. De las socialdemocracias y sus aliados, hoy reveladas en toda su magnitud y figura, podemos decir que tampoco. Pero en algún momento de aquella transición, en algún punto de esas largas y tediosas décadas, sí se esperaba algo. La respuesta de aquellos representantes políticos fue el silencio, el acomodo, la aparición en las páginas de los matutinos y vespertinos, su consideración como columnistas, la entrega al modelo de sociedad impuesto por la dictadura y consolidado más tarde bajo la mirada atenta de Edwards y su cadena de papel.
El ingente poder que tuvo Edwards le fue otorgado y reforzado durante la post dictadura por los mismos gobiernos de la Concertación. Esta coalición lo convirtió en un intocable, en una hidra que representaba a la oligarquía, al nuevo capital y aquellos clásicos poderes que se han movido por los subterráneos de la historia.
El Mercurio fue una expresión, un pretexto, el efecto final de otras acciones. En apariencia controla gobiernos entregados a sus pautas, temerosos a sus editoriales, aterrados de sus portadas. Un falso terror fruto de la debilidad y miseria. Porque la capitulación de la ex Concertación ante El Mercurio, a sus obsesiones, creencias y fundamentalismos del mercado y del capital, es el miedo a perder los privilegios obtenidos tras la entrega a los consensos, una actividad entonces políticamente liviana que el tiempo ha revelado como densamente corrupta.
Homenaje y rendición a cambio de pequeños poderes y la tolerancia de la oligarquía hacia estos nuevos operadores a cargo del Estado. Privilegios a cambio de favores, como ocultar y olvidar la millonaria deuda de El Mercurio contraída con el Estado durante los últimos días de la dictadura, estrangular y eliminar a toda la prensa crítica del orden heredado. El diario Clarín, confiscado por el Estado chileno desde 1973, es tal vez el mejor ejemplo de la opaca y susurrada pauta de Edwards sobre todos los gobiernos de la ex Concertación El resultado, por varias décadas, ha sido un duopolio comercial en la prensa escrita y un monopolio en los contenidos para la reafirmación cotidiana del orden neoliberal.
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