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El José nuevo de Heribert Prantl

Fuentes: Rebelión

Heribert Prantl me escribe una larga carta sobre un pensamiento, que le ronda desde tiempo. Y yo, paseando por las desérticas calles de München este día de Navidad, con el Süddeutsche Zeitung bajo el brazo, les revelo en detalle su idea: A menudo, sin razón, se presenta a José en los belenes como accesorio y […]

Heribert Prantl me escribe una larga carta sobre un pensamiento, que le ronda desde tiempo. Y yo, paseando por las desérticas calles de München este día de Navidad, con el Süddeutsche Zeitung bajo el brazo, les revelo en detalle su idea:

A menudo, sin razón, se presenta a José en los belenes como accesorio y figura de adorno, y con frecuencia se le mira con una cierta sonrisa compasiva. Los padres de la Iglesia han convertido el nacimiento virginal de María en un dogma sexual. Y no, el nacimiento virginal significa un adiós al patriarcado, José fue un héroe moderno.

Desde siglos este hombre juega un papel secundario, superfluo. En muchas representaciones aparece con una lámpara en la mano como sirviendo para algo: iluminando la cueva en la que yace el niño. No es su padre biológico sino el padre acogente, el padre que le alimenta. Hoy le denominaríamos el padre social y legal. Dicen los Evangelios a este respecto: que María quedó embarazada del espíritu santo. Pero de ello no hay huella en el establo de Belén. Y de ahí se deriva ese su formidable papel secundario en el mundo: Porque es un tipo de buena pasta tiene un sitio en el establo divino.

Esta representación iconográfica tiene una larga historia; las antiguas representaciones de la cueva sólo muestran a María y al niño. Luego el santo José se ha convertido en adorno familiar junto al buey y la mula. Pero para que nadie tenga la más mínima duda de que José pudiera ser el padre biológico se le pinta oportunamente como hombre mayor, entrado en años. Y esto es una maldad, según los textos bíblicos él era bastante viril puesto que Jesús tuvo una serie de hermanos y hermanas (véase Mt. 13, 55s). Sólo porque María, según el dogma católico, siguió siendo virgen eternamente, la exégesis hace esas contorsiones y dislocaciones tan divertidas, declarándoles «primos y primas». José no se opone al papel que se le asigna: el de abuelo. Él no dice ni mu en todo el relato bíblico, no se nos transmite de él frase alguna; de ahí que se nos muestre como un poco idiota, como un necio bonachón, como un santo que se le hace importante. Pero esto es completamente falso. Es hora de rehabilitarle.

José es carpintero, y no sólo es bondadoso y buena persona, que también, sino que tiene garra, y protege a la madre y al niño, primero, ante la ley para que no lapiden a una esposa infiel y, luego, ante el rey Herodes y sus escuadrones de la muerte, que quieren matar al recién nacido. José huyó con María y el niño a Egipto. Así está escrito en la Biblia. Los Evangelios le muestran como un hombre con corazón. Por eso José es un héroe del día a día. Pero es que él es esto y mucho más: Ha llevado a cabo la revolución de la Navidad. Y esta revolución es el meollo escondido de la parte más inverosímil de la historia navideña, de la narración del nacimiento de virgen.

Los doctores de la Iglesia han profanado la historia del nacimiento de virgen, casi a lo largo de dos milenios, para condenar la sexualidad y loar como gran ideal la virginidad y la abstinencia sexual. Los sabios de la Iglesia han convertido en doctrina sexual, en dogma sexual, el nacimiento de virgen; y lo han hecho como si la doctrina o la enseñanza del nacimiento de virgen fuera un apartado especial de la sexología. Convirtiendo el acto sexual o polvo y procreación en un acto de mancilla y contaminación, sólo María puede ser descrita como la «sin mancha», la inmaculada. Grave malentendido.

El nacimiento de virgen significa otra cosa muy distinta, nada que ver con un sentido biológico sino con un sentido espiritual. La verdad sobre esta virginidad no se encuentra, halla o reside en un examen ginecológico. Los evangelistas, que escriben sobre el nacimiento de virgen, son teólogos, no sexólogos. Ellos no hablan de la reproducción humana sino del progreso de lo humano. El nacimiento de virgen es anuncio y clave de una idea emancipadora, es un concepto de libertad. El lenguaje de la Biblia y del credo es aquí un lenguaje mítico, no histórico o de ciencia natural.

«Nacimiento de virgen» quiere decir que llega algo completamente nuevo, no surgido del poder de varón, del poder macho, del polvo del tío. Un adiós a las viejas estructuras de poder. La historia de la Navidad se inicia con la despedida del patriarcado. Se inicia lo nuevo en el mundo sin intervención de la potencia varonil, por la fuerza del espíritu. «Espíritu» en la Biblia hebrea es femenino, una fuerza creadora, mujeril, pentecostal, que reforma, revoluciona, que hace nuevo. Por eso María prorrumpe a gritos y canta su magnificat: «Dios derriba del trono a los poderosos». La leyenda del nacimiento de virgen pone el hacha en la raíz de ese pensamiento y esas estructuras clásicas de poder. Se acabó la historia de que todo está determinado por el origen y el linaje, y que sólo es atribuible a un padre. La historia navideña es, por tanto, también una historia confortante para todas las personas que viven en estructuras complejas de familia. Las relaciones en la cueva son complicadas para el chaval, pero allí, como hoy ocurre a menudo, no se disputa el orden de jerarquía de los padres y la verdadera coordinación de los hijos: ¿Es la del casado con la madre, es la del procreador o la del que cambia pañales? Uno se espanta ante la irresolución y vacilación, que se da en los tribunales a la hora de sacar a un niño del marco prescrito por la codicia y situarle en el sitio requerido.

José es el tipo opuesto a esa figura de hombre patriarcal, por eso uno le acoge con una sonrisa compasiva como santo adorno, en calzonazos, en hombre convertido en viejo e impotente. Durante siglos ha regido esa imagen de hombre muy anti-José, prototipo de hombre mancillado en su honra, porque la mujer debía pertenecerle, y el ir con otro y quedar embarazada…, ¡oh, entonces el fruto de su vientre se convertía en «falsa alhaja», en bien extraño rechazable!

La historia de la Navidad es la despedida y el adiós para siempre de estas y otras estructuras de poder clásicas; muestra el nacimiento y partida de maneras de comportamiento transmitidas, heredadas, y enseña el nuevo nacimiento. Siempre han existido, a lo largo de la historia, nuevos inicios reformadores, nuevos intentos antipatriarcales: Francisco de Asís, que se apartó de su rico padre; los valdenses; Lutero, que primero, cuando se hizo monje, no obedeció a su padre, y más tarde negó obediencia al papa. A uno le viene a la memoria también Marie Juchacz, quien hace 95 años y como primera mujer en el parlamento alemán, pronunció aquellas palabras: «señores y señoras».

A los nuevos inicios les ocurre con frecuencia, por desgracia, que son atacados por la recuperación y vigor de las caducas y viejas fuerzas del pasado, y la idea revolucionaria del nacimiento de virgen se convierte en un dogma sexual, y sucede que hombres, que en tiempos fueron activistas del movimiento por la paz, se convierten en ministros que lanzan bombas, y de un profesor de universidad, especialista en derechos humanos, se hace un presidente, que ordena asesinatos extralegales mediante drohnes.

No obstante no hay que dejar que a uno le arrebaten la fe en el derecho, como despedida del pensamiento caduco y senil, la fe en la libertad liberándola de ancestrales prejuicios y ataduras…, es la fe en la Navidad, y José lo vivió, por eso es un héroe, un héroe que no quiso ser tal.

Necesitaríamos más Josés en este mundo y el mundo sería más humano.

¡Feliz Navidad, Heribert Prantl!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.