Una nueva conciencia social cuestiona la era del bienestar y se refleja tanto en el estallido social del 18-O como en la pandemia covid 19. Desde luego los orígenes de estos fenómenos son diferentes y sus caracteres también, pero ambos se potencian. Hay que remontarse a la expectativa despertadas por el bienestar en sus orígenes tras la Segunda Guerra. La humanidad pasó por una edad de oro, inaugurada en los años sesenta.
El hecho es conocido: la humanidad venía saliendo de una guerra mundial y de la creación de un nuevo orden internacional. La humanidad había dejado atrás la amenaza totalitaria del régimen nazista que se había cernido ante todo el mundo. Después vino una recuperación económica sostenida junto a una ola creativa en el terreno cultural, lo que se llamó la contracultura. Los sesenta también representó la primera barrera de contención por parte de una generación rebelde frente a anteponer la economía a las preocupaciones más personales. Hay un film que refleja esta disputa, El graduado, que opone a un joven norteamericano que ha estudiado en una importante universidad, que viene de graduarse y recibe la presión de sus mayores para elegir la via del progreso tecnológico : “plastic”. El joven siente que sus valores morales son puesto en cuestión, siente la frivolidad del nuevo mundo al cual es invitado, su padre empresario le regala un auto deportivo y la mujer del mejor amigo del padre busca seducirlo y apartarlo de su prometedora hija. La moraleja del film : el joven busca preservar una forma más humana de establecer relaciones, evitar ser capturado por el éxito fácil, tener la experiencia de enamorarse y ser correspondido, invertir las opciones de vida. Este film siempre me ha indicado que ya en los años sesenta se veía que una ola de progresismo fácil se oponía al desarrollo personal. Prosperidad, ¿a cambio de qué?
Pero también los sesenta significó un cambio de actitud frente al bienestar social. De repente una clase media más educada se encontraba con posibilidades de viajar y tener bienes de consumo antes inalcanzables. Aumentaba la capacidad de hacer negocios y obtener ganancias antes no vistas. Los baby boomers se constituyeron en la generación que más dinero ganó en la historia de los Estados Unidos y que se abrió a un consumo inusitado. Toda esta ola de consumo, que ya se vislumbra en el film El graduado, llegaría hasta nuestros países impulsada por el neoliberalismo de los años setenta. Será central considerar que en Europa existía una política de bienestar social distinta del bienestar individual de la sociedad norteamericana. En América latina ambas concepciones se extremaban con soluciones que variaban desde la revolución popular y su anhelo de igualdad radical hasta la exacerbación del éxito personal y la meritocracia de los regímenes de derecha.
Lo que hemos abandonado desde entonces es la capacidad de pasarlo bien por una concepción de bienestar que es ostentosa, la capacidad de soñar en conjunto cambiada por el señuelo de la meritocracia y el éxito individual, el cambio social reemplazado por el progreso acelerado, la experimentación artística reemplazada por el éxito de los altos rating, el desarrollo armónico reemplazado por la contaminación de las fuentes productivas, las libertades individuales reemplazadas por el aprovechamiento individual. Toda esta derivación de una sociedad más libre y equilibrada por otra egoísta e ensimismada ha sido producida marginando al Estado a un rol subsidiario que impide cumplir un rol de asistencia al desarrollo social y personal. La pandemia que experimentamos nos viene a recordar que no vivimos sólo de nuestros méritos sino de la contribución colectiva. Nos viene a recordar que el planeta es la casa común y la naturaleza el cuerpo en el cual existimos.
Lo que hoy está en juego en el país es la existencia o no de una idea de pueblo. Carlos Peña sostiene que el rasgo más especifico del estallido social que hemos conocido es lo que llama la paradoja del bienestar. Aduce que desde 1990 hasta ahora ha bajado el índice de la pobreza desde un 50% a 9 %, y que en esto se traduce el éxito de nuestro acelerado progreso. Ha habido, mayor bienestar para la población en los últimos 30 años; entonces ¿porqué existe malestar en la gente? Paradójicamente el malestar sería consecuencia de nuestro éxito económico, de un mayor ingreso per cápita . El malestar, sostiene, no parte de una desigualdad, puesto que todos estamos mejor que hace 30 años. Otros países con mayor desigualdad que el nuestro se mantiene con tranquilidad social. El vector del malestar no es la desigualdad, dice él, sino la dificultad para adecuarse al cambio acelerado por la que pasa el mundo. Más aún, los jóvenes, la generación más preparada de todos los tiempos, nos muestran el predominio de la anomia, un desprecio por las normas y la autoridad, que sería otro componente del estallido.
El estallido social de Octubre nos dice otra cosa. El malestar es producto de una aspiración insatisfecha. Se le prometió al pueblo que, producto de la revolución tecnológica y las políticas neocapitalistas, íbamos a entrar todos a un paraíso económico. Al cabo de treinta años descubrimos que el Paraíso era un paraíso desigual. Que los que entrábamos al paraíso no entrábamos en igualdad de condiciones, había grandes oportunidades para pocos y pocas para muchos. El malestar es una gran desilusión de no poder tocar el paraíso prometido. El progreso acelerado premia más algunos que a otros dejando atrás el valor de la meritocracia. ¿Para qué esforzarse, dicen los jóvenes, si siempre habrá una élite mejor posicionada para beneficiarse del progreso? El malestar es la señal de que el modelo escondía un diseño desigual. Es como las sociedades piramidales que hablan de fortunas que se pueden adquirir fácilmente pero que no hablan de que los afortunados están asignados de antemano. Estas promesas, en las que creíste y entregaste tu confianza, resultaron un engaño. La promesa exacerbó la expectativa, este extravío afectó a todo el mundo, menos a los privilegiados que encontraron su propio paraíso: los paraísos fiscales. La razón del descontento es haber descubierto que el paraíso prometido era desigual. O dicho en otras palabras : que la cancha no era pareja. Ahí radica la queja.
Gabriela Mistral expresaba esta desilusión cuando escribía aquel bello poema: Todas íbamos a ser reinas. Es lo que pasa cuando te prometen algo que es irreal, o que es una verdad a medias, donde tú cifras esperanzas que no debieras haber despertado, porque la vida no funciona así. Hemos vivido de prestado con un estándar que no corresponde, que nos hace que creer que somos más ricos de lo que en realidad somos. Todo va bien hasta que la burbuja económica estalla. En el camino por alcanzar ese anhelado mejor estándar has botado muchos valores que antes tenías porque ahora no te sirven. Dejaste de ser solidario porque ya no sirve. Dejaste de vivir de tu salario porque ahora ya no sirve. Dejaste de veranear en Chile porque no es tu estándar. Dejaste de andar en bus porque ya no es para ti, tampoco utilizar la salud pública. Por eso había que salir a protestar en la calle.
Carlos Peña no entiende el carácter de la manifestación del 25-O. Dice: “Una muchedumbre de solitarios, cada uno con sus reivindicaciones, no había en ella ni orgánica que la condujera ni programa ideológico que orientara sus peticiones. Pronto hubo una atribución: la demanda por una nueva constitución. Pero es obvio que la gente no se movilizó para lograr un cambio constitucional, fue una adscripción posterior”. Está claro que Peña no puede leer la movilización sino como una anomalía. No puede entender un movimiento sin tutelas, ni siquiera adscribe la existencia del pueblo, lo ignora. Lo que la marcha del 25 de Octubre mostró fue el rostro oculto de una realidad social: no era una reunión de gente curiosa ni miedosa, tampoco se levantaban consignas, entonces, ¿para qué se reunieron los que marcharon?: porque despertaban y dejaban de creer en el paraíso prometido. El cambio constitucional se decantó por si solo, no fue ni mágico ni inducido. No habían fuerzas políticas capaces de legitimar un cambio ni inducir el pedido de una nueva constitución. El 25-O fue un gran aprendizaje de cómo funciona un movimiento social sin tutelas pero con demandas constituidas que confluyen como un solo sentir. Lo que reveló el estallido del 18-0 unido a la marcha del 25-O fue la presencia real del pueblo, denostado, ignorado, omitido por el discurso político en los últimos treinta años. Bastó una semana para hacer despertar a la fuerza popular.
Hoy día leo al poeta Pablo Paredes, flamante ganador del premio de Revista de Libros de El Mercurio, que dice lo siguiente: “Había dinamita por todas partes, pero el 18 de Octubre terminó con esas anécdotas suicidas y generó un bloque. Ese bloque no es otra cosa que el pueblo y, bueno, el pueblo es también la palabra pueblo y ahora se puede decir de nuevo sin pudor, sin parecer trasnochado”. ¿Qué les parece? Un joven de 37 años afirmando que el pueblo no es una alucinación de unos locos, él también lo vio en esa marcha, y tal vez millones, salvo los que siempre lo negarán. Paredes sostiene: “El estallido chileno, y todo lo que lo precedió, ya cambió el lenguaje, es imposible que no cambie las instituciones y de manera profunda”, y como lo dijo otro observador social, el cantante Jorge González, el cambio ya no tiene vuelta atrás.
¿Qué había pasado desde los sesenta? Una realidad que se impuso en los sesenta fue la idea de pueblo como la emergencia de voces acalladas que irrumpían en la sociedad, desde la música y la poesía popular que Violeta Parra extraía el valle central chileno hasta las organizaciones sociales de pobladores,campesinos, obreros, jóvenes universitarios, profesionales que se hacían presentes. La presencia popular se hacía sentir, el ideal libertario estaba instalado y la memoria no se había acallada. Pero necesitaba de más alas para volar alto, momento que llega cuando el modelo neoliberal se agota y el malestar social se agudiza.
Hoy día vuelven aparecer los negacionistas, como el abogado José Luis Cea, coincidiendo con Carlos Peña en el carácter “fantasmal” de la marcha del 25 de Octubre: fueron, dice, 1.200.000 almas individuales , pero sin organización y sin que nadie las encauzara, oportunidad que los sectores de izquierda no dejaron escapar y aprovecharon para capitalizar el movimiento a favor de una nueva constitución a todas luces innecesaria, concluyendo: “es evidente que eso no se hizo entre la noche del 10 de noviembre en la casa de Piñera al acuerdo de la madrugada del viernes 15”, hubo concertación previa. Cea, como antes Peña, son incrédulos, no creen que pueda existir una instancia de convocatoria popular autónoma, ven conspiraciones tras la marcha y aprovechamiento político en consecuencia. Todo su análisis está contaminado y distorsionado bajo el peso negacionista.
Un paradigma dominante en el país en los últimos treinta años ha ido excluyendo sistemáticamente la idea de pueblo. Agreguemos que el paradigma capitalismo versus socialismo, surgido de la revolución industrial y que nos ha regido por más de un siglo, está en declinación. Habría que buscar un vector propio de un nuevo paradigma. En tiempo de la revolución francesa se habló de libertad, igualdad y fraternidad. De los tres, dos se pudieron recoger: los derechos humanos y el ideal de igualdad social o socialismo. ¿Y qué pasó con la fraternidad?, ¿fue acaso un error?, quedó relegada, tal vez su momento ha llegado. Desde luego esta idea hay que depurarla, ya no se puede hablar de una idea de fraternidad romántica como lo proponía Schiller vía Beethoven y su novena sinfonía, tan amplia que se diluía. El vector deberíamos correrlo hacia el mundo de oportunidades que hoy ofrece el mundo y que no se pueden tomar. Nuevas oportunidades que surgen con la revolución tecnológica y que afectan el mercado laboral. Ya no podemos seguir trabajando como se hacía en la era industrial. La pandemia ha acelerado la instalación del teletrabajo. Lo que está cambiando es el carácter del trabajo. Encontrar el espacio propiamente humano de la acción humana. Multiplicar las fuentes laborales, como lo conocemos hoy día, sería inútil. El concepto vigente de trabajo nos remite a un concepto de cuño capitalista, una creación que el capital elabora. No es empleo lo que necesitamos, el empleo ha quedado caduco con el viejo paradigma. Fíjense a lo que hemos llegado, a cuestionar el empleo. Cuesta pensar algo diferente pero tenemos que cambiar el paradigma. Cuando tú buscas darle un carácter democrático al proyecto, requieres que esté sustentado en la iniciativa del pueblo. Ese será nuestro punto de partida. Partamos por abandonar la idea de empleo tal como lo hemos conocido hasta ahora, de carácter unidireccional y jerárquico. Y reemplazarlo por la multiplicación de oportunidades que la sociedad actual nos presenta, con el fin de apropiarnos de una actividad determinada, y conseguir establecer nuestra vida. Así llegamos al ideal de libertad individual de los años sesenta, el ideal perdido que no debemos confundir con el individualismo. ¿cómo preservar este ideal de libertad individual? Podemos desarrollarnos individualmente si recuperamos el ideal de vida de lo sesenta, austero, cooperativo, más creativo y con respeto por los otros. La fraternidad hoy día se manifiesta en tener respeto por el otro sin cerrarle el camino a su legítimo desarrollo. Nuestra hipótesis inicial hablaba de una época que planteó un cambio de paradigma, que luchó contra el triunfalismo del éxito fácil, que buscaba preservar una forma más humana de establecer relaciones, que invitaba a la subversión de valores que la sociedad de consumo te proponía. Raúl Ruiz, cineasta chileno, sostenía que el paradigma dominante consistía en crear ganadores y perdedores, donde el que gana establece las reglas de un juego perverso: “el juego en que el ganador gana más de lo que puede gastar y el perdedor pierde lo que nunca ha tenido”. Por eso Ruiz propugna el retorno a la cultura popular como antes el romanticismo propugnaba un retorno a la naturaleza. Un modo que respeta el terreno parejo y la sabiduría de las relaciones con la naturaleza. El empleo como lo conocemos termina por hipotecar todo tu tiempo, siempre nos falta el tiempo. Dejas de ser administrador de tu propio tiempo. La cuarentena nos ha mostrado como administrar el tiempo que has recuperado por la detención de tu actividad regular.
En tiempos de crisis es necesario volver a contemplar lo que hemos tenido, y no por nostalgia sino porque nos encontramos perdidos. Es reencontrarnos con nuestras experiencias, volver a experimentar las buenas vibras que una vez nos satisficieron y que sentimos que nos desposeyeron. No estábamos equivocados, viene a decir el estallido, la culpa no era tuya. Hay ya voces de arrepentidos que dicen se equivocaron por denostar los cambios de fondo que la sociedad chilena demandaba, tildando de “senseteros” a los denunciantes. La gran miopía fue haber dejado de creer en el pueblo y no haber visto sus necesidades reales. El casillero vacío del pueblo lo ocuparon cifras estadísticas que como sostiene Peña indicaban que en Chile había menos pobreza. Hoy día se sigue oponiendo las cifras a las vidas en peligro. El país despertó de un engaño.
Sergio Navarro es Cineasta y Doctor en Estudios Americanos por la USACH – Chile