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Entrevista a Armand Mattelart

El monopolio ideológico

Fuentes: Punto Final

Armand Mattelart es actualmente profesor en la Universidad de París VIII e integra también el Observatorio de Medios que funciona en Francia. Vino a Chile por tercera vez después del retorno a la democracia. Aquí vivió durante once años, hasta el golpe militar. Hoy constata la pérdida del ethos cultural que apuntaba a la solidaridad […]


Armand Mattelart es actualmente profesor en la Universidad de París VIII e integra también el Observatorio de Medios que funciona en Francia. Vino a Chile por tercera vez después del retorno a la democracia. Aquí vivió durante once años, hasta el golpe militar. Hoy constata la pérdida del ethos cultural que apuntaba a la solidaridad como elemento central de nuestra cultura, válido de algún modo en los diversos sectores sociales. Le resulta «alucinante», dice, el individualismo que hoy impera, más cuando lo ve encarnado en personas que conoció con ideas muy diferentes.

La obra escrita por Mattelart es muy amplia, pero poco conocida entre nosotros a pesar de dos libros suyos editados por LOM. Para muchos sigue siendo el autor -con Ariel Dorfman- de Para leer al Pato Donald publicada en 1971. Mattelart no abjura de esa obra de trinchera mientras se mantiene en la lucha por democratizar los medios, dando acceso a la comunidad organizada en movimientos sociales y agrupaciones ciudadanas.

¿Cómo ve el panorama de los medios en Chile?

«La prensa está mucho más concentrada de lo que se decía que pretendía hacer Salvador Allende. Se lo criticaba por algo que no hizo, pero que ahora es una realidad. No hay comparación alguna, aunque parece ser un hecho que pasa relativamente inadvertido.

Sólo dos cadenas controlan lo que la gente puede conocer a través de la prensa. Hay todavía algunos medios pequeños y sin avisos, como Punto Final, El Siglo, Rocinante, etc., que no pueden equilibrar el peso de las cadenas de El Mercurio y La Tercera. Se trata de una situación aberrante si se considera que el gobierno chileno en muchos lugares se cataloga como socialista. Lo que hay de nuevo es el surgimiento progresivo de radios comunitarias. Eso es importante. Durante la Unidad Popular una de nuestras debilidades fue no utilizar a plenitud la radio».

Parece que la tendencia a la concentración de los medios es universal.

«Sí, en todas partes hay concentración de los medios radiales, de la prensa escrita, de la producción editorial, de la industria discográfica y de reproducción de imagen. Es toda la cadena de medios la que se ve afectada, incluyendo la televisión, que en Chile perdió su carácter original. Aceptó el surgimiento de canales privados y un funcionamiento ligado al rating. Todo esto con claro abandono de la misión pública que le corresponde al gobierno en materia de medios.
Participé en una mesa redonda en que estaba el presidente de TVN, Carlos Mladinic. A juzgar por las preguntas y críticas que le hicieron, pienso que algo anda mal. El servicio público que debe inspirar a Televisión Nacional de Chile está en crisis. Dijo incluso que la televisión pública está financiada casi exclusivamente por publicidad. Es un sinsentido si se tiene en mente la filosofía del servicio público. ¿Cómo sería posible, dentro de una lógica comercial, asegurar que funcione el pluralismo?

El abandono de una política de medios como responsabilidad pública ha sido tremendo. Sin embargo, como tendencia que existe en muchos países, ha provocado que la sociedad civil organizada exija una política de comunicaciones que asegure el pluralismo y la diversidad».

IZQUIERDA Y COMUNICACIONES

El tema de la prensa y las comunicaciones no parece haberse incorporado firmemente a los planteamientos programáticos de la Izquierda. Existen más intuiciones que conciencia traducida en propuestas.

«Estoy de acuerdo. Históricamente es un punto ciego. Ha habido dificultad en el movimiento progresista para pensar los medios de manera distinta de la meramente instrumental. Durante mucho tiempo predominó esta visión. Por ejemplo, durante la Unidad Popular se visualizaba los medios en el esquema de agitación y propaganda, sin asumir que son también medios de reproducción de una globalidad cotidiana.

Pienso que la toma de conciencia por parte de las fuerzas del cambio es lenta, en todas partes. Desde fines del siglo pasado -y está probado documentalmente- en todos los foros mundiales o regionales la comunicación y la cultura ocupan un espacio cada vez mayor. El Manifiesto de Porto Alegre muestra que se abordan diversos aspectos, no solamente la concentración. Algo semejante se da en la Unesco, en la Unión Internacional de Telecomunicaciones, en la OMC, etc. A pesar de estos avances, es claramente una minoría la que ha incorporado el tema a la reflexión política. Muchas veces los que toman conciencia son los que tienen práctica de radio, de prensa, y se toparon con nuevos dispositivos de poder que mezclan elementos mediáticos, económicos y políticos. Es muy problemático, porque por un lado los ciudadanos toman conciencia de la fuerza de los medios y como muchas veces no están encauzados en una reflexión de tipo pedagógico o político, finalmente tienden al populismo, o sea a la rebelión, porque están hartos. Hoy el gran problema para las fuerzas del cambio es tratar de avanzar hacia la formación de una cultura crítica de los medios, para buscar alternativas. Ese fue el sentido de la propuesta para crear observatorios de medios en cada realidad, integrados a una red internacional.

Desde un punto de vista teórico, todos estos medios que producen la subjetividad no se han tomado con verdadera seriedad. No han sido asumidos como medios de producción de un elemento esencial -la subjetividad- para que progrese y se desarrolle la producción material».

EL MITO LIBERADOR

En algunos ámbitos se mantiene el mito de la sociedad de la comunicación o de la llamada sociedad telemática, como un instrumento liberador que da más autonomía y libertad a las personas.

«Ese planteamiento forma parte de un mito muy antiguo. Casi desde comienzos de la modernidad -en el siglo XVIII, principalmente- al empezar la representación de las rutas de circulación de las mercancías y las ideas. El mito consistía en que no se trataba solamente de reducir las distancias sino también de estrechar las relaciones sociales.

Los positivistas y sansimonianos, en el siglo XIX, creían que los medios de comunicación, ya fueran físicos o espirituales, eran medios de liberación, instrumentos de democracia, lo que, en más de un sentido es verdad, porque estos medios aumentan los intercambios. Este mito de la comunicación como mayor democracia, mayor descentralización, se ha reforzado a partir de los 90 con la llegada de Internet como red de acceso público.

Pero todo depende de los controles y contenidos. Por ejemplo, cuando los militares brasileños derrocaron a Joao Goulart en 1964, visualizaron la red O’Globo -radio, televisión, prensa escrita- como un elemento de comunicación, sinónimo de integración. En una reunión de la Unión Internacional de Comunicaciones en torno a las autopistas de la información, el representante norteamericano, Albert Gore, sostuvo que las autopistas permitirán un ágora -en el sentido de la polis griega-. Agregó que ello se producirá a condición que se desregulen los sistemas de telecomunicaciones. La idea de la sociedad de la información global es proclamada en los años 90 con un discurso mesiánico. Pronto empezó el análisis crítico. El mito mismo fue desmitificado por la caída de la ‘nueva economía’, de las empresas de información. El mito del ágora a través de las autopistas o de Internet fue desmentido por la llegada de esta parte ciega de la sociedad de la información que es la guerra electrónica, y la utilización de técnicas de espionaje.

A partir de principios de este siglo el tema de la sociedad de la información es -cada vez más- objeto de una visión crítica, con la ayuda del movimiento social y las organizaciones sindicales. En la Cumbre Mundial de Ginebra, a fines de 2003, se vio claramente la existencia de diversas visiones. Las principales, de los que piensan en términos de la transparencia de la administración de Internet, que permita su acceso a todos, y de los que sustentan la patrimonialización de los instrumentos de comunicación para lograr beneficios.

El mito de la comunicación que automáticamente, por sí misma, crea ‘ágoras’ es constitutivo de lo que llamaría la ideología de la comunicación. En el sentido de la generalización de una visión particular, de un grupo o clase social, a un proyecto global de reordenamiento social. La generalización de lo particular a lo universal, valedero para todos, que es lo clásico de la ideología.

Y eso es falso. Finalmente, respecto a este punto, no hay que confundir las críticas que hacemos a lo que no queremos, con una crítica a la tecnología. No somos tecnófobos. Lo fundamental es la necesidad de apropiarse de la tecnología a partir de otro presupuesto de relaciones sociales.

En síntesis: no me gusta mucho el término de sociedad de la información, porque permite hablar de la sociedad sin hablar de la sociedad. Es algo decididamente instrumental. Es por ello que la Unesco rechaza hablar de sociedad de la información y prefiere sociedad del saber. Y allí volvemos al tema de la gran desigualdad en el acceso al saber, que es la misma interrogante sobre el acceso a los medios».

CRISIS DE LA PRENSA ESCRITA

Pasemos a otro punto, ¿en los países industrialmente avanzados las tendencias van por el desarrollo de los medios electrónicos y cibernéticos en desmedro de la prensa escrita y radial?

«Creo que la prensa escrita se desarrolla, aunque vive una crisis. Pero esa crisis no viene de la tecnología solamente, sino también de otros factores: diarios gratuitos, contenidos, orientaciones, etc. No hay que olvidar que si la prensa está en crisis es porque tiene, digamos, un desfase con la sociedad. Eso se vio en Francia en la campaña por la aprobación o rechazo de la Constitución europea. La alianza entre las élites políticas, mediáticas y económicas estaba desfasada en relación con la mayor parte de la población que votó ‘No’. Hubo, por ejemplo, numerosas cartas a Le Monde de lectores que retiraban su suscripción porque se sentían tratados como imbéciles, al no ser acogidos sus planteamientos y reflexiones. Fue un índice claro que el medio no se articula con la sociedad. El problema de la concentración es también fundamental, no solamente para la gente progresista sino también para muchos periodistas que trabajan en la prensa del establishment en todo el mundo. La concentración produce generalmente la liquidación del capital intelectual de los diarios, como ocurrió en Francia con el ingreso a la propiedad de los medios de empresas constructoras o de traficantes de armas.

La crisis de la prensa también indica que el servicio público falla en su misión cuando no atiende ciertas tareas que cada vez más cumplen otros medios. Si los medios comunitarios, libres e independientes como se dice, adquieren cada vez más legitimidad es porque el establishment no cumple su misión en materia educativa, de salud, etc. No toma en cuenta que gran parte de la población de los países industrializados es ‘iletrista’, o sea lee poco, o es analfabeta en los países pobres y no tiene instrumentos para defenderse».

INFLUENCIA DE LA RADIO

«La radio sigue siendo de enorme importancia, como medio de comunicación virtualmente instantáneo que llega a alfabetos y analfabetos a bajo precio. Africa es un continente donde la radio ha sido puesta al servicio del desarrollo: campañas de salud, alfabetización, identidad, por ejemplo. Se trata fundamentalmente de radios públicas. El gran problema de Internet actualmente en Africa es que los gobiernos de los países occidentales son renuentes a ayudar en este aspecto. Sí desean hacerlo instituciones filantrópicas tipo Microsoft, que quieren, al mismo tiempo, controlar la experiencia. Hay toda una reflexión sobre la entrada de nuevos actores en la elaboración de modelos que no corresponden al desarrollo que tienen los africanos.

En América Latina también la radio es muy importante. Aún más entre países con fuertes minorías indígenas. Bolivia es el país con más radios comunitarias, étnicas y religiosas. Son expresión de movimientos indígenas que desbordan los gobiernos. Estos no quieren ‘soltar’ parte del espectro de frecuencia, como ocurrió en México donde hubo que esperar treinta años para que se abriera el espectro a las radios indígenas. En América Latina no se ha esperado Internet para que haya procesos -lentos todavía- de apropiación de tecnologías. Las redes de radio y televisión católicas, que no son nada conservadoras, acaban de lanzar una campaña contra la concentración de medios y por el derecho a la comunicación en América Latina».