La derecha latinoamericana y colombiana siempre se ha caracterizado por su brutalidad y su ignorancia, la cual se manifiesta tanto en sus acciones como en el lenguaje que emplea para justificarlas. Ese lenguaje se usa como una cortina de humo para desfigurar conscientemente la realidad e impedir la comprensión de la misma de manera crítica […]
La derecha latinoamericana y colombiana siempre se ha caracterizado por su brutalidad y su ignorancia, la cual se manifiesta tanto en sus acciones como en el lenguaje que emplea para justificarlas. Ese lenguaje se usa como una cortina de humo para desfigurar conscientemente la realidad e impedir la comprensión de la misma de manera crítica y para convertir a la gente en un rebaño sumiso e indolente, como lo vemos hoy en nuestro país, así como para justificar la desigualdad, la miseria y la violencia. En Colombia, el proyecto traqueto (gansteril) y de extrema derecha que se ha impuesto a sangre y fuego ha recurrido a lo que considera una «novedosa» utilización del lenguaje, un intento que no es ni mucho menos original, si recordamos experiencias similares en la Alemania nazi, en la Italia fascista, en la España franquista o en las dictaduras de Pinochet en Chile y Videla en Argentina.
El lenguaje del uribismo está formado por oximorones, es decir, por términos en sí mismo contradictorios, algo así como afirmar la claridad de la oscuridad, o el calor de la nieve o la sequedad del agua. En ese sentido, tal vez el oximorón más notable ha consistido en afirmar, por boca del mismo AUV, que se va a construir una carretera ecológica en el Tapón del Darién, en plena selva del Pacífico, para completar la vía Panamericana. Sobran comentarios a tan grandioso descubrimiento, cuando hasta la persona dotada del más elemental sentido común entiende que una carretera es lo más antiecológico que existe.
Ese lenguaje también acude al uso de términos que originalmente tienen otro sentido, que ahora ha sido totalmente transformado, cuando se habla, para citar algunos casos, de «Revolución educativa» para caracterizar la brutalización completa del pueblo colombiano, de «migrantes» para denominar a los cuatro millones de desplazados, de «acuerdos de paz» para legitimar la legalización de bandas narcoparamilitares, o de «contratistas» para referirse a los mercenarios gringos.
De la misma manera, el lenguaje del régimen suele banalizar hechos de una gravedad extrema usando eufemismos, o sea diciendo mentiras, como cuando se acuña la noción de falsos positivos para referirse a los crímenes cometidos contra gente indefensa o, en aplicación del lenguaje imperialista de Washington, se habla de «ubicaciones de cooperación en seguridad» para denominar a las bases militares en suelo nacional.
Igualmente, la imposición de este tipo de lenguaje corre paralelo con la prohibición de palabras consideradas impronunciables por el régimen, como sucede con reforma agraria, conflicto armado, insurgencia, movimientos guerrilleros, desigualdad, las cuales han sido erradicadas del lenguaje cotidiano en los últimos siete años.
Con relación al lenguaje uribista, deben destacarse dos términos que en las últimas semanas han adquirido gran relieve: «estado de opinión» y «soberanía nacional». En cuanto al primero se dice, en lo que los aduladores del régimen, consideran un extraordinario desarrollo teórico, que es «la etapa superior del estado de derecho», para justificar todas las tropelías y maniobras fraudulentas que se han cometido para aprobar las reelecciones, bajo el pretexto que el eterno candidato-presidente es aclamado por el pueblo, vía manipuladas encuestas de opinión y mentiras mediáticas, y que éste quiere mantenerlo en el poder en forma permanente. Sin embargo, sobre el pretendido «estado de opinión» hay un hecho reciente que lo ha puesto en aprietos: la cumbre de UNASUR.
En efecto, si el régimen uribista reclama el «estado de opinión» para hacer lo que se le venga en gana en el país, por qué no lo aplica en América Latina, donde la mayor parte de los países ha condenado la instalación de bases militares de los Estados Unidos. Ahí si ni se menciona el tan mentado «estado de opinión», con lo cual se desconoce la convicción dominante en más de 10 países de Sudamérica sobre lo inconveniente que resulta la presencia de soldados y mercenarios de los Estados Unidos en nuestro mancillado suelo. Esta opinión de las mayorías latinoamericanas es hecha a un lado, e incluso se le calumnia y vilipendia por los plumíferos del régimen uribista, acudiendo a otra noción muy mencionada en estos días en Colombia: la soberanía nacional.
Y con el uso de este término son todavía más evidentes los abusos del lenguaje por parte de la extrema derecha y sus áulicos de prensa, que han escrito mares de tinta o han esparcido mucha verborrea para justificar la imposición de las bases militares de los Estados Unidos en Colombia a nombre de la soberanía nacional. Este puede considerarse como el oximoron mayor, puesto que es muy difícil encontrar una contradicción tan flagrante en los términos y, por supuesto, en la realidad. Porque lo que resulta notable radica en que se reivindique la soberanía nacional contra los países vecinos a nombre de entregarla en bandeja de plata y en forma indigna a los Estados Unidos. En esta lógica de pervertir el lenguaje hasta límites inconcebibles se han visto muchos descaros en estos días, entre los que pueden mencionarse algunos casos, a manera de ejemplos.
-Se ha acusado al gobierno de Venezuela de violar la soberanía colombiana por su rechazo a la implantación de las bases militares, cuando quien violenta la soberanía y dignidad, no sólo de Venezuela sino de todo el continente, es el ilegal régimen uribista no sólo por las bases mismas, sino por todas las agresiones cometidas en los últimos años, entre la que sobresalen el secuestro de connacionales en territorio venezolano por parte de fuerzas represivas del estado colombiano.
-La organización de marchas pretendidamente mundiales, con la participación de la CIA, vía Facebook, y adictos incondicionales del uribismo para agitar la consigna «No más Chávez», a la par que se piden más gringos, más dependencia, más armas, más bombarderos y más bases. No por azar en esa vergonzosa marcha, por fortuna un ridículo fracaso, desfilaron por las calles de Bogotá unos cuantos «niños bien» con banderas de los Estados Unidos y algunos entre ellos enarbolaban la esvástica nazi. Es bueno recordar sobre este mismo asunto que en Tegucigalpa se realizó una marcha antichavista, encabezada nada más ni nada menos, por si hubiera dudas sobre el verdadero sentido de este proyecto antilatinoamericano, que por el dictador ilegal de turno, Gorileti.
-Las cínicas declaraciones del virrey que manda en este país y que oficia como Embajador de Estados Unidos, William Brownflied, en las que sin aspavientos sostiene que no ve razones justificadas para que se haga tanto escándalo por los delitos cometidos por soldados de los Estados Unidos en territorio colombiano, si solo se sabe de seis casos de violación de jóvenes de este país por parte de los marines yanquis. Como quien dice, no se quejen por la violación de algunas jóvenes colombianas, puesto que en Iraq y Afganistán los soldados gringos no sólo violan a las mujeres, sino que además las torturan, las matan y filman orgías sangrientas con ellas. Si esas violaciones son poca cosa para Mr Brownflied ¿que diría él si a la que violaran en Colombia fuera a su mujer? ¿Tendría la misma condescendencia con un violador criollo que la que él tiene con los soldados y mercenarios made in USA? ¿Y a propósito donde queda la violación de la soberanía nacional?
Estos hechos, entre muchos, indican bien la idea de soberanía que tienen las clases dominantes de este país, y que ha ido calando en importantes círculos de la población. Esa idea de «soberanía» se basa en la oposición a todo aquello que intente construir otro tipo de sociedad en los países vecinos, en sabotear cualquier proyecto de integración latinoamericana, en entregar sin tapujos los recursos naturales y energéticos del país, en convertir a Colombia en un paraíso de las multinacionales de los Estados Unidos y de Europa, en hacer de nuestro territorio un portaviones terrestre de las tropas yanquis, en fin, en transformarnos en la práctica en otro estado libre asociado de los Estados Unidos, como Puerto Rico.
Como esto no tiene nada que ver con la soberanía nacional, cuya características distintivas son la independencia, la autonomía y el respeto a los otros países, nada de lo cual se vive y practica en este régimen traqueto, entonces podemos intuir que ciertos politólogos del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) y la Universidad de los Andes, voceros incondicionales de AUV, deben estar en camino de patentar un nuevo término, que de seguro enriquecerá el lenguaje de la estupidez humana y producirá burlas en todo el mundo, como podría ser el de soberanía colonial. Esta no es otro cosa que el proyecto de los arrodillados y de los abyectos, propio de los cipayos, que a cambio de un autógrafo del mandamás del imperio -recordemos que Obama le firmó una servilleta, para más señas, a Uribe en la cumbre de las Américas, efectuada en Trinidad y Tobago- están dispuestos a entregar todo un país, con sus riquezas y sus gentes.
Con esta perspectiva, no sería sorprendente que en pocos días el «honorable» Senado de la República de esa finca ganadera llamada Colombia aprobara un proyecto en el que se ordene cambiar el pabellón colombiano por otro en el cual ondeen las barras y las estrellas, convierta al inglés en nuestro idioma oficial, transforme la Plaza de Bolívar (al fin y al cabo, el primer infiltrado de Venezuela en los asuntos internos de esta «soberana» hacienda) en Plaza de George Washington, decida sustituir el ajiaco santafereño o la bandeja paisa como platos nacionales por la hamburguesa y la coca cola como los «emblemas dietéticos» de Colombia y, en fin, disponga la obligación de enseñar la historia de los Estados Unidos en sustitución de nuestra historia y la de América Latina. Todo ello sería la más auténtica y genuina expresión de la soberanía colonial, de la cual el régimen de AUV, que gobierna en forma ilegal a Colombia, es desde ya su más indigno vocero y representante.