La revolución rusa de Octubre de 1917 puede considerarse como el hito inicial de un largo período de transición desde el sistema económico social capitalista a un sistema superador de un carácter social más elevado, cualquiera sea la denominación que le demos. Es un período revolucionario, si por tal consideramos la lucha por la transformación […]
La revolución rusa de Octubre de 1917 puede considerarse como el hito inicial de un largo período de transición desde el sistema económico social capitalista a un sistema superador de un carácter social más elevado, cualquiera sea la denominación que le demos. Es un período revolucionario, si por tal consideramos la lucha por la transformación de la esencia y carácter de las relaciones económico sociales.
En efecto, la historia nos muestra que la trasformación de un sistema de relaciones económico sociales, en otro de carácter social más elevado, lleva largos períodos de tiempo, que se miden en siglos. Así, la transición del sistema esclavista al feudal en Europa se extendió entre los siglos III y IX, mientras que la transición del sistema feudal al capitalista en Europa Occidental, por ejemplo, se extendió entre los siglos XIV y XVIII. Desde la revolución rusa ha pasado solo un siglo y no podemos prever cuanto tiempo consumirá la transición actual del capitalismo hacia un sistema superador. Por otro lado, aunque exista la necesidad histórica de esta transformación, no podemos estar seguros de que se concrete, aunque tengamos la convicción y voluntad de que suceda.
Estos procesos históricos se desarrollan con avances y retrocesos que, a veces, tienen un dramatismo y amplitud tal que los retrocesos pueden aparecer como la derrota definitiva del proceso revolucionario. Ese pudo parecer el caso cuando sucedió que la revolución rusa de 1917, luego de construir en Europa del este el sistema denominado del «socialismo real», terminó colapsando y dando lugar a la restitución del capitalismo en esa vasta zona.
Sin embargo, mirando globalmente el proceso, resulta que esa revolución tuvo logros de gran importancia histórica. Podemos mencionar entre otros los siguientes: demostró por primera vez en la historia que era posible satisfacer las necesidades esenciales de todo el pueblo; tuvo gran influencia en la aparición del socialismo en otros países, resultando que uno de ellos, China, es hoy la principal potencia económica mundial en cuanto a PBI medido en términos de PPA (Paridad de Poder Adquisitivo), siendo además el país con mayor población y el tercero en extensión territorial; la construcción socialista en Cuba, de gran influencia en los procesos progresistas en América Latina, e incluso en otros lugares del mundo, recibió un apoyo de gran importancia de la Rusia soviética y de todo el sector del «socialismo real»; la Unión Soviética tuvo un rol decisivo en la derrota del nazismo, que evitó que el mundo fuera gobernado por ese poder e ideología de barbarie; el bloque de países del «socialismo real» apoyó sistemáticamente las causas progresistas en todo el mundo, cualesquiera hayan sido las limitaciones y distorsiones que se produjeron en el seno de esos países y que llevaron a su colapso.
La cuestión que nos planteamos quienes compartimos la ideología marxista de los revolucionarios rusos de 1917, es si esa revolución coincidió fundamentalmente con las ideas de Marx, en cuanto a superación del capitalismo y, asimismo, cuáles fueron las causas de que el sistema del «socialismo real» terminara haciendo implosión. En ese sentido resulta fundamental recordar qué es lo que la teoría, desarrollada por Marx, consideraba como condiciones objetivas para la superación del capitalismo por el sistema de carácter social cualitativamente más elevado, denominado «socialismo», al menos en sus etapas constitutivas iniciales y «comunismo» en su etapa de madurez.
De una manera general, Marx basaba los cambios a lo largo de la historia de unas formaciones económico-sociales en otras más evolucionadas, en la relación dialéctica entre fuerzas productivas y relaciones de producción, y en tal sentido podemos citar que:
«Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Se abre así una época de revolución social.»
Carlos Marx, prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, cita en los «Grundrisse», de Siglo XXI, 1971.
En cuanto al desarrollo de las fuerzas productivas, hacemos la siguiente cita de Marx, que tiene una increíble lucidez y brillantez para avizorar los límites del portentoso desarrollo económico y ahondamiento de sus contradicciones a los que puede llegar el capitalismo:
«En la medida, sin embargo, en que la gran industria se desarrolla, la creación de la riqueza real se vuelve menos dependiente del tiempo trabajado y del cuanto de trabajo empleado que del poder de los agentes puestos en movimiento durante el tiempo de trabajo, y cuya poderosa eficacia por su parte no guarda relación alguna con el tiempo de trabajo inmediato que cuesta su producción, sino que depende más bien del estado general de la ciencia y del progreso de la tecnología (…). La riqueza real se manifiesta más bien -y esto lo revela la gran industria- en la enorme desproporción cualitativa entre el trabajo, reducido a una pura abstracción, y el poderío del proceso de producción vigilado por aquél. El trabajo ya no aparece tanto como estando incluido en el proceso de producción; el hombre se comporta más bien como supervisor y regulador con respecto al proceso productivo (…) Se presenta al lado del proceso de producción, en lugar de ser su agente principal. En esta transformación lo que aparece como pilar fundamental de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo directo ejecutado por el hombre ni el tiempo por él trabajado, sino la apropiación de su propia fuerza productiva-general, su comprensión de la naturaleza y su dominio de la misma, gracias a su existencia como cuerpo de la sociedad; en una palabra, el desarrollo del individuo social. El robo del tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparada con la base (…) creada por la gran industria misma. Tan pronto como el trabajo en forma directa ha cesado de ser la gran fuente de riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio (de ser la medida) del valor de uso (…). Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio (…). El capital es la contradicción en proceso, (puesto) que se esfuerza por reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por lo demás pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza. (…). Por un lado despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, así como de la cooperación social y del intercambio social, para hacer que la creación de la riqueza sea, (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado, procura medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites imprescindibles para que el valor ya creado se conserve como valor. Las fuerzas productivas y las relaciones sociales -unas y otras, aspectos diversos del desarrollo del individuo social- se le aparecen al capital únicamente como medios, y no son para él más que medios para producir fundándose en su mezquina base. De hecho, constituyen las condiciones materiales para hacerla volar por los aires.»
Carlos Marx, Grundrisse, etc., Siglo XXI
Sobre este asunto del desarrollo de las fuerzas productivas que reduzcan a una mínima expresión el trabajo necesario y lleven al plustrabajo (creador de la plusvalía) tan por encima del trabajo necesario que pase a ser la condición que permita satisfacer las necesidades de todos los individuos, agrega Marx:
«El gran sentido histórico del capital es el de crear este plustrabajo, trabajo superfluo desde el punto de vista del mero valor de uso, de la mera subsistencia. Su determinación histórica está cumplida, por un lado cuando las necesidades están tan desarrolladas que el plustrabajo sobre lo necesario está más allá de la necesidad natural, surge de las mismas necesidades individuales; por otra parte, la disciplina estricta del capital, por la cual han pasado las sucesivas generaciones, ha desarrollado la laboriosidad general como condición general de la nueva generación; finalmente, por el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo, a la que azuza continuamente el capital – en su afán ilimitado de enriquecimiento y en las únicas condiciones bajo las cuales puede realizarse ese afán-, esa laboriosidad general ha prosperado tanto que la posesión y conservación de la riqueza general, por una parte exigen tan solo un tiempo de trabajo menor para la sociedad entera, y que por otra parte la sociedad laboriosa se relaciona científicamente con el proceso de su reproducción en magnitud cada vez mayor; por consiguiente ha cesado de existir el trabajo en el cual el hombre hace lo que puede hacer que las cosas hagan en su lugar».
Carlos Marx, Grundrisse, etc., Siglo XXL
Martín Nicolaus comenta el último párrafo de los Grundrisse que hemos citado, de la siguiente manera (que suscribimos plenamente);
«Este y otros pasajes similares de los Grundrisse demuestran una vez más, por si fuesen necesarias más pruebas, que la aplicabilidad de la teoría marxista no está limitada a la condiciones industriales del siglo XIX. Sería sin duda una teoría mezquina la que predijera el derrumbe del orden capitalista, sólo cuando ese orden consistiese en el trabajo de los niños, los talleres de trabajo excesivo con bajos salarios, la desnutrición crónica, las pestes y todos los demás azotes de sus etapas, primitivas. (…). Sin embargo, Marx continúa imaginando las mayores posibilidades del sistema capitalista, otorgando al sistema el pleno desarrollo de todos los poderes que le son inherentes y exponiendo luego las contradicciones que deben conducir a su derrumbe .»
Grundrisse, etc., Introducción por Martin Nicolaus, Siglo XXI.
A su vez, una consecuencia muy importante del desarrollo del capitalismo, es el proceso dialéctico de centralización de capital, o de «expropiación» de capitalistas más chicos por los más grandes. Sobre esto, dice Marx:
«Esta expropiación la lleva a cabo el juego de las leyes inmanentes de la propia producción capitalista, la centralización de los capitales, Cada capitalista desplaza a otros muchos. Paralelamente con esta centralización del capital o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla en una escala cada vez mayor la forma cooperativa del proceso de trabajo, la aplicación técnica consciente de la ciencia, la explotación sistemática y organizada de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo utilizables solo colectivamente, la economía de todos los medios de producción al ser empleados como medios de producción de un trabajo combinado, social, la absorción de todos los países por la red del mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter internacional del régimen capitalista. Conforme disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan y monopolizan este proceso de transformación, crece la masa de la miseria, de la opresión, del esclavizamiento, de la degeneración, de la explotación, (…). El monopolio del capital se conviene en grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos.- Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.
El sistema de apropiación capitalista que brota del régimen capitalista de producción, y por tanto la propiedad privada capitalista, es la primera negación de la propiedad privada individual, basada en el propio trabajo, Pero la producción capitalista engendra, con la fuerza inexorable de un proceso natural, su primera negación. Es la negación de la negación. Esta no restaura la propiedad privada ya destruida, sino una propiedad individual que recoge los progresos de la era capitalista: una propiedad (…) basada en la cooperación y en la posesión colectiva de la tierra y de los medios de producción producidos por el propio trabajo.»
Carlos Marx, El Capital Tomo I, Fondo de Cultura Económica, 1971.
Para Marx, entonces, la nueva sociedad requiere de la «posesión colectiva» de los medios de producción y circulación de bienes y servicios y de la autogestión social, lo cual requiere de un extraordinario desarrollo de la formación de la fuerza de trabajo en el capitalismo, particularmente de su capacitación para intervenir democráticamente en la gestión, superando la gestión burocrática. Sobre este asunto y su importante vinculación con los nuevos métodos de gestión en el capitalismo, dice Paul Boccara:
«A propósito de la burocracia, Marx había ya indicado que su personalidad moral abstracta se opone a los individuos reales tratados como objetos, subrayando precisamente «esta inversión del subjetivo en el objetivo y del objetivo en el subjetivo» en su «Crítica del Derecho Político Hegeliano». De la misma manera, nosotros subrayamos hoy la correspondencia estrecha entre los nuevos criterios de gestión -haciendo predominar el desarrollo de los hombres sobre los medios materiales- y la intervención de tendencia autogestionaria, antiburocrática, de todos los individuos trabajadores en las gestiones y en las relaciones políticas.» (Traducción propia).
Paul Boccara, «intervenir dans les Gestions avec de Nouveaux Criteres» (Intervenir en las Gestiones con Nuevos Criterios). Messidor Ediciones Sociales, 1985.
Viene también a propósito citar aquí lo que Emest Mandel dice con referencia al desarrollo de una conciencia antiburocrática y participacionista de las masas:
«La desconfianza en relación con todas las burocracias, comprendidas las de las grandes empresas capitalistas, las de los Estados llamados democráticos, está, en la actualidad, más profundamente arraigada en la conciencia de las masas que en cualquier otro momento del pasado. Desemboca en una identificación creciente del socialismo con la autogestión, la auto-organización y la auto-determinación de las grandes masas. No es solamente una vuelta a los valores y verdades primeras; es un paso hacia adelante indispensable para la reconquista de la credibilidad del proyecto socialista por parte de las grandes masas».
Emest Mandel, Situación y Futuro del Socialismo, El Socialismo del Futuro, N-1, Fundación sistema, 1990.
O, como dice Pedrag Vranicki:
«La autogestión de los productores y los trabajadores es, en resumen, el punto de la decisión histórica, el campo de batalla donde se decide el destino de las nuevas relaciones socio económicas»
Pedrag Vranicki, La Autogestión como Revolución Permanente, El Socialismo del Futuro Nº 2, Fundación Sistema, 1990.
Marx concebía entonces un formidable desarrollo del capitalismo a través de las contradicciones que hemos visto, y a nivel mundial, para que generara las condiciones objetivas de su reemplazo por un sistema basado en la «posesión colectiva» de los medios de producción y circulación de bienes y servicios y en la «cooperación» de los «productores directos». Incluyendo en dicha concepción: la centralización de toda la economía mundial en pocas manos; la absorción de todos los países por un único mercado mundial capitalista; un desarrollo de las fuerzas productivas que redujera a una mínima expresión el trabajo necesario para la producción y circulación de bienes y servicios y la preparación y experiencia concreta de la fuerza de trabajo en su participación en la gestión.
Aun en nuestros días el capitalismo tal vez no esté lo suficientemente maduro como para ser reemplazado universalmente por otro sistema superior de propiedad común y autogestión generalizada, aunque ha desarrollado ya extraordinariamente las fuerzas productivas materiales y está generando en su seno formas embrionarias de participación necesaria de los «agentes directos de la producción» en la gestión del proceso productivo (círculos de calidad, «grupos de expresión» y revolución informacional mediante), lo cual abre la posibilidad de ampliar la lucha de clases para que se desarrollen ideas y realizaciones concretas autogestionarias, que abarquen no sólo la producción y circulación de bienes y servicios, sino también la misma conducción económica. Desde ya que no habrá sociedad autogestionaria si no cambia cualitativamente el carácter del poder en la sociedad en su conjunto, pero, dialécticamente, esto sólo sucederá si se desarrollan células autogestionarias dentro del propio capitalismo, que eduquen y entrenen a los «productores directos» en la autogestión de la sociedad y les permita ganar espacios de poder dentro del sistema; al tiempo que la organización y coordinación política conscientes, a nivel nacional e internacional, son también indispensables para darle contenido revolucionario a dicho aspecto de la lucha de clases y a otros tan importantes y tan vinculados como lo son las luchas democráticas y antimonopolistas, entre tantas otras; entendiendo por tal contenido revolucionario la concepción científica del cambio de esta sociedad por otra sin clases sociales y la voluntad política de querer hacerlo.
Está claro que la Rusia de 1917 no presentaba, ni lejanamente, las condiciones objetivas, de las que hablaban Marx y otros teóricos revolucionarios marxistas, para que estuvieran maduras las condiciones para el advenimiento de la sociedad socialista superadora. ¡Esto no significa, en modo alguno, que no hubiera que haber hecho aquella revolución! En efecto, los objetivos inmediatos de los revolucionarios bolcheviques eran muy realistas y vinculados con las necesidades más imperiosas de aquel momento en Rusia: Paz (para sacar a Rusia de la ominosa 1ª guerra mundial interimperialista); Pan (para enfrentar la hambruna de los sectores populares); Tierra (para que el mayoritario campesinado pobre accediera a ese medio natural de producción).
Por otro lado, ese gran revolucionario e ideólogo marxista que fue Lenin, aportó el concepto teórico de que las revoluciones anticapitalistas no empezarían en los países más desarrollados del capitalismo, sino en los que él consideraba como los eslabones más débiles, donde se concentraran las contradicciones. Ese sería el caso de Rusia en 1917, pero también de China, Cuba y otros. Es mirado desde ese punto de vista que personalmente considero esas revoluciones como el comienzo de la larga transformación del sistema económico social capitalista en otro superador, de propiedad social y autogestión popular.
La Rusia de 1917, además de su atraso económico-social, no tenía prácticamente experiencias democráticas, por lo que mal podía pasar, sin transición, a un sistema tan cualitativamente elevado de democracia como el autogestionario. A esto se agregaron la trágica guerra civil que sobrevino a la revolución de Octubre, las graves consecuencias de la 1ª guerra mundial, la terrible invasión nazi de la 2ª guerra mundial y la guerra fría que tanto esfuerzo le costó a la Unión Soviética en cuanto a armamentismo. Como consecuencia, la sociedad que se construyó distó mucho de ser autogestionaria, sino más bien estatista, con una organización socio económica militarizada y trágicamente represiva en la época estalinista y burocratizada después, donde incluso el Estado aparecía ante los ciudadanos como un ente ajeno a ellos.
Consecuentemente, pienso entonces que la falta de participación democrática en la gestión de lo público fue la causa principal de las distorsiones y posterior colapso de la Unión Soviética y los demás países del bloque del denominado «socialismo real».
La revolución de Octubre de 1917 en Rusia no marcó el fin del capitalismo, pero puede haber sido el comienzo de la larga época de transición hacia su fin.
Carlos Mendoza, ingeniero, escritor, especializado en temas políticos y de economía política, miembro del Consejo Editorial de la organización político-cultural «Tesis 11», en Buenos Aires, Argentina.
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