¿Qué puede afirmarse con certeza sobre el saber y el pensamiento, sobre el estado psíquico y espiritual de un pueblo? Víctor Klemperer
Con cierta frecuencia, escucho la expresión «fingir demencia» para referirse a aquel que, frente a un hecho, opta por mirar a un costado, elige actuar como si el hecho en cuestión nunca hubiera acontecido, como si nunca hubiera sido de su conocimiento. Esa expresión está vinculada a otra, ya caída en desuso, o de uso poco frecuente: «hacerse el tonto». Giros y expresiones dan cuenta también de cambios en el humor social, obviamente resultado de transformaciones que afectan las condiciones de vida. En la primera expresión, lo que se advierte es el empleo de un término, demencia, de forma que se aparta, se desvía del empleo que el significado estricto de la palabra autoriza, porque no se trata, es evidente, de un sujeto que padece demencia, sino de uno que prefiere actuar como si ignorara. Se trata de una expresión que encierra, en apenas un par de palabras, mucha riqueza: por así decirlo, es muy «productiva», permite trabajar los conceptos de fingimiento, simulacro, realidad, negación, compromiso, alienación.
En «Capitalismo como locura: la crítica al sistema capitalista de GK Chesterton», de Lukas Romero Wenz, se expone la idea de que «loco sería, no el incapacitado para razonar, sino el que vive fuera de la realidad». Por lo manifestado antes, aquí seguirá el mismo razonamiento. También encontramos la idea de que el capitalismo puede ser considerado como locura, en la medida en que si bien su discurso no puede ser tachado de incoherente, tampoco ofrece la posibilidad de una vida digna. Desde este punto de vista, vivimos inmersos en locura. Este modo de vida que es el capitalismo es efectivamente alienante. Con razón se ha destacado que hoy, la verdad está en crisis, que se han desdibujado las fronteras entre la verdad y la mentira, que se ha debilitado la voluntad de verdad. Los hechos pueden ser innegables, pero eso ya no es importante, lo que importa es la interpretación que de ellos proporcionan los medios de comunicación y se multiplican después de las redes sociales. Las fake news son manifestación de la «libertad de espíritu». Facebook, Google y las redes sociales tienen un solo parámetro de juicio: los «me gusta» (Giuliano da Empoli). El apartamiento de la realidad puede ser resultado de una serie de causas diferentes, a veces concurrentes, y suele ser catastrófico. Lo que resulta alarmante es que la distinción entre categorías como realidad/simulacro, verdadero/verosímil, creer/saber/conocer, cada una de ellas inconfundible con cualquiera otra, ya no es plenamente operativa. Cuando el pensamiento carece de «instrumentos de navegación», es semejante a un barco que ya no guarda memoria del puerto del que partió, no sabe dónde está ni a qué lugar se dirige. Pero la tripulación no está feliz porque el miedo impera: proliferan los miedos (a perder el trabajo, la protección social, los lazos afectivos y sociales, etc.) y la angustia se extiende, mancha voraz que deglute todo.
Al comienzo es, creo, el envenenamiento del cuerpo social. Es lo que fertiliza el terreno donde prosperan el miedo y la locura. «Hay un envenenamiento» es la frase que se le escucha al protagonista de «El huevo de la serpiente», la película de I. Bergman que tan bien describe la atmósfera imperante mientras el nazismo preparaba el asalto al poder. La oscuridad, el desaliento y la opresión se apoderan de las almas, obligadas a replegarse sobre ellas mismas en un entorno inexplicablemente hostil. Película anticipatoria de la sociedad del control y la vigilancia tal como hoy podemos percibirla, sólidamente establecida a partir de las nuevas tecnologías.
Cuando se trata de determinar de qué maneras, por qué vías se ha infectado el cuerpo social, se llega a la conclusión de que el lenguaje tiene un papel destacadísimo. Víctor Klemperer, en «LTI La lengua del Tercer Reich» expone que «las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico». Así, una palabra como «libertad», que tan pronto suscita la adhesión de todos, puede encubrir el proyecto de algunos para sojuzgar a todo el resto y «libertario» puede servir para designar al que a través de las redes sociales increpa de mala manera al que piensa diferente y le niega, entonces, la libertad de expresarse. Una vez instalado en el escenario de debilitamiento de la democracia y el avance de las tendencias autoritarias, se intensifica el embate contra la diversidad que se encarna en la figura del «enemigo». Podría argumentarse que no se debería sobrevalorar el poder de algunas palabras, que en todo caso habría que considerarlas a partir de su inserción en un discurso, pero es aquí donde encaja bien la observación de Klemperer: «El nazismo se introducía más bien en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente». No se apela a la racionalidad que supone la interpretación de un discurso, porque ello implica complejidad, y el fascismo también es refractario a ella.
Ciertamente, las características del fascismo histórico no pueden ser extrapoladas directamente a regímenes actualmente vigentes porque, por así decirlo, estos fueron paridos en circunstancias distintas. Pero el aire de familia es inocultable. Considerar aquellas experiencias puede proporcionar un conocimiento necesario, aunque no suficiente. Se trata de abordar los fenómenos sin prejuicios, con toda libertad y amor por la verdad. Es impostergable elaborar las herramientas que en el futuro permitan alumbrar una realidad distinta de la que padecemos, teñida de individualismo, insolidaria, sostenedora de la desigualdad y la racionalidad de mercado, que criminaliza la protesta pacífica y castiga de todas las maneras posibles a los trabajadores mientras le tiende la mano al Capital.
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