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«El Mercurio», gestor del golpe chileno

Fuentes: Punto Final

La operación secreta que según documentos internos de la CIA desempeñó uno de los papeles más importantes a la hora de promover un golpe de Estado, fue la financiación clandestina del «proyecto El Mercurio «. Durante todo el decenio de 1960, la agencia proporcionó dinero al mayor periódico de Chile, El Mercurio , acérrimo defensor […]

La operación secreta que según documentos internos de la CIA desempeñó uno de los papeles más importantes a la hora de promover un golpe de Estado, fue la financiación clandestina del «proyecto El Mercurio «. Durante todo el decenio de 1960, la agencia proporcionó dinero al mayor periódico de Chile, El Mercurio , acérrimo defensor de la derecha, colocó a reporteros y editores en nómina, escribió artículos y columnas y suministró fondos adicionales para gastos operativos. Después de que Agustín Edwards, propietario del periódico, acudiese a Washington en septiembre de 1970 para instar a Nixon a que actuara contra Allende, la CIA empleó al diario como medio de distribución de la ingente campaña propagandística que formaba parte de las vías I y II.

Durante toda la malograda presidencia de Allende, el periódico prosiguió una inflexible campaña mediante incontables artículos y editoriales virulentos e incendiarios con los que inducía a la oposición a luchar en contra del gobierno de la Unidad Popular, a cuyo derrocamiento llegó a incitarlos en varias ocasiones. «El Mercurio sigue practicando una oposición activa al régimen -hizo saber la CIA a la Casa Blanca a principios de 1971-, publicando ataques contra Allende, sus intentos de nacionalizar las entidades bancarias, sus violaciones de la libertad de prensa y sus confiscaciones de tierras». Si bien los informes de la agencia hacen pensar que el imperio mediático de Edwards conservó su independencia durante la época de Allende, lo cierto es que El Mercurio hubo de enfrentarse a serias dificultades financieras, que iban desde la mala administración, problemas de crédito y solvencia hasta recortes en los anuncios, escasez de papel y disturbios laborales de los que Edwards y la CIA no dudaron en culpar a la Unidad Popular.

En septiembre de 1971, un representante del grupo mediático de Edwards solicitó «respaldo confidencial» por valor de 1.000.000 de dólares a la agencia, petición que dio pie a un agitado debate interno. En un informe secreto de la CIA elaborado para poner a Kissinger al corriente de las distintas opciones de que disponía, la agencia sugería que el diario afrontaba «restricciones económicas» y se hacía eco de la opinión del propietario según la cual «el diario necesita no menos de un millón si quiere sobrevivir uno o dos años más». Washington tenía dos «opciones básicas»:

a) Suministrar una amplia financiación al periódico,   entendiendo que esto podría no ser suficiente para impedir que el gobierno de Allende lo cierre (por ejemplo, mediante el control de las prensas, o la paralización del trabajo). Esto supondría una inversión inicial de al menos 700.000 dólares.

b) Dejar que se hunda   y dedicar todos los esfuerzos a una campaña propagandística en favor de la libertad de prensa.

La CIA advertía de lo arriesgado de la opción b),   ya que «Allende podría contraatacar demostrando que el cierre del periódico no es sino una consecuencia de la ineptitud financiera de quienes lo dirigen». El jefe de la base en Santiago y el embajador Korry se inclinaron por la primera, aunque no faltaron en el gobierno de Nixon quienes pensasen que un millón de dólares era «un precio demasiado elevado para obtener tan poco tiempo extra», si el periódico iba a cerrar de todos modos.

De hecho, el ayudante de Kissinger, Arnold Nachmanoff, era partidario de «tomar ambas opciones y unirlas». De este modo, El Mercurio recibiría setecientos mil dólares con la condición de que «emprendiese un ataque público al gobierno de Allende que lo obligue a salir de circulación». El fiscal general, John Mitchell, pensaba que debían «mantener con vida una voz potente, pero no vale la pena hacer lo mismo por una débil». Por su parte, el representante del Pentágono aseguró que se la estaban «jugando con un perdedor y [la] cantidad [era] descabellada», en tanto que el director de la CIA, Richard Helms, opinaba que «las perspectivas no eran buenas ni a corto ni a largo plazo».

Ante tal desacuerdo en lo referente a la puesta en marcha de una operación específica contra Allende, Kissinger optó por «presentar el asunto a una autoridad más alta». El 14 de septiembre, Nixon autorizó personalmente el pago encubierto de los setecientos mil dólares (y de una cantidad mayor en caso de que fuera necesario), lo que constituye un ejemplo muy poco frecuente de intervención presidencial en detalles tan concretos de una operación secreta. Aquella noche, Kissinger llamó a Helms para hacerle saber que: a) el presidente acababa de dar su visto bueno a la propuesta de respaldar a El Mercurio con la cantidad de 700.000 dólares, y b)   deseaba que el periódico siguiese funcionando, por lo que la cantidad estipulada podía sobrepasarse con el fin de alcanzar este objetivo.

Tal como dictaba la decisión del presidente, Helms dio carta blanca a la división Hemisferio Occidental para que rebasase «los 700.000 dólares autorizados, hasta la cantidad de 1.000.000 de dólares, y aún más, si eso garantiza la continuidad del diario». Los setecientos mil dólares iniciales se enviaron de inmediato, y en octubre, fue Kissinger quien autorizó personalmente los trescientos mil adicionales.

Siete meses más tarde, la CIA solicitó que se pusiesen «a disposición de El Mercurio 965.000 dólares adicionales», lo que hizo que se destinase en secreto un total de casi dos millones de dólares al diario en menos de un año. En una propuesta redactada por el nuevo director de la división Hemisferio Occidental, Theodore Shackley, la CIA argumentaba que la decisión de continuar financiando el periódico debía basarse «en un juicio valorativo de la importancia que reviste el tratar de garantizar la continuidad del diario por motivos políticos». El periódico ya no corría peligro de ser clausurado por el gobierno de Allende, pero estaba a punto de quedarse sin crédito. La nueva asignación, según se informó a Kissinger en un memorándum marcado como ALTO SECRETO, se emplearía para «amortizar un préstamo, cubrir el déficit operativo mensual que pueda generarse hasta marzo de 1973 y crear un fondo de contingencia de [cantidad tachada] con objeto de satisfacer necesidades crediticias, nuevos impuestos y otras deudas bancarias que podrían surgir en breve».

El Mercurio era «considerado esencial» para ayudar a los candidatos respaldados por la CIA a ganar los comicios al Congreso de marzo de 1973, que constituirían una prueba electoral de gran trascendencia para la popularidad de Allende. Y tal como reconoció William Jorden, ayudante de Kissinger, en un memorándum de acción ultrasecreto remitido a la Casa Blanca, todos estaban de acuerdo en la importancia del periódico: «Es una espina para Allende, y ayuda a insuflar valor a las fuerzas de la oposición». Asimismo, si el diario se iba «al cuerno -recordó Jorden al secretario de Estado- nos proporcionará un pretexto inmejorable para hablar de falta de libertad de prensa». El 11 de abril, el Departamento de Estado dio su visto bueno a la cantidad solicitada.

El Mercurio recibió dinero adicional por mediación del principal colaborador empresarial de que disponía en Chile la CIA: la ITT. Existe un memorándum con fecha 15 de mayo de 1972 que recoge la conversación mantenida entre el oficial de la agencia, Jonathan Hanke, y Hal Hendrix, empleado de la ITT, en torno a un depósito bancario de cien mil dólares que la compañía iba a hacer en secreto a Agustín Edwards.

Sostenido por una considerable afluencia de capital clandestino, el imperio mediático de Edwards se convirtió en uno de los principales agentes que propiciaron la caída de la democracia chilena. Lejos de ser una fuente de noticias, su periódico se erigió en voz de la agitación organizada en contra del gobierno. En el verano de 1973, la base de operaciones de la CIA en Santiago lo identificó, junto con la paramilitar Patria y Libertad y ciertos militantes del Partido Nacional, como una de las principales organizaciones privadas que «han adoptado por objetivo la creación de conflictos y confrontaciones capaces de desembocar en algún tipo de intervención militar».

La división de Acción Encubierta de la CIA le atribuyó una función esencial a la hora de crear la ansiada atmósfera propicia para un golpe de Estado. En un memorándum de renovación fechado en enero de 1974, los agentes de la CIA subrayaban la necesidad de mantener la financiación a fin de recompensar y sostener la fuente propagandística que suponía El Mercurio, dada la importancia que había tenido en el derrocamiento de Allende.

Antes del golpe de Estado, los medios de comunicación con que contaba el proyecto vertieron un incesante aluvión de críticas en contra del gobierno, para lo cual explotaron cualquier posible punto de fricción entre el gobierno y la oposición democrática, e hicieron hincapié en los problemas y conflictos que se estaban desarrollando entre aquél y las fuerzas armadas. La CIA reconoció que las operaciones encubiertas de Estados Unidos habían contribuido de manera directa al derrocamiento de Allende, al afirmar que las actividades propagandísticas, que contaron con El Mercurio como vocero, «desempeñaron un papel fundamental a la hora de crear el escenario que haría posible el golpe militar del 11 de septiembre de 1973».

 

 

(*) Director de la Sección Chile del National Security Archive. Texto incuido en su libro Pinochet: los archivos secretos (1989).

 

Publicado en «Punto Final», edición Nº 779, 19 de abril, 2013

 

www.puntofinal.cl