Contra todos los pronósticos Francia endurece sus leyes para evitar que los cubanos pidan asilo en su país. Algo no encaja, porque se supone que los cubanos están «desesperados» por abandonar la isla, y Europa como autoproclamada arquetipo de la protección de los derechos de los «refugiados», siempre acoge a quienes tratan de «escapar de […]
Contra todos los pronósticos Francia endurece sus leyes para evitar que los cubanos pidan asilo en su país. Algo no encaja, porque se supone que los cubanos están «desesperados» por abandonar la isla, y Europa como autoproclamada arquetipo de la protección de los derechos de los «refugiados», siempre acoge a quienes tratan de «escapar de la persecución».
Sin embargo el despacho de la AFP no deja lugar a dudas, según la agencia: la Asociación Nacional de Fronteras para los Extranjeros (ANAFE) denunció el miércoles [8 de febrero] la política del ministerio de Interior francés, que «cierra la puerta» de manera discreta pero firme a los cubanos que piden asilo.
A partir de enero pasado los cubanos que circulen por las áreas de tránsito en los aeropuertos franceses deberán portar una visa especial que les permita permanecer en dichas zonas de las terminales aéreas. En el propio despacho AFP aclara que este permiso es difícil de obtener e impedirá que los viajeros tomen un avión si no lo han conseguido previamente.
Con semejante medida Francia incluye a los cubanos entre el grupo de 30 ciudadanos extranjeros a los que se les exige un documento tan particular. Como se ve la actitud francesa no concuerda con la llevada y traída ecuación de «cubanos emigrantes-cubanos refugiados». A todas luces el gobierno de Jaques Chirac descubrió, como decimos en Cuba cuando nos referimos a alguien que encuentra lo evidente: «el agua tibia».
De magnates batistianos a «marielitos» y «balseros»
El término «emigración cubana» ha cambiado junto con la evolución histórica de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. De exterratenientes, ex latifundistas, empresarios, terroristas y personeros del régimen del dictador Fulgencio Batista, incluyendo alrededor de tres mil criminales de guerra; con los años, la comunidad cubana en Estados Unidos fue incluyendo a otros sectores sociales restándoles cada vez más el cariz político atribuido por la política estadounidense.
Un momento simbólico fue 1980, cuando llegaron a las costas de la Florida 125 mil «marielitos», quienes llevan ese apellido como un recordatorio de la sociedad norteamericana de que eran considerados distintos de sus predecesores. A los «balseros», o sea esos que fueron llegando después de 1994, también les han hecho y le harán el mismo recordatorio.
Desde el triunfo de la Revolución la actitud de las diferentes administraciones de la Casa Blanca hacia la emigración desde Cuba ha contradicho todos los esquemas del habitual estilo con que han sido tratadas el resto de las comunidades latinas en Estados Unidos.
Mientras para dominicanos, puertorriqueños y muy especialmente para los mexicanos y haitianos, cada vez más las leyes de Washington han significado menos posibilidades de integrarse a la sociedad norteamericana, con los cubanos la política ha sido diferente.
Durante los años 60 Estados Unidos gastó más de mil millones de dólares en el Programa de Refugiados Cubanos para asentar, legalizar, darle trabajo y cubrir los gastos de seguridad social a cuanto cubano llegara a sus costas renegando del socialismo. Un programa semejante dejó bien atrás a las facilidades de que gozaron polacos, húngaros y otros ciudadanos de Europa Oriental durante la Guerra Fría.
Desde 1966 en virtud de la Ley de Ajuste Cubano, cualquier cubano que arribe a territorio norteamericano es elegible para el estatuto de residente permanente, aun cuando para hacerlo haya secuestrado un avión o una embarcación con la probable muerte de algunos de los tripulantes y los pasajeros. Antes de que los radicales musulmanes desviaran aeronaves en los años 70 ya eran varios los aviones secuestrados por cubanos para llegar a Estados Unidos. Pero si los grupos islámicos fueron calificados de terroristas, a los cubanos se les llamó «refugiados».
Según datos del Departamento de Seguridad de la Patria (U.S. Department of Homeland Security) Cuba pasó del segundo rango en 1959 entre los países que emiten emigrantes hacia Estados Unidos, al décimo puesto en el 2003, detrás de naciones como Jamaica, República Dominicana y El Salvador las cuales contradictoriamente tienen una población menor. A pesar de esto, la Administración de Pequeños Negocios (Small Business Administration) de Estados Unidos, durante décadas ha preferido financiar los pequeños negocios de los cubanos por encima de otras minorías de inmigrantes.
De esta manera: el Programa de Refugiados, la Ley de Ajuste, la «buena voluntad» de los promotores de la pequeña empresa y los millones que robaron en su huída los primeros y verdaderos exiliados, contribuyeron no solo al mito de los «refugiados», sino también al de la supuesta «prosperidad» de la comunidad cubana.
A pesar de que las estadísticas no engañan el asunto migratorio entre Estados Unidos y Cuba sigue en manos de la ultraderecha cubanoamericana y los neoconservadores, quienes tratan de hacer fracasar el Acuerdo Migratorio adoptado durante el gobierno de Clinton, único avance constructivo para lograr un flujo de personas ordenado y seguro entre ambos países.
Si los acuerdos aún viven es porque La Habana a demostrado tener una «paciencia china» porque todavía se admiten en suelo estadounidense a todos los que se apoderan por la fuerza de naves cubanas, incluso cuando ha corrido sangre de sus tripulantes, y el cosmético castigo de las autoridades de EE.UU. al creciente y lucrativo negocio del tráfico de personas hacia su territorio, acciones todas que buscan crear una crisis migratoria que desemboque en una agresión militar a Cuba.
El mito de los refugiados nació por el interés contrarrevolucionario de desacreditar el modelo socialista cubano y se alimentó con reiteradas estrategias estadounidenses para mantener tensas las relaciones EE.UU.-Cuba.