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El inolvidable Siglo XIX (II)

Fuentes: Rebelión

Karl Marx es un filósofo y pensador alemán que nace en Tréveris el 5 de mayo de 1818. Se doctora en 1841 con la tesis: Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro. Luego trabaja en la elaboración de una teoría sobre la realidad social y colabora en la publicación […]

Karl Marx es un filósofo y pensador alemán que nace en Tréveris el 5 de mayo de 1818. Se doctora en 1841 con la tesis: Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro. Luego trabaja en la elaboración de una teoría sobre la realidad social y colabora en la publicación de la Gaceta Renana, de la que es su redactor jefe. Marx tiene que exiliarse luego de que esta gaceta es intervenida por la censura.

Se dedica entonces al estudio de las diferentes disciplinas, especialmente la filosofía y la historia. Marx es influenciado por el filósofo más importante de su tiempo, Hegel, de quien toma el método dialéctico de razonar y que, según sus propias palabras, pone de pié. Para ello crea la «dialéctica del devenir constante», en la que no se ha realizado la síntesis; además, utiliza el método dialéctico para analizar las contradicciones en la historia de la humanidad y, en particular, la existente entre el capital y el trabajo.

Marx se casa con Jenny von Westphalen, hermana del ministro de Interior de Prusia, con la que se había comprometido desde que era estudiante, pero como los padres de Jenny se oponen al matrimonio, lo contraen luego de la muerte de ellos.

Las autoridades censuran y clausuran todas las revistas que él publica, lo que lo obliga a mudarse de país constantemente. En París es director y fundador de la revista Anales franco-alemanes, que el gobierno de Francia cierra por presión de Prusia. Por la irregularidad de los ingresos, el hogar de Marx subsiste al borde de la miseria.

En 1844 se conoce con Friedrich Engels, quien, además de ser su íntimo amigo y prestarle su incondicional apoyo económico, será su más importante colaborador; también conoce a Proudhon, Blanc, Bakunin, Heine, Kautsky, los más importantes pensadores socialistas del siglo XIX.

Después de su expulsión de Francia funda en Bruselas la Liga de los Comunistas, declara luego no tener patria, ser revolucionario y ateo; en 1848 junto con Engels y por encargo de esta organización, publica el Manifiesto del Partido Comunista. En 1864 participa en la fundación de la Primera Internacional.

Luego de dieciocho años de trabajo, en 1867 publica el primer volumen de su legado principal, El Capital. Esta obra filosófica, política y económica sirve de base para la comprensión del mundo, especialmente en lo que respecta a la teoría del valor y la plusvalía. Marx sostiene que es la acumulación de riquezas por parte de un sector de la sociedad lo que provoca las crisis cíclicas del capitalismo.

En 1871, antes de que la reacción francesa la erradique sangrientamente, durante siete días la Comuna de París nos da la primera experiencia de poder proletario; su sueño de justicia social sobrevive hasta ahora. Esta derrota es un duro golpe para Marx que pospone la lucha revolucionaria y se dedica a escribir su pensamiento.

Basado en la dialéctica de Hegel, Marx concibe la lucha de clases como el motor de la historia. Sostiene que cuando la contradicción entre la acumulación de la riqueza en pocas manos y la imposibilidad de que la mayoría de la sociedad disfrute de ella se torna insostenible, la clase obrera, la clase dominada, es la encargada de enterrar al capitalismo mediante la toma del poder luego de la Revolución Proletaria.

La toma del poder y el gobierno proletario (llamado dictadura del proletariado, aunque se debe aclarar que el término «dictadura» en alemán significa hegemonía) no garantiza la distribución equitativa de las riquezas de la sociedad sino que la burguesía derrocada no regrese nuevamente a gobernar el Estado.

Marx considera deseable que esta transición se haga con la mínima de violencia, la que define como partera de la historia, es decir, como la fuerza necesaria para que los acontecimientos históricos se den. Cree que una vez que estalle la revolución en un país, la misma se debe extender a los demás, mediante la revolución mundial.

Según Marx, el objetivo de esta revolución es acabar con el Estado, instrumento político de opresión de las clases dominantes. Con la realización de este objetivo se crean las condiciones para el nacimiento de una nueva sociedad sin clases antagónicas y, por ende, cesa la necesidad del Estado, que se debe extinguir.

El 14 de marzo de 1883, Marx fallece en Londres.

La anarquía es otra de las grandes corrientes políticas de la izquierda de ese entonces. Plantea, como hasta ahora, la supresión del Estado luego de la toma del poder por las fuerzas revolucionarias. Así, el individuo se ve así libre de toda tutela gubernamental. Kropotkin y Bakunin son los mayores exponentes de esta ideología.

En Rusia se constituye el Nihilismo, una corriente muy particular del anarquismo, cuyo objetivo principal es destruir todas las estructuras sociales sin que luego sean sustituidas por ningún tipo de Estado. Los nihilistas, para lograr este fin, eliminan mediante el terrorismo algunas cabezas de la autocracia zarista.

El siglo XIX se enmarca en una tónica que se caracteriza por el anhelo generalizado por adquirir conocimientos, aunque se llega a creer, en una especie de escolástica moderna, que la Física es una ciencia muerta en la que ya todo ha sido descubierto y que no hay nada por investigar en ella. Para abrir nuevos derroteros en este campo es necesario que Einstein formule la teoría de la relatividad restringida. Esta teoría va a cambiar radicalmente las concepciones fundamentales que la humanidad ha tenido hasta antes de su formulación en 1905.

Otro de los grandes logros científicos, que intenta dar normas de rigor a la matemática, es el trabajo de Cantor sobre la teoría de la continuidad y los números infinitos, obtenido en las postrimerías del siglo XIX y con el que se quiere poner fin a una discusión que se ha prolongado por casi veinticinco siglos.

Los responsables de este viejo barullo son los griegos. Si Heráclito de Efeso plantea que todo cambia y nadie se puede bañar dos veces en las aguas de un mismo río, Parménides sostiene que, al contrario, nada cambia y todo permanece inmutable. Zenón aporta en favor de Parménides la paradoja de que ni el más veloz de guerreros griegos, Aquiles, puede jamás alcanzar a una tortuga, si se le da a ella una ligera ventaja. Este problema va a desconcertar a las más brillantes mentes que lo van a analizar durante milenios.

Las teorías de Cantor, que demuestran que no siempre el todo es mayor que cualquiera de sus partes, o sea, que si se trata de cantidades infinitas una parte del todo contiene tantos elementos como el mismo todo, rompe el esquema mental de cualquiera y da una aparente solución al problema planteado por Zenón. En cualquier caso, la teoría de Cantor es importante en el desarrollo posterior de la lógica, que a partir de entonces se va a basar en la matemática.

El siglo XIX es catalogado por Stefan Zweig como «la edad dorada de la seguridad», cuando la sociedad parece encontrase sólidamente establecida para siempre, pues cada familia tiene un presupuesto fijo, que puede ser calculado de antemano, conoce cuánto debe gastar en alimentación y vivienda, sabe lo que posee y sus propiedades están garantizadas por la existencia de una monarquía que ha gobernado por cientos de años; cada empleado conoce cuándo le toca ascender, cuándo se debe jubilar y cuál va a ser su pensión; del presupuesto familiar se puede ahorrar, y este ahorro genera un interés que se emplea en imprevistos; las propiedades se trasmiten de padres a hijos y producen rentas fijas para sus herederos; la llegada de un nuevo vástago es recibida con la apertura de una alcancía en la que se ahorra para su futuro.

Aparentemente, nada vaticina que algo pueda cambiar, pues casi nadie cree en guerras, revoluciones o disturbios, igual que tampoco se cree en la teoría del flogisto; toda imposición por la fuerza o radicalismo es mal visto, puesto que se vive en la edad de la razón. Claro que la seguridad no está al alcance de todos, pero se supone que en la medida en que las grandes masas tengan participación en la producción, la seguridad va a cubrir a todos los estratos de la sociedad. La aparición del sindicalismo permite al obrero conquistar un salario digno y estable, que mejora cada día.

Los síntomas del progreso son evidentes: hay teléfonos, autos, luz eléctrica, agua potable; el sistema ferroviario se hace más extenso, la higiene se vuelve común y el sueño de volar, de Ícaro, se ha cumplido; en fin, las cosas aparentemente mejoran siempre, en un mundo que cuenta apenas con mil millones de habitantes.

Ni siquiera el disparo hecho por Gavrilo Princip, el 28 de junio de 1914, en Sarajevo, y que siega la vida del Archiduque Francisco Fernando, es visto como algo que pueda traer consecuencias desastrosas. Este acto va a servir de pretexto para que el Imperio Austro-Húngaro le declare la guerra a Serbia, y aquel idílico mundo, descrito por Zweig, fenezca, pues tanta belleza es sólo de oropel, una leve capa de pintura dorada bajo cuyo esplendor existen fuerzas destructoras que esperan la oportunidad para lanzar a los cuatro jinetes de la Apocalipsis sobre las enjutas estructuras sociales de las monarquías absolutistas de Europa. La Gran Guerra, a la que todos van a marchar entusiasmados, va a arrasar con casi todo régimen existente. Pero esto va a ocurrir el siguiente siglo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.