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Sobre Más allá del jardín, de Antonio Gala

El jardín de las desdichas

Fuentes: Rebelión

En el anunciado jardín, están sentados al sol Palmira Gadea y su cuñado, Ciro Guevara. Los nombres son tan poco sevillanos, que no sólo no contribuyen a «crear ambiente», es decir, a que el lector se crea que están en Sevilla, sino que prueban el rebuscamiento inútil del autor. Mantienen, según se nos dice, «una […]

En el anunciado jardín, están sentados al sol Palmira Gadea y su cuñado, Ciro Guevara. Los nombres son tan poco sevillanos, que no sólo no contribuyen a «crear ambiente», es decir, a que el lector se crea que están en Sevilla, sino que prueban el rebuscamiento inútil del autor. Mantienen, según se nos dice, «una conversación», pero el caso es que con lo que se encuentra el lector es con una salida de doña Palmira por los cerros Apalaches y nada más: -Hace una mañana tan preciosa… Nadie creería que esté pasando nada malo en el mundo. Yo, desde luego, no lo creo. La frase subrayada es impropia de quien ha escrito teatro. Frase que, evidentemente, ha brotado del más espeso y menos comunicativo silencio. El mismo autor parece señalarlo: «dijo por fin Palmira» (subrayado mío). Es decir, que o se trataba, como mucho, de un intercambio de incoherencias o no había tal conversación. En un escritor de novelas, tienen que marchar parejos lo que dice y cómo lo dice y lo que quiere que «vea» o entienda el lector. Pág. 10.- Primera frase hecha de las muchísimas que, estoy seguro, nos vamos a encontrar: «el tiempo no había pasado en balde». Pág. 11.- «No lo había dicho con desafío ni con rotundidad, sino como un simple hecho que se constata». No, don Antonio, lo que usted quería decir hay que decirlo así: «No lo había dicho […], sino como constatando un simple hecho«. Los hechos no se dicen. Pág. 12.- Se ve que Gala, para no equivocarse, se ha inspirado, a la hora de denominar a sus personajes, en nombres de cantaores de flamenco, de toreros y de vecinos de la calle Castilla. El marido de ella, sevillano también, se llama Willy (como Willy el Niño). Id.- Según redacta don Antonio, la corbata de Ciro sube y baja la nuez. La nuez corbatil, de la que seguramente no han oído hablar muchos lectores. Id.- «Parece», donde debía haber escrito «parecía». Pág. 13.- Palmira ha dicho que se alegra de que Ciro haya llegado antes que el marido, porque así tienen oportunidad de charlar; pero el caso es que no hablan más que del perro y de lo que tarda Willy (en venir a interrumpirles, supongo). Id.- En esta página, comienzan las lecciones a las que tan aficionado es el autor: una sobre ríos californianos y otra sobre las guerras púnicas. Pág. 14.- «Nadar y guardar la ropa». Pág. 15.- «El amor es ciego». Id.- «le está viniendo grande». Pág. 17.- «Preguntó de sopetón». Págs. 17, ant. y post.- La conversación y el comportamiento de los personajes son de novela rosa, aunque estoy seguro de que Gala la intentaba hacer de otro color. Id.- Las actitudes y comentarios de Palmira no son de esta época. Pág. 18.- La cosa empieza ya a provocar sonrojo por delegación en el lector. Y el caso es que se ve claro que el autor está creyendo ser atrevidísimo, como gusta a sus lectoras. ¡Cuánta galvanoplastia en las palabras de ella y en las ingenuas audacias de él! Si comparamos esta conversación con cualquiera de las que mantienen los personajes de El gran Gatsbi, tendremos una idea de la vaciedad de las novelas que aceptan los editores y críticos españoles frente al contenido expresivo de una inteligencia adulta. Pág. 18 y ant.- Cada vez que él dice una tontería -y no son pocas-, ella siente, según Gala, un sofoco -van ya ocho o diez sofocos- y se pone a abanicarse con el periódico. Pág. 19.- «la miraba de hito en hito». Id.- ¡Y ahora resulta que Palmira es progresista! Si se lo creyera, seguro que el lector se alegraría… Pág. 20.- «se estaba preguntando si Palmira tenía trastienda». Id.- «Era una especie de lagarta». Id.- «lo está diciendo con segundas» Págs, 20 y ant.- Como resulta que él ha sido novio de ella hace treinta años, los pensamientos de Palmira chorrean arrope y mermelada de coco. La cincuentona se expresa como una teenager patosa. Id.- «Hay que cambiar el tercio». Pág. 21.- La llama por teléfono un amigo que, en vez de llamarse Manolo Caracol o El Pescaílla, se llama Hugo Lupino. Id.- «Se estaba pasando de la raya». (Si Antonio Gala no hiciese estas advertencias en roman paladino, sus lectoras no sabrían si tienen que aprobar o no el comportamiento de los personajes varones). Id.- «se quita un peso de encima». Pág.- El hijo sevillano de la sevillana se llama Alex. Pág. 23.- El nene y la nena son universitarios, pero se comportan, de la blanda mano galustre, como si tuviesen seis o siete años. Pág. 24.- El besuqueo que se organiza en esta página supera con creces el de El desfile del amor. Pág. 24.- «A la gente le trae al fresco». Pág. 27.- «Se opuso con uñas y dientes». Id.- «Se le había ido el santo al cielo». Id.- «No es oro todo lo que reluce». Verdad profunda enunciada por el pueblo y aceptada por Antonio Gala. Sus novelas relucen mucho.

Al concluir el capítulo, el crítico anota: esto parece el arranque de una novela del padre Coloma.

Pág. 29.- «…se quedaban in albis». Después de que le ha dicho al lector que la risa de Hugo «era magnífica, aunque no la prodigaba», resulta que a cada momento se ríe por nada. Págs.31, ant. y post.- El comportamiento y conversación de Palmira continúan siendo, con este otro personaje, de leche merengada, por lo que el lector saca la conclusión de que no son productos de las circunstancias, sino de la forma de ser que, para ella, ha querido el autor. O no lo ha querido, pero le ha salido así, de rebote de su propia mentalidad. Mentalidad no solamente de otra época histórica, sino también de otra época literaria. Por ejemplo: Palmira encuentra «adorable» el estudio de él, a donde ha llevado, para alegrarlo, «algún detallito de color». Id.- El lector no sabe -y así lo anota- qué quiere decir ser «rica en teoría», dicho de alguien que tiene muchísimo dinero, un montón de fincas rústicas y urbanas y a una tía en un convento. El autor lo opone -eso de ser rica en teoría- a buena administradora y agarrada. ¿Podríamos decir que Gala es escritor en teoría? Si se puede decir, lo digo. En la práctica, no lo es. Id.- «que le eximía tener que salir». No. «que le eximía de tener que salir». Id.- Ya está bien con que Willy no tenga otra aspiración, al final de sus jornadas, que ver la televisión para que, encima, la tenga que ver «en la gabinete tapizado de rosa». Además de teleadicto es un cursi. Id.- «les traían al fresco». Id.- «aceptar a regañadientes». Pág. 32.- «los trataba como si los conociese de hace tiempo». Hacía, más bien. Pág. 33.- «se saltan a la bartola». Además de hecha, equivocada esta frase. Yo no soy experto en frases hechas, pero creo que la expresión «a la bartola» es para tumbarse. Para saltarse algo es «a la torera». Dicho sea con todos los respetos para con el actual recordman. Págs. 33 y 34.- Al hablar de Hugo, Gala describe al artista tópico, que no aparece ya más que en el cine y en las malas novelas. Y, además, se expresa como si todos los pintores fuesen iguales. Pág. 34.- «por la soberana razón». Id.- «para mayor inri». Id.- «va a durar lo que la risa al negro». Id.- «decir por activa y por pasiva». Pág. 35.- «a nadie le amarga un dulce». Id.- «hay que andarse con pies de plomo». Como pasa en tantas malas novelas, Hugo es de una forma, según Palmira; de otra, muy parecida, según el autor, y de otra completamente diferente según el lector lo «ve» actuar. Pág. 35.- «puso el grito en el cielo». Pág. 36- «dar la batalla». Pág. 37, ant. y post.- Toda la crítica que lleva a cabo Gala de la sociedad sevillana es bastante superficial y se acerca muy poco a la realidad, que unas veces es peor y otras, mejor. Pág. 38.- «os importa un rábano». Id.- «el ombligo del mundo». Pág. 39.- «replicó con retintín». Id.- «En un periquete». Pág. 41.- «¿Y qué vamos a ver en ese bar: niñatos bebiendo cervezas y cubatas?» Esto se escribe así: ¿Y qué vamos a ver en ese bar? ¿Niñatos bebiendo cervezas y cubatas? Pág. 42.- «le importa un pito todo». Pág. 43.- «Quizá no debiera de haber venido». Sobra la partícula subrayada. Id.- La alusión a «poner la Cruz de Mayo» denota que Gala está describiendo la Sevilla de hace cuarenta o cincuenta años, la que él conoció de estudiante. De hecho, en todo se advierte el desfase. Pág. 44.- Es una tontería decir -aunque sea por boca de Hugo Lupino- que toda la ciudad sabe a qué hora se va a la cama «la duquesa», como si allí repartieran somníferos los guardias municipales. Id.- Para decir que no había ninguna ropa colgada en el perchero dice «no existía ninguna ropa…». Pág. 47.- Hugo, pintor cultísimo, pedante y argentino, confunde los atlantes con las cariátides. Por otra parte, no se debe sacrificar la consecuencia a un chistecito sobre columnas travestidas. Pág. 48.- Es evidente que Gala -y, consiguientemente, sus personajes- ignora el matiz irónico, y hasta peyorativo, que tiene el término «progre». Por otro lado, confunde lo decadente con lo progresista. Id.- «No pintaba nada allí». Pág. 49.- Dice Gala que Hugo habla con el camarero mientras bebe. Ventrílocuo o portento, digo yo. El arranque del capítulo tercero da un tono de narración -un tono doméstico- que no encontraríamos -ni en bueno- en la gran novela del siglo XX. Gala tiene una idea de la novela propia de persona inculta y, como mucho, quiosquera. Pág. 50.- «Miró al jardín en paz». Estoy seguro de que lo que Gala quiso decir es que el jardín estaba en paz; pero dice más bien que era Palmira la que estaba en paz. Por otra parte, no es «al jardín», sino «el jardín». Id.- «Tener la cabeza en otro sitio». Id.- Detallado informe sobre los ronquidos de Willy. Pág. 53.- «Más maternal que nadie». Id.- «Coger la verdad por los cuernos». Id.- «encuentro de manos a boca» Id.- Reincidencia: «darse de manos a boca». Pág. 55.- Se nos cuenta que Palmira había hecho obras de caridad en barrios como Las Tres Mil Viviendas, Árbol Gordo y El Tardón. ¡Pero hombre! La gente de clase media acomodada de El Tardón, barriada del barrio de Triana, no necesita para nada a Palmira… ¡Si allí nacieron la Pantoja, Los Morancos, Chiquetete y Juan Guerra, entre otros alcurnes personajes! Pág. 56.- «Entró en una habitación imposible». ¿Imposible de qué? ¿Qué quiere decir «una habitación imposible», así, sin más? Un escritor de verdad no emplea esa expresión hortera. Id.- «Amarillo como la cera». Id.- «No volvió a ver ni en pintura». Nota: la afición de Gala a las frases hechas produce estertores. Aldoux Huxley decía (Ciego en Gaza) que se hace muy difícil admitir que una persona que emplea frases hechas sea inteligente. Pág. 58.- Antonio Gala se pasa las páginas diciendo que Palmira sólo ha tenido en su vida amistades anodinas, pero, cada vez que quiere decir algo «importante» sin decirlo por sí mismo -es sabio, pero modesto-, hace emerger de sus recuerdos -de Palmira- algún alcurne personaje amigo suyo que lo dijo: un famoso pintor, un poeta italiano, un astrónomo, una pitonisa, un obispo… Id.- cada vez que describe el jardín -demasiadas ya- nos larga una lección de botánica.

 

La primera página del capítulo cuarto parece de un redactor del ¡Hola!. Pág. 61.- «…una atención que no sentía». ¿Sentir una atención? Págs. 61-62.- Un párrafo para informar al lector de que a Palmira le duele una muela y de los cálculos de ella para pedir hora al odontólogo. ¿A cuál de los dos o tres que la han atendido últimamente? El lector se estremece. Más aún cuando se entera de que ella, heroica, no piensa hablar a nadie de su dolor molar. La fiestecita en el jardín, que ocupa todo el largo capítulo 4, toca la pera al personal leyendo. Por cursi y por clasista. Y porque no se «ve» como fiesta. El autor no logra crear un ambiente. Se trata de un repaso de la protagonista a todas las mujeres presentes, traducido en una serie de comentarios más ingenuamente irónicos que malauvados. Graciosos… en modo alguno. Una simbiosis autor-personaje, propia de los malos novelistas, comunica la impresión de que Gala está analizando su propia menopausia. Pág. 62.- El redactor del ¡Hola! continúa colaborando con Gala. Id.- El intercambio de regalos entre Palmira y Willy toca el pasodoble al lector impecune y en paro. Id.- «Al fin y a la postre». Pág. 63.- Palmira, con sus manías de orden y de limpieza, recuerda a la protagonista de Los chorros del oro, aunque sin la gracia espontánea del personaje quinteriano. Pág. 64.- «Daba gloria verlos». Id.- Para Gala, «lo mejor de la ciudad» equivale a los más ricos. Pág. 65.- En esta página de la ostertórea fiesta del jardín, se juntan Palmira, su hermana Gaby (también sevillana, claro), Willy, Hugo Lupino, Alex y Arnold Schwarzenegger, cuyas indumentarias describe prolijamente el autor al más perfecto estilo de Diez Minutos, aunque ellos se comporten más bien como los personajes de Falcon Crest. Pág. 66.- Lupe Esquípulas viene a sumarse a la nomenclatura hispalense. Id.- «Terminar a la greña». Pág. 67.- «Bebía como una esponja». Pág. 68, ant. y post.- La admiración de Gala por la que considera y llama «clase alta» le hace merenguear hasta derretirse. Pág. 68.- «Sin saber por qué ni por qué no».

Id,. Gala comienza a suministrar al lector síntomas de la gloriosa menopausia de Palmira, el gran problema de la época. El leyendo advierte que sigue el índice de un tratado menopausial.

Pág. 69.- Otra vez afirma Gala que aquella partida de gilipuertados constituye «lo mejor de la ciudad». Id.- El desprecio que muestra por los advenedizos en esta página es típica de los «mejores», sean sevillanos, jerezanos o manchegos, ya hayan llegado a advenir entre los auténticos «por vías urinarias», como dice Gala del personaje Teresa, ya por vía inferoespaldar. Id.- «Willy juró y perjuró». Pág. 70.- «…tomando un whisky, uno frente al otro, con la mayor naturalidad». ¡Extraños seres! ¡En lugar de tomarlo espalda con espalda, como hace todo el mundo! Pág. 71.- «Clara Zayas (está visto que aquí nadie está dispuesto a llamarse Pérez), la solterona sevillana por excelencia…» Claro, como Gala sólo frecuenta los ambientes «mejores», no conoce a las hermanas Periquito, trianeras y alfareras, como santas Justa y Rufina, que ésas si que son solteronas de rancio abolengo. Máxime cuando Zayas se había terminado casando, «con cuarentitantos tacos… y por amor». Id.- El repaso distanciadamente irónico que Palmira lleva a cabo del personal femenino de la fiesta no cuadra con la psicología que de ella nos ha querido hasta ahora comunicar el autor. Para el lector especialista galiano es evidente que no es Palmira Gadea, sino Palmiro Gala, quien no puede resistir exhalar sus gracias a través del personaje, con su malalechecita cotilla incorporada. Se trata de un ingenio de andar por la cocina y el vaterclós. Id.- Lo más extraño es que «el señor de Burgos» con el que se ha casado Clara, dice el autor que «era soltero como ella». Desde luego, las hay que, por casarse, se casan hasta con un soltero. Pág. 72.- ¿Qué dirías tú, lector avezado, si te hablasen de una señora sesentona que se llama Isa, viste un traje fucsia y se pierde por detrás de las espíreas? Pues que estás leyendo un libro en esperanto, ¿verdad? Gala es así de sencillo. Cuando los nombres no son como de joyibud, los apellidos son «como medievales»: Tavira, Zayas, Espínola, Saavedra, García, Mencía, Esquivias, Machuca… Pág. 72.- ¡Por fin un Curro Fernández! ¡Aleluya! ¡Sursum corda! El crítico deja el teclado, se levanta y zapatea en su honor unas bulerías. Los lectores corean: ¡Curro! ¡Curro! ¡Curro! Pág. 73.- La fiestecita se está convirtiendo ya en una pasarela. Gala describe con minucia absolutamente todos los atuendos de los personajes que Palmira encuentra a su paso. Personalmente, estoy ya hasta el batisterio de rayas de corbata, lunares, frunces, broches de lapislázuli, cinturones, estampados… ¡Cuánta cursilería trapense! Antes que escritor frustrado, es evidente que Gala quiso ser modisto, joyero y florista, sin renunciar por supuesto a un marquesado. Pág. 75.- «se darían con un canto en los dientes». Pág. 76.- «no le gustaba un pelo». Pág. 77.- La cantidad de descripciones de interiores (tantas como de trajes y corbatas) que hace Gala en esta novela son para publicarlas en Hogar&Jardín. El despacho del ginecólogo de Palmira, «íntimo y sosegado» […] «estaba empapelado en verde claro, con un dibujo vertical de color tostado». Id.. Pero sigue la descripción, no vayan a creer… El sillón, el sofá, la mesa… Aunque lo más importante es decir que el ginecólogo, como andaluz de muchas generaciones, se llama Alvaro Larra, como si fuera el ginecólogo de Anita Ozores. Id.- La igualmente rebuscada forma que tiene el médico de referirse al hábito de fumar es también para enmarcarla. Id.- «No debería de haber venido, dice Gala por boca de Palmira. Como aspirante a académico no tendría que haber puesto ese de que he subrayado. Págs. 77-78.- Palmira no sabe lo que tiene, pero resulta que ha elegido al especialista idóneo para lo que tiene. ¿Intuitiva mujer, o que Gala actúa, antinovelescamente, como su deus ex machina? Pág. 78.- Palmira, que, como hemos dicho, ignora lo que tiene, hace una completísima relación de los síntomas del climaterio. Así da gusto, pensaría Larra, cómodo él. Id.- Larra concede que Palmira «no ha sido nunca una mujer sobona». De haberlo sido, pensó quizá, la hubiese sobado yo. (Dictamino: el adjetivo sobona no lo hubiese empleado jamás un novelista serio. Hay que ser un costumbrista recalcitrante para utilizarlo). Id.- Aunque se la nota cabreada, «tuvo una pequeña sonrisa». Confieso desconocer lo que es una pequeña sonrisa y una sonrisa grande, aunque creo entender lo que quiso decir el maestro. Id.- El lector, mejor informado sobre el particular que el ginecólogo Larra, no comprende que Palmira diga que los sueños le amargan el día, cuando acaba de asistir a tres o cuatro días gloriosos de la esposa de Willy. Id.- Digno engendro de Gala, el médico tiene que detenerla en sus demostraciones de sabiduría. Id.- Para Antonio Gala, la melancolía es una cursilería. Al contrario que para Edgar Poe, quien –Filosofía de la composición- encontraba que era el más legítimo de todos los tonos poéticos. Id.- Palmira sigue recitando el manual de la perfecta menopáusica. Pág. 79.- Le faltan la insensibilidad y los hormigueos en las manos y los pies, pero no hay que preocuparse. Gala, vía Larra, se los aporta. Págs. 79, ant y sig..- ¡Cuatro páginas de síntomas de la menopausia! Por lo que se ve, Gala aprovecha al máximo sus visitas al ginecólogo (para documentarse, claro) o los libros de consulta. Id.- Palmira pasa al segundo tomo y enumera los remedios. ¿Para qué irá al médico esta sapientísima mujer? Por lo que se va viendo, el Larra no va a tener nada que hacer. Id.- Resulta que también se encuentra insoportable, aunque nosotros la hemos visto, en el paginal hasta ahora transitado, simpática y acogedora como una feria. Tal vez a Gala se le ha olvidado cuanto lleva escrito de esta historia jamás contada. Id.- «Tirar la toalla». Id.- «Tomarme la espuela». Id.- «Me desconozco», dice Palmira, consecuente, luego de treinta páginas hablando de sí misma. Si se llega a conocer, al Larra le coge allí la resurrección de la carne y la vida perdurable. Id.- Palmira dice ser últimamente propensa a los ataques de ira. ¡Y uno que la ha «visto», durante las setenta y nueve páginas que lleva sufridas, mansa como un osito de peluche! Estos desajustes no los sufre un auténtico novelista. Id.- «La gente perdona, sí, pero no olvida». Pág. 80.- Larra, por fin, se decide a diagnosticar (el autor, a sorprender al lector): Palmira tiene la menopausia. Id.- Palmira teme que la dolencia sea vitalicia. Las ricas e instruidas como tú, la tranquiliza el sobrinonieto de Fígaro, apenas notan la menopausia. ¡Hasta la naturaleza es clasista! Pág. 81.- Palmira no debe preocuparse de esa simple dilatación de los capilares superficiales, que ella, aunque instruida, llama impropiamente sofocos. Id.- Agotados sus conocimientos «menopáusicos», el autor empieza a filosofar sobre la muerte. Larra escucha respetuosamente, pero, en cuanto tiene ocasión, cita a Keats. Pág. 82.- Pasan a divagar sobre el otoño. Piensa el lector: otras pacientes, en la sala de espera, habrán empezado a criar moho. Id.- «Te lo digo como lo siento». Id.- «No te pases de la raya». Id.- El muy clasista de Alvaro Larra opina que la alcurne Palmira no debe trabajar. Tiene bastante con su casa y su jardín. Anoto: tanto Gala, como Javier Marías y Almudena Grandes, entre los grandes autores estudiados en este libro, tienen unas manías aristocratizantes que sólo los muy perversos encontrarán ridícula y desfasada. Págs. 82 y ss.- Se reanuda la conferencia climatérica, esta vez con coloquio. Cuatro páginas. Pág. 83.- Palmira confiesa que se bañaba para gustar a los hombres. ¡Será guarrindonga! Id.- Con precisión (para eso es instruida y pecune), Palmira afirma que ser atractiva a su edad es un trabajo full time. «Obligación agotadora», se queja, y, total, para el pescuezo de Willy. Id.- Larra -un sabio, como su ancestro- le aclara que tampoco se trata de dejarse bigote. Pág. 84.- Gala abraza decididamente la causa feminista. Larra no cede, pero se le nota inseguro. Id.- Sin pensar que hay otras señoras esperando, pasan a hablar, como es habitual en las consultas ginecológicas, del envejecimiento. El lector siente que está a punto de licenciarse en edades y sofocos. Id.- Lo que más teme Palmira es que, en adelante, nadie le ceda ya el paso. El lector piensa que don Alvaro podría recetarle un stop de bolsillo. Id.- Alvaro le prohibe a Palmira decir tonterías. «Demasiado tarde», se lamenta el lector. Id.- «Estás saliendo por los cerros de Úbeda». En el pugilato que se ha entablado entre Gala y Grandes sobre a ver quien emplea más frases hechas, creo que Gala lleva una notable ventaja. Id.- Cúspide de la teoría galiana del climaterio: las mujeres, antes de llegar a este estado, no son más que unas travestidas. Id.- No menos chorra es la afirmación de que lo mejor que le puede pasar a uno es envejecer. Id.- «sin pegar sello»… Variante galustre del «sin pegar chapa» de escritores menos finolis. Pág. 85.- Con ayuda del médico, que larga un chorro de filosóficas anáforas, el lector llega a la conclusión de que Palmira Gala es la única mujer menopáusica del terrestre globo. Id.- Al final, el muy cabrito, nos la hace llorar. Id.- «el río de la vida». Merecía la pena llegar al final de capítulo para ver brotar esta metáfora. Pág. 86.- El cenizo de Larra pronostica que aún le quedan molestias por padecer. ¿Nos las describirá Antonio Gala -pálpase el lector el guantelete- con la misma prolijidad que las anteriores? Id.- Ha terminado la consulta. «¿Te apetece un estrógeno?», pregunta él. Cada uno da lo que tiene, tampoco hay que extrañarse.

Pág. 87.- «orejas de soplillo». Id.- La escena de Palmira mirando fotos de antiguos pretendientes y releyendo cartas de amor tiene el mérito de ser de principios de siglo y conservarse como nueva. Id.- La de más allá del jardín no recuerda a ninguno de los fotografíados. Aunque todas las cartas, dice Gala, hablan de lo mismo, eso no es verosímil. Pág. 88.- Entra en escena Fede Rubio. Aquí a nadie se le nombra con sencillez. Y es que Gala no es sencillo, me parece. Id.- El caso es que el Fede se las trae, en cuanto a rareza. Como muy bien dice Gala, al más puro Maria’s style, «ahí estaba Fede Rubio, que entonces era casi un niño y luego fue pediatra». Se ve que Antonio Gala, o Toni Gal, ignora las disposiciones del Ministerio de Educación, según las cuales, para ser pediatra hay que pasar previamente por ser niño. Págs. 88-89.- «La tristeza es la huella que en nuestras manos deja la felicidad». Palmira, como todos los personajes de Gala, se expresa en apotegmas, sentencias, serranillas, cantares y decires. Pág. 89.- Como a las heroínas de veinte mil coplas, como a las protagonistas de dos mil no-sé-cuántas novelas, como a uno de los tópicos más acreditados, resulta que, a Palmira, su familia la obligó a dejar a un novio torero -ay pena, penita, pena, peeena, pena de mi corasooón. Lo peor es que nos consta que Gala está convencido de que el tema se le ocurrió por primera vez a él. Pág. 91.- «para entrar de hoz y coz». Id.- «la tercera edad». Pág. 92.- Picardía típica de las clases alcurnes, que Gala conoce tan bien y cuyo trato se ve que frecuenta: considerar gruesas, perversas, atrevidas, palabras como «puñeta» y «jodida». ¡Nos reímos cuando las dijeron…! ¡No te puedes figurar! Id.- Tomemos nota: el ama esperaba «sentada en un alto sillón de orejas lleno de macramés, ante su mesa camilla con faldas de fieltro y un tapete de ganchillo». Me cuesta trabajo deducir cuál ha sido el novelista más moderno que ha leído Antonio Gala, pues mi memoria histórica se detiene hacia 1860. Id.- «le ayudaba a mantener el tipo». Id.- En todas las novelas de Gala que he leído, emplea por lo menos una vez la palabra coprolalia. Debió de aprenderla en jueves. Pág. 93.- Dice Palmira al ama: «me siento vieja como un penco». Y es como si le dijera: «coprolaliemos». Id.- A Palmira la asalta «un sofoco». ¡Qué pronto se le han olvidado los capilares de superficie! Id.- El ama es tan sabia y sentenciosa que uno sospecha que es el propio Gala el que se oculta bajo el pañolón. Id.- Palmira, en pleno barrido coprolálico, llama al ama «faramallera» y «graja escarabajo» ¡A una anciana! ¡Eso está feísimo! Pág. 94.- El ama se convierte en un auténtico merengue hablando de su nena Palmirita, que hizo la mili no se sabe cuándo. Por unas cuantas alusiones a Escarlata (pág. ant.) se ve que el autor se ha acordado de Lo que el viento se llevó. Allá él con su conciencia. Id.- El discurso del ama sobre la menopausia hubiese dejado de una pieza al Consejo de Seguridad. Id.- «Una cabronada», sigue coprolaliando la animosa anciana. (Cuando Gala adopta un tono, es para sí mismo y para todos los personajes, como le pasa a todos los malos novelistas.) Id.- Vagina por un lado, corazón y cabeza por otro, es la alternativa que plantea Palmirita, dispuesta a todo. Id.- Insiste la vieja malhablada: «en tu puta vida». El lector morigerado y bien pensante no gana para sustos. Id.- «No ha dado golpe». Id.- Se ve que, para Gala, llevar la casa es labor que justifica una vida. Podría considerarse justo en ocasiones. Lo malo es lo que se lee entre líneas acerca del papel de la mujer en la sociedad. Digamos que en ésta, como en todas las novelas galaxas, los problemas están vistos desde la óptica más convencional y conservadora. Id.- «Ya no me visitaba el nuncio», por «dejé de mentruar». Yo no había oído ni leído nunca la expresión, por lo que llegué a pensar que, en algún momento, Palmira, además de reina, había sido confesora. Me dicen que se trata -¡cómo no!- de una frase hecha. Pág. 95.- El ama tiene una vocación de esclava, insuflada por el deus ex machina, que toca el pediluvio al personal lector de 1996 y ss. Id.- Más coprolalia, ahora en boca de Palmira: «la sociedad actual es una hija de la gran puta». Id.- Ahora, en pleno delirio coprolálico, un rotundo «coño». ¡Es el colmo! Pág. 96.- Gala amplía la sociedad hasta ser toda la naturaleza y ésta, envalentonada, manda a Palmira «a tomar por el culo». Id.- «donde Sansón perdió el flequillo». ¿Eso es muy lejos? No, si se ha permanecido cerca de Sansón. Id.- Cada vez es más fuerte mi impresión de que el bueno de Gala se está refiriendo a problemas femeninos de cuando él perdió el flequillo. Id.- «Quien siembra vientos recoge tempestades» Id.- ¡Es la leche con canela! (Y perdón por mi conato de coprolalia, me he contagiado). Para el autor, el ideal de una vida adulta es «tener en el bar tu propia botellita de lo que te gusta, jugar tus partiditas de mus (intervengo: en Sevilla se llama rentoy) e irte al bingo cuando te dé la gana». Id.- «A la vejez viruelas». Id.- ¿Es cierto que he leído lo que creo que he leído, oh Santa Palmira de Aljubarrota? Según la sabiduría galana, expresada por boca del ama (¿cuándo sería la última vez que un novelista metió un ama en una novela?), la feliz llegada de la menopausia le permite a una mujer divorciarse. Pág. 97.- La mayor preocupación de Palmira -quizá, también, de Antonio Gala- es si le van a seguir abriendo las puertas y paso en las bullas. Id.- «a capa y espada». Id.- «abrir de par en par». Id.- «Su mirada se perdió en la oscuridad del jardín». No es, ni muchísimo menos, la primera vez que le pasa esto. Tantas miradas se han perdido en la oscuridad del jardín, que el jardín debe de estar ya hecho un miradero de primer orden. Id.- «Se oyó el golpe que se dieron sus cabezas al tropezar. Y unánime la risa de las dos». Unánime, mejor entre comas. Aunque la escena quizá no merezca el esfuerzo de ponerlas.

Pág. 98.- Palmira dormita «en el primer patio» y, desde allí, oye «un ruido indistinto», que llega «desde el traspatio donde vivía la servidumbre». ¡Qué conceptos! ¡Servidumbre! Id.- A pesar de este ruido plebeyo, «la exquisitez de la hora no se quebrantó». Pág. 101.- Palmira hace conjeturas sobre la posibilidad de que la posean «por vías rectales». Pág. 105.- «Éramos pocos y parió la abuela». Pág. 106.- En la línea cuarta escribe «hace» donde debió escribir «hacía». Id.- Palmira, «más casta que santa Inés» según su confesor, lanzada en sus conjeturas, «especula con hacer el amor» a través de «todos los orificios del cuerpo» (lo que Conte llamaría «amor total»). El polvo nasal sería una novedad incluso para ella. Id.- Descocada al extremo, se piensa también «haciendo los gestos solitarios de la masturbación». Se nos está despendolando, piensa el lector. Id.- Otra vez «hace» donde debió figurar «hacía». Id.- En la voz -o el pensamiento- de una aristócrata como Palmira, no pega la palabra «marcha» con la acepción en que la emplean unos jóvenes que podrían ser bisnietos de Antonio Gala. Id.- «a ojos ciegas». Pág. 107.- Después de haber tenido pensamientos tan disolutos, se escandaliza de que su propio marido la bese en la boca… Pero no tiene más remedio que someterse, porque el Willy que tiene delante, mejor dicho, encima, es «un Willy arrollador». No esperábamos menos de él, aunque, caído los pantalones, allí, en el patio, entre macetones de cactus que casi le rozan el culo, resulte un poco ridículo. Pág. 109.- «llegar como una cuba». Id.- «es ley de vida». Pág. 111.- «se había levantado los sesos». Id.- «le venía a las mientes». Id.- «tropieza de manos a boca» Id.- La adjetivación de Antonio Gala -ya lo señalé a propósito de La pasión turca– es tan «hecha» como tantas frases que (demasiado) a menudo emplea. Aquí, «realidad aciaga». Debería saber don Antonio que todas las realidades son aciagas, como todos los pasillos son lóbregos; todos los discursos, importantes; todos los mentones, prominentes; todas las doncellas, gráciles; todas las lluvias, pertinaces; todos los piélagos, profundos, etc. y que decir todo eso es no decir nada, por lo que un escritor está en la obligación de crear sus propios adjetivos y, si va a un entierro, no describirlo como una sentida manifestación de duelo, sino como algo que sólo sabe él. Pág. 112.- «el oscuro techo de la noche». Pág. 113.- «a duras penas». Id.- Al lector con cierta sensibilidad social, le palpa el marmolillo la tranquilidad con que Palmira/Gala dispone del ama como de una esclava: «me gustaría cenar con ella» -hoy, porque se le antoja, porque se siente sola y no tiene la posibilidad de una compañía mejor-; «si ya ha cenado, que venga a hacerme compañía». Id.- Peor aún suena lo que añade, por su cuenta, don Antonio: «…con la seguridad y el empaque que da el convencimiento de ser obedecida…» Id.- ¡Cómo se esponja el autor -se siente, se palpa- cuando escribe que Palmira «subió las anchas y lujosas escaleras del siglo XVII»!

Pág. 115.- «hacerse de nuevas». Id.- «las llevaba en la masa de la sangre». Id.- «la niña no perdía ripio». Pág. 116.- «a trancas y barrancas». Id.- «como Dios le dio a entender». Pág. 117.- «salió de naja». Pág. 118.- «delante de sus narices». Pág. 119.- «no estaba para bromas». Id.- «la pitada fue apoteósica». Id.- «más cursi que un olivo alicatado». Id.- «nada de nada». Pág. 120.- «le caía como un tiro». Id.- «procuraba mantener el tipo». Id.- «haciendo de tripas corazón». Pág. 121.- «les importaba un pito». Pág. 122.- Estomagan los comentarios de Palmira Gala sobre «los criados», «la servidumbre»… Pág. 123.- «venía hecha una facha». Id.- «había metido la pata». Como se va viendo, en torno a las páginas que estamos considerando, se produjo en la inspiración galustre una eclosión de frases hechas. Como decía Zubiri, quien tiene que acudir al refranero y a las frases hechas es porque carece de expresión propia. Verdaderamente, se hace difícil admitir que este tipo de personas sea inteligente, como veíamos que decía Huxley. Pág. 123.- Antonio Gala no sólo se apropia pensamientos de grandes autores (Pascal, por ejemplo, en La pasión turca: «el corazón tiene razones que la razón desconoce»), también, en esta novela, de chascarradas de personajes populares, como Jesús Gil y Gil, presidente del Atlético de Madrid, quien fue el auténtico inventor, y no Palmira Gala, de la voz ostentóreo. Pág. 124.- «era más bien corriente». Id.- «metido en un berengenal». Pág. 125.- «comparada con Connie era una zapatilla rusa». Id.- «atender a la conversación». No, sino «atender la conversación». Id.- Produce un efecto cómico que, en medio de una conversación más o menos psicológica, los ojos de Palmira, abstraída, se claven en el mantel y el autor explique: «[el mantel] era de hilo crudo con unos filtirés muy difíciles y unos bodoques simulando los pistilos de flores bordadas en realce». ¿Se imagina el lector a Gregorio Samsa, que se despierta una mañana en su cama convertido en escarabajo y se pone a hablar del bordado del almohadón? El caso es que, por lo que ya hemos visto, el autor se ha propuesto incluir en la novela un tratado de bordado, cosido y repasado y un manual de corte y confección. Pág. 126.- «salieron de prisa y corriendo». Pág. 127.- Arbitrariamente, el autor hace aparecer a Palmira como una medio inculta, que dice óbito en vez de óbice, impóluto en lugar de impoluto, ostentóreo como mezcla de ostentoso y estentóreo y otros garabandales por el estilo, u, otras veces, como una intelectual que pronuncia, como aquí, una conferencia de antropología, seguida de otra sobre historia comparada de las religiones. Pág. 128.- Tras un alegato andalucista, que no falta en ninguna novela de este manchego enamorado de Andalucía, Palmira deriva, pronunciando todos los términos con precisión extrema, hacia la sociología y la política. Lo que llama Cascales una mujer-libro (book-woman). De verdad: un personaje completamente distinto al que hemos conocido hasta ahora. Id.- Cuando Palmira alcanza la cumbre en la expresión de su sabiduría, Willy la interrumpe diciendo: «Estás citando a Gala». Es ridículo. Ridículo y pedante, que en todas sus novelas tenga que salir el propio Gala como autor admiradísimo. Para colmo, más de la mitad de lo que se apropia lo ha tomado de autores que él cree que los demás no conocemos, como ya he señalado en otras críticas. Id.- «para que te despaches a gusto». Pág. 129.- «me quitan el sueño». Id.- Confunde, como siempre, escuchar con oir. Pág. 133.- «Salta a la vista». Pág. 134.- «Se planteaba cómo había la conversación desembocado». «…desembocado la conversación» hubiese sido lo correcto. Id.- Escribe «hace» donde debió escribir «hacía». Id.- «sin ir más lejos». Págs. 134 y ss.- Lewis Gala pronuncia una conferencia con coloquio sobre la conducta sexual hodierna y antañona. Id.- De nuevo confunde escuchar con oir, para el mayor disgusto de don Fernando Lázaro Carreter. Pág. 135.- «para andar por casa». Pág. 136.- «campa por sus respetos». Pág. 138.- «no es un jardín de rosas». Id.- «frente alta, riñones bajos». Pág. 139.- Escribe «cabe» donde debió escribir «cabía». Id.- «independiente y con posibles». Id.- «no saben nada de nada». Pág. 140.- «un hombre hecho y derecho». Pág.- 143.- Escribe «traerle» donde debió escribir «llevarle».

Id.- Escribe tres veces casi seguidas «el ama». La segunda y o la tercera debió emplear un pronombre.

Id.- En esta novela, lo mismo que en vez de Pepes y Manolos hay Ciros y Alexes, en vez de colorados y verdes botella, hay fucsias y magentas. Quizá nos encontremos con que, antes del final, en vez de pitos y flautas, hay clavicordios y timbales. Id.- «esta hora es muy de marías». El lector adivina una frase hecha, por mor de la acreditada afición del escribiendo. Pero también se queda con la duda de si se refiere a las marujas, al gran autor de Todas las almas o a la Virgen del Rocío. Pág. 144.- ¿Cómo puede pretender Antonio Gala que a una mujer, por muy Palmira, acaudalada, aristócrata, ganadera y menopáusica que sea, la conozca todo el mundo en una ciudad de mas de setecientos mil habitantes? El caso es que ella también está en esa poco franciscana creencia. Como un señor que se le acerca en la caja de un gran almacén demuestra no distinguirla de otras damas de su misma edad y pelaje, deduce: «No será de Sevilla». Pág. 145.- «las sobrepasará con creces». Pág. 146.- «darse por vencida». Id.- «El corazón le redoblaba en el pecho». Pág. 146 y ant.- La escena en que Gumersindo Lozano (el mismísimo Gumersindo Lozano, sí, no han leído mal), gerente de Provías, propone a Palmira que protagonice un spot publicitario, aunque estuviese basada en un suceso real, en la novela resulta inverosímil (recuerdo de mi época de estudiante aventajado las ilustrativas consideraciones que hacía el profesor Juan Luis Alborg, en el primer tomo de su Hora actual de la novela española, sobre la verdad y la verosimilitud en la novela). Pag. 147.- Antonio Gala intenta denigrar, desde su desconocimiento (o desde su conocimiento superficial), la alfarería de Triana. ¿Por qué no llevaste a tu personaje a Cerámicas Montalbán, capullo? ¿O a los talleres de los artesanos Troncoso, Barcelata, Alex Morillo o Ciro Miranda? ¡Mira que decir que en Triana se imita a Talavera y/o Puente del Arzobispo! La cerámica de estos respetables pueblos toledanos la importan los trianeros para satisfacer la demanda de algunos turistas catetos que no saben por dónde andan. Id.- Gala ignora que la representación de Santas Justa y Rufina con la Giralda entre las dos es copia de un cuadro de Murillo, y habla de ella como si fuese un cromo o la cubierta de una caja de carne de membrillo. Id.- Parecería que en Sevilla no hay más que una duquesa ¡collons! ¡Si es lo que sobra allí! ¡Duquerío fino! Id.- «Se hubiese caído redonda». Id.- «Era sencillita». Reconozco que esta manera de hablar me apesadumbra. Pág. 148.- «hacerse de rogar». Pág. 150.- «metíamos la pata juntas». Id.- Una tía de Palmira, digno miembro de su alcurne familia, no se llama Pepa ni Paca ni María, sino Montecarmelo. Pág. 151.- «A mí no me la dan con queso». («Se hace difícil admitir que una persona que emplea frases hechas sea inteligente», nos decía una vez un Huxley lloroso. Resulta extremadamente estragante, digo yo). Id.- No me extraña la pretensión de los fieles galistas, galustres, galaxianos o galeras de que el ama de Palmira, como psicóloga, filósofa, socióloga, antropóloga y miembro del círculo de Praga, merece desbancar en el ranking al Séneca de Pemán. Id.- «No te pongas moños». (¡Otra frase hecha! Estoy al borde de la fisión nuclear.). Id.- A pesar de su cariño, Palmira llama «cabrona» a la venerable anciana de nívea pelambre. Es uno de tantos detalles artificiosos que se aprecian en la carecterización por Gala de este patoso personaje. Al parecer, estas expresiones procaces, que ellas no se atreven a emplear, hacen las delicias antillanas de las lectoras de don Antuán, que con él se entusiasman y regodesman. Según una encuesta de la SER, el público galerne está constituido por señoras burguesas de entre cuarenta y sesenta años, incultas, menopáusicas, cursis, feas, católicas y sentimentales. Nota: ¿por qué me acordaré ahora de Valle Inclán? Y ¿saben ustedes, lectores venerados, que a este genio del teatro europeo del siglo XX lo ridiculiza (lo intenta rediculizar, claro) el marqués de Gala en sus conversaciones con José Infante que constituyeron el libro Antonio Gala, un hombre aparte. Aparte de la literatura, supongo. Pág. 152.- «llorando a mares». Id.- «se me pone carne de gallina». Id.- Ahora Palmira llama al ama «jodida bruja». ¡Por Dios, por Dios! ¿Hasta dónde será capaz de llegar! Por cierto que una sevillana hubiese dicho «joía». Id.- Gracias a que la consulta psicológica la pasa el ama, Palmira se ahorra unos buenos euros. Pags. 152-153.- Gala -y no sólo en estas privilegiadas páginas- tiene una visión muy pesimista, muy cinematográfica, de las relaciones de los padres con los hijos. Generaliza, como es costumbre de este tipo de pensadores, y afirma que los padres no saben nada «de las opiniones o actividades de sus hijos». Yo lo sé todo. Y mis hijos de las mías. Págs. 153-154.- Palmira sigue insultando más o menos cariñosamente al ama, que se explica como la Sybila de Delfos: salamanquesa, camaleona, petarda, provecta, braquicéfala, euromedonta… El amor expresado mediante la coprolalia, seguramente. Pág. 155.- «echarle un jarro de agua fría». Id.- «el corazón saliéndosele por la garganta». Pág. 156.- Inverosímil que Gumersindo Lozano se empeñe durante páginas en no decir de qué trataría el anuncio y ahora lo diga sin dengues, a la primera pregunta y sin que lo determine nada especial. Id.- «Palmira se quedó de piedra».

Pag. 157.- En la trama de esta novela, todo son fiestas, copas, cócteles y similares, donde Palmira pueda cotillear. Nadie da golpe. El andalucista Antoñito Gala deja muy mal a los andaluces. Id.- El autor no se olvida del detalle principal: Palmira lleva «un sastre de brocado de oro azul y verde». No precisa si porta la montera y el capote de paseo. Id.- Lleva también un bolso dorado y, dentro de él, unos gemelos de coral para regalárselos a Hugo. Todo cuanto Gala nos cuenta que hace Palmira constituye una prueba de su condición alcurne. Pág. 158-159.- Palmira, muy cerca de Hugo, comprueba su musculada anatomía. Entra en éxtasis, pero ello no le impide mirar en su torno y hacer inventario de todo lo que le había regalado ya: una colcha, una estufa, una corbata, una fregona y su correspondiente cubo, un talón bancario… Do quiera que mire, ve un regalo. Para resumir, una frase hecha: «Empezó a darle vueltas la cabeza». Era, ciertamente, lo que procedía. Pág. 160.- Palmira lleva el coche pequeño, porque «el grande, precisa Gala, no hubiese cabido por semejantes calles». ¿Qué calles? ¿Qué le pasa a las calles», se pregunta el lector exasperado. No hay que dar nada por supuesto, don Antonio. No hay que dar por sentado que el lector sabe lo que sabe el autor. Nada ha dicho usted al respecto de la dificultad de esas calles, preocupado por dejar claro que no es por falta de un coche mayor por lo que la gran Palmira viaja en un utilitario. Id.- Hugo conduce el biscuter «hasta el barrio de Andrea Saavedra». Ese barrio no figura en los planos de Sevilla. Id.- Todo el trastueque miraguano y tarugado que se desarrolla entre Palmira y Hugo, quien, finalmente, le roza a ella con los labios la punta de la nariz es de un cursi rosa limón que hace brotar las ronchas en las mejillas lectoras. Nota: lo peor es que, según se advierte claramente, Gala cree estar dibujando a una heroina, a una mujer ejemplar, a un prototipo de su raza, quizá la raza calé, cuando la verdad es que Palmira nos está resultando una hortera más tonta que una sopa de fideos. Id.- «A Palmira le cayó como un tiro». Págs. 160-161.- La pintura de Hugo, piensa Palmira, es completamente abstracta. Como si hubiera una pintura abstracta sólo a medias, o tres cuartos abstracta y cuarto y midad de ternera. Pág. 161.- Comienza, como en las numerosas fiestas anteriores, el desfile de modelos ante Palmira. Id.- «No le des tres cuartos al pregonero». Pág. 162.- «Ellos no tienen que pagar el pato». Id.- «no le pongas en un aprieto». Id.- Por no poner una coma donde debiera, Gala dice que tanto el marido como el amante son compatibles con la buena educación. Nota: tanto Gala como sus personajes son entendidísimos en marcas de bebidas y, siempre que pueden, hacen una demostración. Quien, como yo, lo más sofisticado que ha probado ha sido el tinto Don Opas se siente acomplejado y gime. Pág. 163.- Ahora le toca el turno a la decoración y al mobiliario. Pág. 165.- «Yo no soy nada tiquismiquis». Id.- «un si es no es temblón». Pág. 168 y ants.- Conduce Hugo, porque Palmira ha bebido más de media docena de whiskies y está un poco pedo. Sin embargo, no se olvida de practicar, en favor del joven pintor, el tráfico de influencias: un banquero, una galerista, un jefe de telefónica… Termina la primera parte (de tres), que constituye una glorificación del costumbrismo. Resulta evidente que Gala antepone el éxito de venta a la literatura, ausente de esta paginas.

SEGUNDA PARTE

Pág. 171.- El primer párrafo de la segunda parte, diecinueve líneas, encierra la mejor prosa que ha escrito Gala en su vida -ya quisieran las Grandes y los Marías lograr algo así de vez en cuando, aunque fuera en sueños; la prosa de éstos nunca ha sido artística ni tampoco, por supuesto, novelesca, esto es, forjadora de «realidad aparte», de «realidad otra». Respecto al fénix que nos ocupa ya lo dije en mi libro sobre La novela española del siglo XX -Endymión, Madrid, 2004-: Antonio Gala tiene la preparación, la cultura y el talento suficiente como para considerar una traición suya a la literatura el hecho de que se haya dedicado a escribir poesía con una estética decimonónica merengada y novelas menopáusicas sobre la menopausia, en las que vierte una visión costumbrista del mundo en moldes técnicos obsoletos. De todos modos, y líneas como las aludidas lo confirman, estoy de acuerdo con la opinión de mi amigo el escritor argentino Arturo Seeber: Gala es un escritor, aunque un mal novelista. Muñoz Molina, Javier Marías, Almudena Grandes, Maruja Torres, Rosa Montero, etc. ni siquiera son escritores. Id.- Mención de una abuela [de Palmira] que «no había salido de Setúbal». El especialista galano sabe que esto es un homenaje a los ancestros portugueses del autor; pero el lector normal se pregunta, con todo derecho, que a qué viene esa alusión. Es importante que sepa si en la sangre de la protagonista se ha firmado o no un pacto ibérico. Págs. 172-173.- Don Antonio continúa en estado de inspiración. Desde el principio del capítulo hasta la interrogación que cierra el primer párrafo de la segunda página mencionada, se puede leer una auténtica prosa evocadora -es más fácil- y armoniosa. Contiene imágenes felices no rebuscadas. Pág. 173.- En la segunda línea del segundo párrafo, fuera tendría que ir obligatoriamente entre comas. Pág. 176.- «para más inri». Id.- Palmira llama al ama asquerosa. ¿Se inicia otra sesión de coprolalia? No lo quieran Dios ni san Antonio Abad, su siervo venerable, patrón de los bienhablados.

Pág. 177.- Palmira llama al ama zarrapatrosa. Coprolalia, sí, pero de baja intensidad. Id.- «sin saber por qué ni por qué no». Pág. 178.- Se aclara, en parte, la alusión a Setúbal. El lector lo agradece, pero no perdona al autor el rato que le ha hecho vivir en las tinieblas del desconocimiento. Pág. 179.- Antonio Gala ennoblece hasta el condesado a sus antepasados menestrales de Portugal. Ya he hablado de sus manías aristocratizantes. Pág. 180.- «por lo bajini». Id.- «cargando baterías». Pág. 181.- Palmira al ama: «cerda faramallera». ¡Cuidado, don Antonio, que se le desmanda otra vez! Id.- «Vivían como a salto de mata». Id.- «sin parar mientes». Id.- Resulta que el ama también entiende de whiskies y cocacolas… Como los demás personajes, es de una forma o de otra según conviene al autor. O dura con las espigas. O blanda con las espuelas. Pág. 182.- Consecuente con lo anterior, opina sobre el tour de Francia. Id.- Primera línea del segundo párrafo: después de ama, debe haber coma, no punto y coma. Id.- «se había cerrado en banda». Pág. 185.- «se me van de las manos». Pág. 187.- «Tener la fiesta en paz». Pág. 188.- «Las atisbaban detrás de una espesa celosía». No, don Antonio; «…desde detrás de…». Pág. 189.- Antonio Gala se encarna ahora en Palmira y el ama a la vez, y larga una conferencia a dos voces sobre el cielo, el infierno y la creación. Si en otras páginas el ama aparece como una paleta y Palmira como una indocumentada debe de ser porque, por alguna razón, no se ha producido el prodigio de la metempsicosis. Id.- «te ha hecho polvo». Pág. 190.- «se la llevaban los diablos».

Pág. 190-191.- Describe Gala el escudo nobiliario de su personaje, el escudo que a él le hubiese gustado tener colgando en una de las paredes de su sala de esgrima y ping-pong: gules, puentes, acetres, hisopos, en fin, cosas de ésas de las que uno, que tira a paria, no ha oído hablar, pero con las que están familiarizados los camarlengos. Pág. 191.- Nos enteramos de que Palmira tiene cuatro tías, más de derechas que una olla a presión: María, Antonia, Francisca y Manuela… ¿Te lo has creído, oh lector consumado pero ingenuo? Ha sido una inocente broma. Sus nombres eran: María Egipcíaca, María de la Degollación de los Santos Inocentes (Degol, para los íntimos), Áurea Borromea y Montecarmelo (aunque ésta, tal vez acomplejada, no tardó en cambiarlo por María Micaela de la Santa Faz). Pág. 192.- «El desengaño fue mayúsculo». Pág. 193.- «según se mire». Id.- Primera y segunda línea después del blanco, falta coma detrás de telefoneó y de llegada. Pág. 194.- En esta página, las anteriores y las que han de seguir, el costumbrismo de esta novela alcanza su punto más elevado. No tengo que decir que esto, dicho por mí, no es un elogio. Una novela, como cualquier obra de arte, uno de los primeros requisitos que ha de cumplir para serlo propiamente es ser de su tiempo (o del futuro, claro), reflejar, tanto en su contenido como en su soporte estético, no necesariamente en su tema, la época histórica en que se produce. Lo que más molesta en este caso al crítico con sensibilidad sincronizada con los signos de los tiempos es la complacencia con que ve que el autor convive con estos personajes en escenas que parecen sacadas de un plato decorado. Pág. 195.- «a la ocasión la pintan calva». Sobra la preposición en esta enésima frase hecha. Id.- «A buenas horas, mangas verdes». Id.- En perfecta alternancia, Palmira I y Palmira II van largando sentencias y donaries, lo cual constituye una manera tan torpe como artificiosa de exponer lo que requeriría un monólogo interior. Como lo pretende Gala, no piensa ni un subcampeón de petanca. Pág. 196.- «más antigua que la cotonía». Id.- «poner toda la carne en el asador». Id.- «quemando el último cartucho». Id.- «entregarse a fondo perdido». Id.- «a tumba abierta». Id.- «enrojeció a ojos vistas» Pág. 197.- «le sentaba como un tiro». Id.- «terminó como el rosario de la aurora». Seguro que Gala no sabe cómo concluyó aquel rosario auroral de tan perdurable fama. Id.- Según don Antonio, las peleas, las chulerías y los flamenqueos son privativos de Sevilla. Id.- «llegado la sangre al río». Pág. 198.- «para salvar el bache». Id.- «conducir el agua a su molino». Estas páginas debió de escribirlas Gala en primavera y con una buena regadera al lado, a juzgar por la óptima cosecha de frases tópicas que logró. Pág. 199.- «después de tomar un café bebido». Pues ¿qué quería usted, don Antonio? ¿Que lo masticara? Continua la recolección: Pág. 200.- «me oyó como quien oye llover».Pág. 201.- «van a la cabeza».¡Es increíble! No creo que nadie haya escrito tantas frase hechas desde la extinción del ancien régime… Dijo Huxley (Ciego en Gaza) -creo que lo lo he recordado alguna vez-, que «se hace difícil admitir que una persona que emplea frases hechas sea inteligente». Pág. 203.- En la línea undécima por el fin, falta una coma imprescindible después de además. Pág.204.- Llegan a un restaurante, se sientan a la mesa y, ¡catapún!, Palmira se pone a disertar sobre mitología griega. Id.- Las ideas que expone Hugo sobre la Virgen María habrían sonrojado hasta a la propia esclava del Señor, tan humilde ella. «¡Oh mater intemerata, inviolata e inmaculata», clama el lector en funciones. Id.- Para Lupino el mariólogo, la Virgen es «una mujer light«. ¡La madre que lo parió! Id.- «No reparaban en barras»… Otra frase confeccionada, que, para colmo, no es así: no dice «reparaban», sino «se paraban». Id.- Los otros dos personajes de flamenco nombre, Willy y Alex, se aburren como dos galápagos detrás de un espejo. El lector se siente, por una vez, compenetrado con dos personajes de este libro. Él también se está aburriendo, dicho sea en el mejor sentido de la palabra. Pág. 204-205.- Disertación sobre la zoofilia. Pág. 205.- «por hache o por be». Pág. 206.- Van cuatro páginas ya de una mitología expuesta por Palmira, para colmo, con expresiones de títere ancestral. Id.- «si te he visto no me acuerdo». Id.- «en el más estricto sentido de la palabra». Id.- «No me hago ilusiones». Id.- «a la buena de Dios.» Pág. 208.- «hablaba por los codos». Pág. 210.- Antonio Gala, admirador del pueBlo y fraternalmente compenetrado con el pueBlo, hace aquí, como en otras muchas páginas, la laudatio del señorío, que es innato, según él, en los aristócratas. Pág. 212.- «Dar la lata». Id.- «Salió disparado». Pág. 213.- A quien escupe al cielo en la cara le cae». Pág. 214.- «Se le ha puesto la carne de gallina». Pág. 217.- Cada vez que dice una cursilería, el personaje comenta: «aunque decirlo sea una cursilería». Expediente mediante el cual lo que ha dicho no deja de ser una cursilería. Pág. 219.- «Los precios por las nubes». Id.- «Subirse a la parra». Pág. 220.- «Avanzar con los pasos contados». Id.- «Hacer el artículo». Pág. 221.- «no soltaba prenda». Id.- «sin comerlo ni beberlo». Id.- «Quien da pan a perro ajeno pierde pan y pierde perro». Id.- «Se había cerrado en banda. Pág. 224.- «Me pongo muy chinche». Id.- «Me revientan». Pág. 225.- «Tiran por la calle de en medio». Pág. 226.- «Más claro, agua». Pág. 227.- «poniéndose a sí misma de vuelta y media». Id.- «con un humor de perros». Id.- «Esta noche estoy de mal café». Empiezan las desgracias de Palmira. Y digo «empìezan», porque mi instinto básico me dice que no va a ser la única. Su hija Helena se ha quedado embarazada, sin que medie sacrosanto matrimonio. A la niña no se le ha ocurrido acudir a un sacerdote, como hubiese deseado su madre, pero sí al siempre recordado Alvaro Larra, que se lo ha confirmado sin necesidad de acudir a la prueba de la rana. Pág. 229.- «Yo soy aquí el último mono». Id.- «Se le venían abajo los esquemas». Id.- «ni qué niño muerto». Id.- «Coge el portante». Id.- Don Antonio, que no es siquiera académico in péctore, escribe, para su desdicha, escuchar por oír. Pág. 230.- «No dejar ni a sol ni a sombra». Id.- «No tiene donde caerse muerto». Id.- «No daba crédito a lo que oía». Pág. 232.- «El mundo se le venía encima». Id.- «Me lo pagará caro». Id.- «loco de contento». Id.- «Se casa de penalti». Id.- «Si mis padres levantaran la cabeza». Id.- «encantada de la vida». Id.- «para comer chinchetas en la puerta de un sastre». Pág. 233.- «¡Qué felices ni qué ocho cuartos!» Id.- «¡Cuando el lobo asoma las orejas!» Id.- «eso son paparruchas». Id.- «¡Menudo debe ser el niño!» (No, don Antonio, es así: «¡Menudo debe DE ser el niño!») Id.- «El caso tiene tela marinera». Id.- «He pasado por carros y carretas». Pág. 234.- «ponerlo de vuelta y media». Id.- «No es plato de gusto». Id.- «Si te lo digo así, de sopetón…» ¡Increíble, increíble, increíble!, rásgome las vestimentas de verano. Si Javier Marías es el rey del anacoluto; Muñoz Molina, el del rebuscamiento cateto; Almudena Grandes la reina de la vulgaridad, y Rosa Montero, la de las tonterías, éste es el emperador de las frases hechas, pareja de Maruja Torres, emperatriz de las frases sin terminar. Pág. 234, ants. y ss..- Diálogo de Palmira con su hija Helena; monólogo de Palmira; diálogo de Palmira con su hijo Alex… Parece de Arniches. O de El Caballero Audaz. Benavente sería agresiva vanguardia al lado de esto. Resulta imposible asumir que a alguien le interesen estas páginas sobre embarazos prematrimoniales, bodas precipitadas, murmuraciones de la sociedad, etc., a finales del segundo milenio. Pero aún resulta más inasimilable que haya quien las escriba. Esto no es volver a Alarcón, Pereda, Valera, que marchaban con su tiempo y tenían talento de novelistas. Esto es hacerle un favor al padre Coloma y un homenaje a las novelas por entregas. Págs. 234-235.- Escribe el folletinista: «Entre tú y yo siempre hubo una intimidad mayor que con cualquier miembro de esta extraña familia». Anacoluto imperdonable en quien aspira al noviciado academicio. Sin duda quería decir: «Contigo siempre he tenido mayor intimidad que con ningún otro miembro de esta extraña familia». Pero, además, ¿por qué «extraña»? ¿Porque al autor se le antoje decirlo ahora? Las doscientas treinta y cinco páginas leídas la dibujan como bastante vulgar, tirando a hortera. Id.- «Se había situado muy cerca de la cama, a la derecha de Palmira, que ocupaba también el lado derecho de la cama. No es prosa para ponerla de ejemplo a los niños de las escuelas. Id.- «estaba cantado». Págs. 235, ant. y ss.- Palmira se sigue revelando como una de las taquewomen más atrevidas de Andalucía la Baja. ¡Unas veces tan finolis y otras tan basta! Por muy galano que se muestre, el lector se desconcierta. Pág. 235.- «echando chispas por los ojos». Id.- «pagar los platos rotos». Pág. 235-236.- Ocupar un párrafo de más de ocho líneas con lo que Palmira dice por teléfono al recepcionista del hotel madrileño donde se hospeda Willy es un insulto a la inteligencia del colectivo lector. Para colmo, son cosas que no le pueden interesar ni al recepcionista más desocupado. Pág. 236.- «con la barahunda que tenemos aquí». Id.- «¡La mía también, joder!» grita Palmira una vez más. ¡Qué atrevida es!, piensan las lectoras galeras. Págs. 236, ant. y s.- El maniqueismo con que el autor describe los enfrentamientos de Palmira con, uno tras otro, los demás personajes es tan ingenuo como una bola de billar. Pág. 236.- «a lo hecho, pecho». Id.- «Llevo toda la noche en el berenjenal». Id.- «me haya sentado como una patada». Págs. 230-237.- «Hablaba con retintín». Pág. 237.- Al revés que hace unas líneas: «habríamos debido de estar juntos». Id.- «Escurrir el bulto». Un auténtico sarpullido de frases hechas, esta segunda parte. ¡Cuánta pobreza de expresión! Id.- Palmira, «llorando sentada, según precisa el exquisito Gala, en el inodoro», recibe la visita de la omnipresente (y omnisapiente) ama. Entre profecías y conjuros, esta buena mujer compite, en las postrimerías del siglo, con Nostradamus. ¡Y la otra, sentada en el trono, respondiendo a la llamada de la naturaleza! Pág. 238.- «El viaje fue un horror». Decidida a pasarlo mal, lo pasa mal hasta en el AVE. Id.- «Ni por lo más remoto». Pág. 239.- «lo agotaban un disparate». Id.- «Lo pasaba de miedo». Pág. 240.- «Tendrían que ser uña y carne». Pág. 240-241.- Como presumíamos, «las desgracias nunca vienen solas». Palmira descubre que Willy la engaña con su mejor amiga. Como se ve, los tópicos también surgen en cadena en esta novela: niña embarrigada, marido disoluto, padre salido de madre… Nota: entre frases hechas, tópicos, lugares comunes, valores entendidos, convencionalismos, etc., Más allá del jardín da la impresión de haber surgido de un ordenador programado por un maestro de escuela, retrasado mental, de antes de la guerra. Que el autor de esta ensalada, y Javier Marías y Almudena Grandes y Francisco Umbral y Maruja Torres y Juan José Millás, Lucía Etcheverría, Muñoz Molina, Espido Freire, Juan Manuel de Prada, Clara Sánchez, Rosa Regás y tantos y tantas colaboradoras y colaboradores de El País metidas/dos a novelistas, al calor de lo fácil que es serlo bajo la dictadura polanquiana, sean tenidos por escritores es para rezarle un requiem a la literatura española. Esa literatura que, en tiempos mejores, descubrió el nuevo mundo de la novela moderna.

Capítulo 3. Pág. 242.- Cómo tocaría el ingenioso Gala tan original argumento era una de las preguntas que yo me hacía. ¡Cómo iba a ser! Palmira es ahora «una mujer débil, honrada y engañada», cuyo marido «la abandonaba, lánzándose a otros brazos más jóvenes». ¿Dónde ha leído uno algo parecido? ¿En Contrapunto? ¿En La montaña mágica? Debió de ser en La náusea, en La última tentación o en Narciso y Goldmundo. Aunque lo de «lanzándose a otros brazos» no lo superaron los autores de éstas. Pág. 243.- Antonio Gala entra en el libro Guinness de los records. En línea y media, «a la chita callando», «sonrisa de mosquita muerta», «le ponía los cuernos». Y, en la misma página, cinco más: «se venía abajo», «ver un poco más allá de sus narices», «a tirios y troyanos», «tratado con la punta del pie» y «no tiene por donde cogerla». Nota: está visto que, sin la ayuda del refranero, el banco de frases hechas, las acepciones comunes, los valores entendidos y los convencionalismos, Antonio Gala no sabría cómo decir lo poco que dice. Pág. 244.- Para el gran escritor, el de Willy es «un inícuo proceder». ¡Sí, señor! ¡Lleva usted razón! Aunque más la hubiese llevado en la época del cine mudo. Id.- Del terrible abatimiento (imaginen: encontrarse con una hija embarazada extramatrimonialmente y un marido pindongo en menos de veinticuatro horas) la sacó [a Palmira, claro] «una especie de instinto de conservación». ¿Quién decía que don Antonio no iba a tener recursos para ofrecer a sus personajes, empezando por el más trillado de todos: el instinto de conservaçoe, como diría la abuela de Portugal. Id.- Guiada por ese instinto, Palmira toma una decisión y la formula, claro, mediante una frase hecha: «¡Que cada palo aguante su vela!». ¿Nada más? ¡No!: «¡quien tal haga que tal pague!». Id.- Palmira pasa revista a su vida. Concluye que no le queda nada, sólo Juba, el perro. «Sólo el cariño de Juba, si es que, cuando llegara a casa, no se lo habían arrebatado también. «Todo se andará», piensa el lector especialista galano, diplomado en culebrones Id.- Cuando llega a Sevilla, ya sabía lo que tenía que hacer. Mas no de cualquier manera, ¿eh?, sino «con pelos y señales», porque… «nunca es tarde para comenzar». Pág. 245.- «ni siquiera se le pasó por la cabeza». Id.- Las precisiones galustres tocan los trombones al lector plebeyo, marginado y paria: antes de convocar una reunión en la cumbre, para llegar a un acuerdo marco, Palmira «entró un momento en SU cuarto de baño». ¿Qué creían ustedes? ¿Que iba a entrar en un evacuatorio municipal? ¿O a chorrear sus aguas menores, aunque azules, sobre el tronco de un árbol? Id.- Y ¿cómo la desean ustedes, oh lectores solidarios, en el momento de entrar en el salón de actos? Pues como dice Gala, exactamente: «en plena forma». Y… ¿cuáles pueden ser las primeras palabras palmiranas, tras declarar abierta la sesión? Pues éstas, claro (246): «Iré al grano.» ¿A dónde iba a ir si no? Si se parte del diccionario galano-español, español-galano todo marcha así: sobre ruedas. Id.- «se te caiga la cara de vergüenza». Pág. 243.- «Lo haré por encima del sursum corda«. Id.- Quien tiene SU propio retrete y SU propio baño, es lógico que tenga también «SU cuarto de estar». Y eso es exactamente lo que le ocurre a Palmira. Id.- Y quien posee tal tesoro de frases hechas y lugares comunes es natural que abunde en comparaciones insólitas. Lo que acaba de ocurrir en la vida de Palmira -hija pecadoramente grávida, marido en franco descoque con su mejor amiga- es, dice Gala, «como un terremoto». Id.- Palmira se autointerroga: «¿desde qué día dejó Willy de interesarse por mí?» Pero, lo que más nos importa: «¿desde qué día la niña que era Helena se dejó sobar y penetrar por ese imbécil sin contar con ninguno de nosotros?» Lleva razón: en semejante trance, la niña tendría que haber contado con un familiar que se la sostuviera al cazadotes. Todavía un tercer interrogante: «¿Desde qué día Alex no fue más el niño besucón que era?» Seguro que nos lo dirá muy pronto. No hay dos sin tres, como sabe muy bien el maestro. Id.- «Todo se me ha ido de las manos». Pág. 248.- «El ama no había dicho esta boca es mía». Id.- «¿Por qué no lloras?», pregunta el ama, cuando al fin se decide a decir que aquella boca es suya. Le responde Palmira: «Porque no me sale del níspero». Una de las gracias de esta novela, por si el lector no lo había notado, es hacer que una dama alcurne, de la aristocracia sevillana, se exprese como una vendedora de hortalizas transgénicas. Id.- En la mano izquierda, «Palmira ostentaba un cigarrillo». Para merecer ser ostentado, debía de ser de ésos japoneses con videocámara incorporada. Id.- Nuevo alud: «Con amigos así, no preciso enemigos». Pág. 249.- «Una disputa de tres al cuarto». «Me la ha dado con queso». «Los paños calientes». «Quiero irme al otro barrio». «Tan de sopetón». «Una pescadilla que se muerde la cola». «Hacer un paripé». «Más frío que en Siberia». «Tirar de la manta». «Ya empezaba a tocarme las narices». «Cortar por lo sano». «Jugamos todos o rompemos la baraja». «No sabes de la misa la media». «No tiene ni zorra idea». Pág. 252.- Los cuatro hijos varones del administrador de la familia de Palmira eran abogados y, por lo tanto, cuádruple y legítimo orgullo de su padre. Creo que a don Antonio se le escapó una gran posibilidad: hubiera estado muy bien que uno de ellos fuese el confeccionador del braguetazo, en lugar del ignoto empleado de un banco. Se hubiese acercado más a sus modelos de principios de siglo. Cada uno tiene una especialidad y Palmira, con lógica que la acredita como mujer de su época, acude a Gabriel, Gabriel Ortiz, el matrimonialista, a quien, desde su altura, encuentra «un poco mermelada». Como buenos personajes galanos, el mermelada y la regenta no tratan del asunto que la ha llevado a ella allí. Improvisan una disertación, mano a mano, sobre la vida marital y sobre cómo-están-los-tiempos-hay-que-ver-señor-Ortiz-y-usted-que-lo-diga-doña-Palmira-mi-padre-la-aprecia-mucho. Pág. 253.- «si no, voy dada». Págs. 253 y ant.- Gala, tan aristócrata y tan del pueblo, se burla del representante de la clase media, haciendo de él una caricatura. Además de ser tan untuoso como para merecer el apodo de Mermelada, emplea una gran cantidad de adverbios en mente y se cubre su ostentórea calva con cuatro pelos, entre otros defectos que enumera despectivamente Gala, para dejar bien sentado que aquel tipo que trabaja y es hijo de un simple administrador no es una aristócrata rica y ociosa como el personaje en quien él se encarna. Para colmo, el pobre, en rapto emocional, se ofrece como confesor, como psiquiatra y como padre a la encornada por el ganadero. Págs. 255, ants. y ss..- Como a Gala lo que le interesa es sermonear sobre las rupturas matrimoniales y decir todo cuanto sabe o, mejor, cree saber sobre ellas, pues Palmira y Gabriel continúan sin hablar del trámite de separación que allí la ha llevado a ella, y opinando sobre: a) las parejas; b) las causas de las rupturas; c) los efectos de las mismas; d) cómo está el mundo; e) más valía que lo que ha pasado no hubiese pasado. Págs. 254-255.- La actitud del letrado es servil. El autor -clasista donde los hubiere y se detectaren- lo sigue maltratando para que resplandezca por contraste el señorío de Palmira. Más le valiera haber seguido perteneciendo a ese pueBlo que Gala tanto quiere y que tanto le quiere. Pág. 255.- «Las mujeres no somos de plástico». Variante moderna del clásico «no somos de piedra». Id.- «continuó en sus trece». Id.- Cuando el abogado continúa haciendo, ad nauseam, el elogio de la aventura extramatrimonial, como adecuada terapia contra el aburrimiento conyugal, el lector empieza a notar que le están tocando las partes pudendas. Id.- Palmira aconseja al legista que no se case. De hecho, entre líneas se sabe que es el propio Gala quien aconseja a sus lectoras que no abandonen el celibato. No sabemos si también la castidad. Depende de que esté hablando, o no, ex-cathedra. Id.- Por boca, también, de Palmira, Gala dice no creer «en ese camelo de ser dos en una sola carne». Asaz aventurado se muestra en la sazón. Que me pregunte a mí y a mi compañera intelectoeconómicodeportivosentimental. ¡Cuántas veces me habré rascado con la mano de ella! Id.- Hablan tanto los dos – no de lo que importa- que están a punto de pelearse. Pág. 256.- «mi familia saliese adelante». Id.- «Seguir tirando del carro». Pág. 256 y ants..- Palmira (y Gala, solidariamente) considera un fracaso la entrevista (ella acudió allí buscando comprensión, no asesoramiento jurídico). Pág. 256.- «qué pintaba ella allí». Id.- «el mariquita ese». Sostengo que ese ese debe acentuarse. Id.- Otra carretada: «mal que le pesara». Id.- «un bache en las conversaciones». Id.- «no supo a ciencia cierta». Págs. 256-257.- «me resignaré al trágala». Pág. 257.- «lo que más cuesta arriba se le hacía». Id.- «una última charleta con el ama». Pág. 258.- línea 3: coma imprescindible después de «ama». Id.- «huele que apesta». Id.- «siempre hay un roto para un descosido». Pág. 259.- «no creo que llegue la sangre al río». Id.- «esto va a ser aquí te pillo aquí te mato». Págs. 261-262.- Por boca de Hugo, el quinto evangelista narra una parábola. Pág. 262.- «volvería» por «volveré». Pág. 263.- «cacho de idiota». Pág. 264.- «Hay algo que no marcha». Id.- «echa una birria». Id.- «¡Qué estropicio!» Pág. 265.- «me he dejado llevar». Id.- «con esa zurrupia». Id.- «Sola para los restos». Pág. 266.- «En definitiva». Id.- «a toro pasado». Id.- «Era un callejón sin salida». Id. «Le birló a Clara». Id.- «Es un sabelotodo» (falta el acento). Id.- «un mal sueño». Pág. 267.- «no puedo darme por vencida». Id. «Me encuentro fuera de lugar». Id.- «la mujer de Lot era una meticona». Pág. 268.- «Hacer la vista gorda».

Capítulo 5.- Pág. 269.- El primogénito de los Gadea es el único que continúa casado con su primera mujer. ¡Qué tiempos éstos, don Antonio! Id.- «a la postre». Id.- «se le ocurría meter el cuezo». Id.- «al cabo de la calle». Id.- «arrugar el ceño». Pág. 270.- «hacerse a la idea». Id.- «había medido sus fuerzas». (Después de «además», debe haber coma.) Id.- «hubiera pegado el petardazo». Ir.- Por enésima vez, el autor se refiere a la muy noble, muy leal, mariana, populosa e invicta ciudad de Sevilla, como si fuese un pueblo de diez mil habitantes donde todos se enteran de lo que les pasa a sus habitantes. Id.- Los hermanos palmiranos «habían oído hablar de un pintor joven que, desde hacía meses, recibía la ayuda de su hermana» y al que «ellos mismos le compraron algún cuadro». Bueno, pues si le compraron cuadros, algo más que «oír hablar de él» harían. Id.- Los palmiranos fraternales consideran a nuestra entrañable Palmira «arisca y ensimismada» y «poco dada a los entrometimientos». Se ve que no han leído las doscientas setenta páginas que yo sí me he tragado. Id.- Falta coma entre «que» y «a causa». Id.- «lo necesitaba más que respirar». Págs. 270-271.- Está cenando Palmira, precisamente en casa de su hermano Pepe, digo Artemio, cuando la llama su hijo Alex. El «mozo de comedor» (yo ignoraba que existiese tal cargo) se desconcierta y comunica la llamada como pidiendo disculpas por el mal funcionamiento del sistema solar. Id.- El ama se ha puesto mala. Alex ha avisado ya al único médico cuyo nombre ha recordado: nuestro viejo conocido Álvaro Larra, quien, aunque es ginecólogo, sabe diagnosticar «un infarto de libro». Id.- Palmira se siente responsable. Sin duda se ha vuelto coleccionista de sinsabores. Págs. 271-272.- Escribe Gala tantas veces «ama», que se diría que ignora la existencia del pronombre. Pág. 272.- «esta vez te has pasado». Id.- Penúltima línea: «hizo con los labios una sonrisa». Un escritor tiene la obligación de emplear otro verbo. Págs. 273-274.- «le bailaba el agua». Pág. 274.- «¿A quién: a Dios o a Helena?» No. ¿A quién? ¿A Dios o a Helena? Id.- «A Dios rogando y con el mazo dando». Id.- «hablaba con recámara». Pág. 276.- Falta coma entre antes y todo. Id.- «a tomar por el culo», exclama Palmira en el locutorio conventual. Menos mal que tía Montecarmelo no la oye. De lo contrario, no sé si la novela hubiese podido continuar. Tienen razón las lectoras de Gala en considerar atrevidísima a esta mujer. Pág 277.- «si le tomaba el pelo». Pág. 278.- «estamos a dos velas». Id.- «se detuvo frente un bellísimo calvario». ¡No! «…frente a un bellísimo calvario». Nota: en una narración tan abarcadora y tan abundosa en detalles insignificantes, no se justifica que el autor hurte a sus lectores todo lo relativo a Willy, su reacción ante los acontecimientos, relaciones con sus hijos, dónde se ha ido a vivir, ¿sigue frecuentando a la lagarta? etc. Es de pésimo novelista. Gala quiere sermonear sobre algo, elije un personaje portavoz, el cual no le importa que se manfieste cada vez con una doctrina y una psicología diferente, y se pone a largar su pobre concepción del mundo, la vida y la sociedad. Sus libros son sermones anovelados, no novelas. Págs. 280-281.- Gala sigue maltratando al único representante de la burguesía trabajadora que hay en su libro. Pág. 281.-«repartir consecuentemente el importe». ¿Consecuentemente? Id.- «acariciar sus cuatro pelos». Para los aristócratas, los halagos; para la servidumbre, las palmaditas en los lomos; para el honesto profesional, la burla. Id.- Es ridícula e incomprensible, caricaturesca, la forma que tiene el abogado de intentar convencer a Palmira de que no venda lo que ella quiere vender para poder seguir viviendo sin, como diría el propio Gala, «sin dar golpe». ¡Parece su director material! Id.- «el chocolate del loro». Id.- «hizo de tripas corazón». Id.- «de mil amores». Pág. 282.- De la mano de su «creador», el letrado se produce de torpeza en torpeza. Resulta patético. Como resulta patético que Gala ocupe hasta diez líneas en prepararse un chistecito tontorrio. Id.- «sus ojos echaban rayos». Id.- Palmira maltrata, hasta insulta, al honesto hombre de leyes, quien, a los escupitajos, responde con un «perdone a este servidor» que no emplea ya ni el de la gorra en un aparcamiento al aire libre. Antonio Gala le concede muchos privilegios a la nobleza, aunque sea analfabeta. Nota: Hemos leído ya lo suficiente como para poder señalar, como uno de los grandes fallos de esta novela, el hecho de que el autor, aunque se afana en hacer simpática a su protagonista, no lo logra. Al menos, ante la gente que piensa y valora. La que Gala presenta como heroína es clasista, sexista, egoísta, soberbia, orgullosa, despreciativa, ignorante y tonta. Id.- «dándole con la puerta en las narices».

Capítulo octavo, página 283 del libro, y seguimos sin saber nada del separado Willy. ¿Dónde vive? ¿Ha encontrado piso? ¿Respira mejor liberado de Palmira? ¿Pena? Y, si pena, ¿lloriquea? ¿Moquea? ¿Ambas cosas? Ya lo dijo Lope: El lector paga y por lo tanto es justo / que le informen de todo para darle gusto. ág. 283.- Palmira filosofa -en neogaliano, por supuesto-: «El ser humano se adapta a todo. ¿Quién, si no, podría habitar en Islandia? O en Burgos, sin ir más lejos». El breve tratado nos sugiere tres comentarios: a) «O en Burgos, sin ir más lejos» tendría que ir entre interrogaciones. b) «sin ir más lejos» es una frase hecha más que inventariar como parte del tesoro de vulgaridad que es esta novela. c) El especialista galano sabe que, en la hagiografía de José Infante sobre Antonio Gala, éste afirma que el de Burgos es un clima para cerdos, lo que no creo que le haya perdonado Martín Antolínez, el burgalés de pro. Id.- «El ama había mejorado de su achuchón». Según el sujeto pasivo de éste, no se trató de «un jamacuco», sino de «un sopitipando», que «la obligaban (sic) a hacer mucho descanso». «Hacer descanso, hacer mucho descanso», diría Tarzán. Id.- «charlaban […] de lo divino y lo humano». Id.- «No faltaba otra cosa». Pág. 284.- «al alcance de la mano». Id.- El lector escueto pero vulnerable encuentra exagerada la afirmación de que Palmira llamó a su médico y amigo, el popular Alvaro Larra, «sin premeditación ninguna». Pág. 285.- Palmira no quiete tomar «una decisión mortuoria». Id.- «Palmira reanuda su actividad de anfitriona de Sevilla». Conozco Sevilla dicen que bien: no me cuadra que allí pueda nadie ostentar ese título. Tal vez sea Sevilla el lugar, después de la aldea italiana de Santa Ruzafa in Manicura -sesenta habitantes, todos príncipes-, donde haya más títulos. Ello explica la penuria de su población activa. Id.- Palmira cita unos versos de Antonio Gala. ¿Cómo se le ocurriría? Pág. 286.- «limpio como los chorros del oro». Id.- Tras el mostrador de una charcutería cercana a las ruinas de Itálica, Palmira descubre a un morenazo que se podría definir ora como «el príncipe gitano», ora como «el gitano de la verde luna». Pág. 287.- «abrió los ojos como platos». Id.- El matrimonio francés se escandaliza al ver a la aristócrata bromeando con el charcutero. A veces nuestro autor parece tonto. De verdad, lo digo sin intención… Págs. 285-287.- La anfitriona de Sevilla les «mostró someramente las ruinas de Itálica». En cambio, dedicó casi dos horas a enseñarles el matadero. Como diría Rafael el Gallo, «hay gente pa tó». Pág 287.- Prendada del príncipe gitano, Palmira se pregunta si olerá a sangre y cagadas de vacuno, bovino y porcino. Pág. 288.- «salir de prisa y corriendo». Id.- La sencillez de Gala aconseja que el gitano de oro se llame Tario. Nota: Hay nombres que ponen los autores a sus personajes, tan acertados, que equivalen a una etopeya. Releyendo hace poco La Regenta, admiraba yo el acierto de los que ponía Clarín. Mi admiradísimo Valle Inclán roza la magia en este campo. Por no hablar de Cervantes, a quien nadie ha superado. Cada uno de los que inventa Antonio Gala constituye un monumento al desacierto, el rebuscamiento, la cursilería. Otrosí anoto: en estas últimas páginas, Gala añade el folcklorismo a su habitual costumbrismo. Pág. 289.- Línea 6ª: imprescindible coma después de «postigo». También falta el mismo signo en la línea siguiente, después de «momento». Id.- Está Palmira en el patio gótico del convento donde se va a celebrar el guateque de la boda de su hija, cuando aparece Tario, el gitano, repartiendo embutidos. Id.- El avispado morenazo se corta al confesar que tiene novia. Id.- El bronceado charcutero dice que quiere a su novia «lo normal» y esto desconcierta a la mundana Palmira. Aquí están todos aviados, entre cortes y desconciertos. Id. Desde la casa de Tario, trianero donde los haya y se detectaren, es desde donde mejor se ve, dice Gala, «el encierro del Cachorro». Don Antonio: en Sevilla se dice «la entrada». El encierro es para los toros. Págs. 289-290.- La conversación Palmira-Tario es para desgajalla, enmarcalla y después leella, cuando se padezca estreñimiento. Otra memez y hubiese cerrado el libro. Pág. 290.- «se las sabe todas». Id.- «los martes ni te cases ni te embarques». Id.- Palmira observa que, al hermoso charcutero, los estrechos vaqueros le marcan los muslos y el paquete postal. Ella considera aquello como una invitación al vals. Pág. 291.- Para Palmira, tan clasista como el autor de sus días, la parentela del esposo morganático de Helena «es un horror». Se estremece al pensar que ha ido del brazo del plebeyo padre y piensa con pavor en la nueva generación de los Gadea. Nota: escribir estas cosas cuando está a punto de hacer su entrada en la Historia el tercer milenio merece la descalificación por parte de los inspectores de hacienda, los estanqueros y los controladores aéreos, por no hablar de los médicos de familia. Id.- Ya he hablado antes de que Palmira, a pesar de los esfuerzos de Antonio Gala, no se hace simpática al lector que, además de leer, piensa. Nuevo detalle de la dama alcurne, para ganarse la repulsa de los bien nacidos: desprecia, por pobre, al marido de su hija, al que llama «el pelanas». Tampoco el ama despierta la simpatía que quisiera Gala. Con su pedantería y su sabudiría made in el almanaque del Zaragozano, parece la consorte del Séneca de Pemán en horas bajas. Id.- «no quitaba ojo». Pág. 292.- «Estaría de Dios». Id.- «Veía un abismo delante de ella». Pág. 291.- Palmira dice estar decidida a no ir al matadero, pero va al matadero. Decididamente, Antonio Gala desconoce la función del pronombre. Id.- Criatura, al fin, de Antonio Gala, Tario el matarife resulta ser un filósofo. Pág. 293.- Una de tantas escenas -de ésta y otras novelas- en la que lo vulgar autobiográfico sobrepasa la narración -Gala padece incontinencia autocomplaciente-, sin darle opción al lector común a que se plantee si el autor está haciendo trizas el dibujo, que ha hecho antes, de su personaje, en este caso protagonista. Esto es no ser novelista. Pero sí de ser un provinciano envanecido. Id.- «Nunca la habían besado así». Tanta originalidad palpa los peraltados. Id.- El pene de Tario «es grueso y de color dorado» -no esperaba yo menos-. Menos mal que Palmira «lo vio entre brumas». En otro caso, vaya usted a saber lo que hubiese sido capaz de hacer con aquel portento. Id.- La que reprocha a un honesto empleado de banco su ordinariez, se abre de piernas bajo un charcutero. Igualmente honesto, eso sí. Además, todo el libro criticando la vulgaridad y lo hace en un descampado, dentro de un utilitario, y, al final, se fuma un cigarrillo, como Michael Douglas. Pág. 294.- Al igual que «nunca la habían besado así», «nunca la habían poseído así». Se conoce que el Tario había acaparado las exclusivas. Id.- El Tario la llama cachonda y le pide un billetito para un tinto con casera. A Palmira «se le cae el mundo encima», si bien después de que se le haya caído el limpiaparabrisas y el techo del utilitario. Decepcionada, le deja un par de billetes «sobre el bulto de su sexo». Había esperado que «el muchacho se enamorase [de ella] perdidamente» y resulta que es «un chulo». Id.- Palmira supone que Tario «tendrá a toda Triana embebida a sus pies». ¿Embebida? Por otra parte, Triana tiene casi tantos habitantes como Córdoba. Y doscientas veces más que Brazatortas. Id.- La anfitriona de Sevilla llega a la conclusión de que «Tario es un chulo» y ella, «una vieja cachonda». Se siente abocada a aceptar la doctrina de su santa abuela de Setúbal: «a cierta edad, que nos quieran, aunque sea pagando», doctrina muy de principios del XX, sobre todo en la disoluta Portugal. Id.- «Vamos a dejar las cosas claras». Id.- Palmira concluye su autorretrato definiéndose como «una tía coñazo». Es lo que viene pensando el lector desde la tercera página. Id.- Filosofa Palmira hegelianamente: «El ser humano es un puro dislate». La profundidad de esta proposición abruma al lector desprevenido y kantiano. Id.- «de todo punto imposible». Id.- «me trajo a mal traer», Pág. 296.- «Agua pasada no mueve molino». «Id.- «El tuvo su momento». Id.- «¿Cuándo se te iba a pasar por la cabeza?». Id.- Tario es «como una rosa […] que hubiese nacido en un estercolero». Por comparanzas de este tenor, más de un poeta ha sido pasado por las armas. Pág. 298.- Palmira piensa que «el éxito [de la exposición de Hugo] en Sevilla […] le ha abierto las puertas de Madrid». Quien escribe esto no sabe de qué habla. Pág. 299.- «Poniéndose el mundo por montera». Id.- Palmira vuelve a echarse un pulso con los presocráticos y sentencia: «La gente humilde madura más de prisa». Será a fuerza de no abrigarse bien las nalgas. Pág. 301.- «Le vino a las mientes». Pág. 302.- «Ni por asomo». Pág. 304.- «fría como el mármol». Id.- Tercera desgracia: se muere el ama. Pág. 306.- «Desde su vuelta del cementerio, [Palmira] se había sumido en una extraña apatía». ¿Extraña? ¿Por qué extraña? Caigo en la cuenta de lo mucho que abusa Antonio Gala del adjetivo «extraña/o». Las cosas extrañas hay que presentarlas como extrañas y que el lector deduzca que lo son. No basta con que el autor lo diga. Id.- Al servicio le preocupa que, muerta el ama, no haya ahora quien les reprenda. ¡Eso si que es extraño! ¡Y masoquista! ¡Y chorra! Pág. 307.- Y otra extrañeza que el autor no califica de tal: en el jardín sevillano de Palmira, en lugar de haber naranjos y limoneros, hay tipuanas y jaracandás. Id.- «Recordaba […] a Alex, pálido y trémulo, a Willy enlutado». No. Después de trémulo, punto y coma, y, después de Willy, coma. Pág. 309.- Escribe «nimiedad» donde debió escribir «minucia». Págs. 309-310.- Casi una página para prepararse el chistecito [malo] de que a su nieta no la llamen Encarni. Pág. 311.- «lo dejó todo manga por hombro». Págs. 311 ants. y ss.- La reacción de Palmira ante la la muerte del ama es exagerada, inverosímil. Pág. 312.- «Todo en la vida era una concatenación generalmente incomprensible». Una concatenación ¿de qué? Pág. 313.- «aunque tenga que llevarte de una oreja». Págs. 314-315.- Tario chantajea a la tía coñazo. Concluye la segunda parte.

TERCERA PARTE

Pág. 319.- A las siete líneas, ¡plaf!, primera frase hecha: «Se le pasaban las horas muertas». Sin duda, no ha habido autor en la historia que haya empleado más frases hechas que Antonio Gala, creo que ya lo he dicho. Eso denuncia falta de recursos expresivos. Pág. 320.- «una salud envidiable». Id.- «Tirar y empujar a la vez el mismo carro». Id.- «Las entretelas del corazón». Pág. 321.- «Al alcance de la mano». Id.- «mano sobre mano». Id.- «a palo seco». Pág. 322.- «qué putada me has hecho». Pág. 323.- «Estoy hasta la coronilla». Pág. 324.- «Siempre me han chiflado». Id.- Las reflexiones de Palmira pueden corresponder a muchas mujeres de su edad, pero no a ella. Por lo que el autor nos ha contado, su protagonista no puede decir con verdad que «se gastó sirviendo a su marido y a sus hijos…» Y esto, aparte de que semejante problemática pueda interesar a un lector de novelas de esta época. Id.- «Déjame de murgas». Pág. 326.- «No te vayas por las ramas». Pág. 327.-«sacar fuerzas de flaqueza». Id.- «a la vejez, viruelas». Id.- «el atracón final». Pág. 328.- «cerrar para siempre el negocio». Pág. 329.- «debería de ocuparse». Sobra de. Pág. 331.- «ni siente ni padece». Pág. 332.- «Sí; sí la muerte…». Falta coma entre y la. Id.- «Estoy hasta la coronilla». Pág. 333.- «Estar mona». Págs. 333-334.- «¿Es que no se te concedieron las plegarias?» En todo caso, lo que no se le había concedido sería lo que imploró en las plegarias. Pág. 337.- «sin ton ni son». Pág. 339.- «se echaba encima». Id.- Insistiendo en su insoportable clasismo, Palmira se refiere despectivamente a la modesta madre de su yerno como a «ese retaco vestido de telas floreadas [coma, que falta] que habla alto y ríe a carcajadas». Se hace repelente esta pedante aristócrata. Aunque quizá no tenga ella la culpa. Como decía Galdós, «no hay peor destino para un personaje de novela que ser nombrado portavoz de Antonio Gala». Id.- La aristócrata ponefaltas lleva su horterismo hasta forrar el moisés de su presunta nieta con los colores del Vaticano. No se dice si, en la almohadita, había bordado «totus tuus«. La consuegra se le adelanta con otro moisés con los colores tradicionales, blanco y rosa, que Palmira condena in pectore, mientras lo acepta con una fácil ironía, que el lector inteligente y justiciero le premia con un corte de mangas urbi et orbi. Id.- Desde su alcurniez ajardinada, Palmira desprecia el modesto, aunque libre de hipotecas, piso de su hija. Id.- 4ª línea, 2º párrafo: falta coma después de «ocasiones». Id.- La reacción de Helena ante la pretensión de su madre de querer estar presente en el parto es completamente inverosímil. La llama, por ello, entrometida e incordiante. Pág. 341.- Palmira «no se considera una partera, pero tampoco, dice Gala, una pantera. ¿Ves, lector apresurado e impaciente? Detalles de ingenio como éste te compensan de sobra de otras amarguras. Id.- «tenía vara alta». Id.- Palmira no quiere saber en qué trabajan sus consuegros, «por temor a enterarse [de] que regentaban un puesto de verdura en el mercado de la Encarnación». Los desprecios de la ganadera tocan los palomares al lector republicano, fraternal e igualitario. Pág. 342.- Oh, lector solidario y buenagente, disponte a sufrir con la cuarta o quinta gran desgracia de Palmira: la nieta nace mongólica. Id.- El impagable optimista Alvaro Larra (que sin duda Palmira ha impuesto sobre la comadrona de la verdulera), a tener un hijo con el síndrome de Down lo llama «una contrariedad». ¿Qué sería para este tipo una buena cabronada del destino adverso? Pág. 344.- «no podía pagar el pato».- Id.- «había que cerrar filas».- Id.- «hacer un frente único». Id.- «parecía un azogado». Pág. 345.- No hay quinto malo, que diría nuestro autor predilecto: Alex sufre un accidente grave. Si otrora -niña Down- Palmira siente un vacío en la cabeza y un hormigueo en el estómago, agora el vacío es en el estómago y el hormigueo en la cabeza. Pág. 346.- «Se deshizo en llanto». Id.- Un accidente es poco, para esta serie in crescendo. Alex muere. Gala, destallista en cosas sin importancia, hurta al lector el relato de esta muerte, escenas dramáticas del funeral y el entierro, reencuentro forzado de los esposos, etc., etc. Pág. 347.- «No debimos de habernos conocido. Sobra de. Como también sobra en «Tú debías de haber adivinado». Y en «Una madre debería de saberlo». (Id., id.) Pág. 349.- «antes de volverle la espalda». Pág. 355.- «me ha tocado la china». Pág. 360.- Falta una coma imprescindible después de destino. Pág. 361.- Palmira descubre y suma retroactivamente, a los cinco ya sufridos, otro grave contratiempo: Alex era homosexual y se entendía con el pintor argentino con el que ella coqueteaba. Pág. 363.- «Su compañero es un cromo». Id.- «De punta en blanco». Pág. 365.- «muerto de hambre». Pág. 366.- «la miré de hito en hito». Pág. 369.- «Los reproches se hundían como puñaladas en el corazón de Palmira». Sin duda, el lector avispado sabe por qué señalo esta metáfora en la cumbre. Id.- «nada más lejos de su cabeza». Págs. 369, ants. y ss.- Para que el lector pueda enterarse de todo y Gala lo tenga fácil, resulta que Alex ha dejado unos cientos de folios con toda la historia de su desgraciado amor por Hugo, que aparece por cierto como un personaje completamente distinto al que hemos conocido en la primera y segunda parte. Si tal parece un recurso de principiante, es porque Gala tiene el espíritu joven. Al igual que Palmira y otros personajes galanos, Alex tenía dos partes, para que pudieran pelearse entre sí, discutir, contradecirse, charlar, felicitarse mutuamente, etc. Son, seguramente, las dos partes con las que está enriquecido el propio Gala. Por eso todos piensan igual. Pág. 369.- «Estoy metido en un laberinto». Id.- «La espiral que me arrastra». Pag. 370.- Ser homosexual es cosa corriente. Por eso, Alex, como buen personaje galípolis, era, también, alérgico a las mujeres, que le producían picores en la cabeza. Id.- «de sorpresa en sorpresa». Pág. 371.- Palmira piensa, como el lector, que aquellos renglones no tienen sentido. Menos mal que el autor, por medio del difunto Alex, en seguida los aclara hablando de «la caracterización de las adhesinas», «los aislados nacosomiales», «las cepas manipuladas», «la localización genética, cromosómica o plasmímica», «la adherencia e inefectividad microbiana», «la caracterización de las cepas» y «el factor de hemaglutinación». Como Palmira, el lector solidario se queda sin respiración. Id.- «No le cabía la menor duda». Págs. 371-372.- Digno parto de Antonio Gala, el personaje Alex intercala, en sus lamentaciones sentimentales, un ensayo sobre la Ilustración. Pág. 372.- «Acto seguido». Pág. 376.- «las sombras expulsaban a la luz». Sobra a. Id.- «se dejaban la piel». Id.- «Palmira, desde niña, era partidaria de afrontar con valor las situaciones». Ahora le conviene al autor que sea así y dice que es así y que siempre ha sido así. Pero el lector, que no tiene calva de tonto, recuerda las muchas dudas de Palmira ante las situaciones embarazosas. Id.- Según Palmira, antes, y según su hija, ahora, Willy, marido de la primera y padre de la segunda, es la mar de simpático. El lector, incluso el más atento, no ha notado que lo sea. De hecho, al lector le parece un bostezo vestido de capitán de yate. Pág. 378.- Madre e hija están en el jardín. ¿Qué piensan ustedes? ¿Que rodeadas de geranios? ¡Qué leches! ¡De mioporos! Como corresponde a un jardín diseñado por Gala. Pág. 380.- «dos minutos que se le hicieron interminables». Id.- «No seré yo quien cargue con el mochuelo». Id.- «Lo dijo con retintín». Id.- «Te equivocas de medio a medio». Pág. 381.- «Agarras siempre el cazo por donde quema». Pág. 382.- Penúltima línea del primer párrafo. Falta una coma imprescindible después de conducía. Id.- «Cuando todo se le escurriese de las manos». Págs. 382-383.- Página y media con las reflexiones palmiranas sobre que si vende el jardín que si no lo vende, pone entre la espada y el rosal las tragaderas del lector. En medio de ellas, exclama: «¡Qué afición a las grandes palabras!» Lo dice por Gala, sin duda. Pág. 383.- Que Gala adore los perros le hace acreedor a los plácemes del presidente de la Sociedad Protectora de Animales; pero no le da venia para atormentar al lector con una plasta de cursilerías caninohumanas. Id.- «No darse por vencida». Id.- «forrados de millones».Id.- «La aterciopelada noche del jardín». La verdad es que no sabe uno qué es peor: si que Gala pida un préstamo al banco de frases hechas o que las haga él. En torno a los rizos de la transcrita, exclamaciones de este tenor: «¡Jardín mío!» «¡Perrito bueno!» Enardecida hasta el manubrio, Palmira le jura al jardín que no le traicionará. El jardín debió de quedarse muy tranquilo. Pág. 384.- Pensando en sus muertos recientes, Palmira empieza a asumir el papel de corredentora: «Estoy convencida de que lo mejor que tengo que hacer, de todo lo que me falta por hacer, me será dictado». Sin duda, por Antonio Gala, deus ex machina que nunca falta a las citas, piensa el lector. Id.- Yo, por lo menos, nunca lo hubiese creído -¡qué disgusto!- : Antonio Gala defiende el instinto frente a la razón. Le tenía por más ilustrado. Pág. 385.- En medio de elucubraciones pseudofilosóficas tan lamentables, una desgracia más para la colección de Palmira: se muere el perro. Id.- Tengo que repetirme: que Gala adore a los perros, no le autoriza para castigarnos con una oración fúnebre tan cursilínea. Págs. 385-386.- Estas páginas me demuestran que Antonio Gala no practica este parchís literario para contentar a ese lectorado inculto y menopáusico que tanto lo quiere y a quien tanto quiere. No. Escribe lo que escribe porque siente así, porque piensa así de antiguo. Pág. 386.- A falta de plañideras, un criado viene a llorar junto a Palmira, que, cuando no puede llorar, lo hace por delegación. Y es que seguramente no se lo han permitido las reflexiones que la llevan a concluir que «la vida se va en un soplo». Id.- Palmira da el primer paso hacia la revolución: ¡tutea al criado! Pág. 387.- Se organiza una procesión para enterrar al chucho. Palmira porta la cruz de guía. Dos mujeres, sendas velas. Dos hombres, al difunto. Cuatro criados, naturalmente, que tienen que hacer el indio nocturno porque a la señora se le antoja. Nota: durante toda la novela, toca el peritoneo la forma en que el aristocratizante autor se refiere a los criados. Muy humano él, les está pasando continuamente la mano por los lomos, cuando no les pellizca los mejillones, mas sin dejar de dar por sentado que criados nacieron y así tienen que seguir, sabiendo que lo mejor que les puede pasar es ir a parar a la mansión de una persona tan humana como Antonio Gala.

Capítulo cinco. Págs. 388-389.- Palmira recibe una orden en sueños, como San José. «Tenía que ponerse a disposición del mundo» (sic. Si no lo leo no lo creo). Sabiendo lo que ha sido Palmira como anfitriona de Sevilla, el lector piensa conmiserativamente en el Secretario General de la ONU. Pág. 389.- Resulta bastante precipitada y caprichosa la transformación de la protagonista de Palmira Gala en Palmira de Calcuta. Pág. 390.- Como, según ya vimos, entre las amistades de los aristócratas «hay gente pa tó», entre ellas no falta un médico sin fronteras. Se lo había presentado nuestro entrañable Alvaro Larra, con una frase que no pronuncia ni el primero de la clase: «Pertenece a una organización internacional que se dedica a hacer el bien». ¿Quién conoce al hideput capaz de expresarse así? A mí me mandan a conjugar el verbo compuesto «yo me dedico a hacer el bien», «tú te dedicas a hacer el bien», «él/ella se dedica a hacer el bien» y me trastamarabillo antes de llegar al participio perifrástico del segundo tiempo. (Nota Si uno no se entretuviera de vez en cuando diciendo tonterías, no podría soportar los novelones de más de quinientas páginas que escriben todos estos exitosos majaderos). Pág. 390.- «que se le caigan los anillos». Pág. 391.- «la ingente labor que siempre quedaba por hacer». Pero ¿es que hay alguna labor que no sea ingente? ¡Ah, los conceptos convencionales! Todas las labores son ingentes, don Antonio, como todos los mentones prominentes, todas las frentes amplias, todos los discursos importantes y todas las novelas malas. Creo que ya se lo he dicho. Pág. 392.- «Trabajaba codo con codo». Pág. 393.- «no erraba el tiro». Id.- «No tardarían las aguas en volver a su cauce». Id.- «imposible luchar contra corriente». Id.- «estaban muy cogidos». Id.- «sin que tomaran tierra». Id.- «a pesar de los pesares». Pág. 395.- «apenas te echaban el ojo encima». Id.- «decidió cortar por lo sano». Pág. 398.- «te echamos de menos a rabiar». Pág. 399.- «mi vida ha dado un vuelco». Pág. 402.- «no fue flor de un día». Id.- En menos de diez páginas, la triste y desesperada Palmira se ha convertido en la alegría de la huerta. Id.- «le echaron todos los cables posibles». Págs. 402-403.- La idea que demuestra tener Gala de la ayuda al prójimo es absolutamente de derechas, clasista y racista. Pág. 403.- Quienes llevan toda la vida trabajando en el suburbio se ponen al borde de la desesperación sólo imaginando que Palmira, que les ayuda unas horas por las mañanas, se les vaya. ¿Cómo se las van a arreglar sin ella? Gala se empeña en que ahora admiremos como Palmira de Calcuta a quien antes quiso que admirásemos como anfitriona de Sevilla. Ni entonces lo consiguió ni ahora lo consigue. Id.- «por si las moscas». Pág. 404.- «Acudir a la brecha» Id.- Palmira de Calcuta tiene el condescendiente detalle de invitar «a los servidores» (la palabrita y el concepto se las traen) a que brinden con las amistades alcurnes a las que ha ofrecido una cena. Y es que se ha vuelto buenísima ¿saben? Según la idea que tiene Gala de la bondad de los aristogatos. Pág. 405.- Palmira, llamada a ponerse a disposición del mundo, anuncia que va a ponerse, por el momento, a disposición de Uganda. Comenta Gala: «Los sollozos de los criados resumieron, en la aromática placidez de la noche, la emoción de todos los presentes». Como tiene que ser, por lo que se ve, según el señorito Antonio: además de servidores, serviles. (Quede constancia de que no he podido escribir esto hasta reponerme del efecto de la frasecita galana sobre la aromática placidez). E insisto: Ni con lo que él cree que es un rasgo heroico, logra Antoñito que Palmira deje de ser una pedante, que no cae bien al lector.

Antes de que Palmira de Calcuta se nos convierta en Albert Schweitzer, conviene hacer una breve recapitulación. Claramente -preocupaciones de Palmira expresadas en un solo de flauta o en duo de sus dos yoes, el bueno y el tonto; conversaciones con el ama; memorable visita a Álvaro Larra, por no hablar de la solapa del libro ni de la propaganda editorial- se anuncia al lector expectante y cariacontecido que ésta va a ser la novela de la llegada de la menopausia y de sus consecuencias. Como resultado de los cambios físiológicos y psicológicos experimentados en ese trance, Palmira empieza a tener miedo del futuro y a desaprobar su pasado, a sentirse insatisfecha y descontenta, según Gala ha leído en un manual. Luego de un tiempo de desconcierto, en el que se entrega a algunos escarceos más o menos amorosos o francamente sexuales, empieza a mirar con ojos críticos a su sociedad, de la que pretende descolgarse yéndose a colaborar con una ONG, primero, a un suburbio y, finalmente, a Uganda. Pero es que, coincidiendo con todo esto, que se puede considerar consecuencia normal del climaterio, Palmira se va encontrando, como hemos visto, con que su marido la engaña con su mejor amiga; el hijo se le mata en un accidente; la hija se queda embarazada de un plebeyo y, tras una boda precipitada, alumbra a una niña mongólica; su ama y confidente se le muere, y por los mismos días, también se le muere el perro. Tal como el autor los presenta, el lector precipitado o distraído podría llegar a la conclusión de que uno y otro lote de desgracias son efectos de la misma causa. Pero no así. La verdad es que Palmira, al alcanzar la cincuentena, se encuentra con que tiene no sólo la menopausia; tiene también el cenizo.

El argumento de una novela en general y sus diversas secuencias en particular no sólo deben ser posibles, deben ser también verosímiles. El comportamiento de la protagonista de Más allá del jardín no lo resulta. Gala, excesivamente presente en el relato, no disimula que nos quiere retratar a una dama -de paso, a una familia- prototípica de una determinada sociedad; pero, a la vez, nos la presenta -al igual que a sus hijos- como capaz en todo momento de acusados anticonvencionalismos y transgresiones, y sustentadora de ideas progresistas. Palmira aparece ante el lector en un contínuo ser y no ser. Encarnando, podría decirse, casi una continua contradictio in terminis. Cuando se muestra como un miembro convencional de su clase social, el autor introduce algunas -demasiadas- cuñas de excepcionalidad, sin duda como reserva para no parecer ilógico cuando la haga dejar totalmente de serlo. Por el contrario, en sus momentos de rebeldía, piensa o actúa en muchas ocasiones -y me temo que contra el deseo del autor- de manera consecuente o inconsecuente -según el punto de vista- con como es realmente. No tengo que decir que me refiero a la realidad de la novela.

Pág. 406.- «Quizá sea como matar mosquitos a cañonazos». No ha completado una página cuando Gala obsequia a su fiel e inmarchitable lectorado con este rasgo de ingenio del tiempo de la invención de la catapulta. Pág. 407.- «En seguida captó que ser blanca le confería un grado de respeto». De respetabilidad, quería usted decir, don Antonio. Id.- Desde el aeropuerto de Nairobi llama Palmira a la embajada española y, ¿cómo no?, en seguida la reconocen bajo su disfraz de santa. Y lo que son las cosas o, dicho en lenguaje galustre: el mundo es un pañuelo. Resulta que el secretario de la embajada que va a recogerla era amigo de un sobrino de Willy. Id.- «Comprendió que se había ahogado en un vaso de agua». La seráfica bondad de los cuatro oenegés que adiestran a Palmira pone merengue en la pastelada. Id.- «lo despidió con la más amable de sus sonrisas». Pág. 413.- «Ha sido una metedura de pata». Pág. 414.- «poner pies en pared». Id.- «dar de mano». Id.- «escurrir el bulto». En sus correrías de misión en misión, acompañada, en un todoterreno, por una religiosa nativa, Palmira encuentra a un bosquimano que, apoyado en el tronco de un rabanero, lee una novela de Antonio Gala. Id.- «soy completamente seglar». ¿Conocerá Gala a alguien que sea sólo tres cuartos seglar y un cuarto cura? Pág. 417.- «Su risa le resbalaba desde los labios como un zumo de fruta». Ésta es otra de las ocasiones en que, a la atrevida metáfora, hubiese preferido una frase hecha, aunque fuese sin burbujas. Id.- «No sabía a qué carta quedarme». Pág. 418.- «debió haberse mordido la lengua». Pág. 419.- «No debería de decirlo». Sobra de. Pág. 424.- «entra el agua a chorros». Id.- «fue papel mojado». Pág. 425.- «el panorama es sombrío». Id.- «una amenaza que se respira en el aire». Id.- «esperar contra toda esperanza». Id.- «dejarlo limpio como una patena». Pág. 426.- «he caído del burro». Pág. 427.- «metidos de hoz y coz». Id.- «A nivel médico». (¡!) Págs. 428-429, ants. y ss.- Cada vez que al autor quiere enterar al lector, vía Palmira, de algo, enjareta un monólogo, a veces de más de una página, totalmente antinovelístico. Pero otras veces, y es lo peor, para eludir un discurso informativo que daría para tres o cuatro, lo que enjareta es una falsa conversación, en la que todos los interlocutores se expresan en el mismo sentido de la «demostración» que se propone el, en realidad, único ponente: Antonio Gala. Y así, a un largo discurso monocorde, lo dota de un aspecto tipográfico de conversación, a base de «dijo Bernardo», «añadió Enrique», «terció Iñaqui», «completó Rosa», «aclaró Edurne», «estuvo de acuerdo su marido», etc. Pág. 429.- «estas ayudas son un parche». Pág. 430.- «El feudalismo está todavía detrás de la puerta». Pág. 432.- «Toda la indiferencia de este mundo». Id.- «un silencio elocuente». Pág. 434.- «deja bastante que desear». Pág. 434.- Primera línea del segundo párrafo: falta coma después de mayo. Pág. 435.- «por regla general». Id.- «bajo este alud de dificultades». Id.- «medianamente bien librado». Pág. 437.- «donde ella debía de moverse a solas». Sobra de. Pág. 439.- «se encontró de manos a boca». Pág. 442.- «divide y vencerás». Id.- «se entregaba con armas y bagajes». Cada vez que Palmira hace o dice algo, el autor añade: «como una niña», recurso que al lector responsable y adusto le toca los peraltes. Y eso que la niña no ha llegado todavía a la edad del pavo. La hemos de ver derretirse en sirope con su primer amor. Pág. 443.- ¿Qué les decía? Bernardo le muerde el dedito a la nena. Quizá el público galano exige estas demostraciones de antropofagia de baja intensidad. Pág. 444.- Como deseaba el lector galudo, Palmira y Bernardo se miran por fin «con desusada intensidad». Lo había vaticinado yo: estos se salen antes o después de los usos y costumbres en cuanto a intensidad de miradas se refiere. Id.- «haciéndonos mutuamente espaldas». Pág. 445.- «arte ni parte». Págs. 446-447.- «como primera providencia». Pág. 447.- «partir de cero». Id.- «un coro de plañideras». Id. «en cuerpo y alma». Pág. 447.- Gala lo va disponiendo todo para que el idilio antimenopáusico que Palmira quiso y no pudo tener en Sevilla lo tenga en el África subsahariana. Por mucho que quiera centrar el relato en su heroica decisión de ponerse a disposición del mundo, el caso es que se le va por los derroteros de la novela rosa. Pág. 448.- «con la mayor naturalidad». Id.- Palmira y Bernardo viven juntos, pero eso no escandaliza a las monjas, aunque ignoran que lo hacen castamente. Id.- «muy a conciencia»; Id. «no era una bagatela». Id.- Los héroes se dedican a «mejorar y ampliar su casita», [rodeada] de «jugosas y fértiles colinas». Id.- «Ahora no sólo compartimos el baño, sino hasta el agua de la pila -comentó Bernando riendo el primer día». Los días sucesivos lo dijo serio. (Y es que «riendo», para evitar malentendidos, tendría que haber ido entre comas). Pág. 450.- «Sin caer en la cuenta». Págs. 450, ants. y ss.- Al lector curioso y africaner le dan más noticias de restaurantes que de dispensarios y hospitales. En uno de aquéllos, observa Bernardo: «Somos como un matrimonio de hace ya muchos años [coma que falta] que disfruta de un viaje turístico» y la jovenzuela se sonroja. El lector irresoluto y expectante empieza a dudar de si Palmira está en el primer año del climaterio o en el pimer mes de la menstruación. Pág. 451.- «desde que llegó a Gihara» debe ir entre comas. Id.- A Bernardo le da por citar a Shakespeare y empieza a ponerse pesado. Pág. 452.- Ya dije en cierta ocasión que Gala es machista. De regreso a casa, Palmira piensa que nunca se ha sentido tan femenina y, al llegar, le cose a él dos botones de una camisa. Ante las protestas de él, que tenía intención de llevarla a la hermana guardiana, pronuncia Penélope esta frase, que las feministas consideramos un pecado mortal: «¿para qué estoy yo aquí?» Pág. 453.- ¡Será posible! Gala se olvida de que Palmira ha venido a ponerse a disposición del mundo, no a preparar su ajuar. Id.- El río brilla «bajo la luz como un reguero de plata». Tan bello como original. Págs. 456, ants. y ss.- En el relato, va adquiriendo más importancia el idilio de Palmira y la construcción de su hogar que las labores humanitarias a las que se sintió llamada en memorable sueño. Ella misma se ve de aquesta guisa: «Soy como una novia que ve crecer la casa que será el nido de su amor». Pág. 456.- «saltaba dentro de su pecho». Id.- ¡Don Antonio! ¿Un andaluz laísta? «Un desasosiego la impedía razonar» Pág. 45.- «Se llamó al orden». Id.- «Brotó con una fuerza incontenible». Id.- «Pidió a Dios […] que no huyese lejos de su pecho el ave canora de la felicidad». Creo que ya lo he dicho: en ocasiones como aquesta, prefiero las frases hechas del horterismo común a las del made in Antonio Gala. Id.- «miró una vez más al reloj. Si me permite indicárselo: el reloj. Pág. 458.- Cuando no puede echar mano de una frase hecha, Gala recurre al lenguaje burocrático: «esa labor la habían cumplido las dominicas con notable eficacia». «A continuación empezaba el trabajo de enfermería propiamente dicho». Pág. 459.- «Como su incesante costumbre de escupir». Lo incesante no es la costumbre sino el hecho de escupir: «como su costumbre de escupir incesantemente». Id.- Más lenguaje burocrático: «se redactaban los partes que fuesen pertinentes». El largo informe sobre las actividades oenegescas está de más en una novela. Si alguien desea advertir la clara diferencia existente entre la literatura, bella arte, y un cuento chino (o ugandés), lea ahora El revés de la trama, de Graham Greene. Pág. 460.- Escribe físicos donde debió escribir fisiológicos. Id.- «con la obligación de avisar a Palmira en caso de desgracia especial». Expresión propia de quien no sabe expresar lo que quiere. Pág. 461.- «tomarse la justicia por su mano». Pág. 462.- «ardan en deseos». Id.- «las cosas pasen a mayores». Id.- «retornar a sus patrias respectivas». Id.- «de una vez para siempre». Id.- «sonrió para su propio sayo». Pág. 463.- Estrenan, por fin, su nueva casa, momento en que Bernardo se comporta como un auténtico personaje galano: para traspasar el umbral, toma a Palmira en brazos. No me cabe duda de que detalles así son los que encantan a las lectoras galustres. Pág. 464.- «muy de vuelta». Págs. 464, ants. y ss.- El merengue y el sirope de manzana que chorrean Palmira y Bernardo, si no son ridículos serán otra cosa. Pág. 465.- «El emplazamiento de la casa era deslumbrador«. Así no adjetiva ni la suegra poeta de Manolo el del Bombo. Id.- Así da gusto irse a Africa, a ponerse a disposición de quien sea, piensa el lector agudo y acechante. Esta novela es como aquellas películas americanas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que «demostraban» que la mayor felicidad para un hombre consistía en quedarse ciego en el frente y regresar para recibir los mejores cuidados enfermeriles de Piper Laurie o Betty Grable, y después casarse con ella, hecho ya un radar viviente. Pág. 466.- «Si mi memoria no me es infiel». Id.- Palmira anhela tener un hijo africano. Id.- Antonio Gala es un mal novelista. Y estéticamente muy pasado. Pero Antonio Gala es también un hombre inteligente y culto. ¿Cómo es posible que llegue a describir escenas como ésa en que Bernardo entra en el cuarto de Palmira y le pregunta si puede dormir con ella, pues le da miedo dormir solo. Palmira le hace sitio. «Luego cerró los ojos y oyó música». Pág. 467.- «Él prosiguió, con su flema habitual». Id.- «como si en ello les fuese la vida». Pág. 469, ants. y ss.- Palmira dice y piensa cada cosa de su amor por Bernardo, que hace pensar al lector apocalíptico e integrado que se ha olvidado del moreno charcutero de Triana. Pág. 469.- «salga a la luz». Pág. 471.- «Por nada de este mundo». Id.- «de esta agua no beberé» (es de este agua). Pág. 472.- Antonio Gala sorprende a veces a sus lectores con pensamientos tan profundos como éste: «el corazón tiene sus razones que la razón ignora», que es de Pascal. Ahora les deslumbra con esta expresión: [«el amor] que mueve el sol y las demás estrellas», como si fuese suya. ¡Es el último verso de la Divina Comedia! ¿No hay nada legislado contra estos atracos? Pág. 473.- Esto, de mayor calibre, es, sin embargo, enteramente suyo: [Bernardo entra en Palmira] «como quien entra por las puertas de su casa». Pág. 474.- «mirando al reloj». No. Mirando el reloj. Pág. 475.- «espero que ustedes fuesen respetados». No. Serán o serían. Id.- «sentirse devorada por los celos». Pág. 476.- «comenzó a hacer estragos». Pág 479.- «con el alma en un puño». Pág. 480.- «sin dar señales de vida». Id.- «a grito abierto». Pág. 481.- «Todos los refugiados en el ayuntamiento habían recibido la muerte». Esta expresión no es literaria. Pág. 482.- «Fallecieron todos». En este contexto resultaba más literario escribir «murieron». Pág. «No cabía albergar la menor esperanza». Id.- «Alentados por su ejemplo». Id.- «Se brindaron». Pág. 483, 5ª línea.- Falta una coma imprescindible después de tarea. Pág. 483 y s. En medio de las matanzas, Palmira y Bernardo no descuidan sus carantoñas y mimitos. Id.- «No se da a razones». Pág. 486.- «reanudó su rosario de desgracias». Pág. 487.- «Sentados frente a la catástrofe». Sería frente a los resultados de la catátrofe. Id.- «la suerte estaba echada».

Nota: todo el relato de la lucha tribal, matanzas, etc. está escrito en prosa de redacción colegial. Es como si esta parte fuese un trámite que el autor se ve obligado a cumplir para ir a parar a donde se ha propuesto: una nueva, y última, tragedia de Palmira. Y lo hace de la manera más pedestre posible. Pág. 488.- «…aseguró Bernardo para asegurar«. Id.- Más peligro y más cucamonas de los pichones cincuentañeros. Pág. 490.- «Llovía a cántaros». Pág. 491.- Pararrayos de contratiempos y otras desgracias, Palmira va a parir y la criatura viene de nalgas. Incluso ante semejante circunstancia, los cincuentañeros intercambian sonrisitas. No han pensado aún que, en vez de a disposición del mundo, Palmira se tendrá que poner exclusivamente a la de Antoñito. Id.- Escribe: «era inminente facilitar la rotación del niño», cuando lo que quiere decir es algo así como que era imprescindible o urgente facilitar en seguida la rotación del niño. Pág. 492.- «La miró de pasada». Id.- «no había abierto la boca». Id.- «Con ojos desorbitados».

Id.- Última desgracia de Palmira: asesinan a Bernardo. Última inverosimilitud del libro: la reacción de Palmira