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Saliendo de las aguas del determinismo económico

El materialismo histórico

Fuentes: Rebelión

«Reconocemos solamente una ciencia, la ciencia de la historia» K. Marx y F. Engels, La ideología alemana I El materialismo histórico, en términos generales, no es más que una concepción materialista acerca de la historia. Desde el punto de vista filosófico, esta doctrina implicó una interpelación a los sistemas que pretendían hacer de la historia […]

«Reconocemos solamente una ciencia, la ciencia de la historia»

K. Marx y F. Engels, La ideología alemana

I

El materialismo histórico, en términos generales, no es más que una concepción materialista acerca de la historia. Desde el punto de vista filosófico, esta doctrina implicó una interpelación a los sistemas que pretendían hacer de la historia una abstracción especulativa, una metafísica más. Dichos sistemas hacían ver la historia de los hombres y su vida material como historia de la filosofía, como la historia del pensamiento humano y su desenvolvimiento. Hegel, por ejemplo, intenta reducir la historia a un desarrollo del espíritu que, en sus distintas fases, buscaba su autoconocimiento en el «Espíritu absoluto», la idea. En ése contexto, no quedaba espacio para ningún protagonismo más que el de los espectros de la filosofía: Dios, el «espíritu», la conciencia etc.

Marx y Engels, en el primer capítulo de La ideología alemana, desmintieron la serie de prejuicios metafísicos que recubrían la doctrina social de su país, polemizando principalmente con los jóvenes y viejos hegelianos. «Los viejos hegelianos – afirman Marx y Engels, lo comprendían todo una vez que lo reducían a las categorías lógicas de Hegel (…) Los jóvenes hegelianos coincidían con los viejos hegelianos en la fe en el imperio de la religión, de los conceptos, de lo general en el mundo existente». Así, Marx y Engels pretendían formar, a través de la crítica del idealismo hegeliano, una concepción materialista de la historia.

La filosofía idealista y su concepción de la historia tienen como principal antecedente la filosofía kantiana. Immanuel Kant dejó impuestas, en el momento fundamental de su sistema, una serie de «categorías» que pertenecían a la razón pura. La razón pura, para Kant, no estaba determinada por la experiencia, y tenía formaciones trascendentes del pensar, fuera del alcance de la vida material de los hombres. Hegel deja a la razón pura defendida por Kant, la responsabilidad de ser protagonista de la historia; nos dice en más de alguna ocasión que «la constitución, la legislación, el estado total de un pueblo tiene su fundamento sólo en el concepto que el espíritu se hace de sí». Es decir, la vida material de un pueblo, su historia desde el punto de vista marxista, está determinada por el espíritu, por la filosofía, por el mundo de las ideas.

Este viejo idealismo parecía nublarlo todo en Alemania. Los filósofos pretendían deducir, a partir de categorías externas a la realidad, sacadas de la especulación misma y del grave ejercicio metafísico, las leyes de la historia. Feuerbach, uno de los más fenomenales teólogos-filósofos del ateísmo, no logró escapar al «idealismo histórico» que tenía abrazado a todo el clima filosófico europeo en los tiempos de Marx y Engels. «En la medida en que Feuerbach es materialista, se mantiene al margen de la historia, y en la medida en que toma a la historia en consideración, no es materialista» dicen Marx y Engels.

Está claro, según lo que hemos visto, que el idealismo pretendió condenar a la historia a vivir encarcelada bajo las celdas de la universalidad trascendente, de las leyes exteriores que le determinaban y que guiaban su curso. Podía ser Dios, podían ser las categorías de la razón pura de Kant, podía ser el espíritu absoluto de Hegel, la religión o el amor. Cualquier fanfarronería fuera de la realidad que guiara la historia sería mejor que considerarla como producto de la vida de los hombres. Esta concepción de la historia tenía sus ventajas para la burguesía: Mantenía a los hombres como esclavos del dogma religioso, o, en otra circunstancia, le imponía a ellos la necesidad de creer en lo trascendente, cosas «en sí» que estaban fuera de su alcance en términos prácticos y cognositivos.

Además, el idealismo en su mayor grado de desarrollo, el hegelianismo, consideraba al Estado burgués y al capitalismo, como la realización máxima del «espíritu» que debía desarrollarse en éste mundo. Desde ese punto de vista podía ser, por ejemplo, la revolución francesa la más grande de las proezas históricas y el «final feliz» del desarrollo humano. Además, cave destacar la relación implícita de ésta concepción teleológica (es decir, que llega a su fin) de la historia con la teoría de «El fin de la historia» de los intelectuales neoliberalistas.

II

Marx y Engels tuvieron como tarea, en el clima de soberbia ignorancia, propio del floreciente capitalismo industrial, derribar la muralla de sistemas filosóficos con los que había absuelto sus culpas la burguesía desde hacía más de cuatrocientos años. Noblemente, entregados a la causa del proletariado, lucharon por entregar a los revolucionarios una guía para la acción eficaz, profundamente revolucionaria y radical. Sin embargo, en el camino de ésta elaboración teórica, no todo podía ser color de rosa: Hubo que polemizar arduamente con enemigos muy eficaces y talentosos, que pretendieron adueñarse del concepto de socialismo desde posturas que volvían y volvían hacia aquel detestable nudo de conceptos intrincados en que estaba transformado el idealismo hacia el siglo XIX.

Pero no sólo fueron los socialistas utópicos e idealistas los que pretendieron hacer retroceder al socialismo, en tanto ideología, hacia la barbarie retrógrada que significan las «leyes» externas al mundo y a la vida material de los hombres. También dentro del campo marxista, fueron apareciendo, una y otra vez, y tan rápido como las cucarachas, los «intelectuales» y «profesores» que intentaron reducir el pensamiento socialista a un recetario. Hoy, estos mismos profesores son explotadores, todo tipo de traficantes y mafiosos, que abandonaron sus puestos en el ex Comité Central del PCUS, para convertirse en verdaderos sostenedores del capitalismo en toda Europa del Este.

En su conocido prólogo de la «Contribución a la crítica de la economía política» Marx nos resume más o menos las conclusiones de su trabajo teórico así:

En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura [518] jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general.

Nosotros queremos sencillamente, mostrar que ésta cita no es el conjunto del pensamiento de Marx, y está lejos de ser una síntesis. Por el contrario: El pensamiento de Marx es también un pensamiento humano, y como tal tiene rupturas internas en su desarrollo que algunos militantes marxistas han pretendido olvidar.

Hasta el paroxismo, hasta la más infundada de las exageraciones llegó el intento por hacer creer a los militantes de izquierda que la base del materialismo histórico residía en el determinismo económico. El filósofo italiano Antonio Gramsci, quien puede ser tomado en cuenta como el más genial de los pensadores marxistas de todos los tiempos, insistió sobre la necesidad de no transformar al marxismo en una sociología, comprendida como conjunto de leyes y normas. Gramsci, en sus Cuadernos de la Cárcel polemiza con el Ensayo popular de sociología, del autor soviético y asesor de Stalin, Mijail Bujarin. Bujarin, en el fondo, lo que hace es condensar algunos de los textos del viejo Engels con las propuestas teóricas de la socialdemocracia alemana, y principalmente de sus jefes Kautsky y Bernstein.

Transformar el marxismo en un manual de Ciencias Naturales simples fue una empresa fácil en un país tremendamente burocratizado y ahogado en el miedo, como lo fue la Rusia Soviética de Stalin. Kautsky, uno de los más importantes líderes de la socialdemocracia alemana, esa misma socialdemocracia que traicionó la revolución reemplazándola por un proyecto social-pacifista, afirma en su folleto «El marxismo» que «La evolución histórica siempre ha obedecido a leyes históricas determinadas». En Kautsky sobresalta un uso reiterativo del concepto de evolución para describir el proceso histórico, volcando así al socialismo en un evolucionismo darvinista que denunció muy bien el filósofo argentino Néstor Kohan. Será ese mismo evolucionismo darvinista el que adherirán también Pleganov y los «profesores» de la «Academia» de la URSS.

Stalin, en la fase en que ya ésta visión chata y anti-humanista del marxismo estaba consolidada, escribió su propio manual de marxismo-leninismo. ¿Qué venía a enseñarnos éste manual?: Lo mismo que todos los manuales. Que la materia es lo primario, y es ontológicamente superior sobre la conciencia, y que la determina. Que, en segundo lugar, ésta determinación incluye a toda la sociedad. Que, por lo tanto, la sociedad está determinada por las leyes universales de la materia, que Engels explicó en su Anti-During. En la doctrina acerca de la historia, los manuales estalinistas, difundidos por los Partidos Comunistas de toda América Latina, nos enseñaban que la «estructura social» (es decir, las fuerzas productivas según la cita que expusimos más arriba) determina la «superestructura». Los hombres quedaban determinados no sólo por la materia; sino también por la economía. Y a su vez, la economía quedaba determinada por la producción. En éste orden de cosas no había espacio para la conciencia, determinada múltiplemente, ni para la praxis, condenada al «imparable avance de las fuerzas productivas». La sociedad era considerada como la cosa en sí kantiana; tiene vida propia y automovimiento, y es independiente de la praxis humana; aparece identificada a la naturaleza, tal como sucede en el positivismo de Comte.

El salvajismo del determinismo económico se transformó en fatalismo. No quiero aquí ahondar sobre los múltiples errores que cometió Engels en su popularización del marxismo, realizada posterior a la muerte de Marx. Pero a él le cabe la responsabilidad de haber tensado al marxismo en función del positivismo. El determinismo económico no podía ser de otra manera: La economía es siempre avance, es evolución continua, lineal. Gradual o a saltos, siempre es evolución. La fecundidad del materialismo histórico había quedado limitada por la filosofía positivista en que devino el marxismo después de Engels. Al ser la economía y la historia (que para los manuales no es más que la historia de la economía) una pura evolución lineal, no había posibilidad de no llegar al socialismo.

El materialismo histórico estaba plenamente transformado en el materialismo económico. Y al igual que los idealistas alemanes, los filósofos soviéticos, desde Pleganov hasta Afanasiev, transformaron la historia en la historia de una evolución continua condicionada por «leyes objetivas» exteriores a la vida material de los hombres. Pero la caída del Muro de Berlín debía liberar al marxismo. Tanto del determinismo económico como del determinismo político que devenía de éstas lógicas de pensamiento, siempre meditadas a favor de la burocracia soviética.

III

El marxismo vulgar, como afirmó Gyorgy Lúkacs, se encargó de transformar al materialismo histórico en una serie de leyes eternas. Y lo peor de todo es que esas leyes corrían sólo para la sociedad occidental. Los no-euroepeos, de nuevo, no teníamos historia. Las fases, etapas, o como quieran llamarse, de la historia según los manuales, y según el materialismo histórico defendido por los soviéticos (y en Chile por Marta Harnecker) estaban determinadas por fuerzas productivas que los latinoamericanos no llegamos a tener, dada la naturaleza desigual y combinada de nuestro desarrollo económico. Las fases propuestas por el HISMAT (Materialismo Histórico, según las siglas rusas) soviético insistían en la necesidad de una etapa «democrático-burguesa» previa al socialismo. Sin embargo, esta necesidad era una pura especulación teórica que había instaurado Kautsky y la socialdemocracia años antes, para impedir el triunfo de la revolución argumentándose en que primero «había que desarrollar el capitalismo hasta el final». Según esa propuesta kautskiana, los latinoamericanos debíamos esperar a que el capitalismo se desarrollara totalmente antes de luchar por el socialismo. Así se nos mantuvo (y se nos mantiene, quizás) anclados en la idea de la «Revolución democrático burguesa» como etapa previa de la «Revolución socialista». Las ligazones orgánicas y teóricas entre el estalinismo y la socialdemocracia son tantas, que nadie se explica cómo, en la fauna de la izquierda chilena, un partido pequeño llamado PC (AP) reivindique a Stalin y sea más radical en algunas decisiones que la izquierda no-estalinista.

La afirmación de Marx acerca de que «No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia», quiere decir más bien que son los hombres y su praxis los que hacen la historia, no las leyes universales. Los hombres, en el proceso histórico de su auto-creación, crean el mundo y lo transforman mediante su praxis. Como dice la famosa tesis sobre Feuerbach, crean las condiciones de vida bajo las cuales se encuentran, son actores pasivos y activos a la vez. El mismo Marx se encargó de demostrar que no hay historia sin historia, cuando escribió en una carta que «Estudiando cada uno de [los] procesos históricos por separado y comparándolos luego entre sí, encontraremos fácilmente la clave para explicar estos fenómenos, resultado que jamás lograremos, en cambio, con la clave universal de una teoría general de filosofía de la historia, cuya mayor ventaja reside precisamente en el hecho de ser una teoría suprahistórica». Las llamadas leyes históricas, o férreas leyes de la historia, o leyes sociológicas, como decía Gramsci, no son más que silogismos y afirmaciones tautológicas. Y también son una forma de poder brutal, poder que se sitúa en el plano del saber y el conocimiento. Una forma de alienación más, pero esta vez disfrazada de marxismo.

No necesitamos más éste materialismo histórico que fija su prioridad en el desarrollo de la economía y el sistema de producción. Si se trata de método, lo que más necesitamos es un humanismo historicista como el que propuso Walter Benjamin en sus «Tesis sobre el concepto de historia», donde señaló que la tarea del historiador que adhiere al materialismo histórico es escribir la historia a «contrapelo», desde abajo, desde el punto de vista de los explotados y de los oprimidos.

¿Qué sucede entonces, con la historia?. Que es la historia de los hombres concretos y su vida material, su praxis. De todas las fuerzas productivas que hay, la más grande es la propia clase revolucionaria. La historia sigue siendo, por ello, la historia de la lucha de clases, de la lucha de los oprimidos por mejorar su propia vida material. Es necesario que tengamos en cuenta la lección histórica que nos da el estalinismo para no volver a cometer nunca los mismos errores. Por otra parte, una nueva concepción de la historia, que no se base en la economía como momento prioritario de la constitución de la humanidad, nos obligará a tener en cuenta el factor subjetivo a la hora de ser políticos. Ello implica una re-valoración de experiencias anteriores que, miradas desde el punto de vista del materialismo histórico vulgar, son «grandes errores» que no midieron «las condiciones objetivas» y se situaron fuera «del proceso de producción» o de «las leyes universales» del movimiento y la materia.

Marx nos está diciendo que cada proceso histórico es una particularidad. Este pequeño artículo, que ha debido cortarse en muchas partes y resumirse una y otra vez, por que no alcanzan cinco páginas para explicar la totalidad de las deformaciones que sufrió nuestra «Concepción materialista de la historia», tiene como objetivo que nunca más miremos con desprecio a los combatientes que murieron, atribuyéndoles una falta de responsabilidad con la economía y las fuerzas productivas. Nos referimos a Miguel Enríquez, a los compañeros caídos y desaparecidos en el esfuerzo guerrillero de Neltume, a los sindicalistas que impugnaron a Salvador Allende como un presidente reformista en la Unidad Popular, a los compañeros que intentaron articular el poder desde abajo en los cordones industriales, y sobre todo, al mismo Che Guevara, quien muchas veces fue maltratado por el «HISMAT» soviético y hoy es despreciado por Tomás Moulian. Ellos y tantos otros, sabiéndolo o no, se opusieron a todos los manuales, por que nunca quisieron respetar «las condiciones objetivas» que el reformismo impuso en su época. Ellos y tantos otros, son responsables de no haber querido respetar esa famosa ley de los manuales, soviéticos o chilenos (bajo la forma de «cuadernillos de educación popular»), que dice que ningún período histórico (reducido a la categoría de «modo de producción») cede su paso a otro sin antes haber desarrollado toda su potencialidad.

La historia no se hace a si misma. Un período histórico cede su paso a otro cuando los hombres son conscientes de su historicidad, y de la necesidad de destruir el orden de cosas existente.