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El indigenismo de Mariátegui

Fuentes: Rebelión

La pequeña burguesía europea descubrió al indígena americano en 1992, cuando los colonialistas conmemoraron con todo esplendor los fastos de los 500 años del inicio de su dominación; se sorprendió y aún está dándole vueltas a su cabeza. Siempre anticuados, los comunistas conocimos el problema setenta años antes y, lo que es mejor: también tenemos […]


La pequeña burguesía europea descubrió al indígena americano en 1992, cuando los colonialistas conmemoraron con todo esplendor los fastos de los 500 años del inicio de su dominación; se sorprendió y aún está dándole vueltas a su cabeza. Siempre anticuados, los comunistas conocimos el problema setenta años antes y, lo que es mejor: también tenemos todas las claves. Todo eso se lo debemos a Mariátegui.

Además de marxista cabal, Mariátegui no sólo es indigenista sino que es el verdadero indigenista, el primero que afirma que Perú es sólo para los peruanos pero que los peruanos son en su inmensa mayoría sus pueblos nativos, que se singularizan no sólo por la etnia sino también por la clase a la que pertenecen: ellos son los oprimidos y Perú lleva su impronta. De esta manera Mariátegui nos vuelve a demostrar que el marxismo ha estado y está siempre a la cabeza porque se trata de un pensamiento original y vivo, un maletín de herramientas que jamás se oxida.

Después de cien años de independencia, a comienzos del siglo pasado Perú era una sociedad mutilada que aún no había encontrado su identidad nacional. Liberados de las garras coloniales, seguían presentes otro tipo de ataduras, quizá hacia otros países que no eran la vieja metrópoli española, pero tampoco muy diferentes de ella.

Para la oligarquía criolla, por ejemplo, el caso era mirar hacia fuera, nunca hacia dentro. Ciudadanos del mundo, que es como no ser de ninguna parte, algunos sectores burgueses cayeron en ese cosmopolitismo que sólo pone de manifiesto su absoluta ausencia de raíces políticas, sociales y culturales. Todo ello fue reforzado después de la independencia por la emigración proveniente de Europa. Es el fenómeno cultural del vanguardismo latinoamericano de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

Había también quien -desde fuera- consideraba el indigenismo desde un punto de vista romántico, como un retorno a la época precolonial, el regreso a un tiempo supuestamente idílico roto por la barbarie del Virreynato español.

Siempre extraordinariamente lúcido, Mariátegui, que no cayó en ninguna trampa, tampoco cayó en ésa. Su peruanismo no necesitó renegar de la vieja España colonialista: de lo que reniega es del feudalismo. Su punto de vista es de clase; su indigenismo no es antihispánico, sino antigamonal. Su oposición al servilismo afecta al patrón, sea éste criollo, blanco, mestizo o indio. Un artículo suyo publicado el 25 de marzo de 1927, comienza precisamente así:

No renegamos, propiamente, la herencia española; renegamos la herencia feudal.

En este punto el paralelismo con Martí es tan evidente como original, si bien Mariátegui va mucho más allá que el cubano. El eco de los vientos pasados de la lucha de clases (revolución rusa, revolución mexicana) le favorecen. Las lecciones que aún hoy ambos aportan a los nacionalistas pequeño burgueses de aquí, cuya lucha no está enfilada contra el fascismo sino contra un fantasma que ellos han inventado y al que llaman España, son inolvidables.

El indigenismo desde un punto de vista de clase

Superando a sus predecesores, Mariátegui interpretó el problema indígena desde un punto de vista marxista. Pero superar no quiere decir olvidar, sino todo lo contrario: él desarrolla su pensamiento allá donde lo dejó González Prada.

Por otro lado, Mariátegui rompe con el tópico acerca de la existencia de una dicotomía nacional: costa criolla versus sierra indígena. Una nación no podía configurarse sobre una antinomia; Perú era multiforme, con gran diversidad de componentes. El indio no era sino parte de un Perú multicultural y multilingüe.

La tesis de Mariátegui sobre las razas (así lo llama él) explica esa pluralidad. Declara que su ideal es un Perú integral, no el colonial ni el incaico. Por eso defiende la reivindicación de la clase obrera, sin distinción de costa ni de sierra, de indio ni de cholo. Su concepción del indígena es amplia e integra a las cuatro quintas partes de la población. Es el elemento mayoritario de un país en busca de su identidad como nación.

Según el marxista peruano, el problema de las razas en América Latina se debe plantear como una cuestión económica, social y política, basada en el problema de la tierra y por tanto la solución radica en la liquidación del feudalismo. Mariátegui llama problema indígena a la explotación feudal de la población nativa en la gran propiedad agraria. Como ya señalaron González Prada y el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) de Haya de la Torre, el problema del indio se identifica con el problema de la tierra porque un 90 por ciento de la población indígena trabaja en la agricultura en condiciones feudales o semifeudales. Por eso Mariátegui tiene en cuenta tanto el factor étnico como la condición económico-social:

Existen provincias donde el tipo indígena acusa un extenso mestizaje. Pero en estos sectores la sangre blanca ha sido completamente asimilada por el medio indígena y la vida de los ‘cholos’ producidos por estos mestizajes no difiere de la vida de los indios propiamente dichos.

Si por una parte Mariátegui no cree que el problema sea estrictamente racial, sino social y económico, por otra sostiene que la raza tiene su ‘rol’ en él y en los medios de afrontarlo. La importancia de lo racial es tan obvia que en los países con población india dicho factor se complica con el factor clasista de tal manera que una política revolucionaria necesariamente tiene que tenerlo en cuenta. Para Mariátegui, el indio difiere de los demás peruanos étnica y culturalmente y había que reivindicarlo en la economía y la literatura nacionales. De ahí que sólo militantes salidos del medio indígena pueden, por la mentalidad y el idioma, conseguir un ascendiente eficaz e inmediato sobre sus compañeros.

El futuro que se siembra en el presente


Como gran materialista, en Mariátegui es fácil apreciar un agudo sentido de la historia y de la evolución de los fenómenos sociales en el tiempo. Así, observa que a comienzos del siglo XIX, cuando se produce la liberación colonial, el movimiento sólo podía ser panamericano porque no podía haber nacionalismo donde no había aún nacionalidades. La revolución no era un movimiento de las poblaciones indígenas. Era un movimiento de las poblaciones criollas. Ese carácter continental se fue perdiendo tras la independencia. Se perdió la continentalidad pero no se ganó la nacionalidad.

Él alude a naciones incompletamente formadas, naciones apenas bosquejadas en su mayoría cuyo proceso tardío de formación también tiene raíces económicas, especialmente el colonialismo, ya que hay más vínculos comerciales con el exterior que internos. Eso expica también la balcanización de todo el continente: los americanos son países agrícolas. Comercian, por tanto, con países industriales. Entre los pueblos hispanoamericanos no hay cooperación; algunas veces, por el contrario, hay concurrencia. No se necesitan, no se complementan, no se buscan unos a otros. Funcionan económicamente como colonias de la industria y la finanza europea y norteamericana.

En enero de 1927 Mariátegui publicó dos artículos en la revista Mundial titulados El indigenismo en la literatura nacional. En el primero afirma que el indigenismo literario está en un periodo de germinación sin haber dado todavía sus flores y frutos, lo cual le hace comparable con el mujikismo de la literatura rusa prerrevolucionaria, que cumplió una misión histórica. En el segundo, sostiene que el auténtico indigenismo involucra una obra económica y política de reivindicación y no de restauración ni de resurrección. Él no mira al pasado como los románticos que desean la vuelta a un mundo pintoresco precolombino; tiene sus ojos puestos sólo en el futuro.

En el Programa del Partido Socialista Peruano se refirió al socialismo incaico, que correspondió a condiciones históricas completamente superadas y del cual sólo quedan como factor aprovechable dentro de una técnica de producción perfectamente científica, los hábitos de cooperación y socialismo de los campesinos indígenas. El socialismo presupone la ciencia, la etapa capitalista, y no puede importar retrocesos en la adquisición de las conquistas de la civilización moderna.

Al mismo tiempo, en el número 5 de Amauta, Mariátegui inserta La nueva cruzada pro-indígena, seguido de los Estatutos del Grupo Resurgimiento. En ellos sostiene que el indigenismo anuncia una profunda transformación nacional y que quienes lo consideran una artificial corriente literaria que se agotará en una declamación pasajera, no perciben lo hondo de sus raíces ni lo universal de su savia. Por tanto, vuelve a apreciarse que Mariátegui está ubicando en el presente las semilas que prefiguran el porvenir.

De esta manera el marxista peruano demostró ser un pensador de una extraordinaria lucidez. En su Réplica a Luis Alberto Sánchez publicada en la revista Mundial el 11 de marzo de 1927 explica qué es el nacionalismo, distinguiendo el europeo del de los pueblos coloniales: el primero es imperialista, reaccionario y antinacionalista; el segundo, revolucionario y confluyente con el socialismo. Mariátegui recomienda dirigir la mirada hacia China, donde el Kuomintang, un movimiento nacionalista, recibe del socialismo chino su más vigoroso impulso. Y añade con una claridad pasmosa:

El obrero urbano es un proletario: el indio campesino es todavía un siervo. Las reivindicaciones del primero -por las cuales en Europa no se ha acabado de combatir- representan la lucha contra la burguesía; las del segundo representan aún la lucha contra la feudalidad. El primer problema que hay que resolver aquí es, por consiguiente, el de la liquidación de la feudalidad, cuyas expresiones solidarias son dos: latifundio y servidumbre.

No deja lugar a ninguna clase de dudas, ni cuando habla del pasado, ni cuando habla del presente, ni tampoco cuando habla del futuro.

El problema de la tierra

La reflexión de Mariátegui es económica y no exclusivamente étnica. Para él la cuestión del indio, como los demás problemas básicos del país, gira alrededor de la economía. El problema indígena está subordinado al problema de la tierra: La raza indígena es una raza de agricultores. Consecuentemente la revolución socialista puede resolverlos aniquilando la feudalidad, lo cual no significa eludir el capitalismo puesto que Perú era un país capitalista, sino una revolución democrático-burguesa como paso previo al socialismo. Aunque en Perú predominaban ya entonces las relaciones de producción capitalistas, existían fuertes resabios feudales con relación a la forma de propiedad sobre la tierra, con predominio del latifundio feudal, la servidumbre y el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas.


Un siglo después de liberarse del colonialismo, el problema agrario peruano se presentaba a comienzos del siglo XX ante todo como el problema de la liquidación de la feudalidad. Tras la independencia, la antigua clase feudal, vestida de republicanismo, conservó sus posiciones y sus propiedades. Para Mariátegui las expresiones de la feudalidad superviviente son el latifundio y la servidumbre; consecuentemente, no se puede liquidar la servidumbre de los indígenas sin destruir el latifundio:

El problema de la tierra esclarece la actitud vanguardista o socialista, ante la supervivencia del Virreynato. El ‘perricholismo’ literario no nos interesa sino como signo o reflejo del colonialismo económico. La herencia colonial que queremos liquidar no es fundamentalmente, la de tapadas y celosías, sino la del régimen económico feudal, cuyas expresiones son el gamonalismo, el latifundio y la servidumbre.

El indio quechua y aymara, ve su opresor en el misti , en el blanco. Por su parte, en el mestizo, únicamente la conciencia de clase es capaz de destruir el hábito del desprecio, de la repugnancia por el indio. No es raro encontrar entre los propios elementos de la ciudad que se proclaman revolucionarios, el prejuicio de la inferioridad del indio y la resistencia a reconocer este prejuicio como una simple herencia o contagio mental del ambiente.

Hasta entonces subestimado y menospreciado, había que reivindicar al indio como tal, sobre el que circulaban toda clase de tópicos. Mariátegui sale al paso de todo ello y, sobre todo, niega que el indio sea incapaz de luchar por sus reivindicaciones, ofreciendo como prueba las innumerables insurrecciones indígenas.

Mariátegui comprendió que el indígena es revolucionario cuando tiene ante sí la perspectiva de su tránsito hacia el proletariado y defiende no sus intereses presentes sino los futuros. Cuando abandona sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado. El proletariado, a su vez, no puede emanciparse si no emancipa al mismo tiempo a todas las clases oprimidas. La lucha del proletariado contra la burguesía es, primeramente una lucha nacional por su forma, aunque no por su contenido, ya que el proletariado de cada país debe luchar, en primer lugar, contra su propia burguesía.