Traducción de Susana Merino
La crisis de 1929 había colocado al liberalismo a la defensiva o hasta fuera del campo ideológico de los debates, por existir consenso en culparlo de la anarquía de los mercados existente en la base de la mayor crisis vivida por el capitalismo. El modelo keynesiano, la economía soviética centralmente planificada y los modelos fascistas -especialmente en Alemania e Italia- tienen componentes antineoliberales tanto en el plano económico como en el político.
El agotamiento del ciclo largo expansivo del capitalismo de la segunda posguerra permitió el renacimiento del liberalismo en el plano económico, con el diagnóstico de que solamente la desregulación de la economía permitiría recuperar el crecimiento. Fue un diagnóstico vencedor, ante el agotado keynesianismo -y con él la social democracia- y ante la ausencia de una interpretación anticapitalista que disputase la hegemonía del nuevo modelo ascendente, que retomaba las tradiciones liberales en el plano económico.
Por otra parte, el fin de la URSS y del campo socialista permitieron recomponer la vigencia del liberalismo político, a partir de las teorías del totalitarismo -que partiendo de la polarización democracia/totalitarismo como predominante para interpretar la historia contemporánea, busca amalgamar en dicha categoría al nazismo y al socialismo soviético-. El esquema formal de la democracia liberal ganó carácter de valor universal, convirtiéndose en la propia definición de la democracia, con sus reglas generales: elecciones periódicas, separación de los poderes del Estado, pluralidad de partidos, prensa «libre», identificada como prensa privada.
Esa ofensiva liberal – ya sea en las dos dimensiones la económica y la política o ya sea en una de ellas – funcionó como un vendaval en el campo teórico arrasando con las resistencias keynesianas, especialmente en el campo de la izquierda. Como si, condenados al capitalismo, fuese mejor optar por su versión «democrática», es decir liberal, aunque estuviese acompañada del ideario económico neoliberal. Ya que sería un freno defensivo contra las recaídas -consideradas estructurales- del socialismo en totalitarismos.
Un análisis fundamental de Perry Anderson demuestra como los teóricos clásicos de la radicalización de la democracia y en un caso, la fusión del socialismo y el liberalismo -como John Rawls, Habermas, Bobbio- terminan defendiendo a las «guerras humanitarias» como forma de imponer los valores supuestamente universales del liberalismo (Nota: Anderson, Perry, «Arms and Rights: The Adjustable Center», en Spectrum, Ed. Verso, Londres 2005).
El eurocentrismo, ahora en la versión yanqui del «modo de vida usamericano» creció en todos los cuadrantes, conquisto aires de universalismo, se mareó con el derecho a invadir, destruir, ocupar, imponer su modo de vida, como si hubiese sido legitimado por un derecho universal. (Terminada la URSS, Tony Blair recicló la OTAN para transfomarla en un bastión de los «derechos humanos» en el mundo, acuñando la expresión «guerra humanitarias» nueva bandera de los imperios, especie de «imperialismo humanitario » o de «imperialismo de los derechos humanos» contra las periferies).
El socialismo reducido al destino totalitario, el capitalismo al inexorable destino de la democracia se redujo a la democracia liberal, el sistema económico a capitalismo.. Desaparecerán esas especificidades, con el socialismo desaparecerá también su antípoda -el capitalismo- como victoria de la tesis del «fin de la historia». Todo lo que aconteciere se producirá en el horizonte de la democracia liberal y de la economía de mercado, lo demás serían retrocesos, no avances.
La fuerza ideológica de la derecha procede del renacimiento del liberalismo. Aun con el agotamiento del modelo neoliberal, su expresión política parece sobrevivir sin heridas, como si entre ellos no existiesen relaciones umbilicales. La democracia reinstaurada en el Brasil tuvo límites claramente liberales, que no alteraron las relaciones de poder -de la tierra, del dinero- heredadas de la dictadura, a tal punto que ha sido víctima indefensa de las políticas neoliberales, de absoluta mercantilización de la sociedad a las que resultó funcional.
Superar el modelo neoliberal supone no solo desarrollar un nuevo modelo económico sino un modelo político que democratice profundamente las estructuras del Estado y se adapte a las necesidades de profunda democratización de nuestra sociedad: de la propiedad de la tierra, del capital financiero, de los medios entre tantos otros aspectos.
Superar el neoliberalismo como un objetivo urgente significa también encarar la superación del liberalismo y del capitalismo. Crear un nuevo bloque social, político y cultural de fuerzas de nivel nacional que hegemonice el proceso de transformaciones antineoliberales, en una dinámica de construcción de nuevas formas de poder popular y de una sociedad humanista, solidaria, socialista.
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