¿Qué es más frecuente que un trabajador acuda a su puesto estando enfermo, o que encontrándose sano invente una dolencia para no ir a la oficina? Las asociaciones empresariales se quejan de las cifras de absentismo laboral en España, pero éstas ya se sitúan por debajo de la media europea. ¿Es socialmente justo que la […]
¿Qué es más frecuente que un trabajador acuda a su puesto estando enfermo, o que encontrándose sano invente una dolencia para no ir a la oficina? Las asociaciones empresariales se quejan de las cifras de absentismo laboral en España, pero éstas ya se sitúan por debajo de la media europea. ¿Es socialmente justo que la enfermedad se considere casi un delito, y que el absentismo laboral, independientemente de su causa, sea motivo de despido? ¿Acaso la enfermedad no forma parte de la misma vida?¿Cómo encaja la última reforma laboral con el artículo 43.1, que regula el derecho constitucional a la protección de la salud?
La historia de Latifa, una teleoperadora marroquí que vivía en España hace treinta años, y que ha muerto hace poco por miedo a perder su empleo, es sólo un ejemplo dramático de una situación cada vez más frecuente: la de los trabajadores que aquejados de diversas dolencias no disfrutan de las bajas médicas a las que tienen derecho por miedo a ser despedidos, y a los que observamos en las oficinas, tosiendo, con muletas y hasta recién operados, reincorporados sin culminar su período de recuperación, especialmente tras la entrada en vigor de la reforma laboral.
Cuenta el periódico Diagonal que Latifa trabajaba como teleoperadora desde mediados de los años noventa en Konecta, grupo que en el año 2011 facturó beneficios de trescientos millones de euros, y que emplea en España a 14.000 trabajadores. Todos los días se levantaba a las 4 de la mañana para llegar a su puesto en Tres Cantos, donde realizaba campañas de telemarketing para grandes firmas. Latifa ganaba 934 euros mensuales, cantidad con la que mantenía a su madre de 77 años enferma del corazón y sin pensión. Sus compañeros recuerdan que nunca renunciaba a hacer horas extra porque necesitaba el dinero.
Ya en diciembre Latifa no descansó prácticamente ningún día, y una mañana de domingo su hermano la encontró tirada en el suelo. Era el primer aviso; un desfallecimiento por falta de descanso, según confirmaron en Urgencias. La consecuencia: una baja justificada. Sin embargo, tras quince días, Latifa cogió un alta voluntaria y regresó a su puesto de trabajo. En febrero, un coordinador de la empresa explicó a los trabajadores las novedades de la reforma laboral y sus facilidades para el despido procedente: una simple baja justificada de entre nueve y veinte días. Poco después, la empresa Konecta no tardó en aplicar esta normativa en su sede de Vizcaya, donde en marzo de este año echaron a once trabajadoras.
Latifa siguió trabajando, acudiendo a su oficina de Tres Cantos, a pesar de un estado de salud cada vez más precario. Un día llegó al trabajo casi sin respiración, y trasladada al centro de salud, comprobaron que tenía una capacidad respiratoria del veinte por ciento. A comienzos de marzo ingresó en la UCI del Hospital de Fuenlabrada, donde falleció el día 19 por neumonía. Su última preocupación, según recuerda su hermano, era que alguien advirtiera a la mutua de su ausencia laboral por enfermedad grave. Por parte de su empresa no hubo ni una llamada, ni una carta. La muerte de Latifa hizo innecesario su despido objetivo.
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