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El militarismo moderno colombiano

Fuentes: Rebelión

A partir de la llamada guerra colombo peruana de 1933, que sirvió para estimular el fanatismo nacionalista, paliar los arrasadores efectos de la crisis capitalista de 1930 con las 400 tonelada de oro de las joyas donadas al gobierno, sumadas a lo 10 millones de dólares del empréstito patrióticos, los 43 millones de dólares del presupuesto militar, los bonos de defensa emitidos y la compra permanente de armamento en el exterior; se conformó, dinamizó y modernizó la estrecha alianza entre las Fuerzas Militares, la gran prensa de los Santos y los Cano y, los políticos liberales conservadores de la clase dominante en Colombia.

En la madrugada del 1º de Septiembre de 1932 un grupo de cerca de 30 apristas peruanos comandados por el ingeniero Oscar Ordóñez, hijo del coronel y exjefe militar de Loreto con su mismo nombre, e íntimo amigo del médico Enrique Vigil, propietario de la hacienda cañera «La Victoria», junto con el alférez Juan La Rosa, comandante de la guarnición peruana de Chimbote, armados con carabinas y fusiles Máuser se tomaron la localidad fronteriza colombiana de Leticia en el río amazonas, arrestaron a 18 empleados de la administración y a otros 18 colonos que hacían las veces de policías, se constituyeron en una junta patriótica, arriaron la bandera colombiana y en reemplazo izaron la peruana .

Dos días después, el diario bogotano EL Tiempo, propiedad del político Liberal Eduardo Santos, (tío abuelo del actual presidente colombiano) despertaba a los somnolientos pobladores de Bogotá con la noticia anticomunista de la foto.

El arúspice de la clase dominante Alfonso López Michelsen, conocedor de estos hechos debido a su posición privilegiada de ser el hijo del embajador colombiano en Londres y futuro presidente López Pumarejo, con esa capacidad asombrosa suya de banalizar las cosas, en el colmo de la erudición, describió lo acontecido en Leticia como una copia criolla de la guerra de Troya. Así:
…»Una mestiza de nombre Pilar, conocida como «La Pila», era la amante del alférez peruano Juan de la Rosa, encargado de la guarnición de Caballo de Cocha, en las vecindades de Leticia, y como en el caso de la guerra de Troya, también requería sus favores otro pretendiente, que era nada menos que el intendente colombiano del Amazonas don Alfredo Villamil Fajardo, uno de aquellos cachacos bogotanos de la época del Centenario. Dicharachero y galante, a pesar de sus atributos Villamil fue, en la competencia con el rudo soldado peruano, quien perdió la partida, porque «La Pila» prefirió la compañía de De-la Rosa y se estableció en forma definitiva en Caballo de Cocha. ¿Cómo iba a resignarse a tan afrentosa derrota nuestro compatriota? Sin parar mientes en que hacía apenas cuatro años que se nos había entregando el Trapecio Amazónico, y que era grande el descontento entre los peruanos, optó por raptarse a la bella, acompañado de tres o cuatro agentes de policía que la obligaron a volver a Leticia.

Eran muchos los incidentes que, por una u otra razón, tenían ocurrencia en la frontera que aún estaba en trance de consolidarse. Una gran hacienda, La Victoria, de propiedad de Oscar Vigil y de su sobrino el ingeniero Oscar Ordóñez, quien la administraba, se estaba negociando con el gobierno de Colombia, que se negaba a pagar el elevado precio que los peruanos demandaban. Si a lo anterior se agrega que el mismo ingeniero tenía algunos contratos de ejecución de obras en Leticia, cuando todavía estaba bajo el dominio peruano, y que el gobierno de Colombia con inexcusable ligereza intentó desconocerlos, se explica el encadenamiento de los hechos que culminaron en la toma de nuestro puerto sobre el Amazonas. Indignado el ingeniero Ordóñez con el tratamiento de que era objeto resolvió, por sí y ante sí, dar un golpe sobre Leticia, y para tal efecto armó a sus peones con machetes y escopetas de fisto, dispuesto a recurrir a la fuerza si llegaba a encontrar resistencia de parte de los pocos agentes de policía que estaban al mando de Villamil Fajardo.

Desfilaba Ordóñez con sus agentes por Caballo de Cocha, al caer de la tarde, cuando tropezó de manos a boca con el alférez Juan de la Rosa, la primera autoridad política y militar del lugar, quien, al inquirir sobre los propósitos que animaban a la temeraria avanzadilla, se enteró de lo que se trataba y, ni corto ni perezoso, se sumó con sus efectivos militares a la expedición improvisada de Oscar Ordóñez. Fue así como, al amanecer del día siguiente, los peruanos se tomaron a Leticia por la conjunción de los intereses sentimentales del alférez y los intereses económicos del ingeniero. Días después, a través del Brasil, el Gobierno Nacional se enteró de que la población estaba en poder de los peruanos y que el intendente Villamil, después de haber sido encuerado, había sido embarcado en una canoa y puesto en territorio brasilero. Cualquier semejanza con la guerra de Troya y el rapto de Helena es pura coincidencia»….

¿Qué había sucedido? En la realidad histórica, la llamada guerra colombo peruana era la coagulación de varios elementos tanto internos como externos que se presentaron conjugados y al mismo tiempo. Uno, la indefinición moderna de las fronteras amazónicas entre Colombia, Perú, Ecuador y Brasil. Dos, el cuasi Estado de facto esclavista y genocida, establecido en la región a fines del siglo XIX e inicios del XX, con el fin de extraer el caucho natural con mano de obra indígena para la exportación a Europa y Estados Unidos, formado y armado por la alianza comercial del capital imperialista (especialmente Inglés) con las firmas comerciales de los Arana en Perú y el dictador colombiano Rafael Reyes Prieto con sus hermanos. Tres, el ascenso del capital imperialista Estadounidense en la región andino-amazónica y la competencia brutal por la hegemonía con su homólogo inglés. Cuatro, la crisis general capitalista de 1930, que jugó un papel fundamental en el desenvolvimiento de los acontecimientos amazónicos y le permitió al gobierno colombiano paliar en algo sus efectos con el aumento del gasto militar. Sexta, los gobiernos dictatoriales en el Perú de Leguía 1908-1930 y del general Sánchez Cerro 1930-1933 con su propaganda oficial de peruanizar la selva amazónica.

Séptima, en la política interna de Colombia: la hegemonía conservadora de Rafael Núñez, iniciada en 1884 hasta 1930, en especial «el quinquenio» del favorito de Núñez, Rafael Reyes Prieto, el cauchero convertido en general vencedor de la guerra civil bipartidista de 1885 y dictador en 1905, quien hizo acuerdos y concesiones a la Casa Arana, y trajo a Colombia diversas misiones militares europeas para hacer la transición y modernizar las Fuerzas Armadas, actualizar la vieja ideología militarista de los generales civiles de las guerras civiles bipartidistas del siglo XIX, y cuya expresión máxima fueron las armas largas, aviones y barcos comprados en Europa y los EUU, con las 400 toneladas de oro de los anillos y joyas que donaron al gobierno los colombianos instigados por la gran prensa capitalina, los 10 millones de dólares americanos del «empréstito patriótico», más los 43 millones de dólares adicionales del presupuesto nacional «para la defensa de la patria», utilizado todo en panoplia.

La coalición bipartidista liberal-conservadora Concentración Nacional, que en el momento de la toma de Leticia gobernaba en Colombia, estaba presidida por el liberal Enrique Olaya Herrera, abogado de varias compañías estadounidenses, quien ante los ataques corrosivos del falangismo del partido conservador colombiano encabezado por Laureano Gómez pidiendo a gritos «Paz en el interior, pero guerra, guerra en las fronteras»; minimizó hacia adentro el hecho diciendo que era un motín subversivo e interno. Pero hacia afuera, según el oficio del representante norteamericano Jefferson Caffery, a la Secretaría de Estado, Septiembre 02 de 1932. Archivo Nacional de Estados Unidos. 721.23/7, RG. 59; pidió la intervención de Estados Unidos como «única fuerza moral de América capaz de mantener la paz en este caso» (1)

El apoyo inmediato a la ocupación peruana del puesto fronterizo colombiano de Leticia, creció en todo el Perú y especialmente en la región amazónica, al parecer estimulado por el dictador gobernante en Lima general Sánchez Cerro, quien para mantenerse en el Poder azuzaba la guerra, mientras en Colombia, estimulada por la clase dirigente y su gran prensa, crecía como espuma una histeria guerrerista arropada en un patriotismo cerril.

El partido comunista colombiano rechazó los llamados de los dominantes a la guerra, pero su llamado fue callado por una manifestación instigada desde el gobierno y la gran prensa capitalina, que apedreó y destruyó su pequeña sede en Bogotá. En Lima, el Partido comunista de Mariátegui hizo lo propio y el 18 de septiembre 1932, sacó un manifiesto aclaratorio titulado; «Los obreros peruanos ante la guerra. La toma de Leticia es una maniobra del imperialismo inglés para defender sus posiciones, contra-atacar al imperialismo yanqui, e impedir que el Perú tome parte en la guerra boliviano-paraguaya al lado de Bolivia, como lo quiere el imperialismo yanqui», y fue más allá: «el golpe de Leticia ha sido ejecutado por los apristas, actuales agentes del imperialismo británico, quienes pretenden volver a la constitucionalidad posando de patriotas». Finalmente exhortaba a «transformar la guerra imperialista en guerra civil, en revolución obrera y campesina».

Como el ambiente guerrerista (sabiamente atizado) aumentó en ambos países, las soluciones diplomáticas fracasaron y el presidente colombiano Olaya Herrera amplió la coalición nacional gobernante nombrando al hijo del general Rafael Uribe-Uribe ministro de defensa y, embajadores ante la Sociedad de Naciones, a los liberales Eduardo Santos dueño del diario El Tiempo y supervisor de la compra de armas en Europa, a Luis Cano dueño del diario El Espectador y al candidato conservador perdedor Guillermo Valencia. Al otro candidato conservador derrotado, el anciano general civil Alfredo Vazquez Cobo lo encargó en coordinación con Eduardo Santos, de la compra en el exterior de la panoplia de guerra (barcos aviones, armas largas etc.) y después comandante de la expedición militar para recuperar Leticia. Simultáneamente autorizó a López Pumarejo para que adelantara conversaciones con su amigo el general Benavides, embajador de Perú en Londres.

Foto: Generales Balcázar y Vázquez Cobo. El presidente Olaya Herrera y el capitán Carlos Uribe, ministro de guerra

Después de varias escaramuzas militares en Tarapacá y Güepí en febrero y marzo de 1933 (también sabiamente magnificadas como actos sublimes de heroísmo patriótico) y donde además de las condiciones lamentables en que se encontraban los soldados peruanos, el papel determinante en su expulsión, lo jugó la flotilla de28 aviadores y mecánicos alemanes al mando del oficial alemán Herbert Boy, veterano aviador de la 1ª guerra mundial y residente en Colombia, quien supo apoyar la actividad de los 4 barcos de guerra comprados y readecuados en Europa y que el anciano general Vazquez Cobo había subido por el río Amazonas hasta el Caquetá con el permiso del gobierno brasileño. Pero fue un hecho fortuito el que detuvo finalmente la escalada guerrerista entre las dos naciones y forzó el acuerdo diplomático de Rio de Janeiro.

El 30 de abril de 1933, cuando pasaba revista a las tropas que iban a recuperar el Amazonas para el Perú, el dictador peruano Sánchez Cerro fue ejecutado al parecer por un fanático, siendo remplazado por el general Benavides, embajador peruano en Londres y amigo personal de Alfonso López Pumarejo. Inmediatamente López viajó a Lima y acordó con él los términos del protocolo de paz, que fuera firmado en mayo de 1934 en Rio de Janeiro, por el florido ramillete de políticos bipartidistas colombianos de la Concertación Nacional de Olaya Herrera, y constituido por Urdaneta Arbeláez, Luis Cano, Guillermo Valencia y Eliseo Arango.

Así, a partir de la llamada guerra colombo peruana de 1933, que sirvió para estimular el fanatismo nacionalista, paliar los arrasadores efectos de la crisis capitalista de 1930 con las 400 tonelada de oro de las joyas donadas al gobierno, sumadas a lo 10 millones de dólares del empréstito patrióticos, los 43 millones de dólares del presupuesto militar, los bonos de defensa emitidos y la compra permanente de armamento en el exterior; se conformó, dinamizó y modernizó la estrecha alianza entre las Fuerzas Militares, la gran prensa de los Santos y los Cano y, los políticos liberales conservadores de la clase dominante en Colombia.

NOTAS DEL AUTOR:

1) Atehortúa Cruz, Adolfo León. El Conflicto Colombo-Peruano

(*) Alberto Pinzón Sánchez es médico y antropólogo colombiano.


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.